PARA EL CAMINO

  • La restauración de Pedro

  • mayo 4, 2025
  • Rev. Laerte Tardelli Voss
  • Notas del sermón
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 21:1-19

  • La Resurrección del Hijo de Dios, de N.T. Wright, es un libro de casi mil páginas. Sí, yo sé que parece demasiado, pero déjenme decirles: vale la pena. No solo para quienes están curiosos sobre la principal verdad del cristianismo, la resurrección de Jesús, sino también para quienes ya son cristianos y desean fortalecer su fe. Uno de los argumentos del autor es que los textos bíblicos que muestran los encuentros de Jesús resucitado con sus discípulos, como el que acabamos de escuchar, no encajan de ninguna manera en la literatura de mitos o leyendas. Aquí hay un ejemplo: fíjense que los discípulos trajeron 153 peces de agua. ¿Por qué 153? 153 no es ni nunca fue un número simbólico. Alguien podría decir que tal vez dieron ese detalle para hacer la leyenda más realista. El problema es que no se contaban leyendas de esa manera en esa época. En esa época no se añadía un detalle así en una narrativa a menos que realmente hubiera sucedido. Estamos hablando de un recuerdo de alguien que fue testigo ocular. De algo que realmente ocurrió. Pedro, antes de tirarse al agua, se pone su ropa. Juan solo dice que fue eso lo que ocurrió porque lo recordaba bien: eso fue lo que pasó. No hay razón para dudar de Juan 21 como un evento histórico. Pero ¿por qué lo contó Juan? Él mismo dijo que quedaron muchas cosas fuera de su libro, porque era imposible contar todo lo que Jesús hizo y dijo. Tuvo que seleccionar. ¿Por qué seleccionó esta historia? Porque significa mucho.

    Uno de los himnos más increíbles de la Navidad, de Charles Wesley y Felix Mendelsohn es: Hark! The Herald Angels Sing, traducido al español en nuestro himnario como Oíd un son en alta esfera. En el original inglés tiene una frase que dice: “God and sinners reconciled”: Dios y los pecadores, reconciliados. Paz. Reconciliación. De eso trata nuestro texto. Reconciliación concreta y plena. Sobre esto vamos a estudiar.

    Primero: El encuentro de Jesús resucitado con Pedro nos enseña sobre reconciliación con los demás. Versículo 4: al amanecer, Jesús estaba en la playa, pero los discípulos no lo reconocieron. Esta es la tercera aparición de Jesús resucitado a sus discípulos. En esta ocasión, siete de ellos se habían ido a pescar. Pescaron toda la noche sin conseguir nada. Cuando Jesús les dice que echen la red nuevamente, y las redes se llenan de peces, Juan se da cuenta: ¡Es Jesús!

    Ahora escuchen este detalle: miremos a los discípulos en la barca. De los siete, podemos citar a solo cuatro para confirmar nuestro argumento: Juan, Pedro, Natanael y Tomás. Recordemos cuán diferentes son estos hombres unos de otros cuando leemos los evangelios. La serie The Chosen también lo destaca. Podríamos decir que Natanael es un hombre de fe. Creyó en las cosas de Dios con cierta facilidad cuando se encontró con Jesús. Jesús le dijo: «Natanael, te vi debajo de la higuera». Cuando Jesús le dijo eso, Natanael confesó: «Estoy delante de alguien especial, Tú eres el Rey de Israel». Jesús le responde: «Sí, así es, pero ¡qué fácil te impresionas! Aún no has visto nada, no te imaginas los milagros que me verás hacer». Natanael parece creer con facilidad. Y Tomás es prácticamente lo opuesto. Tomás es desconfiado, dudoso. «No voy a creer que Jesús resucitó a menos que ponga mis manos en sus cicatrices». Si es realmente Jesús, los agujeros en sus manos deben seguir ahí. Imagina si Jesús hubiera resucitado sin las cicatrices. Imaginen si las cicatrices hubieran desaparecido con la resurrección… Tomás podría estar dudando hasta ahora. ¿Cuál es el punto? El punto es que ambos están en la barca. Juntos. En el mismo barco. Juntos en el seguimiento a Jesús. Natanaeles y Tomases, dos tipos completamente diferentes.

    Vemos algo parecido con Pedro y Juan. Juan es analítico, reflexivo. Piensa en las cosas, le gusta meditar en las palabras de Jesús. Pedro era más de acción. A veces, los Pedros piensan que los Juanes son cobardes, que necesitan demasiado tiempo para llevar una idea a la práctica. Los Juanes pueden pensar que los Pedros son impacientes e impulsivos. Pero aquí, en el equipo de Jesús, los Juanes y los Pedros están juntos en el mismo barco. Es el comienzo de una realidad que el Nuevo Testamento habla mucho: Jesús Cristo vino a juntar a personas que son diferentes, que son étnicamente diferentes, temperamentos diferentes, de clases sociales diferentes. Podríamos decir: Jesús vino a reconciliar a las personas unas con otras y ponerlas en el mismo barco.

    Miramos el mundo de hoy, fracasado en la polarización, fracasado en los conflictos y podemos sentirnos sin esperanza. Pero aquí en la historia somos invitados a ver algo distinto: que, en Cristo, solo en Cristo, podemos ser reconciliados unos con otros. Nuestro texto trata de la resurrección. Sobre la parte del credo que dice: Creo en la resurrección de la carne. Jesús comiendo pescado asado con sus discípulos en el desayuno. ¡Qué hermosa es la realidad de la resurrección de la carne! Pero este texto también trata de otro precioso artículo del Credo: Creo en la iglesia cristiana –la comunión de los santos. Creo que los diferentes bautizados pueden y están juntos y reconciliados en el barco.

    La resurrección de Jesús no solo nos reconcilia con otras personas y nos une en la iglesia, también nos reconcilia con nosotros mismos. Explico: sin Dios, vivimos vidas de ilusión. Pasamos la mayor parte de nuestras vidas intentando probar que somos algo diferente de lo que realmente somos. No admitimos nuestras debilidades, nuestro pecado. No somos transparentes. Sin Dios, vivimos negando esa realidad dura sobre nosotros y culpando a otros por nuestros propios problemas. Necesitamos reconciliarnos con nosotros mismos, o sea, reconocer nuestra condición pecadora y necesitada de la gracia de Dios. Y Jesús puede ayudarnos con esto, exactamente como hizo con Pedro en nuestro texto.

    Necesitamos recordar lo que sucedió. Cuando Jesús enfrentó la muerte, todos sus discípulos lo abandonaron. Todos. Pero la traición de Pedro fue particularmente grave. Pedro estaba en el círculo más íntimo de Jesús, entre los amigos más cercanos. Pedro también parecía ser uno de los más alejados de su propia realidad, el menos capaz de admitir su limitación, el más necesitado de mantener una apariencia de sí mismo como una persona firme, valiente, fiel. De todos, él fue el único que insistió en que, si Jesús fuera arrestado, él no lo dejaría solo. ¿Recuerdan? «Aunque todos los demás te abandonen, yo no, yo nunca. Estoy listo para ir a la prisión e incluso a la muerte por ti». Si el resto te deja, sabes que puedes contar conmigo. ¿Qué estaba diciendo? Jesús, yo he estado acompañando a estos otros once. Los observo. Ninguno de ellos te ama como yo. Ninguno de ellos te dará la lealtad que yo te doy.

    Pero como sabemos, Pedro negó públicamente a Jesús. En el patio, mientras Jesús era juzgado, alrededor de una fogata, tres veces le preguntaron: «Oye, ¿no eres tú un seguidor de Jesús?» Y las tres veces no dudó y respondió: «No conozco a Jesús». Exactamente lo que Jesús le dijo que haría. ¿Cómo puede alguien vivir consigo mismo después de eso? Jesús sabía que Pedro se estaba sintiendo la peor persona del mundo. Para ayudarlo, escuchen lo que hace Jesús:

    «Al saltar a tierra, vieron allí unas brasas con pescado encima; y también había pan». Jesús acerca a Pedro a una fogata, que es un recordatorio de aquella otra fogata. Pero no es todo. Después de comer, Jesús le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos otros me aman?» Observen la conexión que Jesús hace, señalando lo que Pedro dijo: «Todos te dejarán solo, pero yo te amo más que ellos, más que todos». Por eso Jesús no hace la pregunta una vez, sino tres, el mismo número de veces que Pedro negó. Y la pregunta no es: «Simón, ¿Por qué? ¿Por qué me negaste?» La pregunta tiene que ver con el amor, porque en el fondo el fracaso de Pedro no fue solo haber negado, sino haber dicho que lo amaba más que los demás. Miren cómo Jesús recupera todo. El escenario, la fogata; el número de veces que Pedro negó, y el contenido detrás de la negación. Jesucristo está tratando de llevar a Pedro a la realidad. Al fin de la negación. Mira quién eres. Mira lo que has hecho. Jesús parece estar clavando y torciendo el cuchillo, pero es un cuchillo de cirujano, el cuchillo de un médico que corta para sanar. Porque cada vez que Pedro le contesta, Jesús le perdona, le sana, le devuelve su lugar: «Cuida de mis ovejas, apacienta mis ovejas, pastorea mi rebaño».

    La reconciliación consigo mismo. A cada golpe que Jesús da en el corazón de Pedro, con sus preguntas que le llaman al arrepentimiento, Pedro, quiero que veas el fracaso moral, la bancarrota espiritual que eres, basta de aparentar, suelta esa máscara de una vez por todas, a cada vez que Jesús hacía esto, Jesús le absuelve: Muy bien, adelante. Vuelve al juego. Vuelve a la vida. Vuelve a tu llamado. Vuelve a tu misión. Lidera, pastorea a mis seguidores. Hay 7 discípulos en la playa y Pedro, en ese momento, es el más quebrantado. Del que estuvo más fuera de la realidad, del que más sentía que tenía que mantener las apariencias, del más fracasado, a oír, de Jesús: serás el líder. Sumerge tu fracaso en mi gracia y recupera tu lugar. Abandona la vida espiritual de apariencia, reconcíliate con la realidad sobre tu pecado, reconcíliate con tu dependencia de mi gracia y te haré un gran líder, un gran pastor.

    No entendemos esto en el mundo en el que vivimos. En el mundo empresarial. En el mundo social. Cuando fracasamos, no nos dan segundas oportunidades. Jesús dice: conmigo es totalmente diferente. Si eres perdonado mucho, amarás más. Cuanto más veas tu contradicción, tu debilidad, el monstruo que habita dentro de ti, cuanto más te aferres desesperadamente a mi misericordia, más entenderás cómo funciona el corazón humano, menos sorprendido estarás de cómo es la vida, más sabio serás, más sensible serás y por eso, solo por eso, estás autorizado y capacitado para estar en el liderazgo de mi iglesia. Porque tu permanencia y tu liderazgo en la iglesia depende totalmente de la gracia de Dios.

    Esto nos lleva al punto final. Cómo Jesús nos reconcilia, no solo unos con otros, no solo con nosotros mismos, sino cómo Jesús nos reconcilia con Dios. La última cosa que Jesús le dice a Pedro es un tanto enigmática: “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te vestías e ibas a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás tus manos y te vestirá otro, y te llevará a donde no quieras. Jesús dijo esto, para dar a entender con qué muerte glorificaría a Dios. Y dicho esto, añadió: «Sígueme»”. ¿Qué significa esto? Que Pedro extendería las manos. La mayoría de los eruditos coinciden en que es una expresión, una metáfora de la crucifixión. Jesús le está diciendo a Pedro: «Tu liderazgo, tu pastoreo, de ahora en adelante, seguirá el patrón del mío. Estará edificado sobre el patrón de mi vida y mi muerte. Jesús estaba recordándole y a nosotros sobre su muerte, sobre cómo Él fue el pastor perfecto que dio su vida por las ovejas, el cordero perfecto que pagó por los pecados de todos. Recuérdame en la cruz, Pedro, con los brazos extendidos. Así como yo extendí mis manos y fui llevado a la cruz para reconciliarte a ti y al mundo con Dios, ahora que estás reconciliado con Dios, tú también extenderás tus manos a los demás durante tu vida, como un mensajero de mi perdón, y también extenderás tus manos durante tu muerte.»

    Y así fue la vida y la muerte de Pedro. ¿Fue perfecta? No. Siguió cometiendo errores y siguió sumergiendo sus fracasos en la gracia de Dios. Pero al final de su vida, realmente se cumplió esta profecía. Él murió por el Evangelio. Murió anunciando el amor de Dios en Cristo, la reconciliación de Dios con los pecadores. Tertuliano cuenta que cuando llegó el día, y Pedro fue crucificado, brazos extendidos, por Nerón en el año 65, Pedro dijo: «No tengo problema en ser crucificado, siempre que sea de cabeza para abajo, porque no me siento digno de ser crucificado de la misma manera que mi Salvador lo fue por mí».

    No tenemos la misma profecía que recibió Pedro. Cada uno tiene un llamado distinto en el reino de Dios. Pero todos podemos disfrutar de esa reconciliación con Dios que Cristo proporcionó, no solo para Pedro, sino para ti. Mira cómo Jesús nos trató como ovejas. Dando su vida. Su sangre. Su perdón. En la cruz, en tu bautismo, en la Cena, en la Palabra. Y recibe el valor y la gracia para verte a ti mismo como una oveja amada por Cristo, y recibe la gracia para ver a las otras ovejas. Recuerda a Jesús con los brazos extendidos, y no tendrás más la necesidad de mirar a nadie de arriba hacia abajo. Y nunca más necesitarás usar máscaras para mirarte al espejo. Jesús te ama. Jesús te reconcilió con Dios en la Cruz. Es un hecho y en la medida en que comprendamos, valoremos y confiemos en este amor de Jesús en la Cruz, nuestra capacidad de reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás aumentará. Nuestra capacidad de extender los brazos hacia los demás crecerá.

    Al final, Pedro se volvió y vio a otro discípulo allí, y le preguntó a Jesús: «Señor, ¿y él?» Jesús acababa de decir que Pedro eventualmente sería muerto, y Pedro, oh, ¿y él? Jesús: Pedro, por última vez: deja de compararte con los demás. Tengo un plan para él, y no lo sabes, y nunca lo sabrás. Como Aslan dijo en Las Crónicas de Narnia: «Nunca te cuento la historia de otra persona. Solo te cuento la tuya». No tienes idea de lo que es justo y lo que no. No sabes lo que el otro puede y no puede hacer o sufrir. No sabes lo que es vivir la vida de otra persona. Deja de mirar a los demás. Mírame a mí. ¿Qué te importa eso? Sígueme. Sígueme.

    Es lo que te dice Cristo a ti también hoy. Sígueme. Sígalo, mi hermano y hermana. Salta del barco y corre hacia Jesús. Vuela hacia Él. Ve hacia Él. Por primera vez, o de nuevo y de nuevo, todos los días.

    Y si quieres más información sobre la obra restauradora de Cristo por ti, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.