Para El Camino
"Dios es más fuerte que toda amenaza"
Presentado el 8 de agosto
Rev. Dr. Hector Hoppe
© 2024 Cristo Para Todas Las Naciones
TEXTO: 1 Reyes 19:1-8
Cuando Ajab le contó a Jezabel todo lo que Elías había hecho, y cómo había degollado a los profetas de Baal, Jezabel mandó un mensajero a Elías, a que le dijera: «¡Que los dioses me castiguen, y más aún, si mañana a esta misma hora no te he cortado la cabeza como lo hiciste tú con los profetas de Baal. Al verse en peligro, Elías huyó para ponerse a salvo. Se fue a Berseba, en la región de Judá, y allí dejó a su criado. Se internó en el desierto y, después de caminar todo un día, se sentó a descansar debajo de un enebro. Con deseos de morirse, exclamó: «Señor, ¡ya no puedo más! ¡Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados!» Se recostó entonces bajo la sombra del enebro, y se quedó dormido. Más tarde, un ángel vino y lo despertó. Le dijo: «Levántate, y come.» Cuando Elías se sentó, vio cerca de su cabecera un pan que se cocía sobre las brasas y una vasija con agua. Comió y bebió, y se volvió a dormir. Pero el ángel del Señor volvió por segunda vez, lo despertó y le dijo: «Levántate y come, que todavía tienes un largo camino por recorrer.» Elías comió y bebió y recuperó sus fuerzas, y con aquella comida pudo caminar durante cuarenta días con sus noches, hasta llegar a Horeb, el monte de Dios.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Me llama la atención cómo, cada vez que leo la Biblia, encuentro algo que me sorprende. Me sorprende su enseñanza, tan linda por un lado y tan contraria por otro a la enseñanza mundana que veo en tantos sectores de la sociedad. Me sorprenden también sus personajes. Hay muchos personajes bíblicos que considero mis héroes, como por ejemplo Moisés, quien bajo la guía de Dios sacó a medio millón de personas de Egipto y las guio, no sin muchos sinsabores, hasta la Tierra Prometida. Me sorprende Josué, que tuvo que armar ejércitos para conquistar esa tierra. Me sorprende Daniel, que demostró una fe a toda prueba estando en un país extranjero. Su fidelidad a Dios fue ejemplar, incluso cuando fue arrojado al foso de los leones.
El profeta Elías es también uno de mis personajes favoritos. ¡Qué gran profeta! Me impresiona de él que, hasta donde la Biblia nos informa, no experimentó la muerte, sino que fue llevado al cielo en un carruaje especial rodeado de fuego.
Me impresionan también algunos personajes malvados en la Biblia. Por supuesto que no son mis favoritos, pero reconozco que están registrados en las Sagradas Escrituras para recordarnos la profunda corrupción que aflige a la raza humana y a toda la creación. Jezabel, quien aparece en nuestra historia, es uno de esos personajes. Ella es nombrada muchas veces en los libros de los Reyes, donde siempre está haciendo algo malo o profiriendo amenazas. Cuán terrible habrá sido esta mujer a los ojos de Dios, que su nombre aparece en el Apocalipsis como el mal supremo que no hay que tolerar de ninguna manera (Apocalipsis 2:20).
Aunque es un personaje siniestro, tenemos que hablar un poco de ella para entender lo que le pasa al profeta Elías. Jezabel, hija del rey de Sidón, se había casado con el rey Ajab quien, según la Biblia, fue el peor de todos los reyes que tuvo Israel. Una potente razón para esto fue la influencia de esta mujer, que insistió en que el pueblo de Dios siguiera al dios pagano Baal. Y en verdad, durante su tiempo, los Israelitas adoraron a Baal. El rey Ajab incluso le construyó un altar y hasta un templo a la diosa Asera. La idolatría había llegado a niveles increíbles. Jezabel hizo perseguir a los verdaderos profetas de Dios e hizo matar a muchos de ellos. En una oportunidad, para salvar sus vidas, cien profetas tuvieron que esconderse en cuevas. ¡Solo quedaba Elías!
Como castigo por la gran idolatría de Israel, Dios envió una sequía extraordinaria que duró por tres años. En esta situación, Elías es llamado a la acción. Su misión: ir a ver al Rey Ajab y convocar a todo el pueblo para llamarlo al arrepentimiento. Cuando se reunieron todos los convocados, Elías los confrontó con estas palabras. "¿Hasta cuándo van a estar titubeando entre dos sentimientos? Si el Señor es Dios, síganlo a él; pero si piensan que Baal es Dios, entonces vayan tras él" (1 Reyes 18:21). Acto seguido, Dios envía fuego sobre el altar que Elías había edificado para esa ocasión. Ese fuego consumió los animales del sacrificio, el altar y todo lo que había alrededor. El pueblo finalmente se convenció y dijo: "¡El Señor es Dios, el Señor es Dios!" (1 Reyes 18:39). Para terminar con la obra que Dios le había pedido, Elías hace matar a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal.
Nuestro personaje siniestro, Jezabel, por supuesto no pudo contener su enojo, por lo que amenazó con cortarle la cabeza a Elías antes de que pasaran veinticuatro horas. Solicitó, incluso, a sus dioses falsos, que la castigaran si ella no mataba a Elías.
Elías, el gran profeta, el único que no se había escondido para salvar su vida y que había seguido profetizando y ayudando a las personas aun fuera de los límites de Israel, ahora se asusta en gran manera. No pierde el tiempo y decide que esa amenaza es cosa seria. Él bien sabe de lo que Jezabel es capaz, por lo que huye inmediatamente para ponerse a salvo. Cuando llega a Berseba, deja allí a su criado y sigue solo camino del desierto para dirigirse a tierras extranjeras.
Elías no hizo nada fuera de lo normal. Como ser humano sintió miedo y siguió los impulsos de sus emociones. Salió corriendo para ponerse a salvo. Se aisló, quiso estar solo, y ya cansado de tanta ansiedad y tanto viaje, levantó su voz en oración, diciendo: "Señor, ¡ya no puedo más! ¡Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados!" (v 4). Pobre Elías. No pudo con su sentimiento de culpa por haber salido corriendo por una amenaza de muerte. ¿Se había borrado de su memoria el gran milagro que Dios había hecho por su intermedio? ¿Se había olvidado de que todo el pueblo se había convertido al verdadero Dios? Del gran triunfo sobre los profetas de Baal, Elías pasa al miedo, la huida y el abatimiento y pierde las ganas de vivir o, al menos, parece que piensa que no merece vivir.
Hay un personaje más, que me impresiona siempre, que no me defrauda nunca y que se le aparece aquí al abatido Elías. Me refiero a Dios, quien mediante un mensajero obra con ternura y atiende a Elías con mucho amor. El mensajero de Dios hizo lo que nosotros hacemos cuando queremos animar a alguien: le preparó una buena comida. Después de tanto andar, Elías sintió el olor al pan recién horneado, se lo comió y se tomó una buena siesta. Pero Dios no lo deja ahí. El mensajero lo vuelve a despertar, y le dice: "Levántate y come, que todavía tienes un largo camino por recorrer".
Aunque nosotros no somos como Elías, sí somos pueblo de Dios y estamos a la merced de tentaciones a cambiar de Dios cada vez que las cosas no nos salen bien. Estamos constantemente expuestos a personajes siniestros que no escatiman esfuerzos para llevarnos por el mal camino. La Biblia nos alerta muchas veces para que no caigamos en la tentación. Como pueblo de Dios, estamos en camino. Pasamos por sequías y abundancias. A veces pensamos que Dios debiera revelarnos mejor su voluntad, y otras veces nos abrumamos porque él no aligera las cargas que llevamos. Y no nos falta el abatimiento que nos quita las ganas de seguir adelante. Nos suceden cosas que nos causan mucho miedo y nos sentimos amenazados, pero en lugar de buscar el apoyo divino salimos corriendo, prefiriendo huir de algunas situaciones. No le decimos nada a nadie, nos aislamos, nos metemos en alguna cueva donde podemos estar solos. Con esto, estamos simplemente haciendo muy bien el rol de víctima. Hasta somos capaces de decir como Elías: "No soy mejor que mis antepasados" y fácilmente olvidamos al personaje principal en nuestra vida: el Señor Jesucristo.
Dios no nos abandona en el abatimiento. Tampoco nos abandona cuando somos atacados por personajes siniestros. Jesús permanece a nuestro lado cuando sentimos que no somos mejor que nadie y cuando la culpa nos abate por algo que hicimos. Jesús nos despierta y nos saca de nuestro escondite. ¡Él es el mensajero de Dios por excelencia! En realidad, él es Dios mismo que viene para estar a nuestro lado. Él nos señala el pan que restituye nuestras fuerzas. En Juan 6:35, predicó Jesús: "Yo soy el pan de vida. El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás". Jesús es el agua que calma nuestras ansiedades y nuestra sed. Con sus propias palabras, registradas en Juan 4:14, nos promete que: "El que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás. Más bien, el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que fluya para vida eterna".
¡Qué fácil es a veces perder de vista al personaje central de la vida! Esta historia de Elías nos reenfoca. Nos hace ver cuán vulnerables y sensibles somos a las amenazas que nos meten miedo. Pero nos hace ver también la gran ternura de Dios que nos sigue en nuestro camino de huida y nos despierta, nos alimenta, nos hace cobrar ánimo y nos dice: "Levántate y come, que todavía tienes un largo camino por recorrer" (v 7). Qué lección tenemos aquí. No decidimos nosotros cuando termina nuestra vida, o nuestra carrera o nuestra misión. ¡Quién sabe cuántas cosas tiene Dios todavía planificadas para ti! ¿Has pensado en esto? Con una amenaza, Elías se sintió terminado. Pero no tiene por qué ser así contigo ni con nadie que esté a tu lado. No tiene por qué ser así, porque el mensajero de Dios viene una y otra vez para alimentarnos con el pan de vida a través de su Palabra y para fortalecernos cada semana con la Cena Santa, recordándonos que el cuerpo y la sangre de Cristo que en ella recibimos nos aseguran el perdón de nuestros pecados. Así es como Dios nos anima.
Estimado oyente, ¿Hay alguna amenaza que te perturba? ¿Algún miedo que te quiere mantener aislado? ¿Hay algún pecado que te hace decir: no soy mejor que nadie? ¿Hay voces siniestras en ti que te acorralan y te hacen dudar de que verdaderamente Dios te ama y de que tendrás un lugar en el cielo? Cristo, el mensajero de Dios, ha venido para cambiar todas esas situaciones. Su muerte y resurrección proveyeron el perdón de tus pecados. Su obra te ha preparado un lugar en las moradas celestiales y un camino para recorrer en esta vida con él siempre a tu lado.
Si de alguna manera te podemos ayudar a afirmarte en la fe en el Señor Jesucristo y a animarte en la esperanza de la vida eterna, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.