Para El Camino
"El bautismo que nos transforma la vida... y la muerte"
Presentado el 9 de enero
Rev. Dr. Hector Hoppe
© 2024 Cristo Para Todas Las Naciones
TEXTO: Romanos 6:1-5
Entonces, ¿qué diremos? ¿Seguiremos pecando, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él? ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Porque por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que así como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si nos hemos unido a Cristo en su muerte, así también nos uniremos a él en su resurrección.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
Cuando Dios creó la raza humana, comenzando con Adán y Eva, lo hizo para que los seres humanos vivamos ante su presencia en alegría para siempre. Nunca debemos olvidar ese magnífico propósito divino. Dios no nos creó para que estuviéramos enojados con él, separados de él por toda la eternidad, molestos con nuestro prójimo e incluso molestos y desilusionados muchas veces con nosotros mismos. Por el contrario, Dios tuvo el bellísimo propósito de convivir con nosotros en armonía y gozo para siempre.
¿Y qué pasó entonces? Génesis 2:17 nos recuerda la advertencia de Dios a Adán: "No debes comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque el día que comas de él, ciertamente morirás". Y lamentablemente ese momento llegó, Adán y Eva desobedecieron y con eso se sentenciaron a muerte, ese mismo día, así como habían sido advertidos. Esa sentencia de muerte tiene un significado más amplio de lo que generalmente pensamos. Morir no quiere decir solamente que dejamos de vivir al final de nuestros días, sino que quedamos separados de nuestro Padre creador ahora y por toda la eternidad, que no existe más la relación armoniosa con Él, porque nos convertimos en sus enemigos. Para Dios estamos muertos y, como todos los muertos, no podemos hacer nada para resucitar.
Esto que termino de describir es historia bastante conocida, y es la que usa el apóstol Pablo para explicarle a la iglesia cristiana en Roma qué hizo Dios para acercarnos nuevamente a él. Para ello, el apóstol Pablo nos trae al conocimiento la vida y obra del Señor Jesucristo. En Romanos capítulo 5, versículos 15 y 21 lo resume así: "Pues si por el pecado de un solo hombre muchos murieron, la gracia y el don que Dios nos dio por medio de un solo hombre, Jesucristo, abundaron para el bien de muchos... Para que así como el pecado reinó para traer muerte, también la gracia reine por la justicia para darnos vida eterna mediante Jesucristo nuestro Señor".
Con el envío de su Hijo Jesús al mundo, Dios insistió con su plan eterno de tenernos con él para siempre para que disfrutemos de su presencia. Dios no se dio por vencido con nuestra desobediencia, y no se da por vencido ahora tampoco. Como buenos muertos condenados que éramos, no teníamos capacidad alguna de amigarnos con Dios, de siquiera verlo, de considerar su luz y su amor. Estábamos muertos, separados y desanimados en cuanto a nuestra vida y a nuestro futuro. Pero, como dice San Pablo a los romanos, "cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia" (Romanos 5:20). Y la gracia de Dios se hizo carne, y se dejó crucificar por nosotros, sus hermanos muertos, para darnos vida nuevamente.
Todos los que por la fe en el Hijo de Dios recibieron el perdón de los pecados y la esperanza de la vida eterna son ahora una nueva creación, han dejado de estar muertos, han resucitado a una nueva vida espiritual que es guiada por el Espíritu de Dios. Esa nueva vida que tenemos todos los cristianos se traduce en armonía, perdón mutuo, ayuda desinteresada al otro, paciencia con todos y alegría ante las dificultades. Pero todo esto nos parece demasiado idílico, ¿verdad? ¿Acaso en la vida de los cristianos todo es color de rosa? ¿Acaso vivimos todos en paz, sin contradecirnos ni pelearnos ni divorciarnos, ni hiriendo a nadie con palabras inclementes? Ciertamente esa no es la realidad. La verdad es que seguimos pecando, y mucho.
El apóstol Pablo agrega a nuestra situación estas palabras: "Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?" (v 2). Aquí tenemos otro significado de la muerte que experimentamos cuando recibimos el perdón de los pecados mediante el don de la fe. Cuando mediante el Espíritu Santo Dios nos trajo al arrepentimiento y nos concedió el perdón de nuestros pecados, algo muy profundo ocurrió en nosotros. Algo se murió en nosotros. Ese algo es lo que la Biblia llama de 'viejo hombre', el ser humano enemigo de Dios y totalmente condenado. Ese 'viejo hombre' con ganas de pecar, de desobedecer, ese 'viejo hombre' agresivo, impaciente, intolerante, que juzga a todo el mundo menos a él mismo, que está desesperado porque no ve salida a su vida inquieta y sin esperanza... ese hombre está muerto en nosotros.
A veces, alguien que rompió relaciones con una persona y que sigue profundamente enojado con ella, dice: "Esa persona murió para mí." Al decir "murió para mí", está proponiendo que esa persona ya no cuenta para nada, que no tiene lugar en su corazón. En cierta forma así es con ese viejo hombre con el cual nací y que me transmitió el pecado de mis padres. Ese viejo hombre murió para mí, ya no quiero saber nada de él, me molesta tenerlo todavía porque me nubla los ojos y me impide ver el amor de Dios, me hace mezquino y me vuelve egoísta y vanidoso. ¡Ese viejo hombre está muerto para mí! ¿Cómo puedo estar tan seguro? Porque fui bautizado, y en ese acto sagrado Dios transfirió la muerte de Cristo a mi persona. En mi bautismo Dios me llevó en el tiempo hasta la cruz de Jesús para que mi viejo hombre muriera con él. Ese viejo hombre, heredado de mis padres, fue crucificado con Cristo. Y así como Cristo murió, así puedo estar seguro de que mi viejo hombre pecador fue muerto y sepultado con él. En realidad, el viejo hombre no está muerto para mí porque yo lo decidí, sino porque Cristo lo crucificó y lo sepultó con él.
Esta obra misericordiosa de Dios en nosotros la aprendemos del apóstol Pablo: "¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Porque por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte" (vs 3-4). Qué forma tan bella, tan milagrosa y tan eficiente eligió Dios para compartir la muerte de Cristo conmigo. Mi viejo hombre está sepultado, está muerto para mí, y como todos los muertos, está incomunicado con la vida, no tiene capacidad de hacerme más daño. Aquí no hay nada simbólico, no estoy simbólicamente muerto, sino que realmente morí a mi pecado.
El apóstol Pablo les escribe a los gálatas en estos términos: "Pero con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gálatas 2:20).
Pero hay algo que no cierra. Algo no encaja completamente en nuestra realidad, porque seguimos pecando, ¿verdad? ¿Qué sucede? ¿Será que ese viejo hombre no está muerto del todo? Claro que está muerto, está muerto para nosotros, no lo queremos más dentro nuestro, pero la verdad bíblica es que no será destruido completamente hasta que Dios nos libere de él para siempre cuando nos lleve a su reino eterno y celestial. El reformador Martín Lutero nos enseñó que al viejo hombre hay que ahogarlo diariamente por pesar y arrepentimiento. Esto es, que debemos ejercitar nuestro bautismo todos los días. Al despertar cada mañana tenemos que reconocer que todavía vivimos en este mundo pecador, y que el viejo hombre en nosotros intentará hacernos caer en pecado y negar la bondad de Dios. Para ello, el reformador aconsejaba que cada mañana, cuando nos lavemos la cara, recordemos que somos bautizados en Cristo Jesús. Y voy a mencionar a Lutero una vez más, porque me gusta su buen sentido del humor para explicar cómo vivir nuestro bautismo cada día. Dice: "Yo todos los días ahogo el viejo hombre mediante pesar y arrepentimiento, pero pronto descubro que el muy desgraciado sabe nadar muy bien."
Tengo que admitir que mi viejo hombre sabe nadar muy bien, porque cada día sale con todo su odio y trata de dañarme a mí y a los que están a mi alrededor. Aquí es donde esta enseñanza bíblica me trae tanto consuelo y fortaleza: mi viejo hombre está muerto y sepultado, y el nuevo hombre ha resucitado con Cristo para guiarme cada día de mi vida. Aprendemos mediante esta enseñanza del apóstol Pablo que la gracia de Dios es abundante para cubrirnos y perdonarnos todas las veces que caemos en pecado. Con el viejo hombre muerto y sepultado ya no vivimos en pecado, como si desconociéramos la gracia de Dios, el viejo hombre ha muerto para nosotros, no queremos nada que ver con él, pero todavía caemos en pecado.
El gran llamado de atención para nosotros, que hemos nacido de nuevo por medio del bautismo, es que no abusemos de esa gracia con la cual Dios nos favoreció tan grandemente. "¿Seguiremos pecando para que la gracia abunde?" ¿Será que alguien puede ser tan desagradecido con Dios como para pensar, "voy a pecar total Dios me perdona"? No voy a responder esta pregunta por ti, es demasiado personal. Pero a mí me hace pensar mucho, y me llama a concentrarme en la pureza de esa gracia divina que me perdona y anima y que me recibe con cariño cada día. Me anima pensar que puedo ejercitar cada día mi bautismo cuando reconozco mi pecado y lo traigo delante de Dios para que él lo sepulte junto con Cristo. Me anima mucho más saber que Dios viene a mí por medio de su Palabra y de la promesa del bautismo, para resucitar cada día en mí al nuevo hombre creado en Cristo Jesús.
¡Qué Dios amoroso tenemos! Nos da el poder de la resurrección de Cristo para que podamos batallar cada día NO con nuestras débiles fuerzas sino con el mismísimo poder de Dios contra las fuerzas del mal. Colmados con la gracia divina, podemos concentrarnos en nutrir al nuevo hombre creado en Cristo Jesús, y alimentarlo para que pueda ejercitar la gracia divina con todos los que están a nuestro alrededor. Dios nunca se ha dado por vencido en su lucha contra el pecado, el diablo y la muerte. Dios nos provee de su Palabra, del bautismo y de la Santa Comunión para traernos a la libertad de servirle a él y a nuestro prójimo ejercitando la misma gracia que él tiene con nosotros.
Estimado oyente, si has sido bautizado, ten presente que Dios sigue obrando hoy mediante tu bautismo para renovarte diariamente con el poder de la resurrección de Cristo. Si no has sido bautizado y al escuchar o leer este mensaje tienes preguntas respecto del bautismo, del perdón de los pecados, del poder de la gracia de Dios o de la nueva vida en Cristo, o si quieres información de cómo y dónde conectarte con una iglesia cristiana, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.