
No es un laberinto

"Sólo Dios es mi salvación y mi gloria; ¡Dios es mi roca fuerte y mi refugio!" Salmo 62:7
Hace muchos años, siendo pequeño, recuerdo un paseo en el que recorrimos un laberinto de arbustos. Tenía una entrada y una salida. De afuera se veía divertido y sencillo pero, una vez adentro, los arbustos formaban paredes altas que no dejaban ver el camino a la salida, por lo que teníamos que ir adivinando de un lado a otro hasta que finalmente pudimos salir. Imaginen que después de un tiempo, y siendo niño, uno se cansa y ya no parece tan divertido; nunca se sabe si la decisión tomada es la correcta hasta que se llega a la meta.
En algunas ocasiones la vida se asemeja a un laberinto con idas y vueltas, avances y retrocesos, y la meta parece muy lejana. Pero, a diferencia de los laberintos que nos entretienen y desafían para encontrar solos el camino verdadero, en nuestra vida real tenemos la certeza que Dios viene a nuestro encuentro para ayudarnos y guiarnos de tal manera que no seamos confundidos, sino afirmados en su Palabra eterna. Dios es único, no hay otro como él. Hasta la forma en que viene a nosotros es única, pues su poder y gloria se manifiestan en un amor perfecto que, en lugar de exigir, entrega. Así él nos da a su Hijo y nos salva. Su camino es muy claro y evidente: sólo creyendo en Jesús como nuestro Salvador, esperando y confiando en su perdón tendremos esperanza de vida eterna. La salvación se logra de una sola manera: no por lo que hacemos, sino por lo que recibimos. Jesús no nos confunde, sino que nos afirma con el poder de su cruz para permanecer firmes en el camino de la vida.
Santo Salvador, te damos gracias por rescatarnos del laberinto del pecado y guiarnos por el camino de la vida eterna. Amén.
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