Para El Camino
"Dios nos cambia la cara y la vida toda"
Presentado el 21 de enero
Rev. Dr. Hector Hoppe
© 2024 Cristo Para Todas Las Naciones
TEXTO: Éxodo 34:29-30, 32 y Mateo 17:1-8
Y sucedió que, cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, no sabía que, después de haber hablado con Dios, la tez de su rostro resplandecía. Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés y vieron que la piel de su rostro resplandecía, así que tuvieron miedo de acercarse a él... Después se acercaron todos los hijos de Israel, y Moisés les ordenó cumplir con todo lo que el Señor le había dicho en el monte Sinaí.
Jesús se llevó aparte a Pedro, a Jacobo y a su hermano Juan. Los llevó a un monte alto, y allí se transfiguró delante de ellos. Su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, y hablaban con él. Pedro dijo entonces a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es para nosotros estar aquí! Si quieres, podemos hacer tres cobertizos: uno para ti, otro para Moisés, y otro para Elías.» Todavía estaba hablando cuando una nube de luz los cubrió, y desde la nube se oyó una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco. ¡Escúchenlo!» Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, llenos de miedo; pero Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: «Levántense; no tengan miedo.» Y cuando ellos alzaron la vista, no vieron a nadie más que a Jesús.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Siempre me ha impresionado la capacidad de los artistas de dar expresiones a los rostros. Tengo entendido que la calidad de un artista se descubre por la forma en que dibuja y pinta un rostro. Durante el tiempo de la reforma de la iglesia, hace unos quinientos años, surgió un artista plástico que nos dejó un legado muy poderoso de lo que sucedió en esos tiempos en Alemania. Su nombre era Lucas Cranach. En aquella época, donde la fotografía ni siquiera era una ilusión, la gente quería tener retratos de los personajes más distinguidos. La demanda era tal, que Cranach no daba abasto. Así que contrató a otros artistas para que le ayudaran. Cranach pintaba el rostro y los demás artistas se ocupaban de rellenar el resto del cuadro.
¿Por qué es interesante o importante esto? Porque el rostro revela nuestro estado mental, emocional y espiritual. El rostro transmite nuestro estado de ánimo aun cuando nosotros no quisiéramos que así fuera. Observa con qué excelencia los artistas que hacen caricaturas nos dejan ver lo que sucede en una tira sin necesidad de muchas palabras. Solo basta con mirar el rostro. Enseguida descubrimos una sonrisa o una lágrima, una cara enojada o una avergonzada, una cara en desesperación o una cara asustada con los pelos de punta.
En los dos pasajes que estudiamos hoy, descubrimos un poquito el rostro de Dios reflejado en dos grandes personajes de la Biblia: Moisés y Jesús. Mil quinientos años antes del nacimiento de Jesús, Moisés se encontraba en el desierto con unos tres millones de personas que habían salido de Egipto y se dirigían a Canaán, la Tierra Prometida. Parece ser que el pueblo tenía una memoria muy floja y había olvidado la buena disposición de Dios de sacarlos de la esclavitud y llevarlos a su nuevo destino, pasando por un mar que se había abierto a sus pies por milagro divino, porque las quejas no se hicieron esperar. La ley de comportamiento y respeto hacia Dios y los demás que habían aprendido de sus padres, comenzó a desfigurarse, o mejor dicho a ser ignorada. La conciencia programada por Dios al principio de los tiempos había dejado de ser la guía santa.
En eso estaban las cosas cuando Dios llama a Moisés a subir al monte a dialogar en medio de una nube: Dios instruye a Moisés y éste toma nota. ¡Había muchas cosas que hacer con el pueblo que demandaba la dirección divina! Moisés baja del monte con las dos tablas que Dios mismo había preparado y donde había escrito sus diez mandamientos. Pero cuando Moisés baja, ve que el pueblo se había hecho un Dios de oro. Furioso, Moisés arroja contra el piso las tablas de los mandamientos, rompiéndolas en pedazos. Poco tiempo después, Moisés es llamado otra vez a la presencia de Dios para recibir nuevamente los diez mandamientos en piedra. Esta vez, cuando Moisés baja del monte, su rostro resplandecía. Todo el pueblo, incluyendo a su hermano Aarón, tuvo miedo de acercarse a él. La expresión en el rostro de Moisés solo pudo haber sido creada por Dios mismo, el gran artista creador. Fue la presencia de Dios y el oír su Palabra lo que le cambió el rostro a Moisés. Con la cara radiante "Moisés les ordenó cumplir con todo lo que el Señor le había dicho en el monte Sinaí". Estas palabras de Dios, resumidas en los diez mandamientos, siguen vigentes hasta el día de hoy.
Mil quinientos años más tarde nació Jesús, y aunque era Dios, se sometió a la ley de Dios y cumplió a la perfección los diez mandamientos. Cuando el Hijo unigénito de Dios tomó forma de hombre, se incorporó a la humanidad, al pueblo, y vivió obediente a Dios cumpliendo todo lo que había recibido en la ley de Moisés. Notemos las similitudes ahora entre los dos pasajes bíblicos. Jesús es presentado por el evangelista Mateo como el nuevo Moisés. Junto con tres discípulos sube a un monte alto, donde tiene una transformación milagrosa, una metamorfosis que hace que todo él resplandezca. No solo su rostro, sino que hasta sus vestidos se vuelven tan blancos que encandilan. De pronto Moisés y Elías, dos personajes históricos que tuvieron experiencias con Dios en el monte Sinaí, aparecen y conversan con Jesús. Como si esto fuera poco, una nube, como en el Sinaí, los cubre, y ¡Dios habla!
Mediante Moisés Dios reveló su santa ley. Esa ley es buena, nos ayuda a no descuidar nuestra relación con Dios y a cuidar al prójimo. Obedecer esa ley, como Dios pidió por medio de Moisés, nos protege incluso de nosotros mismos. Si pudiéramos cumplir la ley a la manera de Jesús, si pudiéramos amar y servir a los demás sin quejas, sin reproches, sin malas ganas, sin egoísmos, ¡seríamos santos! Pero la ley santa no nos santifica. No tiene poder para hacerlo. En todo caso nos intimida. Aunque la ley es buena y santa y nos protege, también es un espejo enorme y potente que nos muestra nuestra incapacidad de cumplirla a la perfección. Por eso, la ley nos acusa y nos condena.
Mediante Jesús, el nuevo Moisés, muy diferente al del monte Sinaí, Dios nos reveló su santa voluntad de salvarnos de la ley que nos acusa por nuestros pecados. Cristo no trajo de nuevo la ley, sino una nueva ley, la ley del amor. Él fue el primero en cumplirla, amándonos hasta dar su vida por nosotros. Él es el único en realidad que puede cumplir esa ley del amor a la perfección. Lo que sucede en el monte donde Jesús radiante está ante sus discípulos es una manifestación de la voluntad de Dios de salvarnos, es una muestra de su gracia por todos nosotros, los pecadores. Aquí aprendemos que solo el amor puede salvarnos de nuestros pecados, y no nuestro amor, sino el amor de Dios. La obediencia de Jesús a la ley perfecta de Dios se transmite a nosotros para que nuestros pecados sean perdonados.
Desde la nube Dios Padre dice: "Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco. ¡Escúchenlo!" La invitación del Padre en los cielos se sigue escuchando hoy. Dios nos llama a todos todavía hoy a escuchar a Jesús. ¿Y qué dice Jesús? "Levántense, no tengan miedo". Arriba ese ánimo, estimado oyente. El rostro de Jesús también resplandece para ti. En su transfiguración Jesús te muestra quién es: un ser humano, un hombre como tú y yo, pero un hombre sin pecado que pudo llevar en su humanidad la divinidad completa. En su transfiguración, Jesús dejó salir un poco de su divinidad en forma de luz resplandeciente hasta traspasar su ropa. Durante su ministerio siempre fue la luz del mundo, encendiendo la fe en los corazones arrepentidos. En la cruz, después de haber sido azotado y denigrado de la forma más vil por soldados bruscos y líderes religiosos inescrupulosos, parecía que su luz se apagaba. El profeta Isaías lo anunció siete siglos antes con estas palabras: "Su semblante fue de tal manera desfigurado que no parecía un ser humano; su hermosura no era la del resto de los hombres" (Isaías 52:14).
La verdad es que la luz de Jesús fue apagada por la muerte. Jesús murió, y con él murió la divinidad que estaba en él. En Cristo, Dios mismo murió en sacrificio por nuestros pecados. Dios mismo, en Cristo, se dejó condenar por su criatura y ser arrastrado por la muerte para ocupar nuestro lugar en el castigo y la perdición. Ah, pero Dios no dejó de existir, ni en la muerte fue menos Dios. Su divinidad no disminuyó nunca ni lo hará jamás, porque Dios no puede dejar de existir. Aún muerto puede resucitar, y eso es lo que hizo. Dios Padre trajo nuevamente a la vida a su Hijo para que él pueda seguir siendo la luz del mundo. Por su triunfante resurrección y ascensión, Cristo puede irradiar su luz sobre sus hijos.
Recordando la experiencia de la transfiguración, el apóstol Pedro escribe en su carta a los cristianos esparcidos por el mundo: "Cuando les hicimos saber que nuestro Señor Jesucristo vendrá con todo su poder, no lo hicimos siguiendo fábulas artificiosas, sino como quienes han visto su majestad con sus propios ojos" (2 Pedro 1:16). Cristo vendrá con poder el último día a juzgar a los vivos y a los muertos y a llevarnos con él a todos los que por causa del Espíritu Santo, recibimos el don de la fe y el perdón de nuestros pecados.
Cristo sigue viniendo hoy. Cada vez que una persona es bautizada, recibe de Cristo el perdón de sus pecados y la filiación como hijo de Dios. Cada vez que escuchamos la Palabra de Dios escuchamos a Jesús, así como el Padre celestial nos indicó que hiciéramos. Cristo viene en la Santa Cena. Cuando comemos su cuerpo y bebemos su sangre Jesús nos reafirma en el perdón y en la esperanza de la vida eterna. La luz de Cristo no está apagada, sigue resplandeciendo sobre nosotros para cambiarnos la cara ¡y la vida entera!
¿Tienes el semblante caído? Escucha a Jesús. Él dice: "No temas. Sólo debes creer" (Marcos 5:36).
¿Te acusa tu conciencia? Jesús te dice: "Ten ánimo, hijo; los pecados te son perdonados" (Mateo 9:2).
¿Sientes que pocos te acompañan en tu camino de fe? Jesús dice: "Ustedes son un rebaño pequeño. Pero no tengan miedo, porque su Padre ha decidido darles el reino" (Lucas 12:32).
¿Tienes incertidumbre con respecto a lo que pasará en el futuro? Jesús dice: "Les he hablado para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo" (Juan 16:25).
¿No sabes que pasará después de la muerte? Jesús dice: "No se turbe su corazón... En la casa de mi Padre hay muchos aposentos... Así que voy a preparar lugar para ustedes. Y si me voy y les preparo lugar, vendré otra vez, y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, también ustedes estén" (Juan 14:1-3).
¿Te has cansado de alguna religión que no te deja satisfecho, que no te entiende, que te exige cosas que no puedes hacer? Jesús dice: "Vengan a mí todos ustedes, los agotados de tanto trabajar, que yo los haré descansar" (Mateo 11:28).
¿Crees que no eres digno de acercarte a Dios? Jesús dice: "Al que a mí viene, no lo echo fuera" (Juan 6:37).
¿Estás insatisfecho con tu vida? Jesús dice: "Yo soy el pan de vida. El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás" (Juan 6:35).
Estimado oyente, a través de este medio no puedo ver tu rostro, pero eso no importa, porque Dios sí lo ve. Y lo que es más importante todavía es que él te mira con su rostro resplandeciente para alcanzarte con su gracia y transmitirte su paz y su alegría. Si tienes inquietudes sobre este tema o quieres aprender más sobre el Señor Jesucristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.