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ALIMENTO DIARIO
Ya que has puesto al Señor por tu refugio, al Altísimo por tu protección, ningún mal habrá de sobrevenirte, ninguna calamidad llegará a tu hogar. Porque él ordenará que sus ángeles te cuiden en todos tus caminos. Con sus propias manos te levantarán para que no tropieces con piedra alguna (Salmo 91:9-12).
Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de todo eso, y esmérate en seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia y la humildad. Pelea la buena batalla de la fe; haz tuya la vida eterna, a la que fuiste llamado y por la cual hiciste aquella admirable declaración de fe delante de muchos testigos (1 Timoteo 6:11-12).
Al contrario, honren en su corazón a Cristo, como Señor, y manténganse siempre listos para defenderse, con mansedumbre y respeto, ante aquellos que les pidan explicarles la esperanza que hay en ustedes. Tengan una buena conciencia, para que sean avergonzados aquellos que murmuran y dicen que ustedes son malhechores, y los calumnian por su buena conducta en Cristo. Es mejor que ustedes sufran por hacer el bien, si Dios así lo quiere, que por hacer el mal (1 Pedro 3:15-17).
Iban por el camino, subiendo a Jerusalén, y Jesús iba al frente de los discípulos, los cuales estaban asombrados y lo seguían con miedo. Volvió entonces a llevar aparte a los doce, y comenzó a decirles lo que le iba a suceder. «Como pueden ver, ahora vamos camino a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, los cuales lo condenarán a muerte y lo entregarán a los no judíos. Y se burlarán de él y lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero al tercer día resucitará.» Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a él y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte.» Jesús les preguntó: «¿Qué quieren que haga por ustedes?» Ellos le respondieron: «Concédenos que, en tu gloria, uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda.» Jesús les dijo: «Ustedes no saben lo que piden. ¿Acaso pueden beber del mismo vaso del que yo bebo, o ser bautizados con el mismo bautismo que voy a recibir?» Ellos dijeron: «Sí podemos.» Entonces Jesús les dijo: «A decir verdad, beberán del vaso del que yo bebo, y recibirán el mismo bautismo que voy a recibir, pero no me corresponde concederles que se sienten a mi derecha o a mi izquierda, pues ya es de aquellos para quienes está preparado.» Cuando los otros diez oyeron esto, se enojaron contra Jacobo y Juan. Pero Jesús los llamó y les dijo: «Como ustedes saben, los gobernantes de las naciones las dominan, y los poderosos les imponen su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Más bien, aquel de ustedes que quiera hacerse grande será su servidor, (Marcos 10:32-43).
Se acercaba el tiempo en que Jesús había de ser recibido arriba, así que resolvió con firmeza dirigirse a Jerusalén. (Lucas 9:51).
»¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como junta la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste! ¡Miren cuán desolada se queda la casa de ustedes! Porque yo les digo que no volverán a verme, hasta que digan: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”» (Mateo 23:37-39).
Ellos salieron de nosotros, pero no eran de nosotros. Si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros. Pero salieron para que fuera evidente que no todos son de nosotros. Pero ustedes tienen la unción del Santo, y conocen todas las cosas. No les he escrito porque no conocen la verdad, sino porque la conocen, y porque ninguna mentira procede de la verdad. ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Éste es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre. Que permanezca en ustedes lo que han oído desde el principio. Si lo que han oído desde el principio permanece en ustedes, también ustedes permanecerán en el Hijo y en el Padre. Y ésta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna. (1 Juan 2:19-25).
Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, nosotros también debemos amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se perfecciona en nosotros. En esto sabemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que él nos ha dado de su Espíritu. Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios en él. Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. (1 Juan 4:7-16).
Moisés describe así a la justicia que se basa en la ley: «Quien practique estas cosas, vivirá por ellas.» Pero la justicia que se basa en la fe dice así: «No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (Es decir, para hacer que Cristo baje.) ¿O quién bajará al abismo? (Es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos.)» Lo que dice es: «La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón.» Ésta es la palabra de fe que predicamos: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo.» Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación. (Romanos 10:5-10).
A ti clamo, Señor, desde el fondo de mi angustia. ¡Escucha, Señor, mi voz! ¡Que no se cierren tus oídos al clamor de mi súplica! Señor, si te fijaras en nuestros pecados, ¿quién podría sostenerse en tu presencia? Pero en ti hallamos perdón, para que seas reverenciado. Señor, toda mi vida he esperado en ti, y he confiado en tus promesas. Yo te espero, Señor, con toda el alma, como esperan los centinelas la mañana, como esperan los vigilantes el nuevo día. Israel, confía en el Señor, porque el Señor es misericordioso; ¡en él hay abundante redención! El Señor salvará a Israel de todos sus pecados (Salmo 130).