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PARA EL CAMINO
Si hiciéramos una encuesta sobre las cosas que se pierden con más frecuencia, nuestras llaves seguramente estarían en el primer lugar. ¿Quién no ha perdido alguna vez las llaves de su casa o de su carro? ¡A mí me pasa casi todo el tiempo!
Otro objeto que extraviamos a menudo es la cartera, en especial las billeteras. Los hombres somos especialistas en eso. Ni hablar de los lentes, o las gafas, que por alguna razón se pierden con facilidad, y las buscamos por todas partes, hasta que nos damos cuenta que siempre las tuvimos puestas en la cabeza. No sé si te ha pasado, ni qué lógica hay detrás de esto, pero los anteojos son algo que perdemos con bastante regularidad, así como cosas esenciales como el teléfono celular, prendas de vestir, etc.
Recuerdo que en mi congregación había una caja en la entrada que tenía un letrero algo grande que decía: “Perdido y encontrado”. Allí solíamos colocar todas las cosas que se perdían dentro del edificio de la iglesia, y así la gente podía saber dónde ir cuando algo se extraviaba. Una vez me puse a revisar la caja y encontré —entre otras cosas— un paraguas, un libro, y por supuesto un par de llaves y unos anteojos de lectura. ¡Lo típico!
Muchos de ustedes ya saben lo desesperante que es perder algo importante, como las llaves del auto. Casi siempre las pierdo cuando tengo que salir de prisa y tengo más apuro. Cuando esto pasa, me toca la estresante tarea de revisar en los bolsillos de mis pantalones, en mi maletín, en una que otra gaveta, y a veces busco inclusive dentro del refrigerador. Lo peor es que en casa tenemos un lugar reservado para poner las llaves al entrar, pero suelo ser muy despistado y me olvido de colocarlas allí. Cuando se pierden mis llaves, no me queda otra opción que buscarlas hasta que aparecen.
Al igual que la caja que teníamos en mi congregación, el capítulo 15 del evangelio de Lucas también es conocido como el capítulo de lo perdido y encontrado. Allí leemos tres parábolas de Jesús: la parábola de la oveja perdida, la parábola de la moneda perdida, y finalmente —aunque no lo leímos en el texto de esta semana— la parábola del hijo perdido (o del hijo pródigo). Recordemos que una parábola es una historia terrenal que tiene una enseñanza espiritual, y que Jesús solía usar para ilustrar a sus seguidores sobre temas de salvación.
Ahora bien, ¿por qué Jesús usó estas tres parábolas? ¿Qué quería enseñar?
Para entender mejor el texto, tenemos que ver el contexto. ¡Veamos los primeros dos versículos!
1 Todos los cobradores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. 2 Los fariseos y los escribas comenzaron a murmurar, y decían: «Éste recibe a los pecadores, y come con ellos».
Aparentemente, Jesús había ganado algo de popularidad entre dos grupos de personas muy particulares: los cobradores de impuestos y los pecadores. Estos eran los descarriados y rechazados de la sociedad. ¡Los casos perdidos!
Ellos eran las personas que nadie quería tener cerca. Aunque no sabemos qué tipo de pecadores había allí, pudiéramos pensar que eran aquellos que abiertamente vivían vidas de pecado: ladrones, adúlteros, mentirosos… o quizás gente común y corriente, como tú y como yo, que tal vez por no ser muy religiosos, o quizás por provenir de lugares paganos, eran identificados —por fariseos y escribas— como pecadores. Se podría decir que los cobradores de impuestos eran inclusive peores, porque eran repudiados por casi todo el mundo, puesto que tomaban el dinero de todas las personas con altos tributos que ahogaban a los más necesitados.
En todo caso, el texto dice que ellos se acercaban a Jesús para escucharle, y el Señor no solo los recibía, sino que también pasaba tiempo y comía con ellos. El texto no dice que Jesús aceptaba o aplaudía sus estilos de vida, ni tampoco que Jesús pecaba con ellos o celebraba su actuar, sino que pasaba tiempo con ellos y los recibía.
Lo más interesante aquí es la reacción de aquellos que se creían mejores personas, o al menos más religiosos que los demás, o los que se creían de alguna manera buenos. Mientras los pecadores querían acercarse a Jesús y escucharle, el texto dice que los líderes judíos comenzaron a “murmurar”. Me los puedo imaginar diciendo lo que muchos dicen en nuestra cultura popular: “Dime con quién andas, y te diré quién eres”. En otras palabras: si Jesús anda con ellos, tal vez es porque es como ellos.
Ante las críticas, tales murmuraciones, y los comentarios, el Señor decide —a través de las parábolas— dejar claro una cosa: Él ha venido a buscar a los que algunos llaman “los casos perdidos” de la sociedad. ¡Esos son los que más le necesitan! Por esa razón, es que Jesús cuenta las parábolas que leemos en este capítulo del evangelio de Lucas. Miramos en el texto que:
3 Entonces Jesús les contó esta parábola: 4 «¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?»
La primera historia es sobre un buen pastor que deja casi todo su rebaño para buscar con diligencia a una ovejita perdida. El texto habla que de cien ovejas que tenía, una se pierde en el desierto, y el pastor decide salir al rescate de aquella que se había extraviado.
El otro día escuchaba en una de nuestras devociones diarias de Para el camino que las ovejas suelen ser algo tontas e inquietas, y que por lo tanto necesitaban tener al pastor encima del rebaño todo el tiempo, pendiente de que ninguna se pierda o se haga daño.
Los seres humanos tendemos a ser algo necios, despistados, y también solemos perdernos en nuestros caminos. Los pecadores y colectores de impuestos, y también los fariseos y escribas, de maneras diferentes pudieran identificarse como ovejas perdidas ante los ojos de Dios. Unos por sus vidas descarriadas, y otros por rechazar a Jesús, pero algo queda claro aquí: El propósito de Jesús era y es la salvación de los pecadores, sin importar quiénes sean.
Él había venido al mundo a ser el Buen Pastor que buscaría a las ovejas perdidas, y las cargaría sobre sus hombros, tal y como haría en la Cruz, donde cargaría sobre Él los pecados de todos, incluyendo los tuyos y los míos.
Fíjate que el gozo de Dios no estaba, ni está, en el actuar de los religiosos, sino en el arrepentimiento de aquellos que antes andaban perdidos en el pecado, y que habían sido rescatados por el Señor.
Piensa por un momento en cuánto vales para Dios, que Él ha decidido enviar y entregar como sacrificio a Su único Hijo, para rescatarte cuando te pierdes en el camino del pecado, la oscuridad, y tus problemas.
Asimismo, ocurre en la siguiente parábola la de la moneda perdida. Dice el texto:
8 »¿O qué mujer, si tiene diez monedas y pierde una de ellas, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con cuidado la moneda, hasta encontrarla?»
La ilustración que usa Jesús es otro indicativo del valor que tenemos para Dios.
Una moneda, en aquellos tiempos, era algo así como la paga de un día entero de trabajo. No estamos hablando de una moneda de nuestra época, las cuales casi siempre valen muy poco. Estamos hablando de mucho dinero.
Por lo tanto, podemos comprender la diligencia de la mujer, quien hace todo lo posible para buscar con mucho esfuerzo la moneda que se había perdido. Ella enciende la luz, barre la casa, y no se detiene hasta hallar la moneda, y después de encontrarla se llena tanto de alegría que invita a otros a compartir su gozo.
Dice Jesús: 10 »Yo les digo a ustedes que el mismo gozo hay delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente».
Jesús nos quiere enseñar que tenemos un Dios que no se queda quieto, y que nos llama constantemente a escucharle, quien obra fe en nuestros corazones a través de la obra del Espíritu Santo, y quien trabaja dentro de nosotros para que podamos arrepentirnos y recibir Su perdón. Todo lo que Dios ha hecho, hace, y hará en tu vida es porque quiere nuestra salvación, y Su gozo es que tú le creas, no para que Él gane popularidad ni adeptos, sino para que tu vida no se pierda.
Dos tipos de corazones encontramos en el texto de esta semana. Por un lado, los corazones de pecadores que se acercan a Jesucristo buscando encontrar un camino diferente, uno lejos de sus vidas erráticas y más cerca de Dios. Mientras que, por otro lado, el corazón duro de los fariseos, quienes simplemente se acercaban para murmurar, criticar, y tender trampas a Jesús.
¿Qué tal si ahora hacemos una pausa y hablamos de tu corazón? ¿Cómo vas en tu relación con Dios? ¿Alguna vez te has sentido como una oveja perdida sin saber por dónde ir?
Quizás hoy te encontraste con este mensaje, y te has puesto a pensar que hay algo en tu vida que no anda bien. Tal vez en tu relación con Dios, y con los demás, hay situaciones que te han sobrepasado, dinámicas incómodas o cargas muy pesadas, vínculos rotos, o momentos en los que el perdón no pareciera estar ni cerca.
No conozco mucho de ti, ni de tu andar, pero hoy quisiera compartir esto contigo: todos necesitamos experimentar el arrepentimiento que llena de gozo el corazón de Dios.
Arrepentirse no es otra cosa que un cambio de dirección. Esto significa dejar de tomar el camino equivocado, y tomar un camino diferente, el de Dios.
Pero para que te arrepientas, no se trata de tener una voluntad interna que construya ese arrepentimiento… no se trata de esfuerzo tuyo, ni de tu decisión. Tu arrepentimiento no está comenzando ahora mientras lees o escuchas este mensaje: El arrepentimiento verdadero inició en el corazón de Dios, quien en la Palabra te llama a la fe, quien en los Sacramentos nos acerca a Él y nos da el perdón por nuestras flaquezas, quien en Jesucristo nos ha dado la valentía para admitir lo que estamos haciendo mal, y en Él nos permite recibir el perdón que solo el Señor ofrece.
Por eso es que el arrepentimiento no comienza en el deseo de los seres humanos, sino en la gracia, la obra, y en el corazón de Dios.
El reformador de la Iglesia, Martín Lutero, decía hace unos 500 años que la gracia es un constante cargar por parte de Dios. Como el buen pastor que carga la oveja perdida, Dios carga sobre Sus hombros los pecados de toda la humanidad, no por mérito nuestro, sino por Su infinito amor por ti.
Por amor, Dios envió a Su único Hijo al mundo, no para condenar al mundo, sino para salvarlo (Juan 3:17). Por amor Dios nos ha prometido estar con nosotros siempre, seamos pecadores, cobradores de impuestos, fariseos, o los más religiosos: todos necesitamos escuchar el evangelio, todos necesitamos recibir Su gracia, y todos necesitamos arrepentirnos.
Por amor, Dios no se hace indiferente ante nuestras debilidades y errores, sino que busca a la oveja descarriada, y a la moneda perdida, o al pecador sin rumbo, y se alegra cuando nos encuentra. Por amor, Dios nos lleva al arrepentimiento, y obra en nosotros la fe en el Evangelio. Dice Lucas 19:10, que Cristo vino a “buscar y salvar lo que se le había perdido”.
Así como usted busca esas cosas que siempre se le pierden, y que valen mucho para usted pues son muy importantes, así te ha buscado tu Dios. No para reprocharte, sino para pasar tiempo a tu lado, para comer en tu mesa, estar en tu casa, obrar en tu vida, y morar en tu corazón.
El propósito de Dios no es quedarse de brazos cruzados cuando ustedes y yo nos perdemos en el camino, sino rescatarnos y encontrarnos a través de Su mensaje de salvación que es para todos y todas. Créeme, hay alegría en el cielo y en el corazón de Dios cada vez que ustedes y yo confesamos nuestras transgresiones y confiamos en el poder de Dios para perdonarnos. Amén.
Mis queridos amigos de Para el camino: hoy te invito a compartir este mensaje con aquellos a tu alrededor. Hay muchas personas que necesitan saber que Dios no nos abandona cuando nos perdemos, sino que nos busca con Su gracia para que hallemos vida eterna en Él, por Él, y con Él. Por lo pronto, ya sabes que para conocer más de Jesús y de la salvación que Él trae a nuestras vidas, puedes ponerte en contacto con nosotros aquí en Cristo Para Todas las Naciones. ¡Tengan una feliz semana! ¡Dios los bendiga!