
"Como los magos, miremos y adoremos al Rey"

Cuando llegaron a la casa, vieron al niño con María, su madre; y postrándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le presentaron como regalos oro, incienso y mirra. Mateo 2:11
Cada vez que leo la historia de los magos, me llama la atención su actitud. El Evangelio de Mateo no describe el lugar al que llegaron, ni ofrece mayores detalles. Solamente se enfoca en que, "cuando llegaron, vieron al niño". Después de tan largo recorrido, no había nada más importante para ellos que ver al Rey recién nacido... ¡ver a Jesús!
Y ni bien lo vieron, lo adoraron como Dios. Un Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros, un Dios lleno de gracia y verdad (Juan 1:14).
A la adoración siguió la entrega de sus regalos. Cada presente es un mensaje: el oro, metal muy valioso, pero aún así muy poco si se lo compara con lo que Jesús haría posible con su venida... el incienso, también costoso, pero de menor cuantía, porque representa nuestras oraciones que como grato aroma se elevan hasta la presencia de Dios... la mirra, que simboliza el sufrimiento que daría paso a la victoria sobre el pecado y la muerte, y nos traería la esperanza en su resurrección.
Al igual que los magos, la estrella de la Palabra nos ha traído hasta Jesús. Al igual que ellos damos gracias al Señor, quien nos compró con su sangre preciosa, y elevamos nuestras oraciones sabiendo que Dios responde.
Al igual que los magos, recordamos que nuestra redención está consumada, y deseamos ver al Rey que ha venido a traer salvación para todos los pueblos.
ORACIÓN: Padre celestial, nada tengo para darte, porque tú me lo diste todo en Cristo, el Rey de Gloria. Amén.
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