+1 800 972-5442 (en español)     Â
+1 800 876-9880 (en inglés)
ALIMENTO DIARIO
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y Ăștil para enseñar, para redargĂŒir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. 2 Timoteo 3:16-17
Era invierno, y en JerusalĂ©n se estaba celebrando la fiesta de la dedicaciĂłn. JesĂșs andaba en el templo, por el pĂłrtico de SalomĂłn. Entonces los judĂos lo rodearon y le dijeron: «¿Hasta cuĂĄndo vas a perturbarnos el alma? Si tĂș eres el Cristo, dĂnoslo abiertamente.» JesĂșs les respondiĂł: «Ya se lo he dicho, y ustedes no creen; pero las obras que yo hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mĂ. Si ustedes no creen, es porque no son de mis ovejas. Las que son mis ovejas, oyen mi voz; y yo las conozco, y ellas me siguen. Y yo les doy vida eterna; y no perecerĂĄn jamĂĄs, ni nadie las arrebatarĂĄ de mi mano. Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno.» Juan 10:22-30
DespuĂ©s de esto vi aparecer una gran multitud compuesta de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas. Era imposible saber su nĂșmero. Estaban de pie ante el trono, en presencia del Cordero, y vestĂan ropas blancas; en sus manos llevaban ramas de palma, y a grandes voces gritaban: «La salvaciĂłn proviene de nuestro Dios, que estĂĄ sentado en el trono, y del Cordero.» Todos los ĂĄngeles estaban de pie, alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, y delante del trono inclinaron el rostro y adoraron a Dios. DecĂan: «¥AmĂ©n! A nuestro Dios sean dadas la bendiciĂłn y la gloria, la sabidurĂa y la acciĂłn de gracias, y la honra, el poder y la fortaleza, por los siglos de los siglos. ÂĄAmĂ©n!» Apocalipsis 7:9-12
Desde Mileto Pablo enviĂł un mensaje a los ancianos de la iglesia de Ăfeso, para que se reunieran con Ă©l. Cuando los ancianos llegaron, les dijo: «Ustedes saben cĂłmo me he comportado todo el tiempo, desde el primer dĂa que entrĂ© en Asia… Yo les ruego que piensen en ustedes mismos, y que velen por el rebaño sobre el cual el EspĂritu Santo los ha puesto como obispos, para que cuiden de la iglesia del Señor, que el ganĂł por su propia sangre. Yo sĂ© bien que despuĂ©s de mi partida vendrĂĄn lobos rapaces, que no perdonarĂĄn al rebaño. Aun entre ustedes mismos, algunos se levantarĂĄn y con sus mentiras arrastrarĂĄn tras de sĂ a los discĂpulos. Por lo tanto, mantĂ©nganse atentos y recuerden que noche y dĂa, durante tres años, con lĂĄgrimas en los ojos siempre he aconsejado a cada uno de ustedes. Ahora los encomiendo a Dios y a su palabra de bondad, la cual puede edificarlos y darles la herencia prometida con todos los que han sido santificados. Hechos 20:17-18, 28-32
Aunque deba yo pasar por el valle mĂĄs sombrĂo, no temo sufrir daño alguno, porque tĂș estĂĄs conmigo; con tu vara de pastor me infundes nuevo aliento. Salmo 23:4
En el año tercero del reinado de JoacĂn, rey de JudĂĄ, el rey Nabucodonosor de Babilonia vino a JerusalĂ©n y la sitiĂł… AdemĂĄs, el rey Nabocodonosor dio Ăłrdenes a Aspenaz, jefe de sus eunucos, de que se llevara a algunos israelitas pertenecientes a la familia real. DebĂan ser jĂłvenes bien parecidos y sin defectos fĂsicos, capacitados en todo conocimiento, inteligentes y capaces de aprender, y con las cualidades suficientes para estar en el palacio del rey. A Ă©stos Aspenaz debĂa enseñarles la escritura y la lengua de los caldeos. Daniel 1:1, 3-4
Cuando ya estaba amaneciendo, JesĂșs se presentĂł en la playa; pero los discĂpulos no se dieron cuenta de que era JesĂșs. Y Ă©l les dijo: «Hijitos, Âżtienen algo de comer?» Le respondieron: «No». Ăl les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca, y hallarĂĄn.» Ellos echaron la red, y eran tantos los pescados que ya no la podĂan sacar. Entonces el discĂpulo a quien JesĂșs amaba le dijo a Pedro: «¥Es el Señor!» Y cuando SimĂłn Pedro oyĂł que era el Señor, se puso la ropa (porque se habĂa despojado de ella) y se echĂł al mar. Los otros discĂpulos vinieron con la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban como a doscientos codos de la orilla. Al descender a tierra, vieron brasas puestas, un pescado encima de ellas, y pan. JesĂșs les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de pescar.» SimĂłn Pedro saliĂł del agua y sacĂł la red a tierra, llena de grandes pescados. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de ser tantos la red no se rompiĂł. JesĂșs les dijo: «Vengan a comer.» Juan 21:4-12a
Tan pronto como lo tomĂł, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se arrodillaron ante el Cordero. Todos llevaban arpas, y tambiĂ©n copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos, y entonaban un cĂĄntico nuevo, que decĂa: «Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste inmolado. Con tu sangre redimiste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y naciĂłn, y para nuestro Dios los hiciste reyes y sacerdotes, y reinarĂĄn sobre la tierra.» MirĂ© entonces, y alrededor del trono oĂ la voz de muchos ĂĄngeles, y de los seres vivientes y de los ancianos. Eran una multitud incontable; ÂĄmirĂadas y mirĂadas de ellos! A grandes voces decĂan: «Digno es el Cordero inmolado de recibir el poder y las riquezas, la sabidurĂa y la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.» Entonces oĂ que todo lo creado en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decĂan: «Al que estĂĄ sentado en el trono, y al Cordero, sean dadas la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.» Los cuatro seres vivientes decĂan: «AmĂ©n.» Y los veinticuatro ancianos se inclinaron y adoraron. Apocalipsis 5:8-14
Saulo aĂșn lanzaba amenazas de muerte contra los discĂpulos del Señor cuando fue a ver al sumo sacerdote. AllĂ le pidiĂł cartas para las sinagogas de Damasco para que, en caso de hallar a hombres o mujeres de este Camino, los pudiera llevar presos a JerusalĂ©n. Pero sucediĂł que de pronto en el camino, ya cerca de Damasco, lo rodeĂł un poderoso haz de luz que venĂa del cielo y que lo hizo rodar por tierra, mientras oĂa una voz que le decĂa: «Saulo, Saulo, Âżpor quĂ© me persigues?» Y Ă©l contestĂł: «¿QuiĂ©n eres, Señor?» Y la voz le dijo: «Yo soy JesĂșs, a quien tĂș persigues. [Dura cosa te es dar de coces contra el aguijĂłn. Ăl, temblando de temor, dijo: «Señor, ÂżquĂ© quieres que yo haga?» Y el Señor le dijo:] LevĂĄntate y entra en la ciudad. AllĂ se te dirĂĄ lo que debes hacer.» Los acompañantes de Saulo se quedaron atĂłnitos, porque oĂan la voz pero no veĂan a nadie. Saulo se levantĂł y, cuando abriĂł los ojos, ya no podĂa ver, asĂ que de la mano lo llevaron a Damasco. Hechos 9:1-8
Te alabo, Señor, porque me has salvado; porque no dejaste que mis enemigos se burlaran de mĂ. Mi Señor y Dios, te pedĂ ayuda, y tĂș me sanaste; tĂș, Señor, me devolviste la vida; ÂĄme libraste de caer en el sepulcro! Salmo 30:1-3