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PARA EL CAMINO
TEXTO: 1 Corintios 15:35-42
1 Corintios 15, Sermons: 3
¿Qué sucede cuando morimos? Para los creyentes, el pecado se queda en la tumba porque el pecado no es eterno. Aunque seremos sembrados en corrupción, Dios nos levantará, y sin que perdamos la esencia de lo que somos, nos dará un cuerpo libre de corrupción. Esa será nuestra restauración total y definitiva para toda la eternidad. Esa será la hora del reencuentro de todos los hermanos y hermanas del pueblo de Dios. Viviremos eternamente sin pecado, sin dolor, y con Cristo en medio de nosotros.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
Me crie en un pequeño pueblo rodeado de campos de trigo, de lino, y de maíz. Todavía recuerdo los campos sembrados de lino que florecían en la primavera haciendo lucir el lugar como un mar color azul cielo. Pronto esas flores darían lugar a pequeñísimas semillas que serían cosechadas en el verano. Las estaciones y la agricultura siempre fueron para mí un buen ejemplo para muchas cosas en la vida. En el mensaje de hoy, el apóstol Pablo utiliza un ejemplo de la agricultura para darnos una enseñanza de muerte y de resurrección.
Quiero creer que cada persona en el mundo tiene preguntas al respecto. Tengo un amigo que tiene un nieto con un tumor en el cerebro. Entre sus idas y vueltas al hospital le preguntó al abuelo: «¿Qué va a pasar conmigo cuando me muera?» Una pregunta así surge todo el tiempo. ¿Qué respuestas podemos darnos a nosotros mismos, o dar a otros para traerles esperanza? ¿Hay alguna esperanza? Por supuesto que sí. El apóstol Pablo dedica muchos pasajes en sus cartas, especialmente aquí en 1 Corintios a traernos una esperanza que modela nuestra vida ahora y nos lleva, a través de la muerte, a la presencia santa de Dios. San Pablo se ocupó en dejarnos a los creyentes una base firme cuando escribe en su Carta a los Tesalonicenses: «Hermanos, no queremos que ustedes se queden sin saber lo que pasará con los que ya han muerto, ni que se pongan tristes, como los que no tienen esperanza» (1 Tesalonicenses 4:13).
¿Qué es lo que necesitamos saber? El ejemplo de la agricultura nos ayuda: La muerte de la semilla es necesaria para dar vida. El grano cae en la tierra, se desarma y se abre para dejar salir la vida que lleva adentro. Nunca más volveremos a ver ese grano sembrado. Veremos sus frutos. ¿Cómo serán esos frutos? Magníficos, porque Dios, que hace crecer el trigo hace también crecer de los cuerpo mortales y humanos una nueva vida. Fue Dios quien nos dio el cuerpo que tenemos ahora. Es Dios el que nos dará el cuerpo que tendremos en la eternidad. Observarás, estimado oyente, que nadie pide nacer, y nadie pide morir. Nadie tiene el poder en sí mismo de nacer o morir. Es Dios quien se encarga de todo.
Cuando el grano de trigo muere y surge su fruto de la tierra, no vemos un grano enorme de trigo de un metro de alto, sino una planta, que tiene hojas y espigas que lleva muchos granos. Lo que surge de la tierra es diferente en forma, pero tiene su misma esencia. San Pablo agrega que hay mucha diversidad de cuerpos, entre los animales del campo, las aves, los peces y luego eleva su vista y nos invita mirar a los cuerpos que Dios le dio a su creación en el universo, las estrellas, los planetas, el sol, y la luna. Y cada cuerpo tiene su propio esplendor. Miremos a nuestro alrededor y veamos la creatividad del poder de Dios en producir una variedad enorme de cuerpos, cada uno con su propio esplendor. San Pablo les escribe a los romanos: «Lo invisible de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina se hacen claramente visibles desde la creación del mundo y pueden comprenderse por medio de las cosas hechas» (Romanos 1:20).
En la nueva creación Dios va a hacer diferentes nuestros cuerpos eternos. Confiamos en su creatividad, que sin dejar de ser nosotros mismos, seremos diferentes y tendremos cada uno nuestro propio esplendor. Si Dios puede proveer tantas formas de existencia que hoy podemos ver, también puede crear formas y cuerpos que son un misterio para nosotros. Esa es nuestra esperanza. No hay nadie que siembre una semilla o plante una planta con la esperanza de que esa semilla nunca germine o esa planta se seque a los pocos días. Todos plantamos con esperanza, y sin saber cómo, un día vemos surgir de la tierra la semilla en forma de planta. Nadie planta sin esperanza. Los cristianos no sepultamos a nuestros seres queridos creyentes sin esperanza. Confiamos en que Dios revelará el misterio de la vida eterna a su tiempo a cada uno de nosotros. A mí me gusta pensar que Dios, después de mi muerte, estará ahí con una enorme sorpresa.
Tú sabes, Dios es un Dios que sorprende, por su paciencia, su amor sin límites, su aceptación, su entrega total en la persona de su Hijo Jesucristo. Pero Dios es también un Dios que maneja muy bien los contrastes. Nuestro cuerpo es débil. Aunque seamos grandes atletas, eso no dura mucho tiempo, y pronto necesitamos un ejército de médicos y enfermeros que nos sostengan la vida, y de repente vemos que nos olvidamos de cosas, nos cuesta recordar, y caminar, y dormir, y finalmente colapsamos. ¿Cómo puede ese cuerpo, que en pocos años se convierte en cenizas, convertirse en un cuerpo esplendoroso? Aquí viene la sorpresa. No tenemos que hacer nada. No podemos hacer nada.
Cuando morimos llegamos a la mitad del camino. Hacemos lo único que está de nuestra parte: morir. Eso es bueno, ¿por qué? Escuchemos lo que describe el Evangelio según San Juan: Reunido con sus discípulos «Jesús les dijo: ‘Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto les digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, se queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto'» (Juan 12:23-24).
Así anunció Jesús su muerte y su resurrección. Los cristianos somos el «mucho fruto» que Él anunció. Un grano de trigo siempre es un grano de trigo. Para reproducirse debe morir, estar bajo tierra, entonces sí, en el tiempo serán veinte granos, o treinta, o cien. Cuando Jesús murió, con su resurrección produjo una cosecha enorme de creyentes. La resurrección final no será una cuestión privada, será colectiva, corporativa. Si la iglesia en esta tierra es el cuerpo de Cristo, en la resurrección ese cuerpo será levantado y será esplendoroso formado por todas las personas que recibieron el perdón de sus pecados por la misericordiosa obra de Cristo en la Cruz.
Vivimos en esperanza, una esperanza cierta en la cual el mismo Jesús insistió en que nos aferráramos. La promesa de la vida después de la muerte le da significado y razón de ser a lo que nos sucede en la vida, y esta promesa de resurrección viene de Jesús mismo: Escucha sus promesas en San Juan capítulo 6: «Y ésta es la voluntad de mi Padre: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final» (Juan 6:40). Un poco más adelante Jesús dice: «…Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo trae. Y yo lo resucitaré en el día final» (Juan 6:44). Y otro poco más adelante Jesús vuelve a decir: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final» (Juan 6:54).
¿Y qué pasa con el pecado? El pecado se queda en la tumba. El pecado se murió para siempre. Fue destronado por Cristo en la Cruz, quien con su corona de espinas reflejó el poder del pecado, pero también su trágico final. El pecado se queda en la tumba, nunca más hará daño a los hijos de Dios. Por esa obra de Cristo, Dios nos levantará de la muerte sin que perdamos lo que somos, nuestra esencia humana, y nos dará un cuerpo libre de corrupción. Esa será nuestra restauración total y definitiva para toda la eternidad. Notemos estas palabras de San Pablo: «Lo que se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción». ¿Sabes lo que es vivir sin corrupción? No, estoy seguro que no sabes, y yo tampoco sé. Nosotros solo conocemos la vida en esta tierra, y en esta tierra seremos plantados, para que Dios obre su milagro al fin de los tiempos y nos haga resurgir a una vida nueva. Cada uno de los cristianos que deja esta vida, sin importar la edad o la condición, es sembrado en esperanza. Esta es la esperanza más fuerte, porque solo Dios puede obrar la resurrección. Y con toda seguridad él lo hará.
Esa esperanza en la resurrección era tan fuerte en los apóstoles y en los primeros creyentes de la iglesia que con toda confianza se entregaron a la muerte como mártires. Ellos sabían que su muerte tenía un propósito para esta vida y para la eterna. Siguieron el ejemplo de Cristo quien se dejó enjuiciar, ser acusado y condenado, aunque no tenía culpa alguna ni corrupción de ningún tipo. Él, el santo de Dios, se entregó a la muerte para ser sembrado, confiando en la promesa del Padre que Él lo levantaría de los muertos, victorioso. El triunfo de Jesús no fue solo sobre la muerte, sino también sobre el diablo y el pecado. Muchos misioneros a lo largo de los siglos se expusieron a las enfermedades y a las luchas tribales con tal de llevar el Evangelio a los que vivían en la superstición y en la oscuridad de su pecado. Lo hicieron porque sabían que valía la pena el sacrificio. Ellos confiaban en la recompensa que recibiremos todos los hijos de Dios. Esa recompensa no la logran nuestros esfuerzos, sino el esfuerzo de Cristo. ¿Nos damos cuenta cuánto nos ama Dios? ¿Hasta dónde el mismo Dios, en Cristo, se ha sacrificado para que nosotros podamos despedirnos de este mundo con esperanza inconmovible?
¿Sabes, estimado oyente, que el final de esta vida no es el final de la vida? ¿Cómo? Dios no tiene final. En su plan de creación y salvación, nuestro Dios termina algunas cosas para darnos cosas nuevas. Termina con la angustia, la incertidumbre, los miedos, los dolores y el sufrimiento, las discordias y el odio y aún la muerte. Y la forma de terminar con la muerte es venciéndola en Cristo y aplicando su poder en nosotros para que por su Espíritu Santo seamos levantados a la vida nueva. En la eternidad, seremos el fruto de la semilla que es Cristo. Seremos el fruto de su obra redentora, de su misericordia. Y tendremos nuestro propio esplendor. Dice una popular canción cristiana: «Muchos resplandores, solo una luz, es la luz de Cristo».
Estimado amigo, si quieres saber más sobre la esperanza cristiana y sobre la restauración total que Dios hará al final de los tiempos, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.