PARA EL CAMINO

  • Cristo es una gruesa lámina de oro

  • octubre 26, 2025
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • Notas del sermón
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Romanos 3:21-25a
    Romanos 3, Sermones: 2

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    Estimados amigos oyentes. Los invito hoy a acompañarme en una breve visita a la historia que nos lleva, primero, al siglo dieciséis y luego al primer siglo de la era cristiana. A finales de octubre de cada año, en la Iglesia Luterana celebramos el Día de la Reforma, en conmemoración con el inicio del gran cambio que se dio en el cristianismo en el siglo dieciséis.

    ¿Por qué la Reforma de la Iglesia? Porque la Iglesia estaba desinformada y deformada y Dios decidió que era tiempo de que la Iglesia fuera informada y reformada. El pueblo cristiano estaba desinformado respecto de lo más valioso que Dios había hecho por Su criatura caída en pecado. Para darles una idea, estimados oyentes, de lo desinformados que estaban los creyentes de ese tiempo, tengamos en cuenta lo que le pasó a Lutero cuando fue a estudiar a la universidad de Erfurt. En la Biblioteca de esa universidad encontró una Biblia entera. ¡Por primera vez Lutero vio una Biblia completa! Este ejemplar estaba encadenado a un escritorio, obviamente para que nadie se lo robara, dado que existían muy pocas biblias completas en esos tiempos, ya que se copiaban a mano.

    Esta Biblia encadenada fue la gran sorpresa del reformador, porque durante toda su vida él pensaba que la Biblia consistía solamente de las lecturas bíblicas que se hacían cada domingo en la iglesia durante la liturgia. ¡Cuánta riqueza había sido descuidada, encadenada, literalmente, a la mesa de una biblioteca!

    Por otro lado, los líderes religiosos, que poco sabían de las Escrituras, pero mucho de las tradiciones de la Iglesia, se empeñaban en mantener al pueblo cautivo a una teología y una espiritualidad deformadas. Algo así como hicieron muchos fariseos de la época de Jesús que manipulaban a los creyentes para su propio beneficio. Se empeñaban en enseñar tradiciones convenientes a la clerecía en lugar de traer las verdades bíblicas para conceder paz, consuelo, y ánimo a los creyentes.

    Muchos siglos antes del tiempo de la Reforma, existía una situación similar. Específicamente, en el siglo primero de la era cristiana, había un religioso, fariseo precisamente, que había estudiado minuciosamente la ley de Dios y todas las tradiciones que la acompañaban. Pero no fue solamente un intelectual. El hombre echó manos a la obra y comenzó a perseguir a los primeros cristianos porque los consideraba miembros de una secta peligrosa que desacreditaba la justicia de Dios mostrada en la ley. Así se había criado San Pablo, así había sido educado. Él aprendió muy bien que Dios era justo y que castigaba a todo aquel que no cumplía la ley. Eso era lo que él predicaba y practicaba. Lo practicaba con tal celo que decidió incluso dar muerte a los que no buscaban la justicia de Dios por medio del cumplimiento de la ley.

    Pero un día de esos, mientras Pablo iba persiguiendo creyentes en su camino a Damasco, vio una luz muy potente que lo hizo rodar por tierra (Hechos 9). La luz era el Cristo a quien él perseguía. Pablo no vio a Jesús, pero lo escuchó nítidamente. Este fue el comienzo de un nuevo entendimiento para Pablo de la justicia de Dios. Fue instruido por unos años hasta que captó lo esencial del Evangelio de Jesucristo y quedó profundamente convencido de que la justicia de Dios, que reconciliaba al pecador con Él, no provenía del minucioso cumplimiento de la ley, sino de una nueva justicia, una justicia que nadie podía obtener haciendo buenas obras, sino que era un regalo de Dios por medio de Cristo.

    De esto se trata la Epístola a los Romanos. San Pablo le escribe a una congregación que él no fundó ni conoció personalmente. Solo había escuchado de ella por lo que otros creyentes le habían contado. En el tiempo de sus viajes misioneros Pablo había expresado su deseo de visitarla, pero, paradójicamente, la primera y única vez que Pablo llega a Roma lo hace como prisionero. Allí fue juzgado y condenado a muerte por amar más al Señor Cristo que al César romano.

    El legado que San Pablo nos deja, basado en la experiencia de su propia vida, e inspirado por el Espíritu Santo, es maravilloso. El antes y el después de conocer a Cristo en la vida de Pablo fue usado por Dios en forma magnífica para explicarnos, con meridiana claridad, que el cumplimiento de la ley no nos salva de la ira de Dios, sino que somos salvos por la gracia, por la nueva justicia que Dios mostró al mundo mediante la muerte expiatoria de Jesús. El pasaje de Romanos 3 que estudiamos hoy es una declaración magistral de esta verdad.

    Vayamos por parte. San Pablo nos explica: “Ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, y de ello dan testimonio la ley y los profetas. La justicia de Dios, por medio de la fe en Jesucristo, es para todos los que creen en él.” De ahí viene la sentencia que Lutero descubrió y que le cambió la vida, y propició la Reforma de la Iglesia. Esta sentencia Pablo la pronuncia ya en su primer capítulo. Romanos 1:17 dice: “Porque en el evangelio se revela la justicia de Dios, que de principio a fin es por medio de la fe, tal como está escrito: ‘El justo por la fe vivirá’”.

    Inmediatamente San Pablo nos lleva a que veamos porqué nadie se puede salvar eternamente mediante el cumplimiento de la ley perfecta de Dios: “Pues no hay diferencia alguna, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Ni Pablo ni Lutero ni tú ni yo podemos salvarnos cumpliendo la ley. Todos somos pecadores. Todos fuimos destituidos de la gloria de Dios. Esta no es una frase liviana. La misma palabra destitución ya me da escalofríos. Destituir quiere decir: echar, revocar, remover, deponer. Por el pecado fuimos destituidos de ser hijos de Dios santos y perfectos, y echados del jardín de la vida eterna para ser abandonados a nuestros propios criterios.

    Pero Dios no nos dejó ahí. Su misericordia no nos dejó en la miseria. Dios elaboró un plan maravilloso. Anuló Su justicia de la ley que nos mata por incumplidores y nos trajo, en Cristo, otra justicia que nos da vida, una justicia que recibimos de pura gracia. Somos salvos, restituidos nuevamente a la familia de Dios, somos justificados para ser herederos con Cristo de todos los tesoros celestiales, de la paz y la armonía que solo Dios es capaz de crear. El versículo que sigue lo pronuncia rotundamente con estas palabras: “[somos] justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que proveyó Cristo Jesús”. Este pronunciamiento es el que nos cambia la vida, el que nos trae alivio, consuelo, y alegría. Es el pronunciamiento en el cual se fundó la Iglesia cristiana, la cual, hasta el día de hoy proclama: Somos salvos gracias a la obra de Cristo. Esto es de pura gracia, sin las obras de la ley.

    La frase final del apóstol Pablo en nuestro texto merece especial atención. “Dios puso [a Cristo] como sacrificio de expiación por medio de la fe en Su sangre”. Para entender el profundo significado espiritual de esta frase y de cómo nos cambia la vida, vamos a considerar otro tiempo histórico, esta vez mucho más antiguo, que nos lleva a cuando Moisés estaba en el desierto camino a la Tierra Prometida liderando al pueblo hebreo. Dios le había hecho construir un arca que podía ser transportada para llevar en ella la ley de Dios. Era prácticamente un cofre que contenía el testimonio de Dios escrito en dos tablas de piedra. El cofre de madera, recubierto de oro por dentro y por fuera, tenía una gruesa lámina de oro llamada propiciatorio. Esto es lo que Dios le dice a Moisés en Éxodo 25:21-22 “El propiciatorio lo pondrás encima del arca, y dentro del arca pondrás el testimonio que yo te daré. Desde allí te haré saber todo lo que yo te ordene decir a los hijos de Israel. Hablaré contigo desde la parte superior del propiciatorio”.

    Vamos a tratar de unir ahora estos tres momentos históricos y su contenido. San Pablo usa en su escrito original que Cristo es la propiciación por nuestros pecados. Cristo es la tapa de oro que cubre la ley que nos condena. Esto quiere decir que por la muerte y resurrección de Jesús quedó cubierta la primera justicia de Dios que se había dado a conocer mediante la ley. Ahora, Dios nos habla desde ese propiciatorio, Cristo. Les recuerdo lo que le dice Dios a Moisés cuando le da instrucciones sobre el arca del pacto: “Desde allí te haré saber todo lo que yo te ordene decir a los hijos de Israel. Hablaré contigo desde la parte superior del propiciatorio”. El pueblo de Dios en el desierto se reunía periódicamente alrededor del arca del pacto para que Dios revelara Su voluntad a Moisés y este se la comunicara al pueblo.

    Para Pablo, el propiciatorio de oro ahora es Cristo, desde el cual Dios nos comunica Su voluntad sublime de anular la ley que nos condena y de darnos el perdón completo de nuestros pecados por la sangre que Cristo derramó en la Cruz. La vieja justicia de la ley quedó tapada por la Cruz de Cristo. En realidad, Dios mostró Sus dos justicias en la Cruz: la justicia de la ley por la cual Cristo fue condenado y muerto, y la justicia del Evangelio, porque Cristo logró esa remisión para nosotros. Ahora, Dios nos habla desde este nuevo propiciatorio: Cristo. Dios nos habla desde la Cruz y nos otorga una nueva justicia, la de la gracia, la del Evangelio que se recibe mediante la fe.

    Lo que Lutero descubrió estudiando estas palabras de Pablo fue una verdadera mina de oro. Cristo, la propiciación por nuestros pecados, tomaba vida nuevamente en la Iglesia. Dios trajo nueva información a Su pueblo que se derivó directamente de la Cruz donde Cristo derramó Su sangre.

    Hoy, Dios nos sigue hablando y mostrando Su buena voluntad desde la Cruz. No en vano San Pablo dice en la primera Carta a los Corintios (1:23-24): “Nosotros predicamos a Cristo crucificado… [quien] es poder de Dios, y sabiduría de Dios”. Dios nos sigue hablando desde la obra de Cristo por nosotros anunciándonos perdón, salvación, y esperanza de vida eterna.

    Es mi oración, estimado oyente, que este mensaje te anime a mirar la obra de la Cruz de Cristo como el propiciatorio que anuló la justicia que te condenaba y que te da, mediante la fe, la nueva justicia que te declara limpio ante Dios gracias a la sangre derramada de Cristo.

    Te aliento también a que, si tienes oportunidad, participes de la reunión semanal de creyentes para escuchar la palabra de Dios y celebrar la Santa Comunión. Y si quieres más información sobre la obra de Cristo por ti, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.