+1 800 972-5442 (en español)
+1 800 876-9880 (en inglés)
PARA EL CAMINO
Amado oyente, yo sé que tu no tuviste el privilegio de estar en el Aposento Alto con Jesús y sus discípulos, ni de que Jesús te lavará los pies, o de que comieras a la mesa con Él, pero déjame decirte que, sí tuviste el privilegio de que Jesús orará por ti. Si, Jesús, antes de ser crucificado y sin mucho tiempo por delante, después de haber tenido un tiempo de convivencia íntima con sus discípulos, y ahora en un momento de profunda intimidad con el Padre, hace esta oración. Y no solo ora por los discípulos que están con Él, sino también por todos aquellos que creerán en su nombre. Eso nos incluye a ti y a mí.
Qué increíble verdad. Casi dos mil años antes de que tú y yo naciéramos, Jesús ya estaba orando por nosotros. Es una oración que resuena a través de los siglos, una oración por la unidad de la Iglesia, por la gloria de Dios reflejada en su pueblo, por el amor sobrenatural de Dios. Es una oración que nos desafía hoy a vivir como testigos del Evangelio en un mundo dividido. Este pasaje nos muestra que la unidad entre los creyentes no es solo un ideal o una sugerencia, sino un anhelo profundo de Cristo. Más aún, la unidad de los creyentes es una de las pruebas más poderosas de la verdad del Evangelio, de ahí que Jesús vincula directamente la unidad de la Iglesia con la credibilidad del Evangelio ante el mundo: “para que el mundo crea que tú me enviaste”.
Sin embargo, la historia de la Iglesia ha estado marcada por divisiones y conflictos. Desde los inicios de la Iglesia primitiva hasta nuestros días, los creyentes han experimentado conflictos teológicos, políticos y culturales que han llevado a rupturas eclesiales. Como humanos imperfectos, debemos reconocer que muchas de estas divisiones son el resultado de nuestro pecado: el orgullo, el abuso de poder, la corrupción doctrinal y la falta de amor cristiano han contribuido a la fragmentación del Cuerpo de Cristo.
Jesús ora fervientemente, Él entendía que la Iglesia estaría compuesta por seres humanos, redimidos y perdonados, pero imperfectos y en constante lucha con nuestra naturaleza pecaminosa. Nuestra carne que nos impulsa a la desunión, a los conflictos y al desamor los unos por los otros. Esto es algo que está en nosotros desde un principio, desde el Génesis. La primera división en la Biblia la vemos en el jardín del Edén, con la primera familia, por causa del pecado.
Adán y Eva son separados de la presencia de Dios. Luego vemos a Caín matando a su propio hermano, y esa brecha de división entre unos con otros se fue abriendo cada vez más. Entre pueblos, culturas, y etnias. Al parecer esa tendencia a separarnos y dividirnos no ha cambiado, más bien continúa creciendo. Solo basta con ver los noticieros nacionales e internacionales para darnos cuenta cuan divido se encuentra el mundo. Por eso Jesús ora, sabiendo que el hombre es incapaz de amar a Dios o al prójimo por sus propios esfuerzos, es necesario el Espíritu Santo de Dios en nuestras vidas. Esa presencia del Espíritu Santo que recibimos por medio de la Palabra de Dios y los Sacramentos abre nuestros ojos y corazones para poder ver y recibir el amor del Padre por medio de su Hijo, y entonces poder amar a los demás.
Es muy importante aclarar que unidad no significa uniformidad. Jesús no ora para que todos seamos idénticos, sino para que estemos unidos en un mismo Espíritu. La Iglesia Primitiva enfrentó tensiones entre judíos y gentiles, pero su unidad se basó en la fe en Cristo, no en las tradiciones culturales. Ellos no eran todos iguales, tenían muchas diferencias, pero podían avanzar juntos en armonía.
Un ejemplo de unidad lo vemos cuando escuchamos una orquesta sinfónica. Muchos y diversos instrumentos, algunos de viento, otros de cuerdas, otros de percusión, pero cuando cada instrumento toca en perfecta armonía producen una melodía que nos llega al alma. Pero imagina que cada músico decidiera tocar su propia melodía sin prestar atención a los demás, lo que debería ser hermoso se convertiría en un ruido desagradable e insoportable.
La unidad en la Iglesia es como una sinfonía, cada uno de nosotros somos instrumentos únicos creados por Dios con dones, talentos y habilidades particulares. Pero cuando nos unimos bajo un mismo propósito, reflejamos la gloria de Dios y somos testigos a este mundo. Como dijo Jesús en Juan 13:35 (RVR1995): «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros«. Cuando la Iglesia camina en amor y armonía, el mundo nota la diferencia.
La unidad es tan importante porque es parte del carácter mismo de Dios. Dios es el modelo perfecto de unidad. Él es un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. No hay división en Él, no hay conflicto, no hay rivalidad. La unidad de Dios es perfecta y eterna. Al crearnos a su imagen y semejanza y en su perfecto diseño, Dios quería que viviéramos en esa unidad. En la creación, dice la Biblia, que Dios vio que todo era bueno, sin embargo, cuando creó al hombre se detuvo y dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18a), y formó a la mujer y a la primera familia. Este es el modelo divino, Dios trabaja a través de la unidad. No fuimos creados para vivir en aislamiento, sino para ser parte de su familia.
Jesús nos llama a una unidad que va más allá de una simple coexistencia. Una unidad que ignora la verdad no es la unidad que Cristo desea. Jesús ora “para que sean uno”, pero esta unidad está enraizada en la comunión con el Padre y el Hijo, lo que implica fidelidad a la Palabra de Dios. De esta manera, la oración por la unidad también es por sabiduría y discernimiento, para que la Iglesia no se desviara de la verdad. El mismo Apóstol Juan, advierte a la Iglesia sobre el cuidado que debían tener de los falsos maestros y profetas, que buscaban dividir al pueblo con falsas doctrinas (1 Juan 4:1-4). De igual manera hoy, debemos apegarnos a la verdad de las Escrituras y no dar lugar a las falsas enseñanzas que causan gran daño a la unidad de la Iglesia. Ahora esto no es algo que debamos hacer basados únicamente en nuestro intelecto o razonamiento humano, sino guiados por el Espíritu Santo, como nos dice el mismo Apóstol en Juan 16:13a: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él los guiará a toda la verdad”.
En su oración sacerdotal, Jesús enfatiza repetidamente la conexión entre la unidad de los creyentes y el testimonio del Evangelio al mundo. En los versos 21 y 23, repite: “para que el mundo crea que tú me enviaste”. Con esto vemos que la unidad de la Iglesia no es un fin en sí mismo, no es meramente para el bienestar interno de la Iglesia, sino que tiene un propósito mayor, que el mundo crea en Cristo. Esta unidad ha de ser un medio por el cual la Iglesia del Señor pueda realizar su misión de proclamar a Cristo y alcanzar a los perdidos.
También el verso 23 nos muestra cómo es posible esta unidad: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad”. La única manera de estar unidos como discípulos de Cristo, es si estamos unidos al Padre por medio del Hijo y esto por la fe que viene a nosotros por obra del Espíritu Santo. El pecado nos separó del Padre y la única manera de reconciliarnos y unirnos nuevamente a Él, es por medio del sacrificio de Jesús. No Hay otra manera. Cristo es el único camino al Padre, como nos dice Juan 14 versículo 6: “Jesús le dijo: ‘Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí’”. Por medio de su vida, muerte y resurrección, somos perdonados de nuestros pecados. Este perdón recibido en el amor sacrificial de Jesús y la regeneración por medio del Espíritu Santo en el Bautismo es lo que nos capacita a poder amar y perdonar a nuestro prójimo.
La gloria de Dios revelada a los judíos por medio del Mesías, el Logos encarnado, que revela el gran amor del Padre, ahora nos transfiere esa gloria. Ahora la Iglesia unida a Dios en Cristo revela al mundo el amor transformador del Padre. Por eso es tan importante y profunda esta oración intercesora de Jesús. Porque la Iglesia según el Evangelio de Juan ahora lleva la misión de dar a conocer el amor de Dios al mundo.
Jesús en su oración pasa de la fe a la esperanza, y pide al Padre que los discípulos y nosotros podamos ver su gloria y estar donde Él estará. Jesús está pidiendo por la glorificación de su Iglesia, por la manifestación plena de su presencia entre su pueblo y por la restauración definitiva de todo lo que el pecado ha dañado. Y lo maravilloso es que esta petición no es una mera aspiración, sino una certeza. La unidad que comenzamos a vivir aquí es solo un anticipo de la comunión perfecta que experimentaremos en la eternidad.
El mensaje del Evangelio ha resistido la prueba del tiempo. Durante más de dos mil años, ha permanecido firme a pesar de las divisiones, a pesar del pecado, a pesar de la corrupción del mundo. Ha soportado persecuciones, herejías, caídas y crisis, pero nada ha logrado detener su avance. La oración de Jesús sigue sosteniendo a su Iglesia, y su Espíritu sigue obrando para unir a su pueblo en torno a Cristo y su Evangelio. Bendito sea Dios que, por medio de la fe en su Hijo Jesucristo, nos ha justificado y perdonado nuestros pecados y por lo tanto podemos esperar con total confianza el día en que veremos al Señor cara a cara, el día en que la oración de Jesús se cumplirá plenamente y estaremos en su presencia para siempre.
El Señor Jesús sigue orando e intercediendo por nosotros, no permitamos que las diferencias humanas y las distracciones de este mundo nos alejen de nuestra misión como Iglesia, proclamar la salvación en Cristo, vivir unidos en amor, en propósito y en misión, para que el mundo vea en nosotros el reflejo de la gloria de Cristo y llegue a creer en Él.
Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a ver que Jesús es el Redentor prometido y que ha venido para perdonar tus pecados y ofrecerte la vida eterna, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.