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ALIMENTO DIARIO
[Dijo AmĂĄn, el ministro del Rey:] «Pero todo esto no me sirve de nada cada vez que veo al judĂo Mardoqueo sentado a la puerta del rey.» Entonces Zeres, su mujer, le aconsejĂł, y tambiĂ©n todos sus amigos: «Que hagan una horca de cincuenta codos de altura. Y mañana, cuando veas al rey, pĂdele que cuelguen allĂ a Mardoqueo. Y tĂș, ve con el rey al banquete, y alĂ©grate y pĂĄsalo bien.» Esto le pareciĂł bien a AmĂĄn, y mandĂł preparar la horca (Ester 5:13-14).
En este monte el Señor de los ejĂ©rcitos ofrecerĂĄ un banquete a todos los pueblos. HabrĂĄ los manjares mĂĄs suculentos y los vinos mĂĄs refinados. En este monte rasgarĂĄ el velo con que se cubren todos los pueblos, el velo que envuelve a todas las naciones. Dios el Señor destruirĂĄ a la muerte para siempre, enjugarĂĄ de todos los rostros toda lĂĄgrima, y borrarĂĄ de toda la tierra la afrenta de su pueblo. El Señor lo ha dicho. En aquel dĂa se dirĂĄ: «¥Ăste es nuestro Dios! ÂĄĂste es el Señor, a quien hemos esperado! ÂĄĂl nos salvarĂĄ! ÂĄNos regocijaremos y nos alegraremos en su salvaciĂłn!» (IsaĂas 25:6-9).
JesĂșs volviĂł a hablarles en parĂĄbolas, y les dijo: «El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo una fiesta de bodas para su hijo. Y enviĂł el rey a sus siervos para convocar a los invitados a la fiesta de bodas, pero Ă©stos no quisieron asistir… Entonces dijo a sus siervos: «La fiesta de bodas ya estĂĄ preparada, pero los que fueron invitados no eran dignos de asistir. Por tanto, vayan a las encrucijadas de los caminos, e inviten a la fiesta de bodas a todos los que encuentren.» Los siervos salieron por los caminos y juntaron a todos los que encontraron, lo mismo malos que buenos, y la fiesta de bodas se llenĂł de invitados. … Cuando el rey entrĂł para ver a los invitados y se encontrĂł con uno que no estaba vestido para la boda, le dijo: «Amigo, ÂżcĂłmo fue que entraste aquĂ, sin estar vestido para la boda?» Y aquĂ©l enmudeciĂł. Entonces el rey dijo a los que servĂan: «Aten a Ă©ste de pies y manos, y Ă©chenlo de aquĂ, a las tinieblas de afuera. ÂĄAllĂ habrĂĄ llanto y rechinar de dientes!» Porque son muchos los llamados, pero pocos los escogidos.» (Mateo 22:1-3, 8-14).
RegocĂjense en el Señor siempre. Y otra vez les digo, ÂĄregocĂjense! 5 Que la gentileza de ustedes sea conocida de todos los hombres. El Señor estĂĄ cerca. 6 No se preocupen por nada. Que sus peticiones sean conocidas delante de Dios en toda oraciĂłn y ruego, con acciĂłn de gracias, 7 Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo JesĂșs. 8 Por lo demĂĄs, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo que admirar, piensen en ello. 9 Lo que ustedes aprendieron y recibieron de mĂ; lo que de mĂ vieron y oyeron, pĂłnganlo por obra, y el Dios de paz estarĂĄ con ustedes… 11 No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a estar contento en cualquier situaciĂłn. 12 SĂ© vivir con limitaciones, y tambiĂ©n sĂ© tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, tanto para estar satisfecho como para tener hambre, lo mismo para tener abundancia que para sufrir necesidad; 13 ÂĄtodo lo puedo en Cristo que me fortalece! (Filipenses 4:4-9, 11-13).
En este monte el Señor de los ejĂ©rcitos ofrecerĂĄ un banquete a todos los pueblos. HabrĂĄ los manjares mĂĄs suculentos y los vinos mĂĄs refinados. En este monte rasgarĂĄ el velo con que se cubren todos los pueblos, el velo que envuelve a todas las naciones. Dios el Señor destruirĂĄ a la muerte para siempre, enjugarĂĄ de todos los rostros toda lĂĄgrima, y borrarĂĄ de toda la tierra la afrenta de su pueblo. El Señor lo ha dicho. En aquel dĂa se dirĂĄ: «¥Ăste es nuestro Dios! ÂĄĂste es el Señor, a quien hemos esperado! ÂĄĂl nos salvarĂĄ! ÂĄNos regocijaremos y nos alegraremos en su salvaciĂłn!» (IsaĂas 25:6-9).
Al tercer dĂa, Ester se puso su vestido real y entrĂł en el patio interior de la casa del rey, justamente frente al aposento real. AllĂ, en el aposento real, estaba el rey sentado en su trono, y al ver a la reina Ester en el patio, la vio con mucho agrado y extendiĂł hacia ella el cetro de oro que tenĂa en la mano. Ester se acercĂł entonces y tocĂł la punta del cetro, mientras el rey le decĂa: «¿QuĂ© te pasa, reina Ester? ÂżQuĂ© es lo que deseas? ÂĄAun la mitad del reino te serĂĄ concedido!» Y Ester dijo: «DĂgnese Su Majestad asistir hoy con AmĂĄn al banquete que para Su Majestad he preparado.» (Ester 5:1-4).
Quiero cantar ahora por mi amado el canto de mi amado a su viña: Mi amado tenĂa una viña en una ladera fĂ©rtil. La cercĂł y la despejĂł de piedras, y luego plantĂł en ella vides escogidas; en medio del campo levantĂł una torre, y ademĂĄs construyĂł un lagar. Esperaba que su viña diera buenas uvas, pero dio uvas silvestres. Y ahora, habitantes de JerusalĂ©n, hombres de JudĂĄ: juzguen entre mi viña y yo. ÂżQuĂ© mĂĄs podĂa hacerse a mi viña, que yo no le haya hecho? ÂżCĂłmo es que dio uvas silvestres, cuando yo esperaba que diera buenas uvas?… En realidad, la viña del Señor de los ejĂ©rcitos es la casa de Israel, y los hombres de JudĂĄ son la planta en que Ă©l se complace. Esperaba Ă©l justicia, y sĂłlo hay injusticia; equidad, y sĂłlo hay iniquidad (IsaĂas 5:1-4, 7).
Escuchen esta otra parĂĄbola: «El dueño de una finca plantĂł una viña; le puso una cerca, cavĂł en ella un lagar, levantĂł una torre, y la arrendĂł a unos labradores. Luego se fue lejos. Cuando llegĂł el tiempo de la vendimia, enviĂł a sus siervos para que les entregaran la cosecha. Pero los labradores agarraron a los siervos y a uno lo golpearon, a otro lo mataron, y a otro mĂĄs lo apedrearon. El dueño enviĂł de nuevo a otros siervos, mĂĄs que los primeros, y los labradores hicieron lo mismo con ellos. Finalmente, les enviĂł a su hijo, pues decĂa: «A mi hijo lo respetarĂĄn.» Pero cuando los labradores vieron al hijo, dijeron entre sĂ: «Ăste es el heredero. Vamos a matarlo, y asĂ nos quedaremos con su herencia.» Entonces, lo sacaron de la viña y lo mataron. AsĂ que, cuando el señor de la viña venga, ÂżquĂ© harĂĄ con esos labradores?» Le respondieron: «DestruirĂĄ sin misericordia a esos malvados, y arrendarĂĄ su viña a otros labradores que le entreguen el fruto a su tiempo.» JesĂșs les dijo: «¿Nunca leyeron en las Escrituras: «La piedra que desecharon los constructores, ha venido a ser la piedra angular. Esto lo ha hecho el Señor, y a nuestros ojos es una maravilla»? (Mateo 21:33-42).
Si alguno piensa que tiene de quĂ© confiar en la carne, yo mĂĄs: fui circuncidado al octavo dĂa, y soy del linaje de Israel, de la tribu de BenjamĂn; soy hebreo de hebreos y, en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que se basa en la ley, irreprensible. Pero todo lo que para mĂ era ganancia, lo he estimado como pĂ©rdida, por amor de Cristo. Y a decir verdad, incluso estimo todo como pĂ©rdida por la excelencia del conocimiento de Cristo JesĂșs, mi Señor. Por su amor lo he perdido todo, y lo veo como basura, para ganar a Cristo y ser hallado en Ă©l, no por tener mi propia justicia, que viene por la ley, sino por tener la justicia que es de Dios y que viene por la fe, la fe en Cristo; a fin de conocer a Cristo y el poder de su resurrecciĂłn, y de participar de sus padecimientos, para llegar a ser semejante a Ă©l en su muerte, si es que de alguna manera llego a la resurrecciĂłn de entre los muertos. No es que ya lo haya alcanzado, ni que ya sea perfecto, sino que sigo adelante, por ver si logro alcanzar aquello para lo cual fui tambiĂ©n alcanzado por Cristo JesĂșs. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado ya; pero una cosa sĂ hago: me olvido ciertamente de lo que ha quedado atrĂĄs, y me extiendo hacia lo que estĂĄ adelante; ÂĄprosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo JesĂșs! (Filipenses 3:4b-14).
Quiero cantar ahora por mi amado el canto de mi amado a su viña: Mi amado tenĂa una viña en una ladera fĂ©rtil. La cercĂł y la despejĂł de piedras, y luego plantĂł en ella vides escogidas; en medio del campo levantĂł una torre, y ademĂĄs construyĂł un lagar. Esperaba que su viña diera buenas uvas, pero dio uvas silvestres. Y ahora, habitantes de JerusalĂ©n, hombres de JudĂĄ: juzguen entre mi viña y yo. ÂżQuĂ© mĂĄs podĂa hacerse a mi viña, que yo no le haya hecho? ÂżCĂłmo es que dio uvas silvestres, cuando yo esperaba que diera buenas uvas? … En realidad, la viña del Señor de los ejĂ©rcitos es la casa de Israel, y los hombres de JudĂĄ son la planta en que Ă©l se complace. Esperaba Ă©l justicia, y sĂłlo hay injusticia; equidad, y sĂłlo hay iniquidad (IsaĂas 5:1-4, 7).