PARA EL CAMINO

  • La voz de Dios entre tanto ruido

  • mayo 11, 2025
  • Rev. Germán Novelli Oliveros
  • Notas del sermón
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 10:22-30

  • Que el amor del Padre, el poder del Hijo, y la presencia del Espíritu Santo abran tu corazón en este momento para que recibas este mensaje que hemos preparado para ti con mucho cariño. Amén.

    «Escuchamos… pero no juzgamos». Hace unos meses atrás esta fue la tendencia en redes sociales.

    La gente se paraba frente a la cámara y se grababa contando un secreto de sus vidas, que quizás nunca se hubieran atrevido a confesarle a nadie, y decían siempre esa frase: «Escuchamos, pero no juzgamos».

    Creo que las personas –en todos los tiempos y en todos los lugares– tienen una gran necesidad de ser escuchadas ¿No les parece?

    Pero el temor a ser juzgados, rechazados, criticados siempre está latente allí, y es por eso que muchos optan por el silencio, por guardarse las cosas, por no decir lo que en verdad piensan o sienten. Y creo además que las redes sociales han abierto un espacio para que la gente se sienta escuchada, vista, o relevante. Ahora bien, yo sé que podríamos pasar el día entero hablando sobre si las redes es el mejor espacio o no para escucharnos, o si la exposición que nos da el Internet es un lugar seguro para ello.

    En todo caso, todos tenemos algo que decir, y es por ello que hay muchas voces allá afuera, todas diciéndonos algo diferente. Vivimos en tiempos donde hay tanta gente hablando, que no se puede escuchar con claridad nada, ya que pareciera haber mucho ruido en el mundo.

    Uno de los lugares que menos me gusta visitar es el centro comercial ¡de cualquier parte! En especial cuando hay mucha gente. Me aturde en gran manera el ruido de la multitud hablando todos a la vez, la música, y el bullicio. No sé si a ustedes les pasa lo mismo.

    Hoy Jesús nos dice (v.27): Las que son mis ovejas, oyen mi voz; y yo las conozco, y ellas me siguen.

    Pero ¡qué difícil se ha vuelto escuchar a Jesús entre tanta bulla en este mundo!

    Pienso que este texto es, entre otras cosas, una invitación a que exploremos nuestra relación y nuestra comunicación con Jesús. ¿Cómo saber que en verdad estamos escuchando a Dios? ¿Cómo nos comunicamos con Él? ¿Qué nos dice Él y cómo podemos hablar nosotros –gente tan limitada– con un Dios que es todopoderoso?

    En mi ministerio pastoral, muchas veces me ha tocado tener que atender y aconsejar a individuos, parejas, y familias en sus problemas cotidianos. A través de los años, me he dado cuenta que el desafío más común que tiene la gente en el hogar, en las iglesias, en los trabajos, en las relaciones interpersonales, es el problema de la falta de comunicación. ¡Las personas no se están tomando el tiempo para escucharse! ¡Y esto nos pasa a todos! Ya yo perdí la cuenta de las veces que mi esposa me ha dicho esta frase: ¡Me estás oyendo, pero no me estás escuchando! Me deja sin armas cuando me lo dice, porque la mayoría de las veces es verdad. Yo, al igual que muchas personas, estamos allí, escuchando lo que se nos dice, pero a la más mínima distracción, dejamos de escuchar atentamente, y solo oímos la voz de alguien hablándonos, sin tener mucho entendimiento sobre lo que nos dicen.

    Piensa en tu relación con Dios en este momento de tu vida. ¿Lo estás oyendo como el que oye una voz entre tantas voces, o lo estás escuchando con atención? ¿Si ves la diferencia?

    Ahora bien, ¡volvamos al texto de esta semana!

    Sabemos que era invierno, que había una fiesta judía muy importante y que Jerusalén tenía más gente de lo habitual, y que Jesús enseñaba en el pórtico de Salomón, un área del templo ideal para protegerse del frío de esos días, y que allí fue interpelado una vez más por los fariseos, que eran los líderes religiosos de la época.

    (v. 24) Entonces los judíos lo rodearon y le dijeron: «¿Hasta cuándo vas a perturbarnos el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.»

    ¡Dínoslo ya! ¿Eres el Mesías o no? ¡No nos perturbes más con la intriga! ¡Habla de una vez!

    ¿Saben qué creo? Creo que ellos querían oír de Jesús lo que querían oír y punto. Haciendo esto se estaban negando la oportunidad maravillosa de escucharlo, y escuchar lo que Dios estaba hablándoles a través de las palabras y las acciones de Jesús.

    Quizás querían que Jesús les dijera que sí era el mesías para tener una razón para juzgarlo, y quizás matarlo como en efecto pasó tiempo más tarde. Quizás querían que Jesús les dijera que sí era el mesías para entonces obligarlo a liderar la restauración de Israel en la manera que ellos la hubieran querido. Pero, en cualquier caso, ellos evidentemente no estaban prestando atención a Jesús, y no lo estaban escuchando de verdad.

    Esto es precisamente lo que Jesús les dice (v.25-26):
    Jesús les respondió: «Ya se lo he dicho, y ustedes no creen; pero las obras que yo hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí. Si ustedes no creen, es porque no son de mis ovejas…»

    Ellos no solamente estaban negándose a escuchar a Jesús, sino que –al no creer– estaban rechazando todo lo que Jesús les estaba diciendo, con palabras y con acciones. Dicen por ahí: que las acciones hablan más que mil palabras.

    Jesús no solo les hablaba, sino que, con sus obras, con sus milagros, con sus señales, con su poder les estaba afirmando continuamente que en verdad era el Cristo prometido y enviado por Dios.

    Pero ellos estaban totalmente sordos… tenían sordera espiritual, y es por eso que lo oían, pero no lo escuchaban, es por eso que veían lo que hacía, pero lo rechazaban y se negaban a creer.

    Esto es lo que hace el pecado en nosotros. Nos cierra los ojos, nos tapa los oídos, nos distrae, nos endurece el corazón, nos lleva a creer en lo que nosotros queremos creer y punto, y nos lleva a escuchar otras voces, menos la voz de Dios.

    Sin duda, este es el reto que tenemos tú y yo por estos días en que todos nos bombardean con sus mensajes, sus creencias, sus opiniones: ¿Cómo escuchar a Jesús entre tanto ruido?

    Cuidado con ser como estos judíos de aquellos días, cuyos corazones endurecidos rechazaban prestar atención al Cristo, o inclusive ver sus obras. Cuidado con esperar que Dios te diga siempre lo que quieres escuchar, y entonces termines ignorando sus llamados de atención, sus invitaciones al arrepentimiento, y su Palabra que es Ley y Evangelio.

    Creo que ha llegado la hora de destaparnos los oídos, limpiarlos con mucho cuidado, y comenzar a atender lo que el Señor nos dice. No te olvides que la fe viene por el oír la Palabra de Dios (Romanos 10:17).

    Uno de los atributos más maravillosos de Dios es la constante comunicación con su pueblo. Él es un Dios que habla y que quiere hablarte. En el Génesis vemos que el Señor creó el mundo hablando (¡Y Dios dijo, y se hizo!) … en Juan capítulo uno, Dios es descrito como la Palabra que creó todas las cosas desde el principio y la Palabra hecha carne en Jesús. Durante toda la historia, Él siempre ha estado en comunicación con nosotros a través de la palabra de profetas y predicadores en todos los tiempos. Es lo que se revela en las Escrituras y lo que se predica hoy en la Iglesia.

    Nuestros programas de Para El Camino y Cristo Para Todas las Naciones existen para eso, para predicar lo que Dios nos dice, y que ustedes puedan escuchar cada semana la voz de este Dios que insiste en hablarte, y que en el poder del Espíritu Santo le baja el volumen al mundo para que puedas escuchar Su voz.

    Dice el libro de los Proverbios que «…el que presta atención a la palabra prospera. ¡Dichoso el que confía en el Señor!» (Proverbios 16:20)

    Y Jesús nos dice hoy (v.27-30):
    Las que son mis ovejas, oyen mi voz; y yo las conozco, y ellas me siguen. Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno.»

    Jesús es el Buen Pastor que dio su vida por sus ovejas. El Señor no es un Dios ajeno a ti, sino que te conoce inclusive antes de que nacieras, que te ama desde que estabas en el vientre de tu madre, que te habla, y constantemente te cuenta de lo mucho que es capaz de hacer por ti.

    En el Santo Bautismo, Dios nos adopta como sus hijos, y entonces pasamos a ser parte del rebaño del Creador. Sin que hagamos algo para merecerlo, Él nos elige para salvación, para darle un propósito de vida eterna a todos los que escuchamos estas palabras, las atesoramos en nuestros corazones, y por gracia recibimos la fe en Jesucristo que nos da perdón, vida eterna, salvación, y la oportunidad de vivir por Él y para Él.

    Hay personas que dicen que quisieran que Dios les hablara directamente, y no se dan cuentan que Dios nos habla a nosotros directamente en las Escrituras, las cuales a menudo rechazamos. No leemos la Biblia como deberíamos, no vamos a la iglesia a escucharlo, y a veces tenemos una Biblia a nuestra medida, donde solo prestamos atención a las cosas que nos gustan de la Palabra, y rechazamos todo eso que no se adapta a nuestras filosofías o ideologías humanas.

    Sin embargo, Jesús aún viene a nosotros en la Palabra y en los Sacramentos, que son medios de gracia con los que Dios nos cuenta su historia, y donde Jesús mismo sana nuestra sordera espiritual que nos aleja de Él, y nos recuerda que somos hijos electos y amados, y que Él nos busca como el Buen Pastor que es.

    El texto también dice que Él nos conoce. Quizás para muchos Jesús es totalmente desconocido, pero nosotros no somos desconocidos para Él. Cristo te conoce, lo bueno y lo no tan bueno de ti Él lo sabe… tus fortalezas y hasta tus debilidades más penosas… y aun así te ama, y Él te escucha y quiere que sepas que, gracias a su sacrificio en la cruz, el Juez Justo del universo ya no te juzga culpable. Cristo ha tomado sobre sí tu culpa para restaurarte y hacerte hijo de Dios.

    Finalmente, y con esto me gustaría cerrar, oro para que recuerdes siempre que eres una oveja del rebaño de Dios, que escucha la voz del pastor, que Él te conoce íntimamente, y que te invita también a seguirlo, y esto es quizás lo más difícil. Él nos dice que para seguirlo debemos renunciar a nosotros y tomar una cruz, tal y como Él lo hizo.

    En la carta de Santiago, capítulo uno, leemos: «No se contenten solo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica» (Santiago 1:22).

    Por lo tanto, ten en cuenta que, para seguir al Cristo resucitado, debemos pasar por el Cristo de la cruz, el que dio su vida para la salvación de sus ovejas, el que sufrió en tu lugar, el que se perdió en la muerte, afligido y castigado, para pagar por tus pecados, pero que resucitó en verdad para que ustedes y yo encontráramos vida y esperanza.

    Este es el Jesús que hoy nos habla, que hoy nos conoce, y que hoy te invita a que le sigas. Este es el Jesús que te promete que cuando estamos en su rebaño, Él nos protege, nos cuida, y ni la muerte, ni el diablo, ni nada en el mundo, podrá jamás arrebatarnos de su mano protectora. Este es el Jesús cuya voz encontramos en la Palabra, y que allí nos habla, nos equipa para la vida, y hace que se nos abran los oídos para más que oírlo, escucharlo.

    Este es el Jesús que le baja el volumen al ruido del mundo para que escuches hoy que su voz diciéndote que te ama, te perdona, y te salva. Este es el Jesús que ha venido a salvar al mundo, y no a condenarlo (Juan 3:17). Este es tu Buen Pastor, que está contigo aun cuando andes en valles de sombra de muerte, y que en este día te regala salvación. Amén.

    Recuerda que, si te ha gustado este mensaje, no dudes en compartirlo. Otros seguramente necesitan escuchar al Buen Pastor. Además, ya sabes que para conocer más de Jesús y de la salvación que Él trae a nuestras vidas, puedes ponerte en contacto con nosotros aquí en Cristo Para Todas las Naciones. ¡Dios te bendiga!