Para El Camino
"Dios en un burro"
Presentado el 24 de marzo
Rev. Dr. Hector Hoppe
© 2024 Cristo Para Todas Las Naciones
TEXTO: Zacarías 9:9-12
«¡Llénate de alegría, hija de Sión!
¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén!
Mira que tu rey viene a ti,
justo, y salvador y humilde,
y montado sobre un asno,
sobre un pollino, hijo de asna.
Yo destruiré los carros de guerra de Efraín
y los briosos caballos de Jerusalén,
y los arcos de guerra serán hechos pedazos.
Tu rey anunciará la paz a las naciones,
y su señorío se extenderá de mar a mar,
y del río Éufrates a los límites de la tierra.
»También tú serás salvada por la sangre de tu pacto, y yo sacaré a tus presos de esa cisterna sin agua. 12 ¡Vuelvan, pues, a la fortaleza, prisioneros de esperanza! En este preciso día yo les hago saber que les devolveré el doble de lo que perdieron.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Al momento de estudiar este pasaje del profeta Zacarías me entra una notificación de las redes sociales en el teléfono que hace referencia a Epicuro y su pensamiento sobre Dios. No sé si Epicuro es tan conocido hoy como lo fue para mí cuando estudié sobre los griegos en la escuela secundaria, pero lo traigo en este momento porque quiero comentarles lo que este filósofo del siglo tres antes de Cristo dijo respecto de Dios. Eso nos ayudará a entender cómo funciona nuestra mente racional y cómo nuestras fantasías respecto de Dios tienen que ser derribadas con el testimonio bíblico.
Lo que hoy conocemos como "la paradoja de Epicuro" dice así: "si Dios es todopoderoso, debería ser capaz de evitar el mal. Sin embargo el mal existe, por lo que o bien Dios no es todopoderoso, o no es completamente bueno, y en ambos casos no sería Dios, lo que demuestra que Dios no existe." Me resulta muy interesante este dilema filosófico porque, por un lado, llega a la conclusión de que Dios no existe, y por otro lado, supone que si Dios existe, sería omnipotente (todopoderoso) y bueno.
Hoy veremos cómo el Dios omnipotente y bueno se manifiesta a la humanidad. Debo advertir que es un poco rara la forma en que Dios elige mostrarse, porque aún algunos cristianos en algún momento nos hicimos la imagen de Dios sentado en un gran sillón en algún lugar bien lejos, inalcanzable. Otros piensan que está vigilando y anotando en algún libro sagrado todos nuestros errores para darnos nuestro justo castigo. Y algunos creen que Dios es indiferente a todo lo que nos pasa. A veces nuestra idea de Dios cambia dependiendo de nuestra situación. Si estamos contentos y satisfechos pensamos que Dios nos ha bendecido y que es bueno. Pero cuando llegan las malas noticias se nos escapan preguntas como: ¿y dónde está Dios?, como si Dios pudiera esconderse.
¿Qué dice la Escritura? Que Dios viene en un burro. Esta es una escena prácticamente ridícula para filósofos como Epicuro y para mucha gente hoy en día, pero ese es nuestro Dios, el que entra en Jerusalén montado en un burro.
La situación de las personas a las que Zacarías les trae este mensaje no era diferente a lo que vemos hoy en día. El remanente, la pequeña porción del pueblo de Dios que volvía del exilio, se encontraba en medio de un país devastado por la guerra, el saqueo y el descuido. Era prácticamente una tierra de nadie. El pueblo volvía con la firme intención de reconstruir Jerusalén y su templo, rearmando todo piedra por piedra. Cuando comenta sobre este pasaje, el reformador Martín Lutero dice que la gente estaba en estado miserable. Usa tantas veces la palabra miserable que creo que debemos prestarle atención. Cuando nos enfermamos con una buena gripe y estornudamos y tosemos y nos cuesta respirar y nos duele la cabeza, decimos: "me siento miserable". Y está bien, uno puede sentirse momentáneamente miserable; pero el estado de los repatriados era realmente miserable. ¿Cómo iban a hacer con las pocas fuerzas que tenían? ¿Y con qué recursos? ¡Ni rey tenían!
El rey que Dios les promete vendrá en forma humilde, montado en un burro. El rey David montaba en burro, la nobleza de Israel montaba burros. Los caballos eran sinónimo de tanques de guerra, eran animales bélicos para entrar con violencia y conquistar con fuerza. Jesús entra en Jerusalén montado en un burrito llevando paz. Entra sin violencia y entre gritos de alegría, porque Dios se estaba manifestando. Dios vio la miseria de la condición humana. La vio desde el principio, desde la primera desobediencia en el jardín de Edén. A esas personas en estado miserable Zacarías las llama y las invita a mirar a Dios. "Mira que tu rey viene a ti. Llénate de alegría. Da voces de júbilo.", les dice. Dios entra en la vida de las personas humildemente para destruir los elementos de guerra, los carros de Efraín y los briosos caballos de guerra y los arcos y las flechas. Y Dios también entra en nuestra vida para destruir los enemigos que nos atacan y nos dejan a la miseria. El diablo, el pecado y la muerte son poderosos enemigos de Dios y de sus criaturas. Se creen invencibles, pero el que viene montado humildemente en un burro los desarmará por completo, les quitará el poder que tienen sobre nosotros y nos traerá la paz.
Hoy Zacarías nos invita a nosotros a mirar al rey que viene y nos trae esperanza. Él se apareció apenas cinco días después de esta gran entrada en Jerusalén a los que se encontraban en el estado más miserable que uno se pueda imaginar, cargados de culpas, miedos y desilusión. El día de su resurrección, Jesús se aparece en medio de sus asustados seguidores para anunciarles y entregarles la paz de Dios. El pasado imperfecto queda borrado. Estamos en paz.
Esta aparición pacífica de Jesús a sus discípulos para entregarles la paz sigue sucediendo hoy. Dios es omnipotente, es bueno y es eterno. Hoy mismo Jesús sigue viniendo como el rey triunfador sobre nuestros más deleznables enemigos: el pecado, el diablo y la muerte. Cristo rey sigue trayendo, mediante su iglesia, la paz que él conquistó para todo el mundo. Todas las naciones en estado miserable se benefician del gran triunfo de este luchador que no levantó un dedo contra ninguna persona. Solo su amor y su buena voluntad hicieron posible esta conquista magistral.
¿Cómo hizo Dios todo esto? ¿Entrando humildemente en un burro a la ciudad de Jerusalén? Su conquista llevó más que eso. El Dios que entra en un burro es el Dios que nació en un establo maloliente, que durmió en el comedero de los animales, que fue colgado en una cruz después que le flagelaran la espalda a latigazos. Ese rey sangraba, literalmente, de pies a cabeza. Con el rostro desencajado expresó el dolor que nuestras miserias, específicamente nuestro pecado, le causaron. Isaías lo profetizó de esta manera: "Él será herido por nuestros pecados, ¡molido por nuestras rebeliones! Sobre él vendrá el castigo de nuestra paz" (Isaías 53:5).
Muchos siglos atrás, cuando el pueblo estaba en el desierto entre Egipto y la Tierra Prometida, Moisés dirige una gran celebración comunitaria con holocaustos y becerros como sacrificio de paz. Moisés tomó la sangre y roció el altar, el libro sagrado y a todas las personas, mientras decía: "Esta es la sangre del pacto que el Señor hace con ustedes al darles todas estas cosas" (Éxodo 24:4-6). Jesús se ofreció como el cordero santo, sin mancha, para ser sacrificado. Su sangre derramada es el nuevo pacto que nos beneficia a nosotros. Por esa sangre Dios nos perdona todos nuestros pecados y nos da la paz. Esto se parece mucho a nuestro ritual de Santa Cena, ¿verdad? En realidad, no se parece sino que es. La Santa Cena es el nuevo pacto en la sangre de Jesús para traernos la paz con Dios.
El autor de la carta a los Hebreos nos explica esto con las siguientes palabras: "Si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas sobre los impuros, santifican para la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por medio del Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará de obras muertas nuestra conciencia, para que sirvamos al Dios vivo!" (Hebreos 12:13-14).
La promesa de Dios es todavía más amplia. Zacarías anuncia estas palabras del Señor: "Yo sacaré a tus presos de esa cisterna sin agua". ¿Recuerdas la historia de José y de sus hermanos envidiosos y peleadores? Los hermanos de José decidieron meterlo preso en un pozo sin agua. Para eso servían las cisternas que no podían contener el agua: para ser prisiones. Esta escena simboliza nuestras prisiones, nuestro estado miserable en un mundo seco de amor, de amabilidad y de esperanza. Una cisterna sin agua es un lugar inútil. Un mundo sin Cristo es un mundo inútil. Por más que se esfuerce con sus caballos briosos, no logra la paz entre las naciones. Tampoco trae paz a la conciencia.
Dios bajó a nuestra cisterna. El Dios que existe, el único Dios verdadero que no es producto de nuestra imaginación, viene a nosotros en la persona de Jesucristo. Él es el Dios que necesitamos, el que es capaz de dormir en un pesebre, cabalgar en un burro y morir. Jesucristo fue también capaz de resucitar por el poder del Padre y ascender al reino eterno para prepararnos un lugar en las mansiones celestiales.
Dios viene en Cristo y nos invita con estas palabras de Zacarías: "¡Vuelvan, pues, a la fortaleza, prisioneros de esperanza!" La fortaleza no está en ruinas, porque la fortaleza es Dios mismo. "Castillo fuerte es nuestro Dios", aprendimos a cantar. Este himno fue escrito basado en el Salmo 46, un favorito del reformador Lutero, que muestra a Dios como el único refugio indestructible para el pecador. ¡Que afortunados somos, estimado oyente, que esta invitación es también para nosotros! Quiero hacer notar que la palabra "vuelvan" tiene la misma idea que el término que se usó en el Nuevo Testamento y que se usa hoy, para llamar a alguien a acercarse a Dios. "Arrepiéntanse", fue el mensaje central de Jesucristo y de los apóstoles, "vuélvanse a Dios".
Por el poder del Espíritu Santo que nos dio la fe, somos llamados a confiar en que el rey humilde tiene poder para sacarnos de la cisterna, del lugar inútil adonde nos metió el pecado. Dios tiene el poder de resucitarnos, mediante el perdón de los pecados, a una nueva vida para que seamos prisioneros de esperanza. San Pablo diría: si vamos a ser prisioneros de algo, seamos prisioneros de Cristo y de la esperanza que él puso en nuestro corazón. En Romanos 8[:24] el apóstol dice: "Porque con esa esperanza fuimos salvados." ¿Cuál esperanza? La de ser resucitados al último día y ser recibidos en la gloria de Dios para vivir con él y con todo su pueblo por toda la eternidad. Nos aferramos a esa esperanza de que Cristo retornará, esta vez no montado en un burro, sino en toda su gloria para darnos el regalo de la nueva vida. De esa esperanza queremos ser prisioneros. Los creyentes somos los alegres y felices prisioneros de esperanza.
Cuando los romanos encarcelaron al apóstol Pablo, él no se consideró prisionero del imperio o del cesar sino un "prisionero de Jesucristo". Así lo expuso en su carta a Filemón (Filemón 1:1). Nosotros, prisioneros de nuestras limitaciones, de nuestra incapacidad de ser santos y no pecar nunca, de nuestros miedos y de nuestras dudas, somos llamados por esta profecía de Zacarías a ser prisioneros de esperanza en Cristo.
Esa esperanza también se alimenta con el último versículo de nuestro texto donde Dios promete: "En este preciso día yo les hago saber que les devolveré el doble de lo que perdieron." Dios no es mezquino. Si Dios no escatimó ni a su propio Hijo para darnos la salvación eterna, no nos mezquinará ninguna otra cosa que nos falte para nuestra vida de fe. Mediante la predicación de su Palabra, mediante el Bautismo y la Santa Cena, Dios nos da el doble, el triple y aun mucho más de lo que teníamos cuando éramos prisioneros de nuestros propios pecados. Alégrate, estimado oyente. Tu rey viene manso y humilde para llenarte de paz eterna.
Si quieres aprender más sobre el Rey Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.