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PARA EL CAMINO

“Dime con quién andas y te diré quién eres”—dice el famoso refrán.
Podemos aprender bastante acerca de las personas por la gente con la que anda. Por eso los padres y las madres les enseñan a sus hijos e hijas que no anden con mala compañía. Saben que las influencias nocivas pueden perjudicar el pensar y el carácter de las personas, llevándolas por malos caminos.
En el evangelio de hoy nos encontramos con Zaqueo, una persona cuya ocupación lo asocia directamente con cobradores de impuestos. Zaqueo era jefe de un grupo de cobradores, cuya función era recoger impuestos para el tesoro del Imperio romano. En aquellos días, los judíos consideraban pecadores a estas personas porque a menudo defraudaban a su propia gente para recoger más tributos de lo necesario. Oprimían a un pueblo judío que ya era pobre y vulnerable, robándoles lo poco que tenían para hacerse ricos. Abusaban de su poder para beneficiarse a sí mismos. Los cobradores de impuestos eran de mala fama, infames pecadores.
Al decirnos que Zaqueo era “un hombre rico” (Lucas 19:2), el texto implica que el cobrador seguramente se había beneficiado de prácticas corruptas. Además, al decirnos que Zaqueo era “jefe de los cobradores de impuestos” (v. 2), el texto resalta su posición de autoridad y poder, lo cual lo hace ver aún más responsable por el sufrimiento causado a personas defraudadas. Tiene sentido concluir que, a través del tiempo, por su estrecha asociación con el mundo de los infames cobradores y por su propio liderazgo en esta compañía, Zaqueo fue adquiriendo un carácter engañoso y llevando a cabo acciones fraudulentas.
“Dime con quién andas y te diré quién eres”. El pueblo le aplicó el refrán a Zaqueo. Si andas con cobradores de impuestos y además eres su jefe, te diré quién eres: un pecador. Y no solo un pecador, sino un pecador habitual, cuyo oficio diario consiste en la repetición de los mismos engaños y fraudes. Se trata de un pecador recurrente, de un infractor reincidente e incorregible. Un pecador sin conciencia, sin escrúpulos. Un pecador impenitente, sin posibilidad de redención.
De repente, ocurre un milagro. Jesús llega a la vida de Zaqueo. Jesús entró en Jericó y caminaba por la ciudad. Y allí estaba Zaqueo, quien tenía una gran curiosidad por ver al famoso Jesús del que seguramente había oído mucho. Sin embargo, Zaqueo no alcanzaba a verlo “por causa de la multitud” y porque además el hombre “era de baja estatura” (v. 3). Pero ni corto ni perezoso, Zaqueo con determinación “rápidamente se adelantó y, para verlo, se trepó a un árbol” (v. 4).
¿Por qué quiere Zaqueo ver a Jesús? ¿Qué tiene Jesús que le pueda servir a una persona que ya parece tenerlo todo? Después de todo, Zaqueo es rico y tiene poder. ¿Necesita algo más? Ciertamente, Zaqueo no es un ingenuo. Debe saber que es muy mal visto por los judíos, que en la opinión de la multitud es un traidor de su propia gente, que es una vergüenza para su familia, que es un pecador. ¿Quién sabe? De repente, Zaqueo busca asociarse con Jesús para obtener lo que todavía le falta, es decir, una buena reputación, el respeto de la gente. Si el refrán es cierto, de repente, Zaqueo puede decirle a los que le tienen baja estima que él anda con Jesús y por eso es una persona buena y confiable. De repente, Zaqueo no solo quiere riquezas y poder, sino también el prestigio, el renombre o la buena fama de una asociación con Jesús.
Pero en las cosas de Dios, el hombre no decide lo que necesita o quiere de parte de Jesús. Como reza otro famoso dicho, “el hombre propone, pero Dios dispone”. En última instancia, las razones iniciales que pudo haber tenido Zaqueo para querer ver a Jesús no son importantes. Lo que importa es lo que Jesús tiene en mente para este hombre. Dios dispone. Lo que cuenta es lo que Jesús quiere hacer en la vida de Zaqueo.
Para el asombro de todos, Jesús se dirige a Zaqueo y le dice: “Zaqueo, apúrate y baja de allí, porque hoy tengo que pasar la noche en tu casa” (v. 5). La multitud no está de acuerdo con este gesto amigable por parte de Jesús porque no ven a Zaqueo como merecedor de tal interacción. Nos dice el texto que los presentes “murmuraban, pues decían que Jesús había entrado en la casa de un pecador” (v. 7). ¿Cómo puede Jesús asociarse con un cobrador de impuestos, con un pecador de la talla de Zaqueo? ¿Cómo puede entrar a su casa, a un lugar que al igual que su habitante refleja su impureza, su pecaminosidad? De repente, la multitud tiene razón. Zaqueo no es un santo. Pero lo que piensa la gente no es importante. Lo que importante es lo que Jesús dice y hace. El hombre propone, pero Dios dispone.
Y lo que Jesús quiere es asociarse con Zaqueo, entrar en la casa de un pecador, morar en su corazón. Jesús le habla, gesto generoso. Quiere establecer una relación con un hombre que tiene riqueza material, pero es pobre de espíritu, un hombre que tiene poder y reconocimiento en su oficio, pero carece del amor y aceptación de los demás y de Dios. Jesús conoce a Zaqueo mejor de lo que Zaqueo se conoce a sí mismo. Jesús sabe cuál es su necesidad y quiere suplirla. Quiere salvarlo, entrar en su vida, purificar lo impuro, buscar y salvar lo perdido. En eso consiste el milagro: Jesús vino a salvar a gente como Zaqueo. Como bien lo dijo Jesús en otra ocasión: “Yo no he venido a llamar al arrepentimiento a los justos, sino a los pecadores” (Lucas 5:32).
El evento nos muestra cómo Jesús salva a pecadores. Primero, Jesús se dirige al pecador, lo convoca por medio de su palabra, se inserta en su vida, pasa tiempo con él. El texto enfatiza la determinación divina en las palabras de Jesús: “hoy tengo que pasar la noche en tu casa” (Lucas 19:5). Esta determinación nos recuerda que la voluntad primaria de Jesús no es condenar al pecador, sino salvarlo de sus pecados. Al escuchar a Jesús, Zaqueo responde a su llamado y lo recibe de forma alegre. El texto nos dice que “Zaqueo bajó de prisa [del árbol], y con mucho gusto recibió a Jesús” (v. 6). Esta es la respuesta de la fe que recibe gozosamente el don de Dios en Cristo Jesús.
Al asociarse con Zaqueo, Jesús entra en una relación con él. No le importa lo que la gente piense de su decisión y gesto. Jesús solo quiere salvar al pecador, llamándolo a la fe en Él y transformando su vida. Vemos con sorpresa cómo, a partir de su encuentro con Jesús, el carácter y las intenciones de Zaqueo cambian completamente. Empieza a mostrar frutos de arrepentimiento, los cuales reflejan un corazón contrito y humilde: “Señor, voy a dar ahora mismo la mitad de mis bienes a los pobres. Y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces más lo defraudado” (v. 8).
Al recibir la bondad de Dios en Cristo Jesús, Zaqueo refleja esa bondad en su vida y quiere compartir sus bienes con otros. Su carácter toma la forma de la actitud de Jesús, quien, aunque era rico se hizo pobre para darnos la riqueza de su salvación (véase 2 Corintios 8:9). “Dime con quien andas y te diré quién eres”. Zaqueo ahora anda con Jesús, es su discípulo. Y su carácter refleja la generosidad de su Señor. Ya Zaqueo no quiere abusar de su poder para oprimir a otros, sino que quiere usar su influencia para servir a su gente, reflejando así la actitud de su Señor, quien no viene al mundo para ser servido sino para servir y dar Su vida por otros (véase Mt. 20:28).
Al asociarse con Zaqueo, Jesús restaura la relación de este hombre con Dios y con Su pueblo. Jesús le dijo a Zaqueo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues este hombre también es hijo de Abrahán” (v. 9). Estas palabras declaran a Zaqueo como un “hijo de Abrahán,” una declaración muy significativa porque muestra cómo alguien que era visto por su pueblo como un traidor ahora es restaurado a su familia. Zaqueo ya no es la vergüenza de su pueblo, sino que es uno de ellos.
La declaración de Jesús también es importante porque muestra que la salvación de Zaqueo restaura su relación con Dios. Jesús lo justifica, lo declara libre de perdón, lo hace no solo hijo de Abrahán sino hijo de Dios por la fe en su Hijo Jesús. Recordemos que en la narrativa bíblica Abrahán fue declarado justo ante Dios por su fe en la promesa de que, mediante su descendencia, muchas naciones serían bendecidas. El apóstol Pablo enseña que la promesa de Dios a Abrahán se cumple por medio de la fe en Jesús ya que todos los que ponen su fe en Él son declarados justos por Dios y pasan a ser hijos espirituales de Abrahán y miembros de la familia de Dios (véase Gálatas 3:7-9). Al recibir a Jesús en su casa, Zaqueo pone su fe en Jesús y recibe Su promesa de salvación. “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”, declara Jesús. Al llamarlo “hijo de Abrahán”, Jesús identifica a Zaqueo como un creyente, quien al igual que Abrahán, es declarado justo ante Dios y libre de pecados por la fe en Su promesa de salvación.
Amigos en Cristo: La historia de Zaqueo es nuestra historia. Es la historia de un pecador que Jesús llama a una vida de arrepentimiento. Es la historia de un hijo de Dios que se había separado de su Padre y su gente, pero fue restaurado “porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). Es la historia de un hombre que al oír la palabra de Jesús pone su fe en Él, lo recibe con gozo en su casa y en su corazón. Es la historia de un pecador cuyo carácter y acciones reflejaban sus malas compañías, pero luego, después de su encuentro con Jesús, se convirtió en Su discípulo y siervo.
Zaqueo refleja la vida de todo discípulo de Jesús ayer y hoy. Jesús también nos llama a nosotros a morir al pecado, a recibirlo con gozo por la fe en Su promesa de salvación y a dar frutos de arrepentimiento en buenas obras para bien de nuestro prójimo en agradecimiento por la bondad que Dios nos ha dado en Cristo Jesús.
La historia de Zaqueo nos enseña que todo aquel que ande con Jesús no será defraudado. La salvación ha llegado a su casa. Y si quieres saber más sobre la historia de salvación de Cristo, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.