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ALIMENTO DIARIO
¡Alabemos al Señor, porque él es bueno! ¡Su misericordia permanece para siempre!... El Señor formó las grandes lumbreras. ¡Su misericordia permanece para siempre! El Señor hizo el sol para dominar en el día. ¡Su misericordia permanece para siempre! Y la luna y las estrellas para dominar en la noche. ¡Su misericordia permanece para siempre! Salmos 136: 1, 7-9¡Alabemos al Señor, porque él es bueno! ¡Su misericordia permanece para siempre!... El Señor formó las grandes lumbreras. ¡Su misericordia permanece para siempre! El Señor hizo el sol para dominar en el día. ¡Su misericordia permanece para siempre! Y la luna y las estrellas para dominar en la noche. ¡Su misericordia permanece para siempre! Salmos 136: 1, 7-9
Muchas de las canciones y lecturas en nuestros cultos de adoración están tomadas de las Escrituras. Cantamos salmos. Alabamos al Cordero que fue inmolado con palabras del libro de Apocalipsis. El cán-tico de bendición y despedida de Simeón del Evangelio de Lucas nos acompaña en la mesa del Señor. El salmista parece hacer esto también, al dar forma a su alabanza inspirada por el Espíritu. Estos salmos son similares a las palabras de Génesis 1:16: «Y Dios hizo las dos grandes lumbreras: el sol, para ser el rey del día, y la luna, para ser la reina de la noche. Además, hizo las estrellas». A estas palabras del rela-to de la creación, el salmista añade el alegre estribillo de alabanza al Creador: «Su misericordia perma-nece para siempre».
Dios «habita en luz inaccesible» (1 Timoteo 6: 16b) y en Él «no hay tiniebla alguna» (1 Juan 1: 5b). Él es el Dios cuyo amor inquebrantable se expresa al traer luz a las tinieblas. Por su Palabra, creó la luz para quebrantar las tinieblas al principio de la creación. Las personas a quienes Dios creó se rebelaron contra Él, desobedecieron su Palabra y trajeron así las tinieblas del pecado a sus vidas y a la buena creación de Dios. Pero Dios, por su gracia y amor, envió la Luz al mundo para quebrantar el poder de las tinieblas del pecado. Jesús, Dios Hijo, Luz del mundo, nació entre nosotros.
Jesús, como confesamos en el Credo Niceno, es «Dios de Dios, Luz de Luz». Cuando nació en Belén, la luz del cielo rodeó a los pastores en los campos cuando un ángel anunció el nacimiento de Cristo el Se-ñor. Durante su ministerio terrenal, Jesús trajo la luz de la sanidad y la esperanza al proclamar el reino de Dios. Jesús cumplió el propósito de su venida al sufrir y morir en la cruz en un día en que la luz del sol se apagó. Al tercer día después de su muerte, Jesús se levantó de la tumba, venciendo las tinieblas del pecado y la muerte.
A través de la fe en Jesús, ahora vivimos como «hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de la oscuridad» (1 Tesalonicenses 5: 5b). Proclamamos el mensaje de arrepentimiento y perdón en el Nombre de Jesús, la buena noticia que trae luz a un mundo que todavía está perdido en las tinieblas del pecado. De principio a fin, la Escritura declara la alabanza de Dios, quien una vez dijo en la creación, y a través del Evangelio continúa diciendo: «¡Hágase la luz!» La Escritura cierra con la descripción de nuestro hogar eterno, la nueva creación en la que no se necesitará sol porque la gloria de Dios será su luz, el Cordero será su lámpara «y en ella no habrá noche» (Apocalipsis 21: 25b). Allí, en una luz infinita, alabaremos a nuestro Dios y Salvador, «¡porque su misericordia permanece para siempre!»
ORACIÓN: Jesús, Luz del mundo, condúcenos a compartir la luz de tu amor con todos los que conoce-mos. Amén.
Para reflexionar:
* ¿Qué crees que significa que Dios será la luz de nuestro hogar eterno?
* ¿Utilizas el Credo Apostólico o Niceno en tu vida de oración o devociones?
Dra. Carol Geisler
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