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ALIMENTO DIARIO
A ti, Señor, elevo mi clamor desde las profundidades del abismo. Escucha, Señor, mi voz. Estén atentos tus oídos a mi voz suplicante. Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente? Pero en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido. Salmo 130:1-4A ti, Señor, elevo mi clamor desde las profundidades del abismo. Escucha, Señor, mi voz. Estén atentos tus oídos a mi voz suplicante. Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente? Pero en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido. Salmo 130:1-4
A pesar de tener las calificaciones más altas de su clase, Andrew fue expulsado de su escuela por exhibir conducta violenta. Las autoridades de la escuela lo acusaron de asalto criminal y posesión de un arma mortal.
Andrew quería seguir los pasos de su padre, un Navy Seal, y asistir a la Academia Naval. Pero ahora, luego de tales cargos, ni siquiera podrá entrar en el Instituto Militar.
Hace unos meses, Andrew, de sólo 12 años, usó un lapicero vacío para lanzar pelotitas de plástico a sus compañeros de clase. El Concejo Directivo de la escuela consideró que había cometido un crimen, expulsándolo de la misma.
El juez asignado a su caso opinó que la escuela había ido «demasiado lejos», pero que legalmente no podía hacer nada, por lo que dictó la sentencia en contra de Andrew.
Cuando leí esa historia, no pude menos que dar gracias porque el Señor no hace lo mismo con nosotros, aún cuando él no tolera siquiera el más mínimo pecado. Él dice claramente: «el alma que peca morirá», y es una regla que nuestro Dios santo, justo y misericordioso, está obligado a seguir.
Pero la idea de que billones de almas marchen hacia el infierno es algo que no complace al Señor. Fue por ello que, para evitarlo, el Señor envió a su Hijo a nuestro mundo.
Jesús vivió la vida perfecta que nosotros no somos capaces de vivir, y cargó con nuestros pecados a la cruz donde, derramando su sangre por nosotros, ellos fueron perdonados. Ahora, todo el que cree en el Cristo como su Señor y Salvador, recibe perdón.
Es por ello que el salmista declara con confianza: «Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente? Pero en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido».
ORACIÓN: Señor, te doy gracias que me has amado lo suficiente como para enviar a tu Hijo a salvarme. Sin su redención yo, al igual que todas las personas, estaríamos condenados y sentenciados al infierno. Con su sacrificio he sido limpiado y tengo mi futuro restaurado. En el nombre de Jesús. Amén.
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