PARA EL CAMINO

  • Luz para nuestra oscuridad

  • febrero 7, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 8:12
    Juan 8, Sermons: 5

  • Los oyentes habituales de este programa saben que usualmente empiezo los mensajes con una historia. Hoy no va a ser diferente. Me costó bastante encontrar una historia que tuviera relación con el tema del mensaje, pero finalmente me crucé con la extraña y triste historia de una señora llamada Vera, de Checoslovaquia. Si bien hacía tiempo que Vera sospechaba que su esposo le era infiel, un día tuvo en sus manos la evidencia irrefutable de que había estado viendo a otra mujer. Tal constatación sacudió su mundo.

    Totalmente confundida y desesperada, Vera decidió quitarse la vida. Pero, al pensalo mejor, pensó que en realidad sería mejor quitarle la vida a su esposo. Sin embargo, poco a poco se fue dando cuenta que, a pesar de lo que su esposo había hecho, ella no era capaz de matarlo. Así es que, con mucho pesar, Vera comenzó a hacer los preparativos para su propia muerte: limpió la casa, surtió el refrigerador, preparó una buena cena, y escribió una nota… una nota de suicidio. Cuando hubo terminado, abrió la ventana del apartamento en el tercer piso, se sentó en el borde, se inclinó, y se dejó caer.

    Vera debió haber muerto ese día, pero no fue así, sino que sólo se lastimó un poco, porque cayó sobre su esposo. Sin saberlo, Vera se largó al vacío en el preciso momento en que su esposo entraba al edificio. El informe policial dijo que, en su caída, Vera lo aplastó, causándole la muerte instantánea.

    También me crucé con la historia de un hombre que murió a causa del disparo de un policía. Como había estado actuando sospechosamente, unos policías lo detuvieron para hacerle unas preguntas. Pero antes que pudieran empezar, el hombre salió corriendo, sacando del bolsillo una pistola. Reaccionando instintivamente, y sin saber que era una pistola de plástico, los oficiales sacaron sus armas y le dispararon.

    Cuando llegó la ambulancia ya no fue necesario llevarlo a un hospital, sino directamente a la morgue donde el doctor, al quitarle la ropa para hacer la autopsia, encontró una nota que decía: «Al oficial que me disparó: siento haberlo implicado. Yo sólo quería morir».

    Podría contarles más historias sobre el tema del que voy a hablar hoy, que es el suicidio. Podría contarles la historia de cada uno de los ocho miembros de mi iglesia que se quitaron la vida, pero no lo haré. Aún ahora, décadas después de que ocurrieran esas terribles tragedias, los recuerdos permanecen frescos, causando dolor y confusión a las familias, amigos, cónyuges, e hijos, que quedaron marcados para siempre cuando su ser querido prefirió la muerte a su amor.

    No tocaría el tema del suicidio para nada, si no fuera porque en los últimos siete días me informaron de dos jóvenes de la iglesia que, en su desesperación por escapar de la oscuridad, se quitaron la vida. En mis manos tengo la carta de unos padres cuyo hijo se suicidó. En ella escriben: «¿Dónde está Dios cuando suceden cosas malas? Él está justo a la puerta de nuestros corazones tocando, y esperando que le permitamos darnos su misericordia, su gracia y su paz».

    Dado que el tema de hoy es el suicidio, pido perdón a los oyentes que nunca han pensado en quitarse la vida; que nunca se han encontrado en una oscuridad tan profunda; que nunca han experimentado una pena tan severa, un dolor tan grande, una culpa tan imperdonable, una soledad tan abrumadora, una depresión tan sobrecogedora que uno haría cualquier cosa para escapar de ella.

    Sólo en los Estados Unidos, cada año hay 30.000 personas que se quitan la vida debido a que el pecado y Satanás los han convencido que las sombras de lo desconocido del suicidio son mejores que continuar con su doloroso presente. Si usted jamás sintió que no vale la pena vivir; si usted nunca ha creído que todo mañana será más oscuro que hoy día, dé gracias que este mensaje no está dirigido a usted.

    Dé gracias y pida a Dios que ilumine a los muchos corazones que sí están siendo convencidos que la única solución permanente para sus problemas temporales es el suicidio. Hay muchos que se sienten así, y usted lo sabe. Hace unos instantes hice referencia a 30.000 suicidios anuales. Ése en sí ya es un número muy alto, pero usted debe saber también que el número de personas que intentan suicidarse y no lo logran es ocho veces más alto.

    Las razones que llevan a las personas a tan oscuro momento son variadas. En la Biblia se nos habla del rey Saúl, quien se quitó la vida para evitar un futuro penoso, y también de un consejero real llamado Ahitofel, quien se suicidó por haber perdido su reputación ante la corte. Y por supuesto también estuvo Judas, quien se ahorcó ante la vergüenza y remordimiento por haber traicionado y entregado a Jesús.

    En contraste con esa lista de almas tristes de la Biblia que cometieron suicidio, sobresale otro grupo. Un grupo de personas que, ni en los peores momentos de oscuridad y desesperación, pensaron en quitarse la vida. Entre ellas estaban Elías, el profeta más poderoso de Dios, que enfrentó valientemente a reyes y reinas no creyentes y a sacerdotes idólatras. En el libro de 1 Reyes 19:1-18 se nos cuenta que cuando Elías perdió la esperanza y cayó abatido por la soledad y el cansancio, pidió para morir, pues sólo veía soledad y agotamiento… pero no se quitó la vida.

    En el Antiguo Testamento también encontramos la historia de Job, que en un tiempo había sido un respetado y afluente hombre de familia, pero que en un abrir y cerrar de ojos, perdió absolutamente todo y quedó desesperanzado. A pesar de haber sido escritas hace miles de años, sus palabras expresan los pensamientos de muchos que contemplan hoy el suicidio. Escuche lo que dijo:

    «Por lo que a mí toca, no guardaré silencio; la angustia de mi alma me lleva a hablar, la amargura en que vivo me obliga a protestar… ¡Preferiría que me estrangularan a seguir viviendo en este cuerpo! Tengo en poco mi vida; no quiero vivir para siempre. ¡Déjame en paz, que mi vida no tiene sentido!» (Job 7:11,15-16). Job estaba abatido pero no se quitó la vida.

    Pero aún así, si su vida es insufrible, no sirve de mucho consuelo saber que hay otros que están pasando por lo mismo que usted. ¿Qué puedo decir que lo haga cambiar de idea? ¿Debo amenazarlo con el fuego del infierno que le espera si se quita la vida? ¿Debo tratar de asustarlo con una eternidad mucho peor, mucho más penosa, más desesperada que cualquier otra que usted haya experimentado? Algunos predicadores y algunas denominaciones religiosas me harían hacer eso. Y otros predicadores y denominaciones dirían: ‘un momento, la palabra suicidio ni siquiera figura en la Biblia; entonces, ¿cómo puede decirle a alguien que quien comete suicidio se va al infierno?’ Y tienen razón, la palabra suicidio no figura en las Escrituras. Pero por otro lado, está el mandamiento de ‘no matar’, y tengo que creer que esto incluye el matarse a uno mismo. Así que, ¿cuál sería la respuesta? El que comete suicidio, ¿va al cielo o al infierno?

    Esa es la gran pregunta, ¿verdad? Esa es la pregunta que tiene a todos los oyentes a la expectativa y atentos. Nadie quiere perderse una palabra de lo que diré, y sé que necesito escoger mis palabras cuidadosamente.

    Hace años, un hombre de mi iglesia me dijo: «Pastor, si hubiera sabido que usted me daría un funeral cristiano, habría cometido suicidio hace dos años». Si digo que usted puede cometer suicidio e igualmente ir al cielo, algunos de ustedes lo intentarán. Es así de simple, algunos de ustedes lo harán. Por otro lado, si les dijera que todo el que comete suicidio se va directo al infierno, más vale que tuviera a mano unos cuantos pasajes de las Escrituras que sustentaran mis palabras.

    ¿Qué les puedo decir? No voy a decir que todos los que se suicidan automáticamente van al infierno. Hay veces en que la persona conoce a Jesús y lo reconoce como su Salvador –y todo lo que digo depende de que las almas pecadoras reconozcan su trasgresión y su total dependencia del perdón y salvación que Jesús ha ganado… hay veces en que la persona que conoce a Jesús simplemente no es responsable de sus acciones. Fuera de su sano juicio, dicen y hacen cosas que nunca se les ocurriría hacer si estuvieran en control de sus facultades. No puedo probarlo, y enfatizo que no puedo probarlo con las Escrituras, pero me inclino a creer que, así como una familia terrenal hace concesiones por un ser amado enfermo, nuestro Dios misericordioso, quien ama a cada uno de nosotros como nunca nadie nos ha amado jamás, no hará menos. Pero necesito que usted comprenda y quede bien en claro que no puedo señalar un versículo en la Biblia que pruebe lo que acabo de decir.
    La siguiente pregunta lógica sería: ‘Entonces, ¿todos los que comenten suicidio se van al cielo? Después de todo, ¿acaso no están locos todos los que cometen suicidio?’ Definitivamente no. El rey Saúl sabía lo que estaba haciendo cuando cayó bajo su espada. Los pilotos Kamikaze de la Segunda Guerra Mundial sabían lo que estaban haciendo; los hombres bomba del Medio Oriente también saben lo que están haciendo. Todos ellos han sido fríamente encomendados y lógicamente dedicados a una causa. Ellos se dan cuenta de las consecuencias de sus acciones, y el Señor los encontrará culpables. Lamentablemente, ellos no conocen a Jesús como su Salvador, por lo que hablar del cielo es ya un punto debatible, ¿verdad?

    ¿Todos los que cometen suicidio van al cielo? Es una pregunta simple que merece una respuesta simple: No lo creo. Pero como mi opinión no es más que mi opinión, seguramente usted querrá que se lo pruebe con la Biblia, así es que aquí va mi respuesta doble. Jesús tuvo un discípulo llamado Judas. Judas no sólo fue su discípulo, sino que también fue quien lo traicionó. Judas vendió a su Salvador por el precio que se pagaba por un esclavo. Jesús, sabiendo lo que estaba por sucederle, trató de disuadirlo. Cuando estaban juntos celebrando lo que habría de ser la Última Cena, Jesús dijo: «A la verdad el Hijo del hombre se irá, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido» (Mateo 26:24).

    Durante su ministerio, Jesús trató con deshonestos cobradores de impuestos, con prostitutas, y con personas que lo odiaban y querían matarlo. En las 24 horas que siguieron después que fuera traicionado por Judas, Jesús fue arrestado, blasfemado, azotado, escupido, y finalmente clavado a la cruz. Desde allí, y a pesar de la dolorosa agonía que estaba sufriendo, Jesús oró por sus asesinos, diciendo: «Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen».

    Al morir por ellos, por usted, y por mí, Jesús tuvo palabras de perdón. Pero acerca de Judas dijo: «Más le valdría no haber nacido». Judas podría haber sido perdonado por su traición. Pedro negó a su Salvador tres veces y fue perdonado; el Apóstol Pablo fue un asesino, y también fue perdonado. Pero a Judas, quien trató de pagar por su pecado suicidándose y ofreciendo su vida por la inocente vida de Jesús, el Salvador sólo le pudo decir: ‘Más le valdría a ese hombre no haber nacido’.

    Y hay aún una prueba más que puedo ofrecer. En los días después de la resurrección de Jesús y antes del nacimiento de la iglesia en Pentecostés, los discípulos se encargaron de arreglar algunos asuntos. Pero una cosa que no hicieron fue reclamar el cuerpo de Judas para darle sepultura. Cuando Juan el Bautista murió, sus seguidores reclamaron el cuerpo y lo enterraron (Mateo 14:12). En los comienzos de la iglesia, cuando los mártires eran sacrificados, sus cuerpos eran recogidos para ser enterrados. Pero los discípulos ni siquiera intentaron darle a Judas una despedida adecuada. Al contrario, lo primero que hicieron fue poner a alguien en el lugar que Judas dejó para «irse al lugar que le correspondía» (Hechos 1:25). Y ese lugar no era el cielo. ¿Suicidio y cielo? No creo que los dos se lleven bien.

    ¿Qué le puedo decir a quien está pensando en suicidarse? Con todo mi corazón le digo: «por favor, no lo haga». El suicidio no terminará con sus problemas; sólo los transferirá a las personas que le aman. Peor aún, esos problemas serán multiplicados porque sus seres queridos nunca dejarán de preguntarse: «¿Qué podría haber hecho para prevenirlo?» Y no diga que ‘a nadie le importa, nadie comprende’. Si realmente no tiene a nadie a quien le importe, recuerde que tiene al Salvador. En la iglesia frecuentemente decimos, «Jesús vino a salvar al mundo», que es lo mismo que decir: «Jesús vino a salvarlo a usted».

    ¿Se siente culpable o avergonzado por algo que ha hecho? Cuando Jesús murió, Él murió para quitarnos la culpa de nuestros pecados. Hace 2.000 años, Jesús lo miró a usted, vio su pecado, y se sacrificó a sí mismo para que usted pudiera ser perdonado.

    ¿Se siente solo? ¿Siente temor? ¿Está al borde de la desesperación? Jesús, quien murió por usted, también resucitó de la muerte por usted. Aún ahora, aunque no lo vea, Él está a su lado, enviando a su Espíritu Santo para que usted pueda apoyarse en Él. Jesús dijo: «depositen en mí toda su ansiedad, porque yo cuido de ustedes» (1 Pedro 5:7). Y así lo hace. No hay nada que a usted le pueda ocurrir que los dos juntos no puedan afrontar y superar.

    ¿No puede creer? Bueno, ¿cómo le ha ido afrontando solo sus problemas? Créame, no tiene nada que perder, pero sí todo por ganar. Yo no sé cuán profunda es la oscuridad que le rodea, pero sí sé que Jesús es la luz del mundo, y que nos promete: «El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12).

    Al comienzo de este mensaje leí de una carta escrita por los padres cuyo hijo se había suicidado, en la cual expresaban su agradecimiento a un Dios maravilloso. ¿Una carta de agradecimiento? No les conté de qué estaban agradecidos, ¿verdad? Les diré ahora: esos padres estaban agradecidos porque cuando su hijo se disparó, la bala no había dañado la córnea de sus ojos, por lo que, a través de ellas, ahora otras personas podían ver; estaban agradecidos porque había corazones que ahora latían regularmente gracias a que las válvulas del corazón de su hijo habían sido trasplantadas. Estaban agradecidos, y oraban para que esas personas conozcan al Señor como Salvador de sus vidas.

    En el momento en que la depresión, la desesperanza, la melancolía, y la oscuridad deberían estar dominando, la luz de Jesús triunfó. Hoy Él quiere hacer lo mismo por usted. Jesús le está esperando. Arrepiéntase, crea, sea salvo, sea traído a la luz.

    Si de alguna forma podemos ayudarle a encontrar la luz de Jesús para su vida, por favor comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.