PARA EL CAMINO

  • ¿Me tengo que preocupar del diablo?

  • junio 22, 2025
  • Rev. Germán Novelli Oliveros
  • Notas del sermón
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 8:26-39
    Lucas 8, Sermons: 3

  • Hace mucho tiempo escuché a un pastor decir que en su iglesia había una persona que culpaba al diablo por todo lo malo que pasaba. ¿Alguien llegaba tarde a una reunión de la congregación? ¡Eso fue el diablo! ¿Se dañaba algo en el baño? ¡El diablo otra vez! ¿Alguien se portaba mal? ¡Eso es el demonio haciendo de las suyas! El pastor decía que a veces sentía lástima por el pobre diablo, a quien le echaban la culpa por cualquier cosa, inclusive por esas acciones que la propia gente hacía.

    En esta circunstancia, yo preferiría no ponerme en un rol de —como dicen por ahí— abogado del diablo, pero hay algo que siempre he tenido en cuenta durante mi ministerio pastoral, y es que —como dice la popular canción venezolana— por ahí anda el diablo suelto.

    Años atrás, recuerdo haber leído con preocupación un estudio hecho por una famosa encuestadora de los Estados Unidos, el cual revelaba que más de la mitad de los cristianos estadounidenses dudaba de la existencia de Satanás, inclusive estos creyentes lo veían como una personificación de la maldad y no como un ser real.

    Tengo noticias para ti, para esos que participaron en ese estudio, y para todos dentro y fuera de las iglesias: El diablo existe, es real… y aunque es cierto que no podemos culparlo por todo, ni por muchas de nuestras acciones, es un enemigo de cuidado, es algo serio, y un enemigo del que deberíamos preocuparnos y, mejor aún, confiar en Aquél que se ocupa y se ocupó de él.

    No en vano, una parte importante del ministerio de Jesús fue atender a gente poseída o vencer los ataques del maligno. Recuerden que el ministerio de Cristo inicia luego de vencer las tentaciones del diablo en el desierto. No es casualidad tampoco que, en sus epístolas, tanto Pablo como Pedro, nos alerten sobre las asechanzas del demonio.

    Así que, antes de adentrarnos en el texto de esta semana, permite que inicie esta enseñanza con una pregunta que escuché el otro día en un estudio bíblico: ¿Qué tan ocupado ha estado el diablo en tu vida últimamente? ¿Y qué tan preocupado andas tú?

    Yo sé que Dios siempre está obrando en nosotros, y que Él envía Su Espíritu para que a través de la Palabra y los Sacramentos haya en nosotros fe, arrepentimiento verdadero, cambios, transformaciones en nuestro actuar, y la bendición de tener presente al Señor que echa fuera el mal y las maldades… pero también debemos saber que el maligno busca siempre deshacer la obra de Dios, y eso incluye atacarnos y tratar de apoderarse de nosotros, y nuestros caminos.

    Fíjate lo que estaba haciendo en el hombre del texto bíblico de este domingo. Dice el evangelio:

    26 Después arribaron a la tierra de los gerasenos, que está en la ribera opuesta a Galilea. 27 Cuando (Jesús) llegó a tierra, vino a su encuentro un hombre de la ciudad que estaba endemoniado. Hacía mucho tiempo que no se vestía ni vivía en una casa, sino en los sepulcros.

    La región de los gerasenos, identificada como la zona costera de Gadara en Mateo 8, es ciertamente territorio pagano en la Israel de aquellos tiempos. ¿Qué quiere decir esto? Bueno, esto significa que —al ser un área habitada por Gentiles— había allí mezclas culturales, religiosas, y prácticas idólatras que pudieran hacernos entender el hecho de que hubiera una posesión demoníaca en el lugar, o explicar detalles como la presencia de los cerdos que veremos más adelante. Recuerden que los judíos no comían ni comen carne de cerdo, por considerarlo alimento impuro, y por eso tampoco los criaban.

    En todo caso, Jesús llega a una zona pagana, pues su mensaje y su salvación, no distinguían personas, ni razas, ni regiones, ni religiones. Él iba a todos y mostraba misericordia a todos.

    Dice el texto que:

    28 Cuando el endemoniado vio a Jesús, se arrodilló delante de él, lanzó un fuerte grito, y le dijo: «Jesús, Hijo del Dios Altísimo, ¿qué tienes que ver conmigo? ¡Te ruego que no me atormentes!» . . . 30 Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?» Y él respondió: «Legión.» Porque eran muchos los demonios que habían entrado en él, 31 y le rogaban a Jesús que no los mandara al abismo.

    Aunque todo esto parezca espeluznante y raro, es evidente que el diablo, o esta legión de demonios, estaban causando estragos en este hombre. Estaba indefenso, imposibilitado de salir de esta circunstancia espiritual, y totalmente atormentado. El texto nos cuenta que el muchacho vivía desnudo, fuera de casa, y se la pasaba como loco en los cementerios, y apartado de todos.

    Un error común que cometemos muchos en nuestro tiempo es creer que el diablo es solo una figura narrativa del relato bíblico, pero que no existe hoy día. Otra equivocación es pensar que el diablo solo aparece en las películas de ficción y terror, y no en la vida real. Quizás el mercado cinematográfico ha ayudado a hacernos creer ese cuento.

    Pero la verdad es que, como ya te dije antes, el demonio existe y es real, y además tiene una misión: destruirte y destruir todo lo que Dios hace y quiere hacer contigo.

    Por eso te preguntaba hace un momento: ¿Qué tan ocupado ha estado el diablo en tu vida últimamente?

    Él querrá que lo ignores y lo escondas debajo de la alfombra, o que no creas en su existencia. Pero eso no quiere decir que no intentará hacerte daño.

    Jesús vio el terror que estaba provocando esta legión de demonios en aquel hombre, quizás un pagano de la zona, y por eso más que hablar, decide actuar.

     32 Como allí había un gran hato de cerdos que pacían en el monte, los demonios le rogaron a Jesús que los dejara entrar en ellos; y él les dio permiso. 33 Una vez fuera del hombre, los demonios entraron en los cerdos, y éstos se lanzaron al lago por un despeñadero, y allí se ahogaron.

    El hombre quedó liberado por el poder de Jesús, y me imagino que alguien cercano a Jesús buscó ropa para vestirlo, y una vez completamente restaurado, a este hombre lo vieron sentado a los pies de Jesús.

    Dice San Pablo en su carta a los Efesios, capítulo seis:

    10 Por lo demás, hermanos míos, manténganse firmes en el Señor y en el poder de su fuerza. 11 Revístanse de toda la armadura de Dios, para que puedan hacer frente a las asechanzas del diablo. 12 La batalla que libramos no es contra gente de carne y hueso, sino contra principados y potestades, contra los que gobiernan las tinieblas de este mundo, ¡contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes!

    Es muy fácil ser presa del maligno. Al mismo tiempo, yo sé que no es nada sencillo sortear sus tentaciones, sus ataques, y su poder sobre nosotros. Ni siquiera intentes vencerlo con tu propia fuerza, o tu armadura, porque es mucho el poder que tiene este enemigo real que es una amenaza seria, fuerte, y preocupante.

    Al igual que aquel hombre, nosotros también vivimos acechados en nuestra vida espiritual. No solo por el diablo, quien no es el culpable de todo como creían en aquella iglesia. A veces nuestro pecado, y nuestra naturaleza humana, nos mantienen prisioneros de acciones que nos hacen daño o lastiman a otros, de palabras que decimos y que luego nos arrepentimos, de esas cosas que arruinan familias, amistades, vecindarios, entornos laborales, comunidades de fe, y más. Asimismo, está también el mundo, otro enemigo que tenemos y que siempre buscará apartarnos de Dios y la fe en el Señor.

    El reformador Martín Lutero describía estos tres enemigos (el diablo, la naturaleza pecaminosa, y el mundo) como fuerzas de tentación a los cristianos… fuerzas reales, activas, y que operan en contra nuestra y de nuestra relación con Dios. El diablo buscará hacerte caer o recordarte todo lo que haces mal, la carne nos tentará a pecar, y el mundo siempre querrá que estemos apartados o andando en el camino de perdición.

    No sé si tengas claro lo mucho o poco que el diablo ha estado haciendo en tu vida, y espero que sepas que su trabajo no se detiene. Sin embargo, Cristo ya lo venció una vez en el desierto, lo venció varias veces durante su ministerio, lo venció aquel día cuando liberó a este muchacho geraseno, y sobre todas las cosas, lo venció en el sacrificio de la cruz y en su gloriosa resurrección.

    Cuando alguien es bautizado, allí está Cristo venciendo al diablo. Cuando la gente, en la obra del Espíritu, confiesa a Jesús y le cree sus promesas, allí hay otra victoria de Dios. No trates de atacar al diablo o defenderte de él con tu armadura o tus propias fuerzas, más bien deja que sea el poder del Señor, y la armadura de Dios, las que te protejan en esta lucha espiritual, en la que de por sí sabemos que Cristo tiene la victoria y en la que por Él, con Él, y en Él, somos más que vencedores.

    Cuando leo este texto, me estremece saber que tengo un salvador que tiene el poder que yo no tengo, y que lo usa para salvarme de esas cosas que yo no puedo cambiar. De igual manera, a mi —en lo personal— me encanta cuando Cristo gana, y cuando el Señor pone las cosas en su sitio, incluyendo al diablo. Pero lo que más me gusta de esta historia es cómo termina.

    Dice el texto que la gente se llenó de miedo al ver el poder de Jesús y lo que había hecho, y entonces le tocó marcharse del lugar. Sin embargo:

    38 El hombre de quien habían salido los demonios le rogaba que lo dejara estar con él, pero Jesús lo despidió y le dijo: 39 «Vuelve a tu casa, y cuenta allí todo lo que Dios ha hecho contigo.» Entonces el hombre se fue y contó por toda la ciudad lo que Jesús había hecho con él.

    Cristo restauró a este hombre para dar muestras de que su poder no tiene límites, y luego lo envía a casa, para que cuente a esa ciudad pagana las maravillas de lo que el Dios verdadero es capaz de hacer. Ahora dime, ¿qué tanto puede hacer Dios en tu vida?

    Jesús no solo te restaura cuando tus pecados son perdonados, cuando por gracia recibes la fe que salva, o cuando eres hecho nueva criatura en el poder de Dios manifestado en nuestro Bautismo. Después de obrar en ti la redención, Jesús te envía al mundo… no para que cuentes lo que el diablo es capaz de hacer, sino para proclamar lo que Jesucristo ha hecho por ti.

    Él te ha liberado del yugo de tus pecados al dar su vida por ti en la cruz, te salva de los ataques de Satanás y sus mentiras, te redime con su poder en su resurrección, y te trae a la familia de Dios por medio de la Palabra y los Sacramentos, y ahora te envía al mundo para que seas testigo de lo que Él ha hecho, hace, y hará por todos nosotros.

    La Iglesia, salvada, redimida, y restaurada por Jesucristo, tiene la misma tarea: ir a todas las naciones, a gente de todas partes, a razas, grupos étnicos, personas de diferentes edades, ideas, colores, y predicar en todas partes la poderosa Palabra de Dios.

    Si fuera tú, quizás me protegería del diablo y sus ataques, pero por sobre todas las cosas confiaría en Aquél que se ocupa de él, lo vence, y le dará el castigo eterno, mientras que a nosotros, los que en Él hemos creído, nos dará la vida eterna. Amén.

    En nuestra página de Para El Camino, puedes descargar gratis el folleto titulado “Satanás, el gran engañador”, escrito por el Pastor Michael Newman, y en el que seguro encontrarás más información de cómo Jesús ha vencido a Satanás y sus demonios.

    Por lo pronto, recuerda que para conocer más sobre Jesús puedes ponerte en contacto con nosotros aquí en Cristo Para Todas las Naciones. ¡Dios te bendiga! ¡Hasta pronto!