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PARA EL CAMINO
TEXTO: Lucas 24:1-12
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
Como vamos a tratar una historia irrepetible, producida por Dios, vamos a buscar el contraste con lo que la humanidad piensa de la historia. Escuchamos a menudo, y hasta lo estudiamos en la escuela, que “la historia se repite”. Así, vemos a la historia como un círculo, como un eterno retorno de la vida a lo mismo.
Me permito citar a Mark Twain, escritor estadounidense de quién aprendí en las clases de literatura en la escuela secundaria: Él dice: “La historia no se repite, pero a menudo rima”. Esta frase toma un significado especial que nos recuerda que, aunque los detalles, las circunstancias y las personas cambian a través de la historia, generalmente la esencia de los acontecimientos cronológicos se recicla.
El ejemplo más común en la esfera política es que en muchos países se siguen eligiendo gobiernos que no benefician a sus gobernados, y oímos decir: “Otra vez tenemos más de lo mismo”. También, cuando estudiamos la historia de la humanidad aprendemos que uno de los factores más poderosos en cambiar la historia han sido las guerras. Muy lamentable, porque las guerras destruyen en lugar de propiciar la paz y el progreso. Cuando leemos sobre la historia de los grandes imperios de la antigüedad, (los persas, los egipcios, los griegos, los romanos) vemos cómo los esclavos seguían en su misma condición, solo cambiaban de dueño. Un imperio repetía las mismas atrocidades que los anteriores.
En la Biblia también tenemos historias que se repiten, historias de desobediencia a Dios, de cautiverio, de reyes y jueces incapaces o corruptos que hacían sufrir al pueblo. En el libro de Eclesiastés, el rey Salomón, provisto de sabiduría de lo alto, se expresó con estas palabras: “¿Qué sucedió antes? Lo mismo que sucederá después. ¿Qué se hizo antes? Lo mismo que se hará después. No hay nada nuevo bajo el sol” (Eclesiastés 1:9, versión Palabra de Dios Para Todos).
¿Por qué ese pensamiento –algo pesimista– del rey Salomón? Porque en su sabiduría entendió que la historia se repite, que los errores se repiten, que somos duros y tercos para entender. Alguien dijo: “Repetimos aquello que no reparamos”. Nosotros tenemos experiencia en esto, porque muchas veces repetimos aquello que no reparamos. Si tenemos deseos de venganza, si cargamos con rencores, si somos apáticos y causamos malestar entre quienes nos rodean, seguiremos repitiendo todo el tiempo lo mismo, a menos que alguien nos ayude a hacer una reparación.
Hoy estudiamos una historia única en el mundo, que no había ocurrido jamás y que no volverá a ocurrir: La historia de la resurrección de Cristo. Hay algunos relatos en las Sagradas Escrituras sobre resurrecciones realizadas por Elías en el Antiguo Testamento, por San Pablo en el Nuevo Testamento y, por supuesto, por el mismo Jesús. Pero esas resurrecciones fueron temporales, porque todos los que habían sido devueltos a la vida volvieron a morir.
La historia de la resurrección de Cristo es irrepetible, y sus consecuencias no son de tragedia ni de destrucción, sino de beneficio temporal y eterno para el creyente. Que la resurrección de Cristo sea un acontecimiento irrepetible es del más grande significado. La Carta a los Hebreos en el Nuevo Testamento afirma que “Jesús es el sumo sacerdote que necesitábamos tener: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y exaltado por encima de los cielos. No es como los otros sumos sacerdotes, que diariamente tienen que ofrecer sacrificios, primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo. Jesús hizo esto una sola vez y para siempre, cuando se ofreció a sí mismo” (Hebreos 7:26-27).
Cuando las mujeres fueron al sepulcro pensaron que estaban haciendo una historia repetida. Se muere un familiar y lo que hay que hacer es ungir el cuerpo del muerto con especias aromáticas. Era lo que todo el pueblo hebreo hacía desde hace años. Siempre la misma historia. Pero, al final de los cuatro evangelios, la historia de Dios fue muy diferente. Durante la historia de los romanos en Palestina, las crucifixiones eran historias cotidianas. ¿Qué cambió ahora? La piedra de más o menos una tonelada de peso había sido removida, se pudo entrar al sepulcro sin ningún esfuerzo, pero el cuerpo no estaba. La mente de las mujeres empezó a hacer remolinos. ¿Qué es lo que está pasando aquí? Dios estaba cambiando la historia. O, mejor dicho, escribiendo una historia única e irrepetible.
Y como Dios no deja a nadie con la boca abierta y la mente confundida y el corazón latiendo a más no poder, completa la escena enviando a dos varones con ropas resplandecientes. Otra sorpresa enorme. Y estos varones hablan. Tienen una pregunta y una respuesta: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. ¡Ha resucitado!” Las mujeres ya se habían dado cuenta de que Jesús no estaba ahí, pero ¿qué hubiera resucitado? Nunca escucharon algo así, o tal vez sí. Los dos mensajeros de Dios les tuvieron que refrescar la memoria. Les dijeron: “Acuérdense de lo que les dijo cuando aún estaba en Galilea: “Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado. Pero al tercer día resucitará”. Y ellas, se acordaron de las palabras de Jesús. Seguramente, cuando Jesús les había hablado de estas cosas, no lo entendieron, lo dejaron pasar. Con los discípulos fue igual. Al menos tres veces Jesús les repitió que Él tenía que ser entregado a los gentiles, ser muerto, y que al tercer día resucitaría. Pero cuando uno no quiere creer, no cree, hasta que el resucitado cumple con lo que había profetizado.
Qué importante es esta parte de la historia, el tener que ser recordados de las palabras de Dios, de sus profecías, de sus promesas. Tanto el anuncio de su muerte y resurrección como todas las otras cosas que Dios profetizó y prometió no eran posible de creer si no había la fe que daba el Espíritu Santo. El mismo Jesús dijo momentos antes de su muerte: “Pero el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, los consolará y les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho”. Y aquí se cumplió esta promesa. El Espíritu Santo abrió el corazón de estas mujeres y les refrescó la memoria, y la palabra de Dios obró el milagro de la fe.
Sin tiempo que perder, las mujeres se volvieron del sepulcro. Quién sabe qué pasó con todos los kilos de hierbas aromáticas que habían llevado. Ahora no las necesitaban. La historia tomó otro rumbo. Y, como era más o menos de esperar, los apóstoles no le creyeron. Con ellos también estaban otras personas, quienes escucharon una historia nueva. Pedro y Juan salieron corriendo hacia el sepulcro para corroborar con sus propios ojos lo que las mujeres contaron. El lugar estaba desolado. Los varones con ropas resplandecientes no estaban más. La ropa mortuoria de Jesús estaba ordenadamente puesta sobre la piedra en la que el cuerpo muerto de Jesús había sido colocado. Pero se volvió pasmado, sin saber todavía cuántas sorpresas más tendría ese día. La Escritura nos dice que Jesús, en algún momento se le apareció a Pedro ese mismo día. Luego se apareció a dos discípulos que regresaban de Jerusalén a su casa en Emaús. Y, por último, esa misma noche, moviéndose con agilidad divina, Jesús se les apareció a todos los que estaban reunidos en la casa, bajo llave, por miedo a los judíos que habían llevado a Jesús a la crucifixión.
No leemos en ninguna otra parte de la Biblia o de la historia secular de un acontecimiento semejante. La crucifixión, muerte, y resurrección de Jesús fue un hecho único e irrepetible. La resurrección de Cristo es irrepetible porque reparó la relación de los seres humanos con Dios. Dios no recicló nada. Dios cumplió lo que había prometido en los primeros días de la creación cuando les anunció a Adán y a Eva que Él iba a enviar un salvador. La resurrección de Cristo es el cumplimiento de esa promesa que se fue repitiendo una y otra vez al pueblo elegido hasta el día de su cumplimiento.
Sí, Dios renovó esa promesa una y otra vez repitiéndola de muchas maneras. Porque su pueblo tiene mala memoria. Solo hace falta que acontezca una desgracia o que algo no salga como hemos planeado para dudar de que Dios realmente se interesa por nosotros. Tenemos que volver al sepulcro, a verlo vacío, a ver que Dios es capaz de lo imposible, y que hasta puede vencer la muerte.
¿Qué significa esta historia para nosotros? ¿Por qué es tan única y tan celebrada? Porque la muerte y resurrección de Jesús nos reconcilió con Dios. El Hijo santo de Dios entregó su vida para reparar para siempre nuestra relación con Dios. El Espíritu Santo, que Dios envía a todos sus hijos, nos recuerda las palabras y la acción amorosa de Jesús de entregarse a la muerte en nuestro lugar. Sin esta historia irrepetible, todavía estaríamos en nuestros pecados y no tendríamos ni paz ni esperanza ni cielo abierto a la gloria de Dios.
Las mujeres fueron a buscar a Jesús al lugar de los muertos. Allí donde lo habían visto por última vez. Pero no lo encontraron, porque Cristo vive.
¿Dónde buscamos a Dios? ¿Para qué lo buscamos? Son preguntas sobre las cuales nos conviene reflexionar. Si estas leyendo o escuchando este mensaje, estimado amigo, es porque el Espíritu Santo te trajo a recibir las palabras: “No está aquí. Ha resucitado”. Cristo ha cambiado tu historia para siempre.
Pero te diré que aunque la tumba esté vacía y Jesús haya ascendido, Él sigue viniendo, se nos “aparece” como se apareció a los discípulos el día de su resurrección. Jesús viene en cuerpo y sangre cada vez que nos reunimos en su nombre y escuchamos su Palabra y celebramos la Santa Comunión. Jesús viene a nosotros cada momento que, por la lectura de la Escritura, recordamos lo que nos dijo: “Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado. Pero al tercer día resucitará”.
Cristo viene a nosotros para cambiarnos totalmente. Su obra en la Cruz no hace un simple reciclado, sino una nueva creación. ¡Somos nuevas criaturas! Nuestros pecados son perdonados, nuestros miedos dejan lugar a la paz que sobrepasa todo entendimiento, nuestra muerte lleva la promesa de la resurrección final y la entrada a la eternidad gloriosa con Dios.
Estimado amigo, es mi oración que la reconciliación que Cristo obró por ti te reafirme en la fe y en la esperanza de la vida eterna, y te anime a ser un mensajero para traer, en nombre de Dios, la reconciliación entre aquellos que te rodean. Te invito también a que, si tienes oportunidad, participes de la reunión semanal de creyentes para escuchar la Palabra de Dios y celebrar la Santa Comunión. Y si quieres más información sobre la obra de Cristo por ti, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.