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ALIMENTO DIARIO
«He aquí, yo envío a mi mensajero, el cual me preparará el camino». El Señor, a quien ustedes buscan, vendrá de manera repentina, lo mismo que el ángel del pacto, en quien ustedes se complacen. Sí, ya viene. El Señor de los ejércitos lo ha dicho (Malaquías 3:1).
En la mitología griega la esperanza era el mayor de todos los males. ¡Cuántas veces hemos escuchado expresiones como: ‘Hemos esperado en vano’! Todos tenemos experiencia en esperanzas que nos frustraron.
El pueblo de Dios en el siglo cuatro a.C. había experimentado el regreso del cautiverio, la reconstrucción del templo y de los muros de Jerusalén. Sin embargo, la moral de la gente andaba por el piso. Los divorcios estaban a la orden del día, los sacerdotes se habían corrompido y la vida religiosa no pasaba de ser una rutina que no producía ningún efecto en el corazón. Es a ese pueblo que Dios le trae esperanza.
¿Por qué sería esa esperanza diferente a todas las que los frustraron anteriormente? ¿Por qué confiar en la promesa de que el enviado de Dios va a cambiar las cosas? Porque la promesa viene de Dios, el santo, el que siempre cumple. Malaquías cierra el ciclo del antiguo pacto con la promesa de que Dios enviará un mensajero. Ese mensajero fue Juan el Bautista, que cuatrocientos años después, vino a una sociedad como todas, que estaba desesperanzada, cuyos rituales religiosos no le daba paz de conciencia ni esperanza en el futuro.
Nuestra sociedad no difiere en nada de las que hubo en las épocas de Malaquías y de Juan el Bautista. La corrupción está a la orden del día y el pecado destruye nuestros sueños más anhelados. Para nosotros es este mensaje, esta promesa de Dios. Él cumplió y envió su mensajero, a Juan el Bautista primero y a Cristo después. Es Cristo quien nos dice: “Cree en mí y serás salvo”. Y más no necesitamos, porque en Cristo Dios ha cumplido. Nuestros pecados han sido perdonados. Nuestra esperanza para la vida eterna está intacta.
Gracias, Padre, porque cumples todas Tus promesas. Amén.
Para reflexionar:
* ¿Qué promesas de Dios han levantado tu espíritu?
* ¿Cómo puedes compartir con otros tu esperanza en Cristo?
Rev. Dr. Héctor Hoppe
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