PARA EL CAMINO

  • ¿Cuánto cuesta ser discípulo de Jesús?

  • junio 29, 2025
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • Notas del sermón
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 9:57-62
    Lucas 9, Sermons: 4

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    Es una práctica muy común que cuando salimos de compras miramos con atención cuánto nos va a costar lo que estamos comprando. Un día de verano, decidí que tenía que cambiar mi vieja bicicleta así que fui a una tienda muy grande de bicicletas a fijarme qué es lo que había disponible. Había una que me gustaba, pero no tenía una etiqueta con el precio. Miro al vendedor que me seguía muy disimuladamente y eso bastó para que se me acercara y me hablara sin parar de lo fantástica que era esa bicicleta. Sin ser descortés, corté la conversación con la pregunta: ¿Y cuánto cuesta?

    Si alguna vez has llevado tu auto al taller mecánico, mientras te dan el diagnóstico, seguro estás pensando: ¿Cuál será el costo de este arreglo? Preguntas de este tipo nos hacemos a diario porque solo nosotros sabemos lo que podemos o estamos dispuestos a pagar.

    El pasaje de hoy nos habla del costo del discipulado. Hay que aclarar que Jesús no está vendiendo nada. Jesús simplemente está llamando a sus seguidores a hacer una obra que tiene un costo. De esto se trata en estos encuentros de Jesús con tres de sus seguidores. Te preguntarás tal vez qué es el discipulado. Es una pregunta de vital importancia, porque los cristianos estamos llamados a hacer discípulos, o a discipular. Jesús termina su ministerio en la tierra con esta comisión a sus seguidores: Vayan y hagan discípulos en todas las naciones. La Iglesia es, en definitiva, discipulado en acción. ¿Qué es entonces el discipulado? Es comunicar la buena noticia de que, en Cristo, Dios vino al mundo a salvar a los pecadores. Es bautizarlos y enseñarles todas las cosas que Jesús nos dejó como modelo de vida cristiana. La tarea de hacer discípulos es hermosa, transformadora, que trae reconciliación, perdón, y esperanza de vida eterna. ¿Cómo es posible que esta obra tan linda tenga un costo? Porque hay un enemigo, el maligno, que intenta con toda su astucia y poder apartarnos de ese enorme privilegio que Dios nos dio de llevar su Evangelio a todas las personas del mundo.

    Si queremos ver el costo de hacer las cosas como Dios quiere, solo miremos a Cristo, quien pagó el costo de nuestra redención con su propia vida. En esa tarea estaba Jesús, cuando ocurren estos encuentros con personas que lo seguían. En su último y definitivo viaje a Jerusalén, pasó por Samaria e intentó quedarse en alguna aldea con todos sus seguidores. Ofendidos los samaritanos porque Jesús no los representaba en su fe, le impidieron alojarse en su aldea. Se van, entonces, a otro lugar. Mientras tanto, mucha gente lo seguía. De entre ella, surge uno que se ofrece seguirlo, o sea, quiere ser considerado un discípulo. El hombre está conmovido, tiene ganas, según San Mateo esa persona es un escriba, alguien muy instruido en la ley de Dios y líder religioso del pueblo. Le hace a Jesús un ofrecimiento con valentía, sin retaceos, sin medir los riesgos. Tal vez fue demasiado impulsivo y no medió las consecuencias.

    Jesús le responde con respeto y profunda sinceridad de lo que significa ser un discípulo suyo. Se pone Él como ejemplo, Él, que dejó atrás el cielo, la gloria eterna, la intimidad de los ángeles en la casa de su Padre celestial, no tenía dónde recostar su cabeza. No se llevaba una almohada con Él, ni una mochila con una camilla. No sabía adónde encontraría un lugar para ducharse o comer o dormir sin mosquitos. No vivió como un mendigo, sino como alguien que, teniendo a Dios como su Padre, lo tenía todo. Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo tienen nidos, pero Jesús no sabía dónde pasaría la próxima noche. ¿Estaría este escriba dispuesto a pagar el precio de ser discípulo de Jesús? Con su ofrecimiento de seguir a Jesús adonde Él fuera se estaba aventurando a vivir a la buena de Dios, a darle prioridad a la tarea de hacer discípulos y a dejar absolutamente todo lo demás de lado. ¿Estaría dispuesto? Jesús lo hace pensar. ¿Qué hizo este hombre? ¿Lo siguió? No sabemos. ¿Qué haríamos nosotros?

    El segundo encuentro de Jesús con uno de sus seguidores es diferente. Esta vez es Jesús quien lo llama, en forma directa, simple: Sígueme. Si a este discípulo Jesús lo llama a seguirlo es porque él ya fue lo suficientemente instruido para dejarlo todo e ir a anunciar que en Cristo llegaba el reino de Dios a los hombres. Es altamente probable que el hombre estuviera suficientemente convencido de que seguir a Jesús era una buena cosa, pero, tiene una situación bastante urgente que resolver: enterrar primero a su padre. Jesús lo anima a que deje al resto de sus familiares a que haga el servicio fúnebre. Ellos son los “muertos espirituales” que no fueron impactados por Jesús. Aquí se produce un conflicto de lealtades. Por un lado, dar sepultura a su papá era lo más importante que un hijo podía hacer, pero, por otro lado, seguir a Jesús era de vital importancia para permanecer con el Salvador y ser parte de la Iglesia que avanzaría el reino de Dios. Aquí, el costo del discipulado llega a un extremo si lo miramos desde el punto de vista puramente humano.

    Durante su ministerio Jesús demostró inequívocamente que Él nunca tuvo un conflicto de lealtades. Jesús fue leal a la voluntad de su Padre. No apartó jamás su vista de la Cruz, el altar donde se ofreció totalmente para rescatar a los pecadores de la condenación eterna. No hubo nadie que lo hiciera titubear de su misión redentora. Para Jesús, llevar la salvación a la humanidad perdida era la gran prioridad. ¿Qué hizo el hombre? ¿Dejó que su familia se hiciera cargo del entierro de su padre? ¿Siguió a Jesús hasta Jerusalén para ver con sus propios ojos el amor colgado desde una cruz? No lo sabemos. ¿Qué haríamos nosotros en esa situación?

    Nosotros ya hemos aprendido sobre la salvación eterna, ya fuimos bautizados y renacidos a una nueva vida consagrada ahora al discipulado, es decir, a anunciar el reino de los cielos, a llamar a las personas a que se vuelvan a Dios y proclamar el perdón de los pecados y la esperanza de la vida eterna. Todos los días Jesús vuelve a nosotros en su Palabra y nos llama: Síganme. ¿Nos produce este llamado un conflicto de lealtades? ¿Le damos prioridad al reino de Dios y a su justicia en la esperanza de que todas las demás cosas que necesitamos en esta tierra nos serán dadas por gracia y en gran abundancia por la generosidad de Dios Padre? Recordamos aquí las palabras de Jesús en el sermón del monte: “No se preocupen ni se pregunten ‘¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?’” … busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mateo 6:31, 33).

    Y llegamos a nuestro tercer personaje, quien muestra una gran lealtad por Jesús, pero, pide permiso para volver a su familia y despedirse de ella. Nuevamente tenemos aquí un conflicto de lealtades. Si el hombre sigue a Jesús sin ir a despedirse oficialmente de su familia, esta podría sentirse abandonada. Desde el punto de vista puramente humano no podemos reprocharle a este hombre su buena intención de seguir con las tradiciones que aprendió en su casa. Era, después de todo, una forma muy educada de dejar a toda su familia para seguir a Jesús.

    Queda claro que en esta situación Jesús advierte que un verdadero discípulo abandona el estilo anterior de vida y sigue un estilo muy diferente. Cuando uno sigue a Jesús, las prioridades cambian. En la respuesta de Jesús vemos que un discípulo no puede ni quiere abrir el surco mientras mira para atrás. No es posible avanzar el reino de Dios contando el costo o mirando siempre para atrás para contemplar, tal vez con nostalgia, todo lo que hemos dejado por seguir al Señor. Ahora hay que mirar hacia delante, para preparar el terreno correctamente, de lo contrario no sembraremos la buena semilla de la Palabra en el momento y la situación adecuada. En el reino de Dios la tarea más importante es sembrar la semilla del Evangelio de Jesucristo.

    Estos tres encuentros no son la única vez que Jesús habla del costo del discipulado. Nuestro Señor Jesucristo nunca les mintió a sus discípulos acerca de las cosas adversas que les iban a suceder. Unos ocho días antes de su transfiguración anunció su muerte a sus seguidores y además les dijo: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá, y todo el que pierda su vida por causa de mí, la salvará” (Lucas 9:23-24). En otra oportunidad Jesús vuelve al tema del costo de seguirle y dice: “Si alguno viene a mí, y no renuncia a su padre y a su madre, ni a su mujer y sus hijos, ni a sus hermanos y hermanas, y ni siquiera a su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26).

    Notemos que el costo del discipulado es alto, pero Jesús no está pidiendo que eliminemos a alguien de nuestra vida, o que menospreciemos y odiemos a aquellos que nos rodean sino simplemente que cambiemos nuestras prioridades. En definitiva, seguir a Jesús significa estar dispuesto a reordenar las prioridades de esta vida terrenal.

    ¿Te sientes abrumado después de escuchar el precio del servicio a Cristo? Considera que, cuando Dios llama, también guía, anima, y capacita para el discipulado. Así lo hizo con sus discípulos más íntimos, y con los setenta que envió a proclamar el reino y con la Iglesia que comenzó su misión después de Pentecostés. Ahí estuvo presente la iluminación y el poder de Dios. Y el Espíritu Santo, por ser Dios eterno junto con Cristo y con el Padre, sigue iluminando y capacitando a los seguidores de Cristo.

    El ministerio de la Iglesia sigue siendo el mismo que aquel que empezó con el trabajo de los primeros apóstoles. Dios sigue siendo el mismo. Su modelo de reino de justicia, de paz, de esperanza, de perdón, y de amor al prójimo sigue siendo el mismo. Las promesas de Jesús de estar con nosotros siempre se cumplen todavía hoy y se cumplirán hasta el fin de los tiempos. Cristo viene cada vez que escuchamos su Palabra, que recordamos sus promesas, que ejercitamos nuestro bautismo muriendo a nuestros deseos pecaminosos y dándole prioridad al amor al prójimo, al anuncio de la paz en Cristo y la resurrección del cuerpo para la vida bienaventurada en la eternidad. Cristo sigue alimentando a sus discípulos con su propio cuerpo y su sangre. Sí, todavía hoy, Él y ningún otro, viene a la mesa sagrada a habitar en nosotros, cumpliendo así su promesa de que “El que me ama, obedecerá mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y con él nos quedaremos a vivir” (Juan 14:23). Una forma de amar a Jesús es dándole prioridad al reino de Dios, al anuncio del Evangelio.

    Es mi oración, estimado oyente, que este mensaje te anime a reordenar tus prioridades y te ayude a enfocarte en la maravillosa tarea del discipulado. Te aliento también a que, si tienes oportunidad, participes de la reunión semanal de creyentes para escuchar la palabra de Dios y celebrar la Santa Comunión. Y si quieres más información sobre la obra de Cristo por ti y su llamado a seguirle, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.