PARA EL CAMINO

  • ¿Cómo debemos vivir?

  • diciembre 4, 2011
  • Rev. Dr. Gregory Seltz
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 2 Pedro 3:10-13
    2 Pedro 3, Sermons: 2

  • Muchas personas critican a los cristianos porque dicen que nos ocupamos tanto de las cosas celestiales, que no nos preocupamos por las cosas terrenales. Personalmente, nunca logré entender del todo esa queja. Porque cuando una persona realmente comprende la victoria final de Jesús sobre el pecado, el diablo, y la muerte y cree en la promesa de santidad, paz, y salvación eterna, y cuando se da cuenta de lo que va a suceder cuando llegue el ‘día del Señor’, su manera de vivir cambia por completo.

    En contraposición con esa crítica, un escritor famoso dijo: «Desde que los cristianos han dejado de pensar en el otro mundo, se han vuelto ineficaces en este mundo». Es que demasiados de nosotros luchamos tanto por llegar a fin de mes, por mantener unidas a nuestras familias, en fin, por vivir el día a día, que nos olvidamos que la clave para la vida se encuentra en nuestra relación con Dios. Porque el día que el Señor vuelva, y con él las glorias de su Reino, es suficiente motivo de aliento para enfrentar los desafíos de la vida de cada día. Porque a veces tenemos que mirar hacia el futuro para recibir la fuerza que necesitamos hoy para sobrellevar las cosas del pasado, y resolver las del presente. Eso es lo que Pedro nos está diciendo en la lectura para hoy: que la forma en que tú y yo vivimos el día de hoy, está directamente relacionada con lo que creamos que nos va a suceder al final de los tiempos.

    Robins fue piloto de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos durante la primera guerra con Iraq. Ni bien terminó su misión número 300 le dijeron que tanto él, como su tripulación, podían regresar a casa. Así es que cruzaron el océano hacia la base aérea en Massachusetts, y de allí manejaron toda la noche hasta Pennsylvania. Apenas había amanecido cuando sus compañeros lo dejaron en la puerta de su casa. Grande fue su asombro cuando vio que, cubriendo la puerta del garaje, había un gran cartel que decía: «¡Bienvenido a casa, papá!»

    ¿Cómo sabía su familia que iba a llegar ese día, se preguntó, si nadie les había avisado? Ni siquiera ellos mismos habían esperado regresar tan pronto. Él lo cuenta de esta manera: «Cuando entré en la casa, los niños, que estaban casi prontos para ir a la escuela, gritaron: ‘¡Papi, papi!’ Mi esposa Susana vino corriendo. Estaba preciosa: tenía el cabello arreglado, se había puesto un vestido amarillo, y hasta estaba maquillada. ‘¿Cómo supieron que llegaba hoy?’, le pregunté». «No lo sabíamos», me dijo, llorando de alegría. «Pero sabíamos que la guerra había terminado, por lo que en cualquier momento ibas a regresar; y también sabíamos que ibas a tratar de darnos una sorpresa, por lo que cada día nos preparábamos para tu llegada.»

    Si Jesús es el Señor y Salvador de tu vida, si él es Aquél que vivió, murió, y resucitó por ti… tú también estás esperando cada día su regreso, porque sabes que en cualquier momento puede volver. Por otro lado, si aún no lo conoces, si no sabes que la guerra contra la rebelión del pecado ya terminó, quiero decirte que el día del juicio final se acerca. Dios se está tomando el tiempo para que muchas más personas, como tú, puedan conocerle y creer en él. Dios quiere que tú confíes en su Hijo como el Salvador de tu vida, como aquél que anhela que tú recibas el lugar que te ha preparado, por gracia, en el nuevo cielo y la nueva tierra que él va a crear. Porque, como dice Pedro: «según su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia» (2 Pedro 3:13).

    Permítanme que les diga en forma directa lo que enseña la Biblia: este mundo se va a terminar, y no hay político, tecnología, sociología, filosofía, ni teología, que sea capaz de curar el mal que vive en el corazón de cada ser humano. Sólo la fe en Cristo salva. Sin embargo, muchas personas están convencidas que la confianza sincera, apasionada, y hasta religiosa en la ingenuidad humana, en la educación, o en la acción corporativa, va a curar, finalmente, los males de nuestro mundo. Esas pasiones, religiones y creencias falsas las encontramos en todos lados, pero forman parte de un mundo que se va a terminar, que va a desaparecer.

    Lamentablemente, todavía hay quienes enseñan que este mundo pecador es nuestro único hogar. Muchas personas me dicen que los programas de televisión sobre ciencia, sobre el medio ambiente, o incluso sobre animales salvajes, no tienen una tendencia política, sociológica, o religiosa. Sin embargo, cada vez que miro uno, siento que de alguna forma me están predicando y tratando de darme un mensaje… ya sea la voz de mujer que, refiriéndose a una leona, dice que es «una joven moderna que no necesita un hombre para sobrevivir o criar una familia», o la voz profunda de un hombre que religiosamente habla en forma bien calmada de los animales y los humanos como si fueran iguales, y nunca dice lo terrible que sería este mundo si los hombres actuaran como animales, o del astrónomo Carl Sagan, que se para delante de la grandeza del cosmos, y dice: «Así es, esto es todo lo que jamás hubo y habrá»… Realmente me sorprende la idiotez de tales afirmaciones, y ni qué hablar de la arrogancia de quienes las hacen. Pedro tenía mucha razón cuando, más al comienzo del capítulo 3, escribió: «… vendrá gente burlona que, siguiendo sus malos deseos, se mofará» (2 Pedro 3:3b).

    La rebelión del hombre contra su Creador es la causa por la cual este mundo va a desaparecer. Si somos honestos con nosotros mismos, debemos admitir que el mundo está perdido. Sabemos que debería haber justicia y misericordia, pero cada vez nos vamos alejando más y más de la ley de Dios, y por lo tanto de la gracia y la misericordia que él tan claramente nos mostró en la cruz. Estamos confundidos, si no totalmente ciegos, y ya no tenemos ni idea de lo que significa vivir en la justicia y la misericordia divinas.

    El 13 de abril del 2001, Lutero Casteel entró en un bar llevando cuatro pistolas, y abrió fuego matando a dos personas e hiriendo a 16. Durante el juicio nunca demostró ningún dejo de arrepentimiento. De acuerdo al artículo publicado por el periódico, cuando su abogado le preguntó si sentía algún remordimiento, dijo: «Cualquier cosa que sienta en ese aspecto, es entre el Señor y yo». También dijo: «Por más irónico que parezca, soy una persona generosa y apasionada. Quiero pensar que soy una buena persona. Si no me provocan, no lastimo a nadie.»

    ¡No les parece increíble! Sin embargo, esa es la definición de ‘bueno’ para muchas personas hoy día. Para nosotros, en cambio, ese hombre suena a loco. Me pregunto: ¿se imaginan cómo sonaremos nosotros ante Dios, quien es el amor por excelencia, eterno por naturaleza, y perfectamente misericordioso?

    Pero las cosas no terminan allí, porque Dios, sabiendo de nuestras ofensas, proveyó una respuesta para el mal de este mundo y el mal en nuestros corazones. La cruz y la resurrección de Cristo son la obra de Dios para ejecutar la justicia perfecta en todos los pecadores, y derramar su misericordia eterna sobre todos. Gracias al sacrificio de Cristo, la salvación, el perdón, la justicia, la misericordia y la paz están disponibles en un cien por ciento, por gracia, para todos los que creen en él. El Reino de Cristo ESTÁ EN este mundo, pero NO ES de este mundo. Este mundo pasará y vendrán un nuevo cielo y una nueva tierra… esto es tan cierto como que Jesús nació en Belén.

    El Día del Señor, la promesa del regreso de Cristo, nos llama a ver y reconocer la realidad de la vida sin Jesús, para así recibir y compartir su regalo de alegría duradera y paz ahora, y para siempre. La promesa del regreso de Cristo, el regreso de Aquél que murió y resucitó por toda la humanidad, nos llama a vivir la vida llenos de esperanza. De hecho, sin importar las circunstancias que nos toca vivir, tanto como iglesia, como a nivel personal, somos llamados a ser ¡el pueblo de la promesa!

    Hace mucho tiempo Dios hizo una promesa con Adán y Eva, y luego con un hombre llamado Abraham: Dios prometió que iba a redimir y restaurar al mundo a través de sus descendientes. Esa promesa Dios la cumplió al enviar a su hijo Jesús al mundo. El nacimiento del Niño Jesús, aquél de quien la Biblia dice que sería la causa del «levantamiento y caída de muchos», y que «habría de salvar a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1:21), su vida, muerte y resurrección, es el mensaje central de una historia que Dios ha estado contando a la humanidad desde el comienzo de los tiempos. Él viene a llamar a los pecadores, a toda la humanidad, al arrepentimiento, para perdonarlos y darles su regalo de vida y salvación.

    Los cristianos vivimos en las promesas de Dios, porque Dios siempre cumple sus promesas. En Cristo, Dios da literalmente al mundo la gracia que había prometido. Jesús se ofrece a quitarnos nuestras culpas, y junto con ello se ofrece a darnos su perdón, su alegría, su paz, y una vida nueva. Cada domingo, en las iglesias cristianas de todo el mundo, hay personas que se bautizan en esa promesa… cada domingo hay millones de personas que se acercan a comer de la mesa de Aquél que nos invita a probar y ver cuán buenas son su bondad y misericordia… cada domingo por todo el mundo los cristianos se reúnen en comunidad a adorar a Jesucristo, Emanuel, Dios con nosotros, el cumplimiento de la promesa.

    Para los creyentes, el día del Señor es el día en que Dios terminará de cumplir con todas sus promesas… es el día en que el mundo verá la diferencia entre la gracia y la mera religión… es el día en que todas las personas de todos los tiempos verán con sus propios ojos la diferencia entre las obras humanas y las obras de Dios.

    Pero esta expectativa no nos llena de orgullo, porque somos tan pecadores como cualquier otra persona. La diferencia entre nosotros y quienes no son salvos por gracia, es que estamos en este mundo para reflejar el amor y el perdón de Dios a todas las personas con quienes nos encontramos en nuestro diario vivir. La realidad de la vida eterna es que es un regalo de Dios y que, si bien es ofrecido por gracia, cada persona va a ser juzgada por Dios según haya respondido a su invitación. Quienes depositamos nuestra fe en Jesucristo vivimos en esperanza porque sabemos que, en todas las cosas, Dios hará realidad sus promesas.

    En un grupo de estudio bíblico, el líder hizo la siguiente pregunta: «Cuando se sienten deprimidos o desanimados, ¿a qué texto bíblico recurren?» Un muchacho citó el Salmo 23, donde dice: «El Señor es mi pastor, nada me falta.» Una señora dijo que el suyo era el Salmo 46, donde dice: «Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.» Otra señora dijo que era Juan 16:33 a 35, donde dice: «Estas cosas les he hablado para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo.» Luego se paró José, de 80 años de edad, con cabello blanco y piel oscura, y dijo con toda la fuerza que su edad le permitía: «Cuando se cumplieron los días…», palabras que aparecen citadas numerosas veces en la Biblia. El grupo comenzó a reírse, pensando que José no sabía lo que estaba diciendo, pero cuando se hizo silencio, él agregó: «A los 30 años, cuando teníamos seis niños, perdí mi trabajo. No sabía cómo iba a hacer para darles de comer. A los 40, mi hijo mayor murió en la guerra. Fue un golpe demasiado duro. Cuando tenía 50 años, se nos quemó la casa. Perdimos absolutamente todo lo que teníamos. A los 60, cuando llevábamos 40 años de casados, a mi esposa le diagnosticaron cáncer. De a poco se fue consumiendo. Muchas noches las pasamos de rodillas, rezando y llorando juntos. A los 65 se murió. Todavía hoy la extraño. La agonía que sufrí en cada una de esas situaciones fue increíble. Cada vez me pregunté dónde estaba Dios, y cada vez que busqué en la Biblia, me encontré con uno de esos versículos que dice: «Cuando se cumplieron los días…». Finalmente, me di cuenta que Dios estaba conmigo y me estaba diciendo que, cuando se cumplan MIS días, mi dolor y mis circunstancias también van a terminar.»

    Lo que José dijo es muy cierto. El pecado, y todas las sombras de dolor y muerte que existen en este mundo pasajero, van a terminar… Dios se va a encargar de que así sea. Pero todavía hay más. Dios no se conforma con simplemente ayudarnos a sobrellevar esta vida, sino que nos promete vida eterna, un cielo nuevo y una nueva tierra. Y para que así sea, promete que va a venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Como pueblo de Dios que somos podemos estar seguros que, ‘cuando se cumplan los días’, sus promesas se harán realidad. Mientras tanto, la promesa del regreso de Cristo nos llama a vivir en forma fiel y consagrada.

    Pedro nos dice que, cuando Jesús vuelva, todo lo que hoy conocemos va a dejar de existir, y que un nuevo día va a amanecer para quienes ponemos nuestra confianza sólo en Dios. Por lo tanto, nos dice: «¿no deberían vivir ustedes como Dios manda, siguiendo una conducta intachable y esperando ansiosamente la venida del día de Dios?» Esta pregunta puede animarnos, pero también puede aterrarnos, dependiendo de en manos de quién estemos.

    Un militar cuenta la siguiente experiencia: «Siendo comandante de un batallón de infantería en Vietnam en 1967, vi a muchos soldados vietnamitas rendirse y entregarse. Siempre me llamó la atención la actitud que mostraban cuando eran detenidos e interrogados: la mayoría no levantaba nunca la vista, y jamás miraban a los ojos a sus captores; era como si tuvieran vergüenza. Sólo unos pocos se mostraban desafiantes y se rebelaban ante cualquier intento que hiciéramos por controlarlos… se habían entregado físicamente, pero no mentalmente. En una ocasión, un soldado enemigo había sido herido de bala en una pierna. A pesar de la gravedad de la herida, se rehusaba violentamente a nuestros esfuerzos por ayudarlo. Cuando lo miré a la cara, vi que no tenía más de 16 ó 17 años de edad. Me saqué el cinturón con la pistola y las granadas, y me acerqué a él. De a poco fue cediendo, hasta que me permitió que lo alzara en mis brazos para llevarlo al helicóptero que estaba esperándonos. Durante todo el vuelo, el primero de su vida, se aferró a mí desesperadamente. Traté de calmarlo dándole palmadas en el hombro e inspirándole confianza con la mirada. Cuando aterrizamos, lo cargué en brazos para llevarlo hasta la enfermería. Cuando vio que realmente estaba seguro, de a poco su cuerpo se fue distendiendo. El miedo y la resistencia habían desaparecido… finalmente se había entregado.»

    Cuando el Señor vuelva, va a venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Pero no va a venir a tomarnos a todos en sus brazos como ese comandante de infantería, por más maravilloso que eso sea en medio de una guerra. No. Él va a venir como el Señor del universo. Va a venir como el Juez justo, a inaugurar un mundo que finalmente estará libre de pecado, de conflictos, de dolor, de sufrimientos, y de muerte.

    Entonces, hasta que él vuelva, ¿cómo debemos vivir? Como corresponde a los hijos redimidos del Dios todopoderoso… con conducta intachable, esperando con alegría que llegue el día del regreso de nuestro Dios y Salvador. Amén.