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ALIMENTO DIARIO
Cuando los ángeles volvieron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «Vayamos a Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha dado a conocer.» Así que fueron de prisa, y hallaron a María y a José, y el niño estaba acostado en el pesebre. Al ver al niño, contaron lo que se les había dicho acerca de él (Lucas 2:15-17).
José y la madre del niño estaban asombrados de todo lo que de él se decía. Simeón los bendijo, y a María, la madre del niño, le dijo: «Tu hijo ha venido para que muchos en Israel caigan o se levanten. Será una señal que muchos rechazarán y que pondrá de manifiesto el pensamiento de muchos corazones, aunque a ti te traspasará el alma como una espada» (Lucas 2:33-35).
¡Que alaben al Señor todos sus fieles! ¡Que lo alabe Israel, su pueblo cercano! ¡El Señor ha dado poder a su pueblo! (Salmo 148:14).
¡Alabado sea el nombre del Señor! El Señor dio una orden, y todo fue creado. Todo quedó para siempre en su lugar; el Señor dio una orden que no se debe alterar (Salmo 148:5-6).
Cuando Herodes vio que los sabios lo habían engañado se enojó mucho y, calculando el tiempo indicado por los sabios, mandó matar a todos los niños menores de dos años que vivían en Belén y en sus alrededores (Mateo 2:16).
Del Señor son las bases de la tierra; sobre ellas ha afirmado el mundo. El Señor vigila los pasos de sus fieles, pero los impíos mueren en medio de las tinieblas, porque nadie triunfa por sus propias fuerzas (1 Samuel 2:8b-9).
El Señor quiebra los arcos de los poderosos y reviste de poder a los débiles… El Señor da pobreza y riqueza; el Señor nos humilla y nos enaltece (1 Samuel 2:4,7).
En su oración, Ana dijo: «En ti, Señor, mi corazón se regocija; en tu nombre, mi fuerza es mayor. Ahora puedo burlarme de mis enemigos porque me regocijo en tu salvación. Nadie es santo como tú, Señor. Fuera de ti, no hay nadie más. No hay mejor refugio que tú, Dios nuestro (1 Samuel 2:1-2).
[El Señor] Socorrió a su siervo Israel, y se acordó de su misericordia, de la cual habló con nuestros padres, con Abrahán y con su descendencia para siempre (Lucas 1:54-55).
Señor, tú fundaste la tierra en el principio, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces para siempre. Todos ellos se desgastarán como un vestido; los enrollarás como un manto, y quedarán cambiados; pero tú eres el mismo, y tus años no tendrán fin (Hebreos 1: 10-12).