Para El Camino
"¡El que no avanza, retrocede!"
Presentado el 7 de julio
Pastor Lincon Guerra, Predicador invitado
© 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
TEXTO: Romanos 6:1-11
Entonces, ¿qué diremos? ¿Seguiremos pecando, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él? ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Porque por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que así como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si nos hemos unido a Cristo en su muerte, así también nos uniremos a él en su resurrección. Sabemos que nuestro antiguo yo fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido liberado del pecado. Así que, si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él. Sabemos que Cristo resucitó y que no volverá a morir, pues la muerte ya no tiene poder sobre él. Porque en cuanto a su muerte, murió al pecado de una vez y para siempre; pero en cuanto a su vida, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado pero vivos para Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor.
La doctrina de la gracia ha sido objeto de profunda controversia y debate a lo largo de la historia de la iglesia cristiana. Aunque esta enseñanza es fundamental y destaca el papel central de la gracia divina en la salvación del hombre, ha sido motivo de interpretaciones diversas y, en muchas ocasiones, malentendidas. Esta doctrina fue uno de los pilares durante la reforma de la iglesia en la edad media. Una de las corrientes más fuertes en contra de esta doctrina es el legalismo, o sea la idea de que el hombre puede contribuir con su salvación por medio del cumplimiento de la ley o de las buenas obras. Otra corriente que se aleja de la esencia de la salvación por gracia es el antinomianismo. Esta postura se va al extremo de asegurar que, después de ser salvo, el hombre ya no tiene ninguna necesidad de observar la ley de Dios sino puede vivir según le plazca, ya que su salvación está garantizada. De hecho, muchos dentro de esta corriente doctrinal creen que se debe "pecar más" para que la gracia de Dios crezca.
Ante posturas como estas el Apóstol Pablo es muy enfático y niega de manera rotunda tales creencias. Empieza el capítulo seis de Romanos con la pregunta: ¿Seguiremos pecando, para que la gracia abunde? Y de inmediato responde: "¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?" La gracia de Dios es abundante no para darnos "permiso" para pecar, sino porque es inagotable, así como el agua de un manantial no se acaba si una o mil personas toman de ella, sino que seguirá fluyendo. Lo mismo con la luz del sol, que alumbra para uno como para miles sin agotarse su esencia, o el conocimiento de un maestro, que ya sea que le enseñe a un solo estudiante o a cientos de ellos no se agota, sino que por el contrario crece. De la misma manera, la gracia de Dios para la humanidad es una fuente inagotable.
Esta gracia se nos muestra en que nosotros merecíamos la muerte por causa del pecado, pero Cristo tomó nuestro lugar sacrificándose en la cruz. Al ser bautizados, nosotros morimos al pecado ante los ojos de Dios. Dios acepta la muerte de Cristo como nuestra propia muerte al pecado. El Apóstol no habla de esto como una unión simbólica solamente, sino como un hecho real: somos unidos a Cristo por el bautismo y muertos al pecado. Ahora, ser muertos al pecado no implica una vida sin pecado, sino que hemos sido liberados del poder y dominio del pecado sobre nosotros. A través del bautismo experimentamos una transformación espiritual que nos permite vivir en libertad del pecado y en obediencia a Dios. El bautismo viene a ser así nuestro nuevo nacimiento en Cristo. Somos sepultados en las aguas del bautismo y levantados como nuevas criaturas, libres de la carga y la culpa del pecado. Esta renovación nos lleva a caminar en una vida nueva, guiados por el Espíritu Santo y en comunión con Dios. Todo el significado y la eficacia del bautismo están centrados en Cristo y su obra redentora en la cruz. Sin la muerte sacrificial de Cristo, el bautismo carecería de poder y significado. Es en su muerte y resurrección que encontramos la verdadera libertad y vida nueva en Él. Y aunque el bautismo ocurre una sola vez en nuestra vida, su efecto es continuo y duradero. Ya no necesitamos ser bautizados repetidamente para obtener perdón por nuestros pecados, pues el Espíritu Santo nos purifica constantemente a través de la Palabra de Dios, renovando nuestros corazones día tras día.
Cuantas veces hemos tratado de cambiar por nosotros mismos, solo para darnos cuenta de que nuestros esfuerzos no son suficientes para lograrlo. En nuestras luchas por cambiar y mejorar, nos frustramos por la falta de progreso. Nos sentimos como el famoso elefante de circo cuando está siendo entrenado por los dueños. Cuando están pequeños, estos elefantes son amarrados de una de sus patas con una cadena a un pedestal. Ellos intentan romper la cadena halando con todas sus fuerzas, solo para terminar cansados y frustrados al final del día. Al pasar los años y darse cuenta de que no pueden romper la cadena desisten de la idea y se quedan ahí atados el resto de sus vidas. Aun cuando crecen y tienen la fuerza suficiente para romper la cadena de un tirón, nunca más lo vuelven a intentar, porque quedaron amarrados mentalmente. El hombre fue atado a una cadena llamada pecado que nos esclavizó a una vida de desobediencia y rebelión contra Dios y por más que lo intente no puede liberarse a sí mismo.
Nos dice el Apóstol Pablo en Romanos 7:18-19 Yo sé que en mí, esto es, en mi naturaleza humana, no habita el bien; porque el desear el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero." Sin embargo, la verdad es que el cambio verdadero va más allá de nuestros propios esfuerzos; requiere la intervención divina. Es Jesucristo quien rompe las cadenas del pecado y nos hace libres para siempre.
Cuando Jesús caminó sobre la tierra, transformó vidas de manera radical y permanente. Jesús tomó a simples pescadores y los convirtió en discípulos apasionados, cuyas vidas impactaron la historia hasta el día de hoy. Un ejemplo claro es el cambio que experimentó Pedro, un hombre impulsivo y temperamental. Todos podían saber cómo era, pero solo Dios podía cambiarlo. Cuando Jesús lo conoció, le cambio el nombre de Simón a Pedro, "Roca", sabiendo que lo utilizaría para cumplir los propósitos divinos.
También Pablo, siendo un perseguidor de la iglesia y consintiendo con el encarcelamiento y la muerte de los primeros cristianos, más adelante llega a ser el Apóstol a los gentiles, llevando el mensaje de salvación en Cristo a muchos lugares e incluso exponiendo aun su propia vida por causa del evangelio. Él mismo reconoce su condición de pecador en 1 Timoteo 1:15, donde dice: "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero." Y que por la gracia de Dios también puede expresar las palabras que leemos en Gálatas 2:20, donde dice: "Pero con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí".
Al igual que Pedro y Pablo, todos necesitamos alguien que nos vea más allá de nuestros errores, debilidades, y pecados. Alguien que nos ame incondicionalmente y nos ofrezca una nueva oportunidad. Y eso es lo que hace la gracia de nuestro Señor Jesucristo: transforma nuestras vidas y nos ofrece nombres nuevos. Ahora nos llama: perdonados, amados, redimidos, hijos, restaurados, amigos. Hoy, Jesús te invita a abrazar tu verdadera identidad en Él. El Señor sabe quién puedes llegar a ser una vez que su Espíritu Santo transforme tu vida y empieces a manifestar los frutos de una vida de santificación.
Esta nueva vida del cristiano es un viaje constante y dinámico, nunca un destino final alcanzado. Aunque sabemos por medio de las Escrituras que la perfección absoluta es inalcanzable en este mundo caído, como dice el Apóstol Pablo en Filipenses 3:12: No es que ya lo haya alcanzado, ni que ya sea perfecto, sino que sigo adelante, por ver si logro alcanzar aquello para lo cual fui también alcanzado por Cristo Jesús". Somos llamados a avanzar en este crecimiento espiritual. Porque el que no avanza, retrocede. Retrocede en su fe y en su caminar con Dios. Es como una rama que se separa y no recibe nutrientes de la vid, se debilita y eventualmente se marchita. Dios nos da sus dones y recursos para nuestra vida espiritual, pero si no los utilizamos y atesoramos, corremos el riesgo de estancarnos y convertirnos en ramas muertas, separadas de la vid de la gracia divina. Por lo tanto, es esencial que perseveremos en nuestro camino de santificación, buscando constantemente crecer en Dios y en la expresión diaria de nuestra fe hacia el prójimo.
Dios usa nuestras vidas de santificación para el evangelismo y la obra misionera, de manera que podamos ser testigos efectivos a un mundo perdido y los que están alejados de Él. Aunque la vida del cristiano en sí misma no es un medio de gracia, puede servir como un puente para que otros escuchen el mensaje del Evangelio, que sí es un medio de gracia. Desde el principio de la iglesia hasta nuestros tiempos, los creyentes hemos sido llamados a demostrar el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad y otros frutos del Espíritu Santo. Esta manifestación de una vida transformada por el Espíritu Santo ha provocado que aun los incrédulos pregunten: "¿Cuál es la razón de la esperanza que hay en ustedes?" (1 Pedro 3:15). En los tiempos de persecución de la iglesia, cuando la fe de los mártires se manifestaba claramente a través de sus acciones, aun sus propias muertes llegaron a ser una semilla para que el Evangelio se siguiera extendiendo. De la misma manera, compartamos con palabras y hechos esta libertad que tenemos en Cristo con las personas que nos rodean.
Acabamos de festejar del Día de la Independencia en Estados Unidos, un día sumamente importante en la historia de esta bendecida nación y una gran celebración de la libertad. Lo hacemos con fiestas, comidas y fuegos artificiales. Sin embargo, aún más significativa es la libertad espiritual que Cristo nos ha otorgado, la cual nos libera del poder del pecado. Ese poder que levantó a Cristo de entre los muertos es el mismo poder que está en nosotros y que nos capacita, nos motiva y nos mueve a vivir una vida de obediencia que vence al pecado. Podemos descansar en la promesa de una resurrección al fin de los tiempos, porque así como Cristo resucitó, nosotros podemos tener la plena seguridad de que también resucitaremos con él. Así como fuimos unidos en su muerte por medio del bautismo, así también seremos unidos con él en su resurrección. Ni el mundo, ni el pecado, ni la muerte tienen dominio sobre los hijos de Dios, porque hemos sido redimidos en Cristo y por lo tanto creemos que también viviremos con él.
Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a ver que Jesús tiene la autoridad de perdonar tus pecados y de resucitarte al fin de los tiempos para estar con él y con toda la multitud de creyentes, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.