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PARA EL CAMINO
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
Tal vez pienses, estimado oyente, que esta enseñanza no tiene un mensaje para ti porque no eres rico, al menos no tan rico como este hombre de la parábola. Pero te animo a ver en esta parábola cómo Jesús pone en su debido lugar a todas las cosas que son importantes para nuestra vida.
San Lucas comienza el capítulo 12 diciendo que la gente se había reunido por millares de tal manera que se atropellaban unos a otros. Imagínate la escena: miles de personas intentando abrirse paso para ver a Jesús, pero seguramente, no solo para verlo, sino para ver qué podía Él hacer por ellos. Algunos traían enfermos, endemoniados, otros querían satisfacer su curiosidad respecto de Jesús y otros venían con profundas necesidades espirituales. Jesús, entonces, comienza a enseñarles, especialmente a sus discípulos.
En algún momento alguien se abrió camino para pedirle a Jesús que interviniera en una situación familiar. La herencia, esa dichosa herencia que muchas veces ha causado más malestar que bienestar en las familias. Cuando hay que repartirse algo, todos queremos un poco más que los demás. Aquí había un hermano que se aprovechaba de su derecho de ser el mayor para quedarse con todo. El hermano menor quería algo para sí. Suena justo, ¿verdad? Los líderes religiosos y jurídicos de Israel se encargaban de lidiar con estas situaciones. Tal vez este hombre pensó que honraba a Jesús en pedirle que intercediera por su causa. Pero su petición solo mostró cuán desubicado estaba. Jesús no vino para eso. La respuesta no muy amable de Jesús tal vez descolocó al hombre, pero eso fue parte del plan divino, porque tanto él, como los discípulos y como los miles que se reunían en torno a Jesús debían saber la verdad. Muchos buscaron a Jesús para mejorar alguna situación en sus vidas, pero no vieron la necesidad mayor.
Esta petición suelta que vino de cualquier parte genera una oportunidad para que Jesús trajera una enseñanza profundamente espiritual. Nosotros vemos, cada año, cómo algunas revistas especializadas en finanzas y economía siempre producen una lista de las personas más ricas del mundo. No falla, cada fin de año se nos refriega en la cara quiénes son aquellos que han “triunfado”, por decirlo de alguna manera, en la vida. Aquí, en esta parábola, Jesús nos muestra el problema de ser rico si no se sabe de dónde viene la riqueza y para qué se recibe.
Tener riqueza no es un pecado. Tener muchas riquezas no constituyó un problema para algunos personajes bíblicos que supieron hacer buen uso de ella. Baste como ejemplo Abrahán y el rey Salomón. Pero aquí, el rico de repente se volvió más rico, y abrumado por tanta abundancia, se le llenó el corazón de avaricia. Entonces se consultó a sí mismo. No consultó con sus empleados ni con sus amigos ni mucho menos con Dios. El confió en su conciencia, que demostró ser totalmente egoísta y avara. No pensó en el prójimo. Ni se le ocurrió que todo lo que recibía podía ser repartido entre los pobres y los enfermos. No tuvo en cuenta el segundo mandamiento más importante: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. No tuvo en cuenta que fue Dios quien creó la tierra que produjo y que envió la lluvia y levantó el sol cada mañana. Solo pensó en sí mismo sin tener en cuenta tampoco que él no era el dueño del tiempo, de los días y de las horas. ¡Mucho menos confió en que Dios se encargará del día de mañana!
Notemos cómo Jesús establece ese contraste enorme entre lo que dice el rico muy rico y Dios. El rico piensa: “Tengo guardado muchos bienes para muchos años”. Dios dice: “Necio, esta noche vienen a quitarte la vida”. ¡Qué desubicado este hombre! Y eso es lo que produce la avaricia. Por eso la advertencia de Jesús: «Manténganse atentos y cuídense de toda avaricia, porque la vida del hombre no depende de los muchos bienes que posea”.
La avaricia, y sus sinónimos la codicia y la ambición egoísta, son de naturaleza destructiva. En el caso de la parábola, la avaricia destruyó al hombre al vaciarlo espiritualmente. Las palabras necio o insensato que Jesús usa aquí quieren decir: desposeído de sentido. Ya habrás escuchado o dicho algo así como: Esto no tiene sentido. ¡Exactamente! Los planes del rico que se hizo más rico no tenían ningún sentido. El apelativo necio le describió muy bien.
Vemos ahora a una persona vaciada de sentido consultarse a sí misma. ¿Qué respondió? ¿Cuál fue su plan? Despreocuparse de la vida, de la suya y de la de los demás. La avaricia lo destruyó, y Dios lo llamó a juicio apenas unas horas más tarde. ¿Qué se llevó a la eternidad? Ya sabemos la respuesta.
¿Qué mensaje nos trae Jesús aquí a nosotros? No creo equivocarme en pensar que la mayoría de nosotros no estamos en condiciones económicas como para compararnos con este multimillonario de la parábola. Sin embargo, la advertencia amorosa y seria de Jesús se aplica a nosotros hoy: «Manténganse atentos y cuídense de toda avaricia, porque la vida del hombre no depende de los muchos bienes que posea”. ¿No es interesante que muchas veces medimos a las personas e incluso nos medimos a nosotros mismos y a nuestro bienestar por la cantidad de cosas materiales que poseemos?
El evangelio de Lucas, que registra un poco más adelante la parábola del hijo que pidió su herencia mientras su padre aún estaba vivo y fue y la malgastó en poco tiempo, muestra también al hermano mayor de este insolente derrochador enfadado, rencoroso, y lleno de envidia que no aceptó la invitación de su padre para participar del banquete que celebraba el regreso de su hermano. En estas dos parábolas Lucas nos muestra la importancia de nuestras actitudes. La forma en que tratamos a los demás, la forma en que los recordamos, y la forma en la que los tenemos en cuenta señala de qué fibra estamos hechos. En el caso del rico de la parábola la avaricia había destruido toda fibra espiritual. El avaro no vio a Dios ni a su prójimo, ni siquiera se vio a sí mismo como una persona necesitada del auxilio y el sostén divino.
Aquí aprendemos a ser ricos en otras cosas. Si la tierra, la lluvia, y el sol son dones de Dios, la empatía, el perdón, el amor que ayuda al necesitado, el consuelo que anima al enlutado, y el ánimo que trae fuerzas al quebrantado son los dones más preciosos y más ricos de Dios.
Quizá nos ayude ver cómo la Sagrada Escritura nos aclara que la vida es lo que somos y no lo que tenemos, pero ¡cuántas veces confundimos esto! ¿Valemos por lo que somos o por lo que tenemos? Uno vale por lo que se va a llevar a la vida eterna. Uno vale por lo que Jesús hizo por nosotros.
Cristo no se dejó desubicar por los miles que lo seguían cada cual con alguna necesidad diferente. No quiso tampoco ejercer la función de juez en asuntos familiares que, en verdad, podían ser resueltos mediante otros líderes dentro del pueblo. Para que Jesús pudiera poner todas las cosas en su lugar, Él tenía que permanecer en el lugar en el que su Padre lo había puesto. Jesús, que nació en la mayor pobreza, no le faltó familia que lo contuviera. Caminó por la tierra anunciando las riquezas de Dios, de las cuales Él cargaba en abundancia sobre su humilde naturaleza.
Cristo no tenía nada, pero era todo. Y porque era y es todo amor, se dejó llevar hasta la Cruz. Allí cargó sobre sus hombros la multitud de todos nuestros pecados y pagó por ellos el precio que Dios exigía: la muerte. En la Cruz y la muerte de Jesús está la riqueza de Dios que produjo frutos abundantes con su resurrección triunfante de los muertos. Jesús ocupó el lugar en la Cruz porque nosotros, aunque fuéremos crucificados, no podríamos nunca pagar por nuestra desobediencia.
Jesús nos pone en nuestro lugar, el lugar de los pecadores perdonados. Con su muerte y resurrección nos dio riquezas para que seamos ricos para con Dios. ¿Qué es eso de ser rico para con Dios?
Vamos a orientarnos un poco con lo que escriben los apóstoles. En 1 Timoteo 6:17 San Pablo le dice a su discípulo Timoteo: “A los ricos de este siglo mándales que no sean altivos, ni pongan su esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos”. Luego el apóstol Santiago les habla a los pobres y les dice: “Amados hermanos míos, escuchen esto: ¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres de este mundo para que sean ricos en fe y herederos del reino que él ha prometido a los que lo aman?” (Santiago 2:5).
Si tenemos riquezas materiales es para que las disfrutemos compartiéndolas con los que tienen necesidad y para que avancemos la obra misional de la Iglesia. Si tenemos riquezas espirituales, ¡y no debemos dudar de que las tenemos! porque Dios nos ha escogido para que, en Cristo, seamos ricos en fe y herederos del reino que Él ha prometido a los que lo aman.
Ser rico para con Dios es, en definitiva, compartir con el prójimo nuestro amor, tratarlo como Dios nos trata en su gracia, es proveer cariño, empatía, consuelo, alimento, y abrigo a quienes habitan un mundo caído en desgracia. Dios nos da cada día oportunidades para compartir lo que Él nos dio primero.
Estimado oyente, tú, como muchos otros son parte de una multitud que va detrás de Jesús esperando algo, esperando ver algo o recibir algo. Es mi oración que el Espíritu Santo abra tu corazón para que puedas ver las riquezas de la gracia de Dios en Cristo Jesús. Deja que Él ponga cada cosa en su lugar en tu vida. Él lo hace con amor mientras que con generosidad aumenta Sus riquezas espirituales en ti.
Es mi oración, estimado oyente, que este mensaje te anime a reordenar tus prioridades y te ayude a enfocarte en la maravillosa tarea de distribuir libremente y generosamente los dones que tu Padre celestial te ha entregado. Te aliento también a que, si tienes oportunidad, participes de la reunión semanal de creyentes para escuchar la palabra de Dios y celebrar la Santa Comunión. Y si quieres más información sobre la obra de Cristo por ti y su llamado a seguirle, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.