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PARA EL CAMINO
¿Sabías que entre un 25 a 30% de la población mundial padece de adicción al trabajo?
No solo eso: Una serie de investigaciones, citadas por la Organización Mundial de la Salud, revelaron que esto no es solo un problema mental o de la conducta humana de estos días, sino que además tiene gran incidencia en el aumento de muertes causadas por infartos, derrames cerebrales y otras enfermedades, que a la vez están asociadas al estrés laboral.
Esto no quiere decir que la gente ahora trabaje más duro. De hecho, hay una gran diferencia entre trabajar duro y ser un trabajólico o —como le dicen en inglés— un workaholic, es decir, una persona que es adicta al trabajo. Trabajar duro por conseguir metas, objetivos, crecimiento profesional, desarrollo humano, comunitario, o lo que sea, es algo ejemplar y maravilloso.
En la Biblia, San Pablo nos invita a trabajar con buena actitud y buen ánimo. Él le escribe a los Colosenses estas palabras: “Y todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no como para la gente, porque ya saben que el Señor les dará la herencia como recompensa, pues ustedes sirven a Cristo el Señor” (Colosenses 3:24-25).
El problema es cuando las personas no pueden dejar de pensar en trabajo, se encierran en sus quehaceres, y se olvidan de ellos mismos, su salud, sus familias, las cosas importantes y, quizás lo más triste, se olvidan de Dios, y de cómo el Señor nos puede brindar herramientas para vivir la vida en un camino mejor, y para obtener la paz y el descanso que tanto necesitan nuestros cuerpos, nuestras mentes, y también nuestra espiritualidad, y que solo hallamos en Jesús y su Palabra.
Hace un tiempo leí la historia de un leñador que, después de pasar mucho tiempo buscando trabajo, finalmente tuvo la oportunidad de comenzar a trabajar en un campo de leñadores. El tipo era joven, fuerte, conocía su oficio, y apenas lo contrataron no dudó en iniciar tareas a la mañana siguiente.
En su primera jornada laboral, aquel joven parecía una máquina de cortar árboles. Todos estaban asombrados por sus destrezas, y por lo rápido que lograba cortar árboles.
El primer día cortó más que cualquier otro de los trabajadores del lugar. En el segundo día la producción fue menor, a pesar de que el hombre se esforzó tanto o más que en el primer día de trabajo. Al día siguiente, aquel muchacho trabajó con más ganas, incluso por más tiempo, golpeando con toda su fuerza el hacha en los árboles, sin embargo, su trabajo produjo menos que el segundo día. Este hombre no podía creer lo que pasaba.
El supervisor del lugar, al notar que su rendimiento había bajado, le preguntó que cuándo fue la última vez que había afilado su hacha. Parece que alguien dio en el clavo o —como diría un leñador— dio el hachazo en el lugar correcto.
El muchacho le confesó que estaba tan enfocado en su trabajo, y en hacerlo bien y mejor que los demás, que no había tomado tiempo para afilar su principal herramienta de trabajo.
Vivimos muy ocupados por estos días, y muy fácilmente nos estamos olvidando de las cosas importantes. ¿No les parece?
Unos porque están ocupados en sus quehaceres diarios, otros porque andan distraídos en lo que menos importa (sus actividades cotidianas, sus celulares, las redes sociales, los deportes, las telenovelas o las series de televisión, etc.) … y nos estamos olvidando de lo que en verdad es importante, de lo que en realidad vale la pena, y de lo que necesitamos más que a nada para afilar nuestras hachas.
En la vida cristiana muchas veces nos sucede la situación de este leñador. Vivimos tan metidos y afanados en las cosas del mundo, preocupados y aturdidos por el trabajo, la comida, las facturas por pagar… y nos olvidamos de tomar un espacio para las cosas espirituales, nuestra propia salud física o emocional, y hasta para pasar tiempo con nuestros seres queridos.
El evangelio de esta semana habla un poco de esto… de cómo a veces tenemos a Jesús entre nosotros, más cerca de lo que pensamos, pero no estamos tomando tiempo para escucharlo, hablar con Él, meditar y aprender su Palabra, sino que estamos más atareados en las cosas del mundo, y nos pasa entonces como le ocurrió a Marta, una de las dos mujeres de la historia.
¿Qué acabamos de leer en el texto de esta semana?
38 Mientras Jesús iba de camino, entró en una aldea, y una mujer llamada Marta, lo hospedó en su casa. 39 Marta tenía una hermana que se llamaba María, la cual se sentó a los pies de Jesús para escuchar lo que él decía.
Es muy posible que la aldea que encontramos en este relato de Lucas capítulo diez, sea Betania; y que Marta y María sean las dos hermanas de Lázaro, el amigo de Jesús que había muerto y que el Señor resucitó en un episodio narrado por el evangelio de Juan, capítulo once.
Marta había recibido al Señor en su casa, y probablemente también a sus apóstoles y quizás otros seguidores. Allí estaba María, su hermana, quien decidió sentarse y escuchar atentamente a Jesús. Para María lo más importante era escuchar a Jesús, aprender de Él, alimentarse del pan de vida que Dios les ofrecía por medio de la presencia de Jesucristo.
Marta, por su parte, tenía otra cosa en su orden de prioridades.
Dice el texto:
40 Pero Marta, que estaba ocupada con muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje trabajar sola? ¡Dile que me ayude!» 41 Jesús le respondió: «Marta, Marta, estás preocupada y aturdida con muchas cosas. 42 Pero una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará».
Me puedo imaginar a Marta asegurándose de que todos tuvieran un lugar donde sentarse, diciéndole a todos dónde estaba el baño, corriendo a la cocina a asegurarse de que la comida alcanzara para todos, buscando los utensilios para sentarse a comer, y pendiente de cada detalle.
Un error frecuente que a veces percibo cuando leo mensajes referentes a este texto bíblico, es que muchos parecieran pensar que Marta era mala y María era la buena de la historia. Y creo que no podemos olvidar que Marta posiblemente tenía una personalidad definida, en la que atender y servir al otro quizás era lo más importante. ¡Hay muchas personas como Marta! En todo caso, servir a otros —en especial a Jesús— no está nada mal. El mundo necesita gente como Marta y la Iglesia necesita personas como Marta.
El problema aquí no era el servicio de esta mujer, sino quitarle importancia a las palabras y enseñanzas de Jesús. Tal vez Marta estaba más preocupada por el pan material, que se olvidó por completo del pan espiritual que da vida, y que es Jesús y su Palabra.
41 Jesús le respondió: «Marta, Marta, estás preocupada y aturdida con muchas cosas. 42 Pero una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará».
¿Qué es eso, o qué son esas “muchas cosas,” que te aturden y te preocupan tanto que te están alejando quizás de lo más importante?
Permite que te ayude a pensar un poco desde mi perspectiva pastoral.
¿Te atreverías a comparar en este momento el tiempo que pasas en cosas como distracciones, redes sociales, trabajo, u otras cosas de la cotidianidad, con el tiempo que ocupas en orar, meditar en la Palabra de Dios, o sirviendo a otros en tu comunidad, tu entorno, o en tu iglesia?
Cuando era niño, los domingos por la mañana eran siempre para ir a la iglesia. Recuerdo que el culto divino (el servicio dominical o misa, como también se le conoce) comenzaba a las 9 de la mañana y terminaba como a las 10 – 10:30am. Luego venía una hora más de estudio bíblico para todas las edades, y finalmente un tiempo de compañerismo antes del almuerzo. Recuerdo que no había nada abierto en mi pueblo los domingos. Lo único abierto eran las iglesias y quizás uno que otro restaurante.
Esto, que hace tiempo era tan habitual en nuestras ciudades, es cada vez menos frecuente. La mayoría de la gente que va a mi congregación no se queda para el estudio bíblico, y ahora hay muchas cosas para hacer los domingos: ver películas, partidos de fútbol, ir al mercado, trabajar, etc.
El problema no es que seamos como Marta, el tema es que no estamos imitando a María.
El tercer mandamiento tiene que ver con esto. Dice así: “Santificarás el día de reposo”.
¿Qué quiere decir esto? Según el Dr. Martín Lutero, en su Catecismo Menor, esto significa que “…debemos temer y amar a Dios de modo que no despreciemos la predicación y su palabra, sino que la consideremos santa, la oigamos y aprendamos con gusto”.
Esta es la mejor parte de la que hablaba Jesús, y que es tan importante para que todo lo demás en la vida tenga sentido. Trabajes en la iglesia o no, tengas una congregación o no, tengas una relación profunda y madura con Dios o no… todo creyente tiene que afilar el hacha estando cerca de Jesús y su Palabra, para poder enfrentar todo lo demás en la vida: llámese tu matrimonio o tu relación de pareja, tu familia (si la tienes), tu trabajo o proyectos de vida, tus vocaciones, inclusive las actividades recreativas, relacionales, o distracciones que tengas.
Cuando usted se acerca a Dios, y comienza a ver la Biblia o la Iglesia como el sitio donde Dios te habla directamente, y donde Él se manifiesta a tu vida, y te hace saber lo que eres, y lo que Él ha hecho por ti, y lo que el Señor quiere hacer en tu vida, o lo que Él te da a través de los Sacramentos, es allí cuando el propio Dios afila tu hacha para que puedas vivir tu vida en el camino y sentido correcto. Y como Cristo mismo dice: “…nadie te puede arrebatar esto” cuando ya lo tienes.
¿Por qué es la Palabra tan importante?
Porque en ella es que conocemos a Jesús, y entendemos que Él es el Salvador prometido para alcanzar la vida eterna; aprendemos que Él ha ganado para nosotros el perdón de nuestros pecados; que Él se ha sacrificado en la Cruz, y allí murió, para que nosotros tengamos vida eterna, vida en abundancia; y es en la Palabra donde aprendemos que Él también resucitó, para cumplirlo todo, para hacer posible que cuando nos toque partir de este mundo caído y ajetreado, tan lleno de preocupaciones, nosotros podamos ir al cielo y allí recibir la herencia de la salvación eterna, y del reino que no tiene fin.
Jesús, su Palabra y Sacramentos, es lo más importante, porque allí el amor de Dios por ti, y por toda la humanidad, se revela, se hace visible a nosotros, y tenemos entonces herramientas celestiales del Espíritu de Dios para que nosotros podamos enfrentar las preocupaciones y distracciones de esta vida terrenal.
Hace muchos años visité la casa de una de mis tías, y recuerdo que ella —quien no era muy religiosa— tenía una Biblia grandísima en la sala de su casa. Era una Biblia costosa que estaba allí en un rincón, abierta en alguno de los salmos, pero que nadie podía ni tocar, ni leer, ni hacer nada con ella. Creo que ni mi tía, ni nadie allí, la leyó alguna vez porque era una especie de objeto sagrado en ese lugar.
La Palabra no puede ser una decoración en tu vida. Al contrario, es la herramienta que Dios mismo nos da, y abre para nosotros, para que en ella sepamos del amor de Jesucristo por ti y por mí, de la salvación que solo Él nos da, y es —y debe ser sin duda— lo más importante… para leerla y también para ponerla en práctica.
¿Oramos juntos? Dios, ayúdame a servirte como Marta, pero por sobre todas cosas, permite que siempre sea mucho más como María, y siempre elija lo más importante, que eres Tú y tu Palabra. Amén.
Recuerda que, Para el Camino y todos nuestros programas, están disponibles para ti y para todos, porque traen para ti y tu vida la mejor parte que Dios quiere darte. Si quieres saber más de Jesús y sus regalos para ti, no dudes en ponerte en contacto con nosotros aquí en Cristo Para Todas las Naciones. ¡Dios te bendiga! ¡Que tengas una feliz semana!