
Somos buenos conocidos

"Y les he dado a conocer tu nombre, y aún lo daré a conocer, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo en ellos." Juan 17:26
Siempre es bueno tener un amigo o conocido que nos ayude. En muchas oportunidades, antes de ir a un lugar nuevo o hacer un trámite o compra importante, buscamos la ayuda de un conocido. De forma similar, cuando el Señor Jesús hace la oración registrada en este capítulo del Evangelio de Juan, nos revela la verdad consoladora de su presencia en el mundo, y nos da la posibilidad que conozcamos el nombre del Dios todopoderoso de una forma nueva para nosotros: como nuestro Padre. Ahora el Padre del Señor Jesús es nuestro conocido: conocemos su nombre y así lo invocamos. Invocar el nombre del Padre es llamarlo, reconociendo que nada somos ni tenemos si él no está a nuestro lado. Cuando a diario confesamos e invocamos su nombre, el poder que ese nombre glorioso revela nos sostiene en nuestra necesidad y debilidad.
Y cuando conocemos al Padre celestial y su nombre está en nuestro corazón y palabras, también conocemos y disfrutamos de su amor. El amor del Padre es nuestro; sabemos que nos ama porque nos entregó a su hijo Jesús. Así es como sabemos que conocemos al único y verdadero Dios: porque cuando miramos a Jesús, él es la encarnación del amor divino en acción. Su nacimiento, sus palabras, gestos, milagros y finalmente su entrega en la cruz son la prueba palpable e innegable de que el abundante amor de Dios es para nosotros. Así lo conocemos, nos alegramos y compartimos cada día.
Amado Señor, te damos gracias porque conocemos tu nombre poderoso que nos rescata de una vida miserable para darnos bien abundante y amor eterno. Amén.
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