Para El Camino
"Renovación constante"
Presentado el 30 de octubre
AUTOR: Rev. Dr. Ken Klaus, Orador Emérito, The Lutheran Hour
Rev. Héctor Hoppe
© 2024 Cristo Para Todas Las Naciones
TEXTO: Romanos 3:22b-25a
Pues no hay diferencia alguna, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios; pero son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que proveyó Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de expiación por medio de la fe en su sangre.
En muchos países del mundo es costumbre tirar arroz a los novios una vez que salen de la iglesia, aunque en realidad nadie sabe por qué se hace. Es una costumbre muy antigua cuyo origen, al menos para la mayoría de nosotros, se ha diluido con el correr del tiempo, al igual que el de muchas otras costumbres que también practicamos sin saber su razón.
Entonces, ¿por qué tiramos arroz en los casamientos? En la antigüedad, el tirar arroz era considerado un símbolo de fertilidad. Por lo tanto, al tirarles arroz a los novios les estamos deseando que su unión sea fecunda y su matrimonio sea bendecido con muchos hijos. Otra superstición que es común en muchas culturas es la que dice que uno no debe pasar por debajo de una escalera. Pero, ¿acaso sabe por qué no lo debe hacer? Las personas prácticas dirán que uno no debe pasar por debajo de una escalera para evitar que se le caiga algo encima. Y esa es una buena razón, pero no es la razón por la cual comenzó esa costumbre. Una escalera recostada contra una pared forma un triángulo, que es el símbolo de la Trinidad. Para los cristianos devotos de antaño, el que una persona pasara caminando a través de ese triángulo era una falta de respeto al Dios Trino. De ahí surgió la costumbre que el pasar por debajo de una escalera trae mala suerte.
Casi en todo el mundo se conoce la superstición que dice que los viernes 13 traen mala suerte. Pero, ¿por qué? Si bien en la Biblia no se menciona nada al respecto, algunas personas creían que Adán y Eva habían sido expulsados del Jardín del Edén un día viernes, y que el diluvio en días de Noé había comenzado un día viernes; a esto se sumó luego que Jesús fue crucificado y murió también un día viernes. Todo esto explica por qué el día viernes supuestamente trae mala suerte. Pero, ¿de dónde sale la superstición acerca del número 13? La explicación que se da es la siguiente: en la última cena se nos dice que estaban Jesús con sus doce discípulos: doce más uno son trece. Judas terminó yéndose, y Jesús profetizó que la muerte de quien habría de traicionarlo no iba a ser linda. Por lo tanto, el número 13 se convirtió en el número de la mala suerte... y cuando se combina con un viernes, es doble mala suerte. Al menos así es como algunos lo toman.
Para muchas personas en todas partes del mundo, hoy es el Día de la Reforma, y para muchas también, este día cae dentro de la misma categoría, o sea, junto con tantas antiguas y olvidadas supersticiones. Algunos han escuchado hablar del Día de la Reforma, pero la mayoría no tiene ni idea de dónde salió, ni saben a qué se refiere o por qué se debe observar. A decir verdad, hace muchos años yo era una de esas personas. Viví mi niñez en un barrio en la parte sur de la ciudad de Chicago, lleno de irlandeses que profesaban la fe católica. Todos mis amigos estaban sumamente orgullosos de su tradición católica, y siempre estaban prontos para pelear con cualquiera que se atreviera a criticarla.
No era para nada fácil ser el único luterano del grupo. Pero, aún así, cada viernes yo celebraba el Día de la Reforma... sí, CADA VIERNES. ¿Qué cómo lo hacía? Cada viernes buscaba la pequeña estatua de Martín Lutero que teníamos en casa, le sacudía el polvo, la llevaba afuera conmigo, y me burlaba de los demás diciéndoles: '¿Qué van a cenar hoy? ¿Pescado? ¿Otra vez pescado apestoso y lleno de espinas? Yo voy a comer una hamburguesa, ¡pero ustedes tienen que comer pescado! Yo voy a comer una hamburguesa gracias a la Reforma que hizo Martín Lutero'. Vale aclarar que en ese entonces yo podía correr bastante rápido.
Había otro día del año en que también me sentía muy orgulloso de la Reforma: era el miércoles de ceniza, porque cada miércoles de ceniza los niños católicos llevaban en la frente una cruz marcada con cenizas, mientras que nosotros, los luteranos, en esa época no lo hacíamos. Es claro que las cosas han cambiado mucho, y hoy en día la Iglesia Católica ya no exige que sus seguidores coman pescado los días viernes, mientras que entre los luteranos se ha hecho costumbre el hacer una cruz con cenizas en la frente de los fieles el miércoles de cenizas.
En vista de tantos cambios, quizás sea tiempo que deje de lado la costumbre de celebrar el Día de la Reforma. Quizás a esta altura esa ya no sea más que otra de las tantas costumbres y tradiciones obsoletas que debe pasar al olvido. En su tiempo pudo haber sido significativa e importante, pero si somos honestos, ¿quién celebra hoy en día el Día de la Reforma?
Pensemos un poco: ¿cuántos regalos se hacen por el Día de la Reforma? ¿Acaso ha leído en los periódicos cuántos días faltaban para el Día de la Reforma? En los noticieros en la televisión ni siquiera se lo menciona. Nadie se compra ropa nueva para celebrarlo, ni envía tarjetas con deseos de felicidad para este día. Tampoco se ven fuegos artificiales, ni se regalan flores o chocolates para conmemorarlo. ¿Cuántos de ustedes han preparado una comida especial o han invitado a familiares o amigos para celebrar el Día de la Reforma? No existe ninguna tradición especial para este día, y lo más probable es que Martín Lutero no aparezca por la chimenea de su casa con regalos ni se coma las galletas que pueda haber en su casa.
Porque, pensándolo bien: ¿a quién se le ocurriría celebrar que hace casi 500 años un monje alemán clavó en la puerta de una iglesia en Wittenberg, Alemania, una hoja donde detallaba 95 puntos con los que no estaba de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia Católica? Es cierto que esos 95 puntos cambiaron el mundo, pero si uno no sabe qué decían, de poco sirven. Y como la gran mayoría de nosotros no sabemos lo que decían, terminamos diciendo algo así como: 'Todo lo que Martín Lutero hizo fue muy bueno y muy importante, y estamos agradecidos por ello, pero sucedió hace tanto tiempo, que tiene muy poco que ver con nosotros. Ya han pasado casi 500 años desde ese entonces. Las cosas han cambiado mucho. La mayoría de las religiones se llevan bien entre sí, o por lo menos se toleran y no van a la guerra por motivos religiosos."
Todas estas razones, y otras más, explican por qué el Día de la Reforma se ha convertido en una costumbre que sólo un pequeño grupo de pastores y fieles celebran el último domingo de octubre, porque parece que no tuvieran nada mejor que hacer con su tiempo. Y cada vez que se acerca esta época del año, reaparecen quienes se preguntan si no es tiempo ya de olvidarse del Día de la Reforma, y celebrar el festival de Samhain... ¿qué? No me diga que nunca escuchó hablar sobre el festival de Samhain. Es claro que escuchó hablar de él.
Es un fenómeno interesante: la mayoría de las personas han escuchado hablar del Día de la Reforma; sin embargo, casi nadie lo celebra. Por otra parte, casi nadie ha oído nombrar el festival de Samhain, pero casi todo el mundo lo festeja. El festival de Samhain celebra al gran dios de los druidas, el dios de la muerte, de la oscuridad, del deterioro y la descomposición, de la delincuencia y el hampa. Uno celebra el festival de Samhain cuando las almas de los malvados que han muerto supuestamente salen de sus tumbas para venir a visitar a quienes fueran sus amigos y familiares. Quizás usted nunca haya oído la palabra Samhain, pero eso no quiere decir que nunca haya celebrado ese festival. Por ejemplo, el festival de Samhain se celebra cuando se sigue la antigua costumbre de los druidas que pensaban que, poniendo comida en un plato, uno podía salvarse a sí mismo y mantener alejados los espíritus de los muertos que andaban rondando por la tierra. Esa es la razón por la cual la noche del 31 de octubre, cuando se celebra Halloween, les damos dulces a los niños disfrazados de fantasmas que golpean a la puerta de nuestras casas. Sin saberlo, sin comprenderlo, y sin quererlo, estamos recordando y celebrando una costumbre que tiene más de 1.000 años de existencia, conocida como el festival de Samhain. En el año 835, refiriéndose a este festival, el Papa Gregorio IV escribió lo siguiente: "Si no podemos prohibir las tradiciones paganas, al menos hagámoslas aburridas".
Convertir una costumbre pagana en aburrida... eso fue todo lo que el Papa Gregorio IV esperaba con respecto a los festejos de Halloween. Y, por lo que podemos ver hoy, por más que trató parece que no logró su propósito. Ahora, al revés de lo que usted pueda pensar, este mensaje no se va a tratar de una crítica en contra de la forma en que se celebra Halloween. No. La iglesia tiene males mayores por los cuales preocuparse y luchar.
San Pablo habló acerca de esos males cuando escribió las siguientes palabras en Efesios 6:12: "La batalla que libramos no es contra gente de carne y hueso, sino contra principados y potestades, contra los que gobiernan las tinieblas de este mundo, ¡contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes!" San Pedro también lo dice claramente en su primera carta: "Sean prudentes y manténganse atentos, porque su enemigo es el diablo, y él anda como un león rugiente, buscando a quien devorar. Pero ustedes, manténganse firmes y háganle frente. Sepan que en todo el mundo sus hermanos están enfrentando los mismos sufrimientos" (5:8-9).
Por su parte, la Primer Ministro de Turingia, en Alemania, dijo que, aunque han pasado 500 años desde que Lutero clavó esa hoja con sus 95 discrepancias en la puerta de la iglesia de Wittenberg, y que si bien es cierto que desde ese entonces el mundo ha cambiado mucho, una cosa ha permanecido igual: el hombre sigue siendo un pecador que necesita un Salvador. Y tiene razón.
Es cierto que ha habido muchos cambios. En la época de Lutero, si uno quería matar a un enemigo tenía que poder verlo. Las armas eran limitadas: había espadas, lanzas, y revólveres rudimentarios. En cambio hoy en día es posible destruir y erradicar del planeta ciudades enteras desde otro continente. En la época de Lutero si uno quería conquistar a una mujer, tenía que conocerla personalmente. Hoy en día el Internet permite hacer lo mismo a través de la distancia. En la época de Lutero si uno quería robar dinero, tenía que hacerlo en persona; hoy en día, el robo de identidad y la inmoralidad en las corporaciones prospera gracias a las telecomunicaciones. Sí, no hay dudas que el mundo ha cambiado mucho. Los avances en la tecnología, medicina, comunicaciones y viajes nos han acercado el mundo, a la vez que lo han apresurado. Pero, por otro lado, también lo han convertido en un lugar que asusta, que atemoriza, que da miedo. Porque, a pesar que el paso de los siglos puede cambiar al mundo, no nos puede cambiar a nosotros.
Hay una verdad que sigue estando vigente: la humanidad sigue estando compuesta por pecadores. Más allá de cuánto tratemos de convencernos de lo contrario, más allá de cuánto nos esforcemos por vivir como si no fuera así, si somos honestos debemos confesar que nuestro corazón sigue estando en la oscuridad, que nuestros pensamientos siguen siendo malos, que nuestras palabras siguen destruyendo, y que nuestras acciones siguen lastimando. Podemos tratar de defendernos y justificarnos, podemos negarnos a creer esta realidad, pero las noticias que cada día aparecen en los canales de televisión, en las estaciones de radio, y en los periódicos de todos los países del mundo, no mienten: los seres humanos seguimos siendo pecadores que cometemos pecados y que no podemos, por nosotros mismos, cambiar nuestra situación.
Lutero, al igual que todas las personas de su misma generación, sabía eso. Él tenía bien presente que era pecador, y por más que trató desesperadamente de no serlo, no lo consiguió. Lutero ayunó hasta que estuvo tan débil que se desmayó. En su afán por ser perfecto hizo una confesión tan meticulosa de sus pecados, que su sacerdote se aburrió de escucharle recitar la lista interminable y repetida de errores cometidos. Lutero sabía que era pecador, y también sabía que el Dios perfecto castigaba a los hombres pecadores como él. El temor de la ira divina se convirtió en la fuerza motivadora de Lutero. En una ocasión en que accidentalmente se cortó una arteria en una pierna sintió terror de sólo pensar en lo que un Dios enojado le haría si se muriera en ese momento. Cuando algunos compañeros de la universidad se contagiaron con la peste negra, temió por el castigo que Dios podía tener preparado; cuando lo sorprendía una tormenta eléctrica mientras iba de viaje, su temor era tal que lo llevaba a pedirle a Dios lo librara de todo mal.
Tras uno de esos acontecimientos, Lutero se sintió motivado a convertirse en monje, abrigando la esperanza que, siendo parte del clero, de alguna forma iba a apaciguar la ira divina. En su búsqueda por la paz, Lutero se golpeaba y pasaba hambre, pero ni aún así podía estar seguro que había hecho lo suficiente. Después de todo, si el Padre en el cielo no había rescatado a su propio Hijo de la cruz del calvario, ¿cómo no le iba a estar esperando un castigo a un simple monje como él?
Probablemente Lutero habría vivido y muerto de esa manera si no le hubieran pedido que dictara unas clases en la nueva Universidad de Wittenberg. Mientras se preparaba para enseñar esas clases sobre los Salmos y la carta a los Romanos, descubrió que los autores de los Salmos estaban convencidos no sólo de que Dios los amaba, sino que también los perdonaba y que, cuando murieran, iban a ir al cielo. En el tercer capítulo de la carta a los Romanos Lutero leyó que, si bien todos hemos pecado y por lo tanto estamos destituidos de la gloria de Dios, a través de la fe en el Hijo de Dios somos perdonados y declarados libres de culpa. Lutero aprendió algo que había sido olvidado: que si bien Dios es un Dios justo, también es un Dios misericordioso. Por ello, para que la humanidad pudiera ser salva, envió a su Hijo a rescatarnos, pagando el precio que era necesario para comprarnos de nuevo del pecado, del diablo, y de la muerte.
El suyo fue un descubrimiento impresionante y sorprendente. Más que una reforma, la suya fue una renovación. Lutero se dio cuenta que, muy sutilmente, el diablo se las había ingeniado para engañar al pueblo de Dios con sus verdades a medias. Si bien la Biblia dice claramente que somos salvos por gracia a través de la fe, y no por lo que nosotros hacemos, el diablo había hecho creer al mundo que era necesario ganarse la entrada al cielo. Si bien la Biblia dice claramente: "cree en el Señor Jesucristo y serás salvo", el diablo les había hecho creer que no tenían esperanza, y que el infierno era lo único que podían esperar.
Lutero pasó el resto de su vida proclamando esa renovación. Luchó contra los gobiernos, las autoridades y los poderes de este mundo oscuro, contra las fuerzas espirituales del mal en las regiones celestiales que habían corrompido la trama de la fe. Y este monje alemán, armado con el escudo de la Escritura, que dijo: "Somos salvos por gracia a través de la fe", se rehusó a comprometerse con el mal y a retractarse cuando fue confrontado por los poderes malignos y oscuros.
Somos salvos por gracia a través de la fe. Ese es el mensaje inmutable que nos da el Dios inmutable a través de su Palabra inmutable. Ese es el mensaje que cada persona necesita oír. Somos salvos por la gracia que Dios mostró en el sacrificio realizado por su Hijo en la cruz del calvario. Somos salvos porque Jesús tomó nuestro lugar y sufrió y murió por nosotros. Somos salvos porque su muerte y su resurrección son la garantía de nuestra propia resurrección.
Esa es la razón, queridos oyentes, por la que este Día de la Reforma, este día de renovación, merece ser recordado y celebrado: porque una persona, guiada con el poder del Espíritu Santo, le hizo frente al diablo. Merece ser recordado porque en el mundo siguen existiendo los gobernantes, poderes, y autoridades que luchan en contra del Salvador.
El Espíritu Santo de Dios quiere reformar su corazón para traerle renovación a su vida hoy. Es mi oración que así sea.
Si en algo podemos ayudarle, comunícate con nosotros. Amén.