+1 800 972-5442 (en español)
+1 800 876-9880 (en inglés)
PARA EL CAMINO
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Los libros y revistas de caricaturas son muy populares en prácticamente todo el mundo. Casi todo país tiene historietas de personajes que hacen reír y muchas veces pensar en profundidad. Ese es, en realidad, el propósito de las historietas: hacernos pensar. Para ello, el autor de la historieta usa personajes que aprendemos a querer y que nos ayudan a identificarnos con nuestras situaciones de vida. De la nutrida producción de personajes de caricatura que hay en nuestro continente americano, mi favorito es Mafalda. Su autor, que usó el seudónimo de Quino, usó a Mafalda para describir en forma satírica la sociedad de su tiempo.
Mafalda vivía con su papá y su mamá, y con su hermanito al que llamaban Guille. Guille aparece en la historia con toda su ingenuidad infantil, y con las travesuras con las que todos podemos identificarnos. Un día Guille encontró un lápiz, e hizo lo que muchos niños de su edad hacen con los lápices: buscó una superficie plana para hacer sus garabatos, que para su edad eran muy claros y definitivos, y allí dibujó una ciudad con edificios altos y algunos perros en la calle. También se dibujó a sí mismo con sus amiguitos. El tema es que la superficie plana que eligió para hacer su obra maestra fue la pared de la sala de estar. En el cuadro siguiente aparece la madre, que al ver lo que había hecho se queda con la boca abierta. Antes de que pudiera expresar su queja, Guille le dice: «¿No es increíble todo lo que puede contener un lápiz?»
Les cuento esta historia porque nos ayudará a entender cómo el profeta Isaías le muestra al pueblo de Dios cautivo en Babilonia, lo que Dios puede hacer con un simple lápiz, un lápiz que dibuja el amor, la compasión y el aliento, un lápiz que escribe palabras de consuelo y ánimo.
El pueblo de Dios, el pueblo de Israel, se encontraba cautivo en Babilonia. Ahora hay un pequeño grupo que se apresta a volver. Lo llamamos el remanente. El resto del pueblo judío prefirió quedarse en esas tierras extranjeras de Asiria, a pesar de las dificultades que pasaban entre sus captores. El remanente estaba preocupado porque estaban regresando a su ciudad que estaba en ruinas. El templo, las casas, los viñedos y olivares, todo había sido destruido. ¿Cómo iban a hacer, si eran tan poquitos, para reconstruir todo y para defenderse de los enemigos que nunca faltaban?
A ese grupo y a esa pregunta, Dios responde a través del profeta Isaías, haciéndolos mirar a la historia, a sus ancestros y a la forma milagrosa en que Dios había dado origen a un pueblo. «Miren a Abrahán, miren a Sara», les dice. Ellos fueron los primeros padres que dieron origen al pueblo de Dios. Abrahán era viejo, bien viejo. Sara era también muy anciana y estéril. Pero a ellos Dios les había prometido un hijo. Abrahán y Sara eran la superficie donde Dios comenzaría a dibujar su plan de salvación. Aunque ellos eran incapaces de tener hijos, Dios hizo el milagro de concederles uno. Así nació Isaac y de él otros, hasta que fueron multitud y se cumplió la promesa de Dios. Porque es increíble lo que Dios puede hacer con un lápiz en la mano cuando comienza a escribir su historia.
Después de mirar a la historia y considerar lo que Dios hizo, Dios les trae una promesa. Continúa diciendo Isaías: «Yo, el Señor, consolaré a Sión; consolaré todos sus páramos. Haré de su desierto un paraíso, de su soledad un huerto mío, y en ella habrá gozo y alegría; alabanzas y voces de canto». Los olivares y los viñedos van a prosperar y el desierto será productivo. Y ellos estarán contentos, se sentirán en casa y alabarán a Dios. Esas promesas son para la vida diaria, para animarlos a confiar en que tendrán comida para ellos y sus hijos, y para que siembren y planten y construyan confiando en que Dios los bendecirá.
Pero Dios piensa más allá de lo que nos pasa todos los días. Continúa diciendo Dios a través de Isaías: «¡Préstame atención! … ¡Escúchame! Mi justicia será la luz de los pueblos. Ya ha salido mi salvación… mis brazos juzgarán a los pueblos… pues en mi brazo han puesto mi esperanza.» Aquí aparece el lápiz que dibujará una nueva historia para el mundo entero. El lápiz de Dios contiene todas sus promesas, y el brazo en quien ponemos nuestra confianza es el que tomará el lápiz y escribirá con su propia sangre como tinta la historia de nuestra salvación.
Al final, esta vida no lo es todo. A veces nos preocupamos tanto de lo que pasa cada día, que perdemos de vista la eternidad. Tal vez nos sentimos abrumados porque no vemos cómo podremos lograr todo lo que pensamos que vamos a necesitar para vivir más o menos decentemente. Cuando eso nos sucede Dios nos guía, en primer lugar, a mirar a la historia, a su historia santa que muestra a la perfección cómo todo está bajo su control y bendición. No tenemos que temer. Dios se ocupa de nosotros. Dios nos lleva a mirar hacia arriba, al firmamento majestuoso que algunas veces se viste de nubes creando paisajes cósmicos increíbles en el cielo. Ese cielo, dice Dios, se va a hacer humo. No sabemos a dónde irá a parar al final de los tiempos, pero desaparecerá como desaparece el humo delante de nuestros ojos.
Dios nos lleva a mirar a la tierra, esa que pisamos todos los días, a este mundo que nos gusta recorrer y visitar, tan lleno de maravillas naturales, de bellezas heladas y de playas cálidas y tranquilas. Pero la tierra se envejecerá, así como lo vemos hoy, con sus ríos contaminados, sus inmensos basurales, sus bosques talados, su aire infectado de polución. Nuestro mundo está vestido con ropa vieja, está roto, remendado malamente, está desprolijo y arrugado. Es un mundo lastimado y moribundo. Y los que habitamos en esta tierra pereceremos así como hemos visto que sucedió en el pasado.
Estas palabras divinas de juicio y decadencia terminan con la promesa extraordinaria que sigue en el texto para hoy. Dice Dios: «Pero mi salvación permanecerá para siempre, ¡mi justicia no perecerá!» Esta promesa no fue solamente para los cautivos en Babilonia, sino que es para todos los que por fe somos descendientes de Abrahán. Nosotros somos los llamados a mirar a nuestro derredor deteriorado y al anuncio de que el brazo de Dios traerá salvación, y con ella, alegría, alabanza y voces de canto.
Jesús es el brazo de Dios que tomó el lápiz divino para firmar nuestra absolución. Cristo es el brazo fuerte que ni la muerte pudo vencer. Él es la justicia nuestra, él es nuestro juez que se dejó llevar a la cruz para ser también el sacrificio por todos nuestros pecados. Cristo no escatimó ningún esfuerzo para cumplir a la perfección la ley de Dios y declararnos libres de culpa. Los judíos salieron de Babilonia confiando en que la promesa de Dios se cumpliría en ellos. Nosotros salimos del cautiverio del pecado librados por Cristo, el brazo fuerte de Dios. Salimos a una nueva vida, a una nueva tierra que ahora no alcanzamos a ver, pero la vemos por fe porque nos fue prometida. Y Dios no miente. Su palabra, su justicia, permanecen para siempre. Él no es parte de este mundo, Él está por encima de todo lo creado y nos creará un nuevo cielo y una nueva tierra que no se gastará, que no necesitará remiendos y que no se desvanecerá como el humo.
Sigue caminando, estimado oyente. También para ti Dios escribe una nueva historia, donde prima la conciencia aliviada y el perdón de los pecados. En esta nueva historia que Cristo cambió para nosotros, la iglesia sigue su marcha hacia la Tierra Prometida eterna. Miramos hacia atrás y vemos los milagros de Dios, desde cuando llamó a Abrahán hasta cuando nos llamó a nosotros, nos bendijo, nos bautizó, nos dio la fe y nos tomó de la mano para caminar justo a su brazo fuerte cada día. Los olivares y los viñedos en la iglesia todavía producen los frutos que necesitamos comer. La mesa siempre está servida en la iglesia. El pan y el vino sobre el altar, la Palabra resuena en nuestros oídos, en la iglesia hay «gozo y alegría; alabanzas y voces de canto».
Hoy Dios nos llama a prestar atención, a escucharlo atentamente. Su mensaje no ha cambiado, pero nuestra condición de pecadores sí ha cambiado, porque fuimos perdonados. Para nosotros es este mensaje de Dios: «De mí saldrá la ley; mi justicia será la luz de los pueblos». Esta promesa de Dios, por la obra de Jesús, nos ha puesto en la luz para ver por la fe los nuevos cielos y la nueva tierra. Mientras tanto, somos luz para todos los pueblos. Dios no es exclusivista ni mezquino. Él dio a Jesús para morir por el mundo entero, no solamente por unos pocos elegidos. En todo caso, los que fuimos elegidos somos ahora la luz para que Dios pueda elegir a aquellos a quienes nosotros le iluminamos el camino.
¿Cómo hacemos eso? ¿Cómo encendemos la luz para que otros vean a Dios? Se los ve tan ciegos, tan sumidos en oscuridad, tambaleándose entre las dificultades de la vida, sus pecados, sus temores, sus adicciones, sus conciencias que los martirizan. Ante estas situaciones no olvidemos que del lápiz de Dios puede salir nueva vida. Dios puede dibujar un sol que alumbrará el camino de los perdidos para traerlos a la cruz de Cristo. El Espíritu Santo es como la electricidad de Dios: es pura energía que ilumina, da poder, nos moviliza. Sin él no podemos hacer nada. Sin él seríamos como una luz apagada.
Cuando Dios llamó a su pueblo de vuelta a Jerusalén, tuvo en mente que ese pueblo debía mostrar la luz de la justicia divina a los pueblos. Cuando Dios nos llama de regreso a su presencia cada domingo, cada vez que nos reunimos en su nombre, lo hace para reafirmarnos en sus promesas y para animarnos a encender la luz del evangelio a nuestro paso por la vida. Otros necesitan verlo. Ilumina a otros con el amor de Dios sirviéndoles, escuchándolos, prestándoles atención, abrazando a los que están débiles, consolando a los que han perdido algo muy valioso, visita a los que no pueden salir de sus casas, del hospital o del asilo. El Padre celestial te envía en el nombre de Jesús y con el poder del Espíritu Santo.
Estimado oyente, si este mensaje ha despertado inquietudes acerca de tu fe, o de tu llamado a llevar la luz a otros, y si quieres saber cómo ayudar a otros a ver el amor de Dios en Cristo Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.