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PARA EL CAMINO

Iniciamos este sermón en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén.
Que tremendo cambio de planes para la familia de Jesús. Su madre María y José, estaban viviendo esos primeros momentos y la gran aventura de ser padres. Es difícil asegurar la edad del niño, pero según algunos eruditos podía estar entre algunos meses de nacido o quizá un poco más de un año. Lo cierto es que esos primeros meses o años de la edad de un niño son muy importantes. Imagínense por unos segundos todos los pensamientos, ideas y conversaciones entre estos jóvenes padres y toda la planificación mirando al futuro. Me imagino que preguntas como: ¿Cómo vamos a educar al niño? ¿Dónde vamos a vivir con él y poder criarlo en un buen ambiente? ¿Cómo se ve el futuro para este niño y nuestra familia? Y todo ese tipo de preguntas que unos padres primerizos se suelen hacer. Sobre todo, cuando habían pasado ciertas cosas muy interesantes e impresionantes. Primero el anunciamiento de los ángeles a los pastores con el nacimiento, y ahora la reciente visita de los sabios de Oriente guiados por una estrella y todos los regalos que le habían traído. Cuando, de repente en una noche de descanso, José recibe abruptamente un mensaje de emergencia: “Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te diga, porque Herodes buscará al niño para matarlo” (Vs. 13). Le dijo el ángel del señor. La primera Navidad estuvo llena de momentos impactantes, decisiones urgentes, cambios de planes inesperados. Estos movimientos no fueron casualidad, sino parte de un propósito divino perfectamente guiado por Dios.
Me impresiona ver la actitud y la obediencia de José. Desde el principio cuando se entera del embarazo de María, cómo sigue las directrices de Dios, los mensajes que recibió por medio de sueños los tomó con total seriedad y obedeció sin dudar, ni siquiera preguntar. No vemos a José renegando contra Dios, sino obedeciendo de manera íntegra los mensajes recibidos. Qué manera de confiar en Dios, sobre todo en momentos como estos, donde la inseguridad, la duda y la incertidumbre pudieran ser las protagonistas. Su obediencia no fue el resultado del entendimiento, sino de la fe. José creyó que la Palabra de Dios era más segura que sus propios planes. Me pregunto cuántos de nosotros reaccionaríamos así. Hoy en día Dios nos sigue hablando y guiando, nos envía mensajes, quizás no por sueños, pero por medio de la proclamación de su Palabra. La pregunta no es si Dios nos habla o nos guía hoy, la pregunta es si nosotros estamos escuchando, porque escucharle implica obedecerle y la obediencia necesita fe.
José obedece, toma a su familia y avanza, no hay preguntas, no hay discusiones, no hay mucho tiempo para planificar los siguientes pasos, la dirección fue clara, “Huye a Egipto”. Aquí el evangelista Mateo nos conecta con el libro del profeta Oseas, capítulo 11 y verso 1: “De Egipto llamé a mi hijo” y añade: “para que se cumpliera lo que dijo el Señor”. Como diciendo, este movimiento parece ser inesperado y abrupto para el hombre, pero no para el Señor. Dios sabe perfectamente lo que está haciendo, Él sigue al timón, Sus planes son perfectos. A veces cierra puertas, a veces cambia nuestros planes, a veces abre nuevas rutas en medio de la noche, para que Su perfecta voluntad se cumpla en nuestras vidas.
Pero ¿por qué Egipto? Egipto era parte del Imperio Romano y tenía grandes comunidades judías, especialmente en Alejandría. No era territorio enemigo, sino un refugio seguro fuera del alcance de Herodes. Aparte de proveer un refugio temporal para la familia, había conexiones históricas y proféticas, como lo menciona Mateo. En el Antiguo Testamento, Egipto había servido como refugio al Israel, el Hijo de Dios, mencionado por Oseas, para preservar a Su pueblo de la muerte. Luego Israel fue sacado de Egipto y llevado a la tierra prometida. Aquí podemos ver un prototipo de lo que sucedería con Jesús. El Hijo de Dios llevado a Egipto como refugiado, para luego regresar de Egipto y llevarnos a todos a la última y gran tierra prometida, que es la Vida Eterna.
Al continuar con la narrativa bíblica, nos encontramos con un acontecimiento atroz e injustificable. Herodes al ver que los sabios no regresaron con la información y la ubicación de Jesús, dice la Biblia que se enfureció y mandó a matar a todos los niños menos de dos años en el territorio de Belén. No sabemos a ciencia cierta cuantos niños inocentes murieron en este cruel evento, algunos estiman que, por ser un pueblo pequeño, el número no pasaría de los veinte niños, algunos piensan que pudo haber sido más de eso. Lo cierto es que este evento cruel y oscuro solo deja ver la maldad en el corazón del ser humano. El orgullo, el egoísmo y las ansias de poder, llevaron a Herodes a cometer semejante acto, causando el llanto, dolor y sufrimiento en muchas familias y me atrevo a decir, en todo Belén y sus alrededores. La primera Navidad que había estado llena de un mensaje de gozo, paz y esperanza, ahora estaba siendo manchada por la tristeza, la oscuridad y el duelo. Mateo (vs. 18) menciona lo que el profeta Jeremías (Jeremías 31:15) había dicho: “Se oye una voz en Ramá; gran llanto y gemido: es Raquel, que llora a sus hijos”. Esto nos recuerda a todos que el pecado causa dolor, duelo y sufrimiento. El pecado no es solo desobediencia, sino violencia contra Dios que nos creó y contra los que Él ama. Tu corazón y el mío, cuando se aferra al poder, al buscar lo mío, y al exaltar mi trono, termina hiriendo, lastimando y afligiendo al prójimo.
La matanza de estos inocentes también nos muestra claramente que el enemigo de la creación de Dios, llamado Satanás, buscó ejercer oposición al Salvador del mundo desde su nacimiento. La persecución fue sin tregua. Todas las fuerzas del mal se levantaron contra del Mesías prometido, desde que era un bebé, tratando de matarlo. Mas adelante en su ministerio como adulto también experimentó persecución de los escribas, fariseos, saduceos, los principales de las sinagogas, los sacerdotes y de las multitudes incrédulas, todos tratando siempre de silenciar Su mensaje y apagar Su luz. Aun después de Su muerte, los apóstoles también fueron perseguidos, encarcelados y martirizados. Los primeros cristianos sufrieron persecuciones cruentas y viles, familias enteras exterminadas por causa de Cristo. Hoy en día, el Evangelio sigue sufriendo oposición, los gobiernos, y las multitudes se levantan en contra del mensaje de Salvación, y aunque esto nos asuste o nos duela, no debe sorprendernos. Jesús mismo nos advirtió que el mundo odiaría a los Suyos, porque primero lo odió a Él (Juan 15:18–20). Las voces del mal siguen tratando de apagar la luz de Cristo, y el pecado sigue causando dolor.
Pero en medio del dolor y el sufrimiento hay una gran esperanza. Esa oscura noche en Belén no fue el final de Jesús. Dios preservó a su Hijo esa noche en Belén con un propósito divino para toda la humanidad. El llanto de dolor de las madres en Belén no quedó en el olvido. El dolor no tuvo la última palabra. La maldad y el pecado no tuvieron la última palabra. La muerte no tuvo la última palabra. Herodes no tuvo la última palabra. Herodes y todos los perseguidores de Jesús y de su Iglesia fallecieron, pero el Evangelio prevalece hasta hoy y seguirá siempre. Si bien es cierto que la muerte de los inocentes apunta hacia la maldad del hombre, también es muy cierto que la muerte de los inocentes apunta al verdadero y único inocente que vino a este mundo a dar Su vida por los culpables. Jesús huyó como niño del peligro de muerte, para luego como adulto caminar voluntariamente hacia ella por amor a nosotros. Fue preservado en esa ocasión de la maldad del hombre, para luego entregarse a sí mismo en sacrificio y perdonar y vencer esa misma maldad.
Hoy día tenemos esperanza de vida, y la salvación de nuestras almas, no porque seamos mejor que Herodes. No porque somos inocentes. Sino porque el inocente de Dios, Cristo Jesús, murió en la Cruz del calvario y resucitó, venciendo al pecado y a la muerte, y por Su sacrificio hacernos inocentes ante Dios. Hoy Dios ve en nosotros no la maldad sino el sacrificio y la redención de Cristo que nos ha cubierto. Es Cristo quién tiene la última palabra, en la Cruz exclamó: “Consumado es”, ¡está hecho! la salvación ha sido ganada para todos por la muerte del Santo inocente, Jesús y por la fe en Él recibimos este precioso regalo. La fe que viene a nosotros por el Espíritu Santo. La fe que nos mueve a la obediencia como lo hizo con José.
Cristo, hoy continúa teniendo la última palabra, te dice a ti y a mí: tus pecados te son perdonados. Ese mensaje viene a nosotros por medio de su Palabra y los Sacramentos. Esa Palabra nos guía y nos dice, levántate y escapa del pecado y de la muerte, huye al refugio que es Cristo. Hoy el Señor te invita a escuchar esa Palabra y recibirla en tu corazón, y con una actitud humilde seguirla fielmente. Que la luz de Jesús siga alumbrando tu corazón en esta Navidad, y si estás pasando por alguna situación de dolor o sufrimiento, recuerda que nada de eso tiene la última palabra sino Cristo el Señor y, como su Iglesia, confesamos: “Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo volverá”.
Estimado oyente, si deseas conocer más sobre este Jesús que fue preservado para morir y resucitar por ti, y que hoy te ofrece vida nueva y perdón de pecados, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo para todas las naciones. Amén.