PARA EL CAMINO

  • Con amigos así…

  • abril 13, 2025
  • Rev. Germán Novelli Oliveros
  • Notas del sermón
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 22:1-23
    Lucas 22, Sermons: 2

  • Comenzamos nuestra reflexión invocando el nombre de nuestro Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo, Amén.

    La noche en la que Jesús fue entregado dijo estas palabras a sus discípulos: “Nadie tiene mayor amor que éste, que es el poner su vida por sus amigos” (Juan 15:13).

    De mi padre siempre he admirado la forma en la que atesora, quiere, y respeta a sus amistades. Creo que es algo que aprendió de su papá, que he tratado de aprender yo de él, y que seguramente le enseñaré a mis hijos.

    Decía el líder de la independencia de Estados Unidos, George Washington, que la amistad es como una planta que crece lento y que debe pasar por la adversidad para hacerse verdadera.

    Con el paso de los años he aprendido que no todos los que están cerca son en verdad nuestros amigos, y que a veces la gente se equivoca, y nos falla, y que no todos los amigos son buenos amigos.

    El otro día estaba revisando mi cuenta en Facebook y me llamó la atención que tenía como dos mil personas que, según esta red social, son mis amigos. Me preguntaba: ¿En verdad conozco a tanta gente? ¿Son todos ellos mis amigos de verdad? ¿Puedo contar con todos ellos en momentos de adversidad?

    Muchos de ellos quizás sí. Hay gente allí con la que comparto amistad de más de 30 años. En esa lista hay personas con la que viví experiencias muy lindas, pero que no he visto por años. Entre ellos hay gente que he conocido en mi viaje de vida, pero que probablemente recuerdo muy poco.

    El Evangelio de esta semana pone frente a nosotros el relato de cómo Jesús inicia su camino a la Cruz al ser traicionado precisamente por uno de sus amigos más cercanos: Judas Iscariote, uno de los doce apóstoles. Jesús, que siempre amó y ama a todos sus amigos, tuvo que sufrir la traición de uno de los suyos, y todo para que se cumpliera el plan de Dios de tu salvación y la mía, de todos nosotros, los amigos de Jesús.

    Así que quiero que reflexionemos en esto, y dividamos el texto de esta semana en dos partes. En una nos detendremos a analizar lo que hizo Judas Iscariote, y hablaremos de la amistad y de los falsos amigos; mientras que en la otra quiero que veamos lo que Jesús nos regala en la institución de la Santa Cena, que también se narra en el evangelio de hoy.

    Comienza Lucas 22 diciendo:
    “Se acercaba la fiesta de los panes sin levadura, que se llama la pascua. Los principales sacerdotes y los escribas buscaban la manera de matar a Jesús, pero le tenían miedo al pueblo”.

    La Pascua es la fiesta judía más importante y estaba a la vuelta de la esquina. Jerusalén estaba llena de gente, y las multitudes acababan de recibir a Cristo aclamándole como rey —con palmas, y cánticos— en su entrada triunfal a la ciudad como sabemos montando un burrito. Es por ello que había temor entre los líderes judíos, porque ya habían decidido matar a Jesús, pero no querían causar muchos problemas con la gente.

    Es bueno tomar en cuenta que la Pascua conmemoraba la liberación de los israelitas cuando vivían bajo el yugo de los egipcios, cientos de años antes. Recordaba cómo el corazón endurecido del faraón llevó a Dios a enviar pestes que azotaron a Egipto hasta que por fin el faraón cedió, y permitió que Israel se marchara.

    Los líderes judíos en los tiempos de Jesús tenían tal endurecimiento de corazón que ya habían decidido matar al Señor, y es cuando Judas se acerca a ellos con un plan.

    “Entonces Satanás entró en Judas, uno de los doce, al que llamaban Iscariote, y éste fue a hablar con los principales sacerdotes y con los jefes de la guardia, para acordar con ellos cómo les entregaría a Jesús. Ellos se alegraron, y acordaron darle dinero. Judas aceptó y comenzó a buscar el mejor momento de entregarles a Jesús sin que el pueblo lo supiera”.

    Con amigos así… ¿para qué queremos enemigos?

    Según la poca información que tenemos de Judas, entendemos que era el único de los doce que no era de Galilea, sino que era de Iscariote, una zona de Judea. Además, sabemos que estaba a cargo de manejar el dinero en el ministerio de Jesús, algo que según el Evangelio de Juan no hacía de manera muy correcta, pues se le acusa de robarse el dinero de vez en cuando (Juan 12:4-6).

    No obstante, el texto nos dice que fue Satanás quien, entrando en él, lo llevó a traicionar a Jesús a cambio de (adivinen qué) … dinero. Satanás es un gran motivador para aquellos que quieren hacer mal. Dice la Biblia que el mal siempre vendrá “a robar, matar y destruir” (Juan 10:10).

    Aunque Judas sabía lo que hacía, y aunque ustedes y yo desconozcamos las razones que lo llevaron a traicionar a su Maestro y venderlo a cambio de dinero, nos queda claro que detrás de todo estaba el diablo, un enemigo que se mueve con astucia dentro de la Iglesia, que es padre de la mentira y la cizaña, y que es experto en endurecer corazones, acabar con los amigos, y dividir a los seguidores de Jesús.

    Satanás siempre querrá endurecer tu corazón para que no te arrepientas de tus pecados y así dañar tu relación con Dios, para que traiciones a tus amigos o para que ellos te traicionen a ti, y frecuentemente buscará formas de deshacer lo que Dios hace y quiere hacer en tu vida. Jesús lo sabía. Desafortunadamente para Judas, él no lo quiso ver. Ojalá, y oro por ello, que nosotros podamos entender que el diablo —como dice Pedro— anda siempre por ahí, “como león rugiente buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). El diablo encontró la debilidad de Judas, su codicia, y la usó para hacerle caer.

    A pesar de todo esto, los planes para celebrar la Pascua no se detuvieron. Estamos en una semana decisiva y culminante en la obra de Jesús en la tierra, y es por eso que el Señor encomienda a dos buenos amigos a encargarse de todo para lo que sería una última y crucial reunión con sus apóstoles.

    Dice el texto:
    “Llegó el día de los panes sin levadura, cuando es necesario sacrificar el cordero de la pascua. Jesús envió a Pedro y a Juan con estas instrucciones: ‘Vayan a preparar todo para que comamos la pascua’”.

    La primera Pascua consistió en el sacrificio de un cordero, que debía ser consumido en familia, y cuya sangre debía ser colocada en el marco de las puertas de cada hogar hebreo. Aquella noche, Dios enviaría una plaga que mataría al varón primogénito de cada familia que no hiciera esto, particularmente los egipcios. Y así pasó. El faraón vio morir a su heredero, así como muchos egipcios sufrieron la misma consecuencia que finalmente conllevó a la decisión de dejar ir a los judíos.

    El día de la Pascua había llegado para Jesús. Él sería el cordero sin mancha que sería sacrificado para la redención de todas las naciones, judíos y gentiles. Su sangre derramada serviría para comprar la salvación de todos, pero para ello el Redentor debía morir en manos de los enemigos de Dios, y luego de ser vendido por unas cuantas monedas de plata.

    Esto lo sabía Jesús, y aunque llevaba rato hablando de estas cosas a sus discípulos, ni Judas, ni los demás, lo habían comprendido aún.

    “Cuando llegó la hora, Jesús se sentó a la mesa, y los apóstoles se sentaron con él. Entonces les dijo: ‘¡Cómo he deseado comer con ustedes esta pascua, antes de que padezca! Porque yo les digo que no volveré a comerla hasta su cumplimiento en el reino de Dios’”.

    En aquella velada, tan deseada por Él, Jesús compartió con ellos más que la cena de la Pascua. Dejó instrucciones, hizo importantes anuncios, los consoló, los animó, lavó sus pies en señal de servicio a los demás, les encargó el mayor mandamiento, aquél de amar a los demás y amarse unos a otros, habló de su muerte, de su regreso, y también hizo énfasis en el nuevo pacto, en una nueva cena pascual, en un Sacramento que aún hoy nosotros seguimos celebrando…

    “Luego tomó el pan, lo partió, dio gracias y les dio, al tiempo que decía: ‘Esto es mi cuerpo, que por ustedes es entregado; hagan esto en memoria de mí’. De igual manera, después de haber cenado tomó la copa y les dijo: ‘Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por ustedes va a ser derramada’”.

    Les decía hace un momento, “Nadie tiene mayor amor que éste, que es el poner su vida por sus amigos” (Juan 15:13).

    El Sacramento del Altar es el amor de Dios en una mesa. Allí no solo recibimos el verdadero cuerpo y la verdadera sangre del Salvador en los elementos de pan y vino, sino que Dios nos entrega todo Su amor convertido en perdón por nuestras transgresiones, vida eterna como solución a la muerte que nos espera sin Él, y salvación de los ataques de todos nuestros enemigos incluyendo a Satanás.

    Jesús, como buen amigo, no quería dejar huérfanos a sus amados discípulos, y esto nos incluye a nosotros. Cada vez que nos acercamos al altar para recibir estos dones del Sacramento, no solo estamos recibiendo al Señor, sino también la gracia que Él nos da, Su amor, Su compañía, Su presencia real en nuestras vidas, y también nos acordamos de esta pascua tan importante que Cristo compartió con sus discípulos.

    En la primera Pascua, Dios hizo un pacto de liberación con su pueblo… y en este nuevo pacto instituido por Jesús, el propio Dios hace un nuevo acuerdo contigo y con toda la Iglesia: El Sacramento del Altar, también llamado la Eucaristía o la Santa Cena, que está aquí para recibir a Cristo y sus dones, pero también para que disfrutemos un abreboca de lo que un día recibiremos en el propio Reino de Dios, en presencia de Jesucristo y de todos los santos.

    Después de esta cena tan crucial, el falso amigo sería señalado por Jesús:

    “Pero sepan que la mano del que me va a traicionar está sobre esta mesa, conmigo. A decir verdad, el Hijo del Hombre va, según lo que está determinado; pero ¡ay de aquél que lo va a traicionar!”

    Otros evangelios nos dicen que en ese momento Judas no pudo más, y sucumbiendo a Satanás se marchó para consumar la traición a su amigo.

    Saben algo, Jesús tenía a su falso amigo entre sus discípulos más íntimos. Judas vivía prácticamente con Jesús y los otros once. Estaban todo el tiempo juntos. Él había visto y presenciado las maravillosas señales que Jesús había hecho. Lo había escuchado predicar y enseñar por años. Pero no lo tenía en su corazón.

    Conozco poco de tus amigos, y quizás no lo sé todo sobre los míos. Con el tiempo he querido tener más amigos de calidad que amigos en cantidad. Pero nadie está exento de ser traicionado o de andar con malas compañías.

    Quizás tu Facebook te dirá que tienes cientos o miles de amigos. Quizás tu casa se llenará de gente en cada fiesta o cada celebración, especialmente cuando nos va bien. Pero ¿cuántos quedan cuando andamos en necesidad y problemas? ¿Cuántos se quedan con nosotros incluso después de conocer nuestras fallas?

    Hoy quiero hablarte de un amigo que nunca se va, a pesar de que te conoce más que nadie. Un amigo que sabe de tus pecados, y solo quiere estar allí para obrar en ti arrepentimiento y darte por medio de Él el perdón de todos ellos. Un amigo que te ama tanto, que un día a pesar de la traición, el rechazo, las burlas y lo doloroso de la Cruz, nunca detuvo su camino hacia el Calvario. Allí, en un madero, este amigo entregó su vida para salvar la tuya, y compró con Su sangre tu vida y tu salvación, a pesar de que la Suya fue vendida por unas monedas.

    Permite que te lo repita una vez más, “Nadie tiene mayor amor que éste, que es el poner su vida por sus amigos” (Juan 15:13).

    Jesús es tu amigo fiel y verdadero, que restaura tu relación con Dios y te hace amigo del Creador. Dice San Pablo a los Romanos: “Porque, si cuando éramos enemigos de Dios fuimos reconciliados con él mediante la muerte de su Hijo, mucho más ahora, que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida” (Romanos 5:10).

    ¿Tienes muchos o poco amigos? Cuídalos, hónralos, perdónalos, y quédate cerca de ellos cuando más te necesitan. Porque en Jesús Dios te ha dado el mejor amigo de todos, Aquél que te cuida, te honra, te perdona, y se queda cerca de ti cuando todos se van. Amén.

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