PARA EL CAMINO

  • Reordenando los amores

  • septiembre 7, 2025
  • Rev. Dr. Laerte Tardelli Voss
  • Notas del sermón
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 14:25-35
    Lucas 14, Sermones: 7

  • Una vez, en una pequeña clase dominical, un niño levantó la mano con cara de preocupación y preguntó:

    “¿Jesús dijo en serio que tengo que odiar a mi mamá?”

    El maestro se quedó en silencio por un segundo.

    Todos los niños lo miraban, esperando una respuesta. Y todos los adultos también.

    Porque, aunque quizás no lo digamos en voz alta, muchos de nosotros hemos tenido esa misma reacción cuando leemos estas palabras de Jesús. “Si alguien viene a mí y no odia a su padre y a su madre…

    Esperamos que haya un error en la traducción. O que sea una metáfora. O una exageración.

    Porque esta no es una de esas frases de Jesús que uno pone en una taza de café o en un sticker para el auto. Es una frase que inquieta. Que confronta. Es una frase que no encaja en la imagen dócil y suave que a veces formamos de Jesús. Pero si nos animamos a mirar más de cerca —más allá del choque inicial — descubrimos que, como siempre, Jesús está apuntando a lo más profundo. Y nos está invitando no a odiar en el sentido que creemos… sino a amar de un modo completamente nuevo. Hoy vamos a explorar eso juntos.

    La primera lección que vemos es que Jesús estaba explicando que su llamado es igual para todos. Las palabras de Jesús son para todos. ¿Qué significa eso? Que no hay categorías. Y mucha gente piensa que sí. Que hay dos niveles de cristianismo: El nivel “regular”: aquellos que creen, pero no son muy entusiastas. Van a la iglesia de vez en cuando, oran cuando tienen problemas… Y después están los devotos, los consagrados. Pero ¿qué dice Jesús? Que no hay dos tipos. Solo hay uno. Él dice: el que quiera seguirme, que tome su cruz. El que quiera tenerme, de alguna manera, en su vida, tendrá que ponerme en primer lugar. Antes que sus padres, parientes, carrera, lo que sea. Yo tengo que ser el número uno.

    Esa entrega es requisito. No es opcional. Jesús podría haber sido más flexible, para atraer, para retener, para fidelizar. Pero no. Él es claro. No oculta ninguna condición. No es como esos contratos que uno firma y después descubre las letras pequeñas. Que te dicen que el paquete cuesta 100, pero después te cobran 200. Jesús es honesto con todos. Discípulos y multitud. Va a ser duro. Duro para todos. No hay diferentes categorías de membresía. No hay diferentes paquetes de adhesión. Él no esconde el costo. No esconde lo que puede pasarle a un cristiano por su fe. Seguirme, dice Jesús, afectará tu vida. Nadie puede decir que no fue advertido.

    Otra cosa que aprendemos aquí es como este llamado afecta toda nuestra vida. Jesús dice: padre, madre, esposa, hijos, hermanos y hermanas. ¿Qué es esto? En una sociedad patriarcal, orientada hacia la familia, todas esas relaciones significaban, básicamente, el curso entero de la vida de una persona. En algunas culturas no es así, pero en aquel contexto, la vida de una persona giraba en torno a su familia y parientes. Uno nunca deshonraba a su familia. Nunca se mudaba lejos de la familia. Nunca se casaba con alguien que la familia no aprobara.

    Lo que Jesús está diciendo es algo radical: Él toma toda la agenda, la totalidad de la vida de una persona, y dice: “Tienes que estar dispuesto a soltarlo todo si quieres caminar conmigo”. No te atrevas a venir a mí con tu plan de vida en la mano, diciéndome que quieres que yo encaje en ese plan. Yo no seré usado. Yo no soy un león amaestrado de tu circo. El seguimiento al que te llamo es para aceptar lo que venga. Pase lo que pase… estoy contigo para lo que sea”.

    Antes de seguir, déjame hacerte una pregunta: ¿Esa es tu relación con Jesús? ¿O estás básicamente siguiendo el guion que tú escribiste, intentando meter a Jesús en él cuando te conviene, buscándolo solo cuando estás en apuros? Si es así, tengo el deber pastoral de decirte que esa no es la vida que Jesús está presentando aquí. Lo que Jesús está diciendo es: “Tira ese guion cuando me encuentres. Vamos a escribir uno nuevo, juntos”.

    Ahora, llegamos al corazón de la cosa y vamos a hablar de esta palabra que Jesús usa: “odiar”. Es muy polémica. Pero quiero proponer una interpretación que, de cierta forma, suaviza un poco esto. No creo que Jesús esté usando la palabra “odiar” en el sentido en que nosotros la usamos hoy, como ser hostil con alguien. ¿Por qué digo esto? Porque Jesús fue el mayor promotor del amor, incluso hacia los enemigos. Jesús no autorizó a sus seguidores a odiar ni siquiera a los malvados. ¡Mucho menos a los familiares!

    Pero entonces, ¿qué está diciendo aquí Jesús? ¿Por qué hablar de “odiar” a la familia? Creo que aquí tenemos que mirar cómo se usaba esa palabra en la lengua y la cultura de Jesús. Por un lado, sí, se usaba de manera negativa, como hoy: con hostilidad. Pero, por otro lado, también se usaba de forma comparativa. ¿A qué me refiero? Déjame darte un ejemplo. Génesis 29. Algunos conocen la historia. Jacob. Jacob tenía dos esposas: Lea y Raquel. Dice el texto que Jacob amaba a Raquel y “odiaba” a Lea. Dos veces dice eso en el capítulo 29. Tal vez nuestras traducciones modernas ni usen la palabra “odiar”, pero en hebreo eso es lo que dice. ¿Significa que Jacob odiaba con hostilidad a Lea? ¿La maltrataba? ¡No! El versículo 30 lo explica: Jacob amaba más a Raquel. Es decir, “odiaba” a Lea en un sentido comparativo. Amaba tanto a Raquel que el trato que daba a Lea era pálido en comparación. No es que Jacob despreciara a Lea. Tenía afecto por ella. Pero comparado con lo que sentía por Raquel… era como si no la amara.

    Eso es lo que llamamos lenguaje semítico comparativo. Esto nos ayuda. Olvídense del “odiar padre y madre” como nosotros lo entendemos. Lo que Él está diciendo es: ¡Quiero que me amen a MÍ! Jesús está tomando cada forma de amor humano —amiguero, filial, familiar, romántico— y está diciendo: Yo les propongo un amor tan fuerte, tan especial, que hará que todos los demás amores palidezcan en comparación. Jesús está diciendo: No quiero solo un sentimiento. No quiero ser solo una inspiración después de un buen sermón. Quiero un amor real. Un amor tan real como el que tienes por tus padres, tus hijos, tu esposo o esposa.

    ¡Y aún mayor! Jesús está diciendo: ¡Yo quiero ser la Raquel de tu vida! “¡Ámame, hijo mío! ¡Ámame, mi gran amor!”

    Por eso Jesús usa la palabra “odiar” —porque es visceral. Habla de emociones profundas. Hay momentos en los que Jesús dice: “quiero ser lo más importante”. Hay textos donde dice: “quiero ser tu prioridad”. Pero aquí, hoy, Jesús dice algo más profundo todavía: “¡Quiero que me ames! ¡Quiero amor! Quiero tu abrazo. Quiero tu conversación. Quiero tu deleite. Quiero intimidad. ¡Quiero ser tu Raquel! ¡Tu pasión!”.

    San Agustín, en su libro Confesiones, en el siglo IV, dijo algo poderosísimo: La clave para la transformación del carácter, la valentía, la paz, el perdón, una vida feliz y plena… no es la fuerza de voluntad. No es la persistencia. Es ordenar correctamente nuestros amores. Y eso tiene tanto sentido… A veces nuestros dolores más profundos —quizás con la familia — Nuestros padres nos decepcionaron. Nuestros hijos. O nuestros miedos, nuestras ansiedades: “¿será que voy a lograrlo?” Agustín diría: el problema es que algo es demasiado importante en nuestro corazón. Amamos demasiado algo. La opinión de nuestros padres. La compañía de un amigo. La relación con la pareja. La carrera. La aprobación de los demás… Todo lo que amamos demasiado… nos tiene agarrados del cuello. Nos tiene esclavizados.

    Y Agustín dice que lo que nos dará libertad, paz mental, capacidad de perdonar, de sanar… es guardar en el corazón una verdad: ¡Dios te ama más! Aquello que te ha convertido en una persona miedosa, rencorosa, cínica, incapaz de perdonar o confiar… El amor de Jesús por ti es tan fuerte y real, que eclipsa todo eso. No necesitamos amar tanto las otras cosas, porque amamos a Jesús mucho más. Odiamos todo, en comparación con Jesús. Como dice Pablo: “considero todo como basura, comparado con conocer a Cristo”. Sigo valorando las cosas. Sigo valorando a las personas. Pero ordeno mis amores. Y el amor de Jesús supera todo. Porque Él es mi Raquel.

    ¿Y cómo se consigue ese amor tan radical del que Jesús habla? Parece difícil, ¿verdad? ¿Será que basta con orar más? ¿Leer más la Biblia? ¿Intentar más fuerte? Pero Jesús no dice: «Imítame». No dice: «Toma mis enseñanzas y sigue mis pasos». No porque sus enseñanzas no sean valiosas, sino porque si eso fuera todo… estaríamos perdidos. No conseguimos seguir a Jesús simplemente por sus mandamientos o por su ejemplo. No conseguimos amarlo como nuestra Raquel, como nuestro amor mayor, todo el tiempo, al 100%. Jesús dijo: si me amas, guarda mis mandamientos. Ama a tus enemigos. No sientas celos. No busques aplausos. ¿Hasta dónde llegas antes de caer? Dos pasos. Tres. Te das cuenta de que no puedes. Entonces Jesús no dice: “Imítame y verás”. Él dice algo más profundo: “Toma tu cruz y sígueme”.

    ¿Y qué significa eso?  Significa ponerte en el lugar de un criminal condenado. La cruz era un instrumento de castigo de un criminal. La cruz era para ellos. Toma tu cruz es reconocerte como culpable. Como ese que merecía morir en una cruz, para pagar por todos los pecados que haces, por cada vez que pusiste otro amor en primer lugar, en el lugar de Dios en tu vida.

    Pero entonces ocurre algo increíble. Descubrimos que Jesús nos reemplazó en la cruz, que Jesús se hizo el criminal condenado en nuestro lugar. El justo por el injusto. Él nos trató como lo más importante, como su Raquel. Jacob trabajó siete años por Raquel. Luego otros siete. Pero Jesús… no sólo trabajó por ti. Jesús dio su vida por ti. Porque tú eras su Raquel. Él corrió hacia la cruz. Y nosotros no éramos ninguna muchacha hermosa y digna de Jesús enamorarse, como tal vez Raquel fue a los ojos de Jacob. Nosotros, por nuestros pecados, éramos como la prostituta de la historia de Oseas. Aun así, Jesús fue… y él preguntó ¿cuál es el precio para rescatar a esa novia… cuál es el precio que cuesta sus pecados, cuánto es su deuda, que tengo que hacer para para negociar, para rescatarla? El precio era la cruz. Y Jesús lo pagó. Todo está pagado. Tetelestai. Ahí está tu perdón, tu libertad, tu identidad, tu fuerza, tu razón de sonreír. Tu llamado a seguirlo.

    “Toma tu cruz” no es una carga. Es una declaración: Ya fuiste amado así. Y la Biblia dice que cuando Cristo murió, tú también moriste con Él. Pablo lo expresa así en Colosenses 3: “… pongan la mira en las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. […] Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios.” Ustedes han muerto. Ustedes están escondidos, protegidos con Cristo. Romanos dice parecido. Dice que cuando fuimos bautizados, en Cristo, y recibimos la fe en Cristo, fuimos sepultado con Él. ¿Qué significa eso? Significa que Dios te ve ahora como si ya hubieras pagado toda la pena por cada centavo de tu pecado. Significa que, en Cristo, ya fuiste castigado. Ya fuiste azotado. Ya fuiste coronado de espinas. Ya fuiste traspasado. Ya fuiste clavado. Ya lo pagaste todo. Todo fue puesto sobre Jesús. Y todo lo fue pagado. Tu vida está escondida con Cristo en Dios.

    No vivas como si tuvieras que castigarte otra vez. No vivas como si todavía tuvieras que demonstrar algo. Probar algo. Deja de tratar de probar tu valor…

    Toma tu cruz y sígueme, dice Jesús. Toma tu cruz y recuerda: “Yo ya fui perdonado. Yo ya fui aceptado. No tengo nada que demostrar.” El mundo puede decir lo que quiere de mí… incluso mis propios sentimientos, y mis dudas, y mi baja autoestima… me pueden decir lo que sea… pero Dios me dice “hijo”, “perdonado”, Cristo me dice “mi amor”, Cristo me dice “mi Raquel”.

    Eso es tomar la cruz. Vivir desde ese amor. No para ganarte el amor de Dios. Sino porque ya lo tienes. Vivir bajo la protección, la sombra de la cruz. El sol brilla, el pecado y el diablo atacan, pero tú caminas siempre bajo la sombra de la cruz. Eso es lo que significa tomar tu cruz. Y entonces tus amores se reordenan. Amas muchas cosas. Amas tu familia. Amas tus amigos. Amas incluso a ti mismo. Pero el primer amor – el que sostiene a todos los demás – es Jesús. Porque tú fuiste su Raquel. Y ahora, Él es tuyo. Amén.

    Y si quieres más información sobre la obra de Cristo por ti y su llamado a seguirle, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.