Para El Camino
"La roca del encuentro"
Presentado el 28 de enero
Rev. Dr. Hector Hoppe
© 2024 Cristo Para Todas Las Naciones
TEXTO: Éxodo 17:1-7
Conforme al mandamiento del Señor, toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin en jornadas cortas hasta acampar en Refidín. Pero allí el pueblo no tenía agua para beber, así que todo el pueblo discutió con Moisés y le dijo: «Danos agua. Queremos beber.» Moisés les dijo: «¿Por qué se pelean conmigo? ¿Por qué ponen a prueba al Señor?» Pero el pueblo tenía sed, y murmuró contra Moisés, y dijo: «¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?» Entonces Moisés pidió ayuda al Señor y le dijo: «¿Qué voy a hacer con este pueblo? ¡Un poco más, y me matarán a pedradas!» Y el Señor le dijo a Moisés: «Adelántate al pueblo. Anda, lleva contigo a algunos de los ancianos de Israel, y llévate también la vara con la que golpeaste el río. Voy a esperarte en Horeb, junto a la roca que está allí, y tú golpearás la roca, y de ella brotará agua, que el pueblo podrá beber.» Y Moisés lo hizo así, en presencia de los ancianos de Israel, y a ese lugar lo llamó Masah, porque los hijos de Israel pusieron a prueba al Señor, y también Meriba, por la discusión que tuvo con ellos, pues dijeron: «¿Está el Señor entre nosotros, o no está?»
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
En la Biblia hay varias historias de fe que tienen como escenario un pozo de agua. La más conocida en el Nuevo Testamento es la que describe la vez que Jesús pasa por Samaria y se encuentra con una mujer del lugar a quien le pide agua para beber. A partir del diálogo sobre la sed, el agua y el pozo, se desarrolla la conversación teológica más profunda ante un pozo de agua de que tenemos registro en los evangelios. Jesús usó ese encuentro para presentarse a la samaritana --y a todo el pueblo después-- como el agua de vida, como el agua que calma la sed para siempre. Podemos decir que es una historia de fe, porque por la presencia y la predicación de Jesús el pueblo creyó en él.
También en el Antiguo Testamento hay una historia de un encuentro en un pozo de agua. Es una historia de fe protagonizada por el siervo de Abrahán ante el pozo donde Rebeca, futura esposa de Isaac fue a buscar agua. Es una historia de fe porque el criado de Abrahán le pidió a Dios que le indicara en ese lugar a quién tenía que elegir él como esposa para Isaac. En el capítulo 25 del libro de Génesis leemos que, estando ante el pozo, el criado oró a Dios diciendo que si una mujer le daba agua a él y a sus animales, esa sería la novia escogida. Y todo salió al pie de la letra, porque Rebeca dijo exactamente las palabras que el siervo le había pedido a Dios que ella dijera. Estas dos historias enmarcan muchas otras historias de encuentros ante un pozo de agua, aunque no todas fueron encuentros de fe. Algunas fueron más bien historias de incredulidad, de enojo y desprecio. Pero aun en historias de este tipo Dios no faltó al encuentro.
Vayamos al texto bíblico para hoy. Hacía poco menos de tres meses que el pueblo de Israel había salido milagrosamente de Egipto. El gentío era numeroso: los hebreos, más los vecinos de otras etnias que se acoplaron en el huida, contaban alrededor de tres millones de personas. Yo vivo en una ciudad de tres millones de habitantes. No me alcanza la imaginación para ver a tres millones juntos, a pie, cargando bebés y ancianos y arriando bestias. Después de haber cruzado el mar Rojo, habían acampado en dos oportunidades. En la historia de hoy, el pueblo se mueve bajo la guía de Moisés para seguir adelante y encontrar un lugar para acampar por tercera vez. En las dos acampadas anteriores se habían quejado de que el agua del manantial era amarga y también de que no tenían comida. Dios atendió esos reclamos, convirtiendo el agua amarga en agua dulce y enviándoles maná y codornices.
Al llegar al lugar de su tercer campamento, cerca del Monte Sinaí, el pueblo no solo vuelve a quejarse, sino que se pone agresivo y hasta amenaza de muerte a Moisés. En el nuevo lugar no había agua ni era un buen lugar para sembrar, por lo que el reproche no se hace esperar. Este pueblo de muy mala memoria no solo se había olvidado de la promesa de Dios de que nada les faltaría en su camino a la Tierra Prometida, sino también del milagro del mar Rojo, del agua dulce y del maná y de las codornices que, dicho sea de paso, comían todos los días.
Entonces Moisés hace lo que todo hombre de fe hace ante situaciones que escapan a su control: se dirige a Dios y habla con él, como ya era su costumbre. Es de notar aquí la gran paciencia divina demostrada en el amor y la compasión de un Dios que no trata a su pueblo de acuerdo a su insolencia, sino que coordina una marcha de Moisés y los ancianos hacia una roca para dar, una vez más, atención al pedido del pueblo. Con los ancianos consigo, y llevando la vara que usó en Egipto para hacer los milagros divinos, Moisés obedece a Dios y golpea la peña. El libro de Números, que recrea esta escena en el capítulo 20, dice que "[Moisés] levantó su mano y, con su vara, golpeó la peña dos veces. Al instante brotó agua en abundancia, y bebieron la congregación y sus bestias" (v 11).
Dios sabía que debajo o detrás de la roca había agua en abundancia. Él mismo había puesto el agua en ese lugar. ¿Qué aprendemos de Dios con esto? Que Dios no lleva, ni nunca va a llevar, a su pueblo adonde les espere una muerte segura, sino adonde puedan ver, una vez más, su buena voluntad de ser un Dios bueno y misericordioso.
Debido a las quejas, las amenazas y las discusiones del pueblo, Moisés dio dos nombres a ese lugar: Masah y Meriba que respectivamente quieren decir: tentación y discusión. Hago una pausa aquí para pensar en nosotros. Los cristianos vivimos en medio de un mundo que reprocha y busca pleitos, y que pretende contagiarnos para llevarnos por el camino de la vida sin fe y sin Dios. Vemos cuán fácil nos sale el reproche --aunque sea momentáneamente-- cuando no vemos con ojos físicos lo que solo los ojos de la fe pueden ver. Nos encontramos muchas veces en medio de una multitud de problemas, esos problemas que vienen de afuera sobre los que no tenemos ningún control y esos problemas de adentro, de nuestras emociones cargadas de ansiedad y de nuestra conciencia que a veces nos hace dar vueltas en la cama porque sentimos el peso de nuestras faltas. ¿Hemos cuestionado a Dios? Nos hemos preguntado a veces en nuestro dolor: "¿Está Dios entre nosotros o no está?" (v 7).
Los cristianos sabemos que Dios está entre nosotros. Claro que sí. Hemos sido y somos objeto del amor y de la compasión de Dios. El Señor no es una roca perdida en el desierto. Los creyentes hacemos nuestras las palabras del Salmo 18 [:2] "Mi Señor y Dios, tú eres mi roca, mi defensor, ¡mi libertador! Tú eres mi fuerza y mi escudo, mi poderosa salvación, mi alto refugio. ¡En ti confío!" Nuestro Dios no es una roca cualquiera, inanimada y pesada, sino una roca espiritual que nos da vida en abundancia. El apóstol Pablo les escribe a los corintios sus reflexiones sobre este milagro de Dios en el desierto para sostener a su pueblo, diciendo: "Y todos [los israelitas] bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de la roca espiritual que los seguía, la cual era Cristo" (1 Corintios 10:4.). Es de notar el lenguaje en este pasaje del Nuevo Testamento, cuando dice: "La roca espiritual que los seguía". La roca espiritual estaba viva, no había abandonado a su pueblo, ni los dejaba ni a sol ni a sombra. La presencia de Cristo mismo, la roca espiritual, sostuvo y sostendrá al pueblo de Dios hasta el fin de los tiempos.
La historia del pueblo de Dios en el desierto no es una simple crónica de un rescate de la esclavitud y de una marcha a la tierra de promisión. Es una historia que nos llama al arrepentimiento, a ver nuestros pecados y considerar las tentaciones que nos acechan y los peligros espirituales a los que estamos expuestos. Haciendo referencia a esta historia del desierto, el apóstol Pablo dice: "Todo esto les sucedió [a los israelitas] como un ejemplo, y quedó escrito como advertencia para nosotros, los que vivimos en los últimos tiempos."
¿Qué aprendemos de esta historia? Que todos somos vulnerables. Que el pecado nos debilita y a veces nos hace cuestionar la buena voluntad de Dios pero que, aun así, la roca todavía nos sigue. La roca, que es Cristo, es eterna. Así como estuvo con los israelitas en el desierto, está con nosotros ahora. Cristo es la roca que se mantiene firme a nuestro lado. En él nos podemos apoyar y encontrar el terreno firme para la vida. Cristo es la roca que habla y que le dice a la mujer samaritana junto al pozo de Jacob, en el evangelio de Juan (4:14) "El que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás. Más bien, el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que fluya para vida eterna". Estas palabras son también para nosotros. Son palabras que Jesús repite en cada encuentro que tenemos con él. Un poco más adelante, Jesús invita abiertamente a la multitud que lo estaba escuchando y dice: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. Del interior del que cree en mí, correrán ríos de agua viva, como dice la Escritura.» Y San Juan explica que "Jesús se refería al Espíritu que recibirían los que creyeran en él." (Juan 7:37-39).
Cuán bendecidos somos hoy: tenemos una historia rica en las Sagradas Escritura que nos enseña con cuánta paciencia Dios llevó adelante la historia de la salvación y conocemos con detalle el cumplimiento de la promesa divina de enviar a su Hijo al mundo para morir en una cruz para pagar por nuestra desobediencia. El Cristo crucificado en el Gólgota fue el lugar de encuentro supremo del Dios santo con la humanidad pecadora. En el Cristo crucificado Dios practicó la misericordia y castigó a su Hijo para liberar a todos los pecadores de la condenación eterna. ¿Por qué lo hizo de esa manera? Porque nuestra historia humana no es muy diferente a la que experimentó el pueblo hebreo. Estábamos esclavizados al pecado. No conocíamos la libertad, habíamos nacido esclavos destinados a hacer trabajos forzados para ganarnos el favor de Dios. Pero a su tiempo, Dios nos lavó en las aguas del Bautismo y nos prometió: "El que crea y sea bautizado se salvará" (Marcos 16:16). En nuestro Bautismo ya comenzó a fluir el agua espiritual de la roca que es Cristo. Fuimos lavados de nuestro pecado y fuimos reconciliados con Dios. Esto no fue ninguna casualidad ni ningún acto compulsivo de Dios. No fue una ocurrencia divina sin un plan, sino que desde la eternidad, Dios ya tenía nuestros nombres grabados en su libro de la vida.
¿Tienes sed de paz, de esperanza? Cristo se encuentra contigo en su Palabra, en la predicación, en la Santa Cena para alimentarte y serenar tu vida como solo él puede hacerlo. El agua espiritual de Jesús nos trae la paz que sobrepasa todo entendimiento. En medio de las tentaciones, los reproches, las quejas y las culpas, el perdón de Jesús nos trae vida abundante.
Estimado oyente, Dios tenía un plan con el pueblo que sacó de Egipto, y nada detuvo ese plan de buena voluntad hacia los hombres. Dios tiene también un plan para tu vida, para ti y para toda la iglesia cristiana, y ninguna fuerza diabólica o humana podrá destruir la roca que acompaña a su pueblo. ¿Cuál es ese plan? Llevarte a la tierra de promisión, la nueva tierra y los nuevos cielos que él creará al fin de los tiempos. Y mientras caminas por este mundo desequilibrado, el bastón de Dios, la vara del buen pastor será siempre tu sostén.
Es mi oración que el agua de vida abundante que fluye de Jesús te reanime y te dé ánimo para compartir con otros la bondad de nuestro Dios misericordioso. Y si de alguna manera podemos acompañarte o reafirmarte en tu camino de fe, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.