PARA EL CAMINO

  • El cielo en la tierra

  • noviembre 26, 2023
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • Notas del sermón
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 25:31-46
    Mateo 25, Sermons: 3

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Muy estimado oyente, tal vez alguna vez estuviste en un lugar tan lindo, con un paisaje tan encantador, que te motivó a decir: ‘¡Esto es un paraíso!’ Yo he tenido la oportunidad de visitar lugares que me han hecho decir: ‘¡Esto es un paraíso!’ A veces también he escuchado la frase: ‘Esto es un pedacito de cielo’. Lo contrario también se aplica cuando vivimos situaciones escalofriantes y vemos horrores de peleas y armas y fuego y destrucción y muerte. Entonces decimos: ¡Esto es un infierno! Un veterano de guerra me dijo una vez: ‘Yo voy a ir al cielo, porque ya estuve en el infierno’. Sentí una pena enorme por él y por todos los que van al infierno que hemos creado los hombres con nuestras guerras.

    Lo interesante es que hablamos del cielo y del infierno como si supiéramos algo de lo que va más allá de nuestra vida temporal, e indudablemente alguna idea tenemos, porque muchas veces usamos expresiones que se refieren al cielo y al infierno. Aunque en sus enseñanzas el Señor Jesús habló sobre estos dos lugares en la eternidad, en el texto para hoy vemos que esta vez elige un momento muy especial para hablar del cielo y del infierno, y de quiénes serán los que van a ir a esos lugares.

    Situémonos un poco en el momento. Falta poco para que Jesús sea traicionado, abandonado y crucificado. Las horas de su ministerio terrenal están contadas. Entonces Jesús pronuncia un largo discurso que tiene que ver con los últimos tiempos y con su regreso sorprendente para juzgar a las naciones y encaminar a algunos al cielo y a otros al infierno.

    Mateo nos deja bien en claro que Jesús volverá como Rey y Juez, y que congregará a todos los habitantes de la tierra ante su presencia. Cuando eso suceda, Jesús estará con todos los santos ángeles viendo cómo son traídas a él todas las personas que alguna vez vivieron en la tierra. ¿Puedes imaginarlo? ¡Cuántos miles de millones serán sacados del polvo de la tierra! Y en ese momento ya no habrá más oportunidad, ni excepciones, ni excusa, ni forma de escapar. Con mano santa, el Rey Jesús apartará a las ovejas de los cabritos. A las ovejas les dirá: vengan benditos de mi Padre, hereden el reino, porque ustedes me vieron desnudo y me abrigaron, me vieron enfermo y me asistieron. Me visitaron en la cárcel y me ayudaron en mi pobreza. Y aquí aparece el detalle importante: «Los justos preguntarán»: ¿Cuándo te vimos pobre o con hambre o en la cárcel? «Ah», dice Jesús, «ustedes hicieron esas obras de misericordia mientras estaban cuidando a los necesitados, a los indigentes, a los extranjeros y encarcelados. Todo lo que hicieron como expresión de su fe, lo hicieron en mi nombre y me lo hicieron a mí».

    Con esto aprendemos que servir al prójimo es la mejor forma de servir a Dios mismo. De ninguna manera Dios tomará en cuenta nuestras obras de misericordia en este mundo para darnos como premio el cielo. No debemos confundirnos con esto. Por eso Jesús dice: «Los justos preguntarán». Las ovejas son los cristianos que fueron hechos justos por la muerte y resurrección de Jesús. Los justos somos los que recibimos por gracia divina el perdón de nuestros pecados. ¿Para qué, entonces, hacer todas esas obras de caridad? ¿Para qué molestarnos en visitar a alguien en la cárcel o en el hospital, o para qué ayudar al pobre y al extranjero y al desnudo? No para ganarnos la salvación, sino porque Dios nos ha salvado. Dios quiere ver a su reino en acción a través de la iglesia. Es como traer un pedacito de cielo al infierno en el que viven muchas personas.

    Dios no nos pide nada que no podamos hacer. No dice estuve enfermo y me curaste, o estuve en la cárcel y me liberaste. No. Él dice: donde estuve y en la situación que estuve, me visitaste, me hiciste compañía, me diste lo que podías darme. Dios no nos pide grandes milagros sino simples actos de misericordia y empatía. Las obras de misericordia son, virtualmente, lo que todo cristiano es capaz de hacer motivado por la gracia de Dios.

    ¿Por qué dice Jesús que seremos juzgados de acuerdo a nuestras obras de misericordia? Porque esas obras de misericordia solo pueden hacerse mediante la fe. La fe no se queda quieta. La fe es activa en amor. Notemos que los «justos» se sorprenden de sus propias obras de amor (v 37). ¡No consideraron que sus obras de misericordia fueran tomadas en cuenta por el rey de los cielos y la tierra! Esa es la fe que obra sin esperar recompensa. Es la fe que obra por amor al prójimo. Este pasaje sobre el fin de los tiempos describe el segundo mandamiento más importante: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’.

    La iglesia antigua entendió muy bien el amor al prójimo y lo que significaba poner en práctica el reino de Dios aquí en la tierra. Tanto del Antiguo Testamento como de la enseñanza de Jesús y de los apóstoles, los cristianos de los primeros siglos entendieron que el servicio a Dios era el servicio al prójimo, y lo practicaron. En el libro de los Hechos de los Apóstoles tenemos el testimonio de que los primeros cristianos tenían todas las cosas en común y vendían sus propiedades para ayudar a los pobres.

    Así fue hasta el siglo tres, cuando el emperador Valeriano persiguió a los cristianos y decretó la muerte de los diáconos, obispos y hasta del mismo Pontífice. En ese tiempo Lorenzo, un diácono de la iglesia nacido en España, fue enviado a Roma a hacerse cargo de la ayuda y las ofrendas para los pobres, los huérfanos y las viudas. En el año 258 de nuestra era, el Pontífice de la iglesia universal fue asesinado por orden del emperador. Ese mismo emperador le prometió al diácono Lorenzo que salvaría su vida si le entregaba los tesoros de la iglesia. Lorenzo entonces, le mostró al emperador a los indigentes, los enfermos y los marginados. «Estos», dijo Lorenzo, «son los tesoros de la iglesia». Cuatro días más tarde Lorenzo fue martirizado.

    Lorenzo no se dejó matar para lograr la salvación, sino para no traicionar el pedido de Jesús de amar al prójimo. Tanto Lorenzo como todos los cristianos del mundo, somos los benditos del Padre celestial, los que seremos llevados al cielo para recibir no una recompensa, sino la herencia que Jesús nos adjudicó al precio de su vida. En el día del juicio final tal vez nos sorprendamos, como los justos en este pasaje bíblico, quienes preguntan: «¿Y cuándo te vimos desnudo o con hambre o en la cárcel?» Pero no tenemos que esperar al día del juicio para hacernos esta pregunta. Podemos comenzar hoy a ver al Señor Jesús en los encarcelados, los pobres, los indigentes, los enfermos, los solitarios, los tristes, los extranjeros, los angustiados, los desahuciados. A ellos, Jesús los llama: «Mis hermanos más pequeños». ¡Cuánta ternura se desprende de estas palabras de Jesús!

    El Rey Jesús tendrá a su lado izquierdo a todos las cabritos, a los que él no invita a entrar en la gloria eterna porque son los malditos. Ya sabemos muy bien lo que ocurre cuando Dios maldice algo. En Génesis tenemos la historia de cuando Dios confronta a Adán y a Eva por su desobediencia y le dice a Adán: «Puesto que accediste a lo que te dijo tu mujer, y comiste del árbol de que te ordené que no comieras, maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Te producirá espinos y cardos, y comerás hierbas del campo. Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste tomado; porque polvo eres, y al polvo volverás» (Génesis 3:17-19).

    Sabemos muy bien lo que es vivir en un mundo maldito, torcido, que solo piensa en lo malo. Experimentamos a diario el mal y la debilidad, y vemos la muerte rondando a nuestro alrededor. De este infierno terrenal y del infierno eterno nos liberó la sangre de Jesús. Los que rechazaron la obra de misericordia por excelencia, la entrega de Jesús por los pecadores de todo el mundo, serán apartados y enviados al infierno que Dios ya había preparado para el diablo y todos sus ángeles. Observemos que el Juez Cristo no dice: Serán apartados porque se convirtieron en asesinos, violadores, ladrones y genocidas. No, solo dice: porque me vieron con hambre y no me dieron de comer. En palabras de Jesús: «Todo lo que no hicieron por uno de estos más pequeños, tampoco por mí lo hicieron». Los incrédulos no pudieron hacer obras de misericordia porque rechazaron la gracia de Dios y le cerraron la puerta al don de la fe.

    Para concluir, tenemos que recordar que el día final vendrá. Aunque nosotros no sepamos cuándo, Dios lo tiene señalado. Mientras tanto, como benditos del Padre celestial, traemos las misericordias del cielo a aquellos que Dios ha puesto cerca de nosotros. Dios sigue mostrando entre nosotros su misericordia al mantener a su iglesia aquí en la tierra y al permitir que podamos reunirnos para nutrir nuestra fe con su Palabra, su cuerpo y su sangre.

    Apreciado oyente, si estás leyendo o escuchando este mensaje es porque la misericordia de Dios te alcanzó y te dio a conocer su amor mediante el sacrificio de Jesús por ti. Eres uno más de los benditos del Padre celestial. Es mi oración que puedas ver las oportunidades de practicar las misericordias de Dios con quienes están a tu lado, para que ellos puedan ver un pedacito del cielo que Dios tiene en la eternidad para todos sus hijos.

    Y si esta meditación ha despertado inquietudes en tu corazón y quieres compartirlas con nosotros, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.