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PARA EL CAMINO
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
En los versículos anteriores al texto que estudiamos hoy, Jesús cierra el milagro de la curación de los leprosos con estas palabras: «Levántate y vete. Tu fe te ha salvado» (Lucas 17:19). La fe es esa cosa etérea, tan espiritual que es difícil describirla con palabras, pero tan importante como para ser el fundamento de la espiritualidad y la teología de las iglesias protestantes. Ellas profesan como el artículo número uno de su confesión de fe el tan conocido versículo de Romanos 1:17: «El justo por la fe vivirá«.
Esa cosa etérea, incorpórea, es el regalo más preciado de Dios a sus hijos redimidos: porque por la fe, y bajo la guía del Espíritu Santo, nos conectamos con todas las demás bendiciones de Dios, y hasta con Dios mismo. Me impresionan, y me dejan un sabor triste, las palabras con las que Jesús cierra la enseñanza de hoy: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?» (v 8). La fe es lo más importante. Fijémonos que Jesús NO dice: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará honestidad en la tierra? ¿Encontrará amor? ¿Encontrará paz?», sino que pregunta: «¿Encontrará fe?» Porque se avecinan tiempos difíciles, tiempos de mucha tentación y de peligro para la fe de los creyentes.
La iglesia primitiva vivió la lucha espiritual y las tentaciones con toda intensidad. Los discípulos de Jesús, mientras andaban con él, estaban siendo preparados para lo que se venía. En las Sagradas Escrituras notamos cuánto se ocupó Jesús de que sus discípulos no descuidaran la fe que habían recibido. Cuando Jesús anuncia la negación de Pedro la noche en que sería entregado, le dice: «Simón, Simón, Satanás ha pedido sacudirlos a ustedes como si fueran trigo; pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe» (Lucas 22:31-32a). Los discípulos iban a ser tentados en gran manera. Necesitaban fortalecer su fe.
Vamos a notar ahora cómo Jesús nos llama a todos a cuidar y a fortalecer la fe para no ser tentados a abandonar a Dios y sus beneficios. En uno de los momentos culminantes de la pasión de Jesús, mientras él oraba para hacer frente a la traición y crucifixión, le dijo a tres de sus discípulos: «Manténganse despiertos, y oren, para que no caigan en tentación.» Y claro, es que los había encontrado dormidos.
La parábola que vemos hoy nos hace ver cuánta importancia le dio Jesús a nuestra vida de fe y de oración. Ante las tentaciones, nada mejor que acudir al Padre celestial en oración. Y como no sabemos cuándo vamos a ser tentados a desconfiar de Dios y de su amor por nosotros, necesitamos estar en oración siempre. San Agustín, uno de los padres de la iglesia del siglo cuarto, dijo respecto de este tema: «La fe engendra oración y la oración obtiene el fortalecimiento de la fe… La tentación avanza donde la fe le da vía libre, y la fe avanza en la medida en que la tentación le deja vía libre» (La Biblia de la Reforma p 1739, nota a Lucas 18:1).
Los discípulos fueron tentados por amenazas, burlas, oposición y el descreimiento de la sociedad que los rodeaba. No es diferente para nosotros. En la medida en que nos acercamos al último día, las tentaciones sobre los cristianos parecen multiplicarse. Cierto, son más sutiles; pero no por eso dejan de ser mortíferas. Nos basta con que recibamos un mala noticia del médico para elevar los ojos al cielo y cuestionar la sabiduría y el amor de Dios. Sin una fe sólida en el Señor Jesucristo entramos en pánico ante algunas adversidades que nos dejan pensando en que no vale la pena el sacrificio de creerle al Señor. ¡Como si de verdad el creerle a Dios fuera un sacrificio! El único que hizo un sacrificio sin igual fue Jesucristo, quien para poder enfrentar la crucifixión cayó de rodillas en el Getsemaní y se dirigió a su Padre en oración.
El ejemplo de Jesús nos motiva y su enseñanza nos muestra cómo hacerlo. Había un juez malo, dijo Jesús, de la peor calaña, corrupto hasta la raíz, a quien no le importaban ni Dios ni las personas, mucho menos las viudas que no tenían un centavo siquiera para pagarle algún soborno. Pero ese juez, corrupto y todo, finalmente, y para no ser molestado más, para que la viuda dejara de importunarlo, le hizo justicia. Entonces, dice Jesús, si un hombre tan malo puede hacer justicia, cuánto más Dios que es bueno de raíz, justo y equitativo, que ama a todas las personas del mundo, hará justicia con nosotros.
Y nosotros estamos entre todas las personas del mundo que se benefician de la bondad de Dios y de su justicia. Pero los redimidos no somos personas cualquieras. Aunque vulnerables como la viuda, somos los elegidos de Dios. Él nos eligió en Cristo desde antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4). Si un juez malo, corrupto y desinteresado puede hacerle justicia a la persona más vulnerable de Israel, ¡cuánto más nuestro buen Dios les hará justicia a sus elegidos!
Y sin mucho preámbulo, poco tiempo después Jesús hizo justicia. Derrotó al tentador número uno, al corrupto y malvado diablo, y desde la cruz pagó el precio que Dios exigía para darnos a nosotros la fianza y salir libres de culpa y cargo. Días después, al salir de la tumba, Jesús venció la muerte y se mostró a los suyos como el gran triunfador.
Nosotros seguimos de este lado de la muerte. En nuestro camino por la vida no nos espera una crucifixión como la de Jesús, pero sí una tumba abierta. De esa manera Dios, el juez santo, nos hizo justicia. Porque la justicia de Dios también perdona. Mientras tanto, tenemos cruces más pequeñas que llevar, las consecuencias de nuestros propios pecados y aun las consecuencias de los pecados de los demás. No nos faltan tentaciones para abandonar la fe. Por eso Jesús nos insiste: «Manténganse despiertos, y oren, para que no caigan en tentación.»
Y todavía insiste un poco más. Quiere que cambiemos nuestro entendimiento de Dios Padre. Él no es un Dios despreocupado que considera nuestras oraciones una molestia. Dios Padre quiere estar ocupado escuchándonos y respondiendo a nuestro clamor. Después de todo, somos sus elegidos. Dios hace causa común con nosotros. ¡No lo importunamos nunca! Dios nunca nos dirá: «¿Tú otra vez? ¿No me pediste esto ya varias veces?» ¡De ninguna manera! Dios piensa: «Me gusta escucharte, y me gusta mucho más cumplir mi promesa de aumentar tu fe para que sigas firme hasta ser recibido por mis ángeles en mi casa eterna.»
Tal vez, solo tal vez, estimado oyente, cuestiones estas grandes promesas de Dios porque por experiencia sabes que Dios no siempre contesta tus oraciones. Al menos no las contesta en la forma en que esperabas. Tengo la misma experiencia. Me remito entonces a lo que escribió Santiago: «[Ustedes] cuando piden algo, no lo reciben porque lo piden con malas intenciones, para gastarlo en sus propios placeres» (Santiago 4:3). Tal vez no pedimos para nuestros placeres, pero pedimos por alivio en el dolor, o que Dios nos permita tener el trabajo que queremos o que restaure las relaciones que se rompieron, y la respuesta divina no alcanza a satisfacernos. Ante estos pensamientos y dudas, Jesús nos dice en Lucas 11:13, «Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!» Y en el Evangelio de Mateo Jesús reitera este pensamiento diciendo: «Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan!» (Mateo 7:11).
Estimado oyente, te invito a ser insoportablemente inoportuno con Dios. Nunca pienses que Él está demasiado ocupado para atender tus cosas. No pienses en que él no se interesa por tu bienestar espiritual. Cada cosa que le pidas, de acuerdo a su voluntad, la cual es mantenerte en la fe hasta el fin, Él te la dará. Cuando oras «en el nombre de Jesús», en su línea de pensamiento, o sea cuando oras por cualquier cosa que atañe al reino de los cielos, Dios no se tardará en responderte y te enviará el Espíritu Santo una vez más para afirmarte en la fe, para que ante las tentaciones, tu fe no te falte. Dios te enviará sus cosas buenas, las cosas santas que nosotros recibimos cuando escuchamos su Palabra y cuando comemos su cuerpo y bebemos su sangre en la Santa Comunión. Dios seguirá perdonando tus pecados porque esa es la cosa buena que se destila de la justicia que logró Jesús.
Sin ninguna duda podemos esperar que Dios responderá sin tardanza para enviarnos consuelo, alivio, y para afirmar nuestra esperanza en la vida eterna.
Habrás notado que el único arma de la viuda fue su persistencia. No tenía un centavo, había sido estafada, alguien había sido muy injusto con ella, no tenía compañía que fuera con ella a la casa del juez. Allí estaba ella, sola, desgraciada, pero persistente, hasta que logró que se le hiciera justicia.
Aquí estamos nosotros, tal vez no solos, tal vez no tan desgraciados, pero sin duda cargados con incertidumbres y quizás apesadumbrados por algún pecado que pensamos que Dios no puede perdonar. Pero esta es la buena noticia: Dios no solo puede perdonar y alentarnos en la fe, él quiere hacerlo, porque somos sus elegidos. El arma de la persistencia nos ayuda a ver nuestra necesidad del juez y Padre Santo. Nos ayuda a mirarnos a nosotros mismos para reconocer nuestra necesidad de arrepentimiento y de volver, una y otra vez, al trono del Padre, e importunarlo para pedirle las cosas buenas que él tiene para darnos de su tesoro celestial.
¿Tienes todavía cuestionamientos respecto de las cosas buenas de Dios? ¿Tienes preguntas respecto de cuáles son esas cosas del reino de los cielos que el Padre celestial no se tardará en responder? Si podemos ayudarte a encontrar una iglesia donde puedes escuchar la palabra de Cristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.