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ALIMENTO DIARIO
JesĂșs naciĂł en BelĂ©n de Judea en los tiempos del rey Herodes. En aquel tiempo, unos sabios que venĂan desde el oriente llegaron a JerusalĂ©n y preguntaron: «¿DĂłnde estĂĄ el rey de los judĂos, que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el oriente, y venimos a adorarlo» (Mateo 2:1-2).
En JerusalĂ©n vivĂa un hombre justo y piadoso, llamado SimeĂłn, que esperaba la salvaciĂłn de Israel. El EspĂritu Santo reposaba en Ă©l y le habĂa revelado que no morirĂa antes de que viera al Ungido del Señor. SimĂłn fue al templo, guiado por el EspĂritu. Y cuando los padres del niño JesĂșs lo llevaron al templo para cumplir con lo establecido por la ley, Ă©l tomĂł al niño en sus brazos y bendijo a Dios con estas palabras: «Señor, ahora despides a este siervo tuyo, y lo despides en paz, de acuerdo a tu palabra. Mis ojos han visto ya tu salvaciĂłn (Lucas 2:25-30).
Y cuando se cumplieron los dĂas para que, segĂșn la ley de MoisĂ©s, ellos fueran purificados, llevaron al niño a JerusalĂ©n para presentarlo ante el Señor y cumplir con lo que estĂĄ escrito en la ley del Señor: «Todo primer hijo varĂłn serĂĄ consagrado al Señor», y para ofrecer un sacrificio en cumplimiento de la ley del Señor, que pide «un par de tĂłrtolas, o dos palominos» (Lucas 2:22-24).
Cuando los ĂĄngeles volvieron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «Vayamos a BelĂ©n, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha dado a conocer.» AsĂ que fueron de prisa, y hallaron a MarĂa y a JosĂ©, y el niño estaba acostado en el pesebre. Al ver al niño, contaron lo que se les habĂa dicho acerca de Ă©l. Todos los que estaban escuchando quedaron asombrados de lo que decĂan los pastores, pero MarĂa guardaba todo esto en su corazĂłn, y meditaba acerca de ello. Al volver los pastores, iban alabando y glorificando a Dios por todo lo que habĂan visto y oĂdo, pues todo habĂa sucedido tal y como se les habĂa dicho (Lucas 2:15-20).
En ese momento apareciĂł, junto con el ĂĄngel, una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y decĂan: «¥Gloria a Dios en las alturas! ÂĄPaz en la tierra a todos los que gozan de su favor!» (Lucas 2:13-14).
Pero el ĂĄngel les dijo: «No teman, que les traigo una buena noticia, que serĂĄ para todo el pueblo motivo de mucha alegrĂa. Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirĂĄ de señal: HallarĂĄn al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lucas 2:10-12).
En esa misma regiĂłn habĂa pastores que pasaban la noche en el campo cuidando a sus rebaños. AllĂ un ĂĄngel del Señor se les apareciĂł, y el resplandor de la gloria del Señor los envolviĂł. Ellos se llenaron de temor, pero el ĂĄngel les dijo: «No teman, que les traigo una buena noticia, que serĂĄ para todo el pueblo motivo de mucha alegrĂa (Lucas 2:8-10).
Y allĂ tuvo a su hijo primogĂ©nito; y lo envolviĂł en pañales, y lo acostĂł en un pesebre, porque no habĂa lugar para ellos en ese albergue (Lucas 2:7).
Y mientras ellos se encontraban allĂ, se cumpliĂł el tiempo de que ella diera a luz, y allĂ tuvo a su hijo primogĂ©nito; y lo envolviĂł en pañales, y lo acostĂł en un pesebre (Lucas 2:6-7a).
Por esos dĂas, Augusto CĂ©sar promulgĂł un edicto en el que ordenaba levantar un censo de todo el mundo … por lo que todos debĂan ir a su propio pueblo para inscribirse. Como JosĂ© era descendiente de David y vivĂa en Nazaret, que era una ciudad de Galilea, tuvo que ir a BelĂ©n, la ciudad de David, que estaba en Judea, para inscribirse junto con MarĂa, que estaba desposada con Ă©l y se hallaba encinta (Lucas 2:1, 3-5).