PARA EL CAMINO

  • Esto es cosa seria

  • octubre 5, 2025
  • Pastor Lincon Guerra
  • Notas del sermón
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 17:1-10
    Lucas 17, Sermones: 8

  • “Auméntanos la fe”, le dicen los discípulos a Jesús. ¿A quién no le gusta recibir más de algo que consideramos muy bueno? Una buena comida, un aumento de salario, más días de vacaciones, más momentos felices… todos estos son regalos que cualquiera agradecería en abundancia. Cuando algo es bueno, queremos más. Es natural. Pero, por el contrario, nadie en su sano juicio pediría más de lo que sabe que le hace daño. Nadie pide más dolor, más injusticia, más enfermedad, más tropiezos. Si pedimos más, es porque reconocemos que aquello que pedimos es bueno.

    Y en este caso, los discípulos piden más fe. No están pidiendo fama, seguridad o poder. No piden riquezas ni milagros. Piden más fe. Pero esta petición no surge en el vacío. Surge en un contexto muy específico, que necesitamos observar con atención. “Auméntanos la fe” es un grito del corazón, una súplica nacida de una enseñanza difícil que Jesús acababa de dar. Para entender su peso y profundidad, debemos mirar el contexto inmediato en el que hacen esta petición.

    Piden fe en el contexto del discipulado, y el estilo de vida que este representa, un estilo de vida que, en palabras de Jesús, no es otro que negarse a sí mismo, tomar la cruz cada día y seguirlo (Lucas 9:23).  No pedían fe para sus propios beneficios, sino para poder servir a Dios con humildad, como un siervo que no tiene mayor derecho, sino el deber de obedecer a su señor y como un prójimo que no debe ofender o hacer tropezar a nadie y si es ofendido por alguien, así sea muchas veces, debe perdonar. Negación total de uno mismo, deberse a los demás y al Señor como siervos inútiles, ese es el contexto en el cual los discípulos piden más fe.

    Y claro está, ¿qué ser humano puede, por su propia fuerza o voluntad, vivir una vida así? ¿Quién puede perdonar sin reservas, servir sin esperar recompensa, amar sin condiciones y humillarse voluntariamente, por puro amor al prójimo? Nadie. No por naturaleza. Porque si somos honestos, debemos reconocer que nuestra carne, nuestra naturaleza pecaminosa, el viejo Adán, siempre busca lo suyo. Nos inclinamos hacia el ego, hacia el orgullo, hacia la comodidad. Queremos que nos sirvan, pero no queremos servir. Queremos reconocimiento, no sacrificio. Competimos con el prójimo para sentirnos importantes o superiores. Queremos que nos comprendan, pero no siempre estamos dispuestos a comprender. Queremos que nos perdonen, pero no queremos perdonar. Ese egoísmo no es algo superficial; está profundamente arraigado en nuestro corazón. Es una raíz vieja y retorcida que nos acompaña siempre. Solo basta con ver las noticias para notar el individualismo, egocentrismo, separación, violencia, desconfianza.  Pero no hace falta ir tan lejos. Estas batallas también ocurren en nuestras comunidades, nuestras familias, nuestras iglesias.

    ¿Cuántas familias rotas por rencores sin resolver? ¿Cuántas comunidades separadas por el racismo, el clasismo o la injusticia?  ¿Cuántas iglesias no se han dividido por orgullo, por falta de humildad y perdón entre miembros, líderes y pastores? No debe entonces sorprendernos las palabras de Jesús: “Tengan Cuidado”. Tengan cuidado de ustedes mismos, porque todas estas cosas son inevitables, dijo Jesús, pero cuídense de que no sea por ustedes que vengan los tropiezos y aún más, si llegan a ser tropezados, ofendidos, por alguno de sus hermanos y estos se arrepienten, perdónenlos, y háganlo cuantas veces sea necesario y al final del día cuando hayan hecho todo esto, no crean que merecen algo, ni siquiera se les debe gratitud, solo han hecho lo que debían hacer.  ¡Guau! Sí, ¡el Discipulado es cosa seria! Amar y servir a Dios y al prójimo no es asunto fácil, al contrario, es muy difícil y por nuestros esfuerzos humanos, ¡es meramente imposible! De ahí, la petición de los discípulos, “Aumenta nuestra fe”. Como diciendo: Señor, no tengo lo suficiente para poder hacer esto. Dame más.

    La respuesta de Jesús nos da una gran esperanza. Él no rechaza la petición de los discípulos. No los corrige con dureza, ni les exige alcanzar cierto nivel espiritual como discípulos. En lugar de eso, Jesús responde con una imagen sorprendente, una figura llena de poder e intención les pinta un escenario imposible, que desafía la razón humana. Les dice: Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, podrían decirle a este sicómoro: “Desarráigate, y plántate en el mar”, y el sicómoro los obedecería”. Es una imagen doblemente imposible. Primero, porque el sicómoro era conocido por tener raíces extensas y profundas, firmemente ancladas al suelo. Y segundo, porque ningún árbol puede plantarse en el mar, donde no hay tierra firme, ni nutrientes, ni posibilidad de echar raíces. Con esta figura tan radical, el Señor les comunica el poder de la fe, y que esta es más grande que todo lo imposible, pero también les muestra algo más. Que el tamaño de la fe no es lo importante, sino en Quién está puesta la fe. Es Dios quien hace lo imposible. Jesús usa intencionalmente la figura del grano de mostaza para ilustrar este punto. Entonces la pregunta no es: ¿Qué tan grande es mi fe? Sino: ¿Está mi fe verdaderamente puesta en Cristo?

    El hecho de que los discípulos le pidan fe a Jesús nos recuerda una verdad fundamental: la fe no nace del ser humano. No es fruto del razonamiento, ni producto de la fuerza de voluntad. No es una emoción elevada, ni una actitud mental positiva. La fe no es algo que uno decide tener, como quien enciende una luz. No es una semilla que plantamos nosotros, sino una que Dios mismo siembra, riega y hace crecer en nuestros corazones. Es el precioso regalo de Dios, un don inmerecido, que viene a nosotros por medio del Espíritu Santo. El Apóstol Pablo lo expresa con toda claridad en Efesios 2:8: “Ciertamente la gracia de Dios los ha salvado por medio de la fe. Ésta no nació de ustedes, sino que es un don de Dios”. Este don de la fe se nos da como un regalo en el Bautismo, al escuchar la proclamación de la Palabra de Dios y en la Comunión de la Cena del Señor. La fe nos es dada en abundancia, como una fuente inagotable. Y esta fe no solo salva, sino que nos capacita para vivir como discípulo, para servir sin esperar recompensa, para perdonar sin llevar cuenta, para amar sin condiciones, para vivir como siervos humildes.

    Hermanos, el discipulado es un camino difícil.  Es morir al yo para vivir en Cristo. Es servir sin buscar nada a cambio. Es perdonar como Cristo nos perdonó. Y nada de esto es posible sin la fe que Dios mismo nos da. Por eso hoy, como aquellos primeros discípulos, también decimos: “Señor, danos más fe.” Y confiamos que Él, quien comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Filipenses 1:6). Porque lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios. Así que no temas pedir más fe. Pídela con humildad y recíbela en abundancia en la Palabra y los Sacramentos. Y luego vive en ella, perdona con ella, sirve por ella, y ama por ella. Y al final del día, cuando hayas hecho todo lo que el Señor te ha mandado, di con gozo: “Somos siervos inútiles; no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”. Y descansa en la gracia abundante del Señor que suple lo que nos falta, y nos sostiene hasta el final. Amen.

    Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a ver que Jesús es el Redentor prometido y que ha venido para perdonar tus pecados y ofrecerte la vida eterna, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.