PARA EL CAMINO

  • Los que murieron en Cristo están vivos

  • noviembre 10, 2019
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • Notas del sermón
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 20:27-40
    Lucas 20, Sermons: 2

  • Los versículos precedentes al texto (Lucas 20:19-26) nos muestran que los fariseos habían venido a tentar a Jesús con una pregunta sobre los impuestos. Parecía, a simple vista, una pregunta legítima. ¿Quién no quiere saber cómo pagar menos impuestos o cómo liberarse de pagarlos? Pero la pregunta era solo una trampa para sorprender a Jesús ante el pueblo y así desacreditarlo. Los fariseos sentían que Jesús les estaba socavando su liderazgo. Pero no tuvieron suerte. Jesús fue más astuto que ellos. Jesús no defraudó al pueblo que lo escuchaba con atención.

    Y ahora vienen los saduceos, el mismo día, a poner a prueba a Jesús. Estos eran el segundo grupo más grande de la región y, aunque aceptaban la ley de Moisés, eran bastante escépticos en los temas espirituales. No creían en los ángeles ni en espíritus ni en la resurrección de los muertos. Ni siquiera esperaban a un Mesías. Solo creían en lo que podían tocar y oler, en lo palpable y en lo lógico. Demostraron su vacío espiritual y su chatura religiosa con la pregunta supuestamente inocente que le hicieron a Jesús. Los saduceos, así como los fariseos, estaban celosos de que Jesús fuera tan popular y llamara tanto la atención del pueblo. Jesús sumaba seguidores mucho más rápidamente que ellos. Estos líderes religiosos desafiaban la autoridad de Jesús. Notaban que el Señor les estaba sacando su lugar, sus privilegios.

    Los fariseos y saduceos me hacen pensar en cuando éramos niños. En nuestra infancia desafiábamos la autoridad de nuestros padres y superiores. Desobedecíamos porque queríamos salirnos con la nuestra, no queríamos que alguien nos indicara nuestra forma de vivir. Hasta en ciertos momentos nos tirábamos al piso llorando y pataleando para ver si podíamos conmover a papá o a mamá, y así lograr de ellos lo que queríamos. Tal vez no nos acordemos de esos incidentes, o tal vez preferimos no recordarlos, pero solo hace falta pasar por un mercado, donde las mamás luchan con sus niños frente a la góndola de juguetes o de golosinas, para ver que nada ha cambiado.

    Los fariseos no se tiraban al piso en un acto de rabia, pero se indignaban con facilidad y se arrancaban la ropa en señal de protesta. Jesús tuvo que soportar todas esas chiquilinadas y oposición. Como padre espiritual de todos esos «niños» rebeldes y desobedientes, Jesús seguramente se sintió dolido en su corazón al ver tanto escepticismo, tanta incredulidad y ceguera espiritual. Con paciencia les dice a los saduceos: «El error de ustedes es que no conocen las Escrituras ni el poder de Dios» (Mateo 22:23). Con esta frase, que el evangelista Mateo agrega a este encuentro de Jesús con los saduceos, entramos nosotros en escena.

    Nos presentamos ante el Señor con nuestra ignorancia de las Escrituras, nuestro escepticismo ante las cosas que no podemos palpar, ver y oler con nuestras propias narices. Nos presentamos con nuestras fantasías acerca del más allá. Nadie a vuelto, decimos, para contarnos cómo son las cosas del otro lado de la muerte.

    Y tenemos que reconocer que no conocemos suficiente de la Escritura y que también tentamos a Dios cuando dudamos de todas las grandezas que él quiere darnos gratuitamente. ¡Gracias a Dios por su Hijo Jesús! Él sí que sabe las Escrituras, él las entiende y las aplica a sí mismo y a nosotros. Por nosotros mismos tal vez no nos hubiéramos dado cuenta de que Moisés enseñó que Abrahán, Isaac y Jacob están vivos. Según Moisés y Jesús, las almas de estos patriarcas están en este mismo momento con el Señor, esperando la resurrección del cuerpo el día final.

    Así afirma Jesús: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven» (v 38). Jesús sabe sobre la muerte y la resurrección y la vida del más allá porque él vino del más allá y porque experimentó la muerte y la resurrección. Jesús habla, predica y convence, porque tiene conocimiento de causa.

    ¿Cuáles son nuestras ideas con respecto a Dios y al más allá? Hay dos elementos que nos dan información sobre Dios y la vida después de la muerte: nuestras fantasías y la Palabra de Dios. Ya hemos visto lo ridículo de la historia que inventaron los saduceos para presentarle a Jesús. Cuando no creemos en lo que las Santas Escrituras dicen, inventamos ideas y situaciones para llenar el vacío que producen la incredulidad y la falta de conocimiento. Así, nos imaginamos una vida en el cielo sentados sobre una nube tocando el arpa… ¡por toda la eternidad! Me rehúso a pensar en una vida eterna con Dios tan aburrida. Antes bien, espero la sorpresa que vendrá con mi resurrección: porque Dios no defrauda.

    Jesús no nos dejó librados a nuestras propias fantasías. En esta historia con los saduceos explica cómo es la vida después de la muerte para los hijos de Dios: «No se casarán ni se darán en casamiento, porque ya no podrán morir, sino que serán semejantes a los ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección» (vv 35-36).

    El tema de la vida después de la muerte siempre ha sido cuestionado, incluso por algunos creyentes en los primeros días de la iglesia. A San Pablo le sorprendió que en la congregación cristiana de Corinto algunos no creyeran en la vida después de la muerte. A ellos les escribe: «¿Cómo es que algunos de ustedes dicen que los muertos no resucitan? Porque, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, nuestra predicación no tiene sentido, y tampoco tiene sentido la fe de ustedes… pero el hecho es que Cristo ha resucitado de entre los muertos, como primicias de los que murieron» (1 Corintios 15:12-14, 20).

    Los saduceos que fueron a probar a Jesús seguramente no tenían ni idea de que iban a tocar el tema fundamental de la fe cristiana, el propósito por el cual Dios el Padre envió a su Hijo al mundo y por el cual el Espíritu Santo hizo escribir todas estas promesas de resurrección.

    La resurrección de Jesús es un adelanto de nuestra propia resurrección. ¿Cómo será vivir sin tener que preocuparse por el tiempo que pasa? Porque ya no habrá tiempo: habrá eternidad. No tendremos los días contados, ni los miedos que nos persiguen en esta vida, ni pecado, ni incertidumbres, ni dudas. Jesús no describe mucho más la vida después de la resurrección porque nuestra mente contaminada por el pecado no puede soportar la grandeza de lo que tendremos una vez que estemos ante la presencia de Dios.

    Sin embargo, para nuestro consuelo y fortalecimiento, y para animarnos a seguir adelante con alegría, el Espíritu Santo le abrió una ventanita del cielo al apóstol Juan. Juan describió en el Apocalipsis su diálogo con uno de los ancianos respecto de los muertos perdonados en espera de la resurrección final.

    Escribe Juan: «Entonces uno de los ancianos me dijo: ‘Y estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son? ¿De dónde vienen?’ Yo le respondí: ‘Señor, tú lo sabes.’ Entonces él me dijo: ‘Éstos han salido de la gran tribulación. Son los que han lavado y emblanquecido sus ropas en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, y le rinden culto en su templo de día y de noche; y el que está sentado en el trono los protege con su presencia. No volverán a tener hambre ni sed, ni les hará daño el sol ni el calor los molestará, porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los llevará a fuentes de agua de vida, y Dios mismo secará de sus ojos toda lágrima'» (Apocalipsis 7:13-17).

    Solo Dios, creador de la vida, nos dice la verdad sobre la resurrección y la vida eterna.

    Si de alguna manera te podemos ayudar a fortalecer tu fe en la resurrección de los muertos, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.