Para El Camino
"Agradecidos por lo que no tenemos"
Presentado el 22 de noviembre
AUTOR: Rev. Dr. Ken Klaus, Orador Emérito, The Lutheran Hour
Rev. Héctor Hoppe
© 2024 Cristo Para Todas Las Naciones
TEXTO: Lucas 17:11-19
Un día, siguiendo su viaje a Jerusalén, Jesús pasaba por Samaria y Galilea. Cuando estaba por entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres enfermos de lepra. Como se habían quedado a cierta distancia, gritaron: -¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Al verlos, les dijo: -Vayan a presentarse a los sacerdotes. Resultó que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, al verse ya sano, regresó alabando a Dios a grandes voces. Cayó rostro en tierra a los pies de Jesús y le dio las gracias, no obstante que era samaritano. -¿Acaso no quedaron limpios los diez? -preguntó Jesús-. ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo ninguno que regresara a dar gloria a Dios, excepto este extranjero? Levántate y vete -le dijo al hombre-; tu fe te ha sanado.
En el fondo de mi casa tenemos un comedero para pájaros que lleva alrededor de diez libras de semillas. Como los que hemos tenido en el pasado fueron destruidos por las ardillas y los mapaches que venían a comerse la comida de los pajaritos, este que tenemos ahora tiene una adaptación: a todo animal que trate de comer de él -con excepción de los pájaros- le da una pequeña descarga eléctrica. Pero no se preocupen, porque la descarga no los paraliza, ni los daña permanentemente, ni los mata, sino que simplemente los asusta lo suficiente como para que no se les ocurra volver a acercarse.
Desde que lo compramos, hace ya dos años, me he asegurado que esté siempre bien abastecido, y que nunca quede vacío, lo que ha sido una delicia para cardenales, gorriones, golondrinas, pájaros carpinteros, y muchas otras especies que religiosamente vienen a servirse de la gratuita provisión.
Uno podría pensar que de vez en cuando alguno de estos plumíferos sentiría la obligación de detenerse por un segundo, y decir: "Gracias reverendo, queremos que sepa que sus esfuerzos son apreciados." Pero no. Ni siquiera una vez, en todos estos años, alguno de ellos demostró siquiera un poco de agradecimiento. Al contrario, cuando me acerco al comedero, siempre hay alguno que chilla porque lo molesto, e indignado alerta a los demás, quienes salen volando a esconderse en las copas de los árboles. Me pregunto: ¿qué debo hacer para que sepan que sólo quiero alimentarlos y cuidarlos? ¿Es que no lo entienden? ¿Todavía no se han dado cuenta?
Probablemente muchas de estas preguntas sean las que Dios se hizo, y se sigue haciendo, con respecto a la humanidad. Al comienzo de la historia humana Dios creó un mundo perfecto: un clima maravilloso, un ambiente acogedor, y comida abundante. ¡Y eso no era más que el comienzo! Porque también creó al hombre con buena salud, y no estoy hablando de buena salud por un corto tiempo. Estoy hablando de una salud perfecta... para siempre. Y para que el hombre no estuviera solo, creó a Eva expresamente para él, y hasta se la creó a medida, para que se complementaran el uno al otro a la perfección.
Y, ¿cuál fue la reacción de Adán y Eva ante todos esos regalos perfectos de Dios? Uno creería que se habrían pasado cantándole alabanzas a Dios. Pero no. Los primeros capítulos de la Biblia nos cuentan cómo Satanás fue capaz de convencerlos de que, sin gran esfuerzo, podrían llegar a ser como Dios. También nos cuentan cómo nuestros primeros padres cedieron ante el pecado, y a partir de ese momento la gratitud que había en sus corazones fue desplazada por quejas, críticas y disconformidad.
Eso es lo que ocurrió en el Jardín del Edén, y debido a eso es que Adán y Eva, así como los pájaros que vienen a alimentarse en el comedero de mi jardín, tuvieron miedo, y terminaron escondiéndose de quien los había cuidado, protegido, y amado. Así se estableció el patrón que hasta hoy seguimos los seres humanos pecadores: buscamos a Dios sólo cuando necesitamos algo; le rogamos fervientemente hasta que nos da lo que le pedimos, y luego nos olvidamos de él hasta que lo necesitamos nuevamente.
La semana pasada estuve hablando con una señora sobre el tema de la gratitud, y compartí con ella algunas de las cosas por las cuales yo estoy agradecido. Mientras hablaba, noté que se movía incómoda en la silla. Cuando terminé, con un tono duro y con mirada fría, me dijo: "Yo no tengo absolutamente nada de qué estar agradecida." Lo cual me sorprendió mucho, ya que tiene 81 años y goza de muy buena salud; al hospital ha ido sólo para visitar a sus amigas enfermas, vive en su propia casa, y maneja un auto último modelo.
Sé que muchos de ustedes piensan como esta señora. Los tiempos son difíciles, la economía no se ha estabilizado, algunos de ustedes han perdido sus trabajos, y otros hasta han perdido sus casas. Al igual que esa señora, creen tener motivos suficientes para decir: "Yo no tengo absolutamente nada de qué estar agradecido."
Si es así, tengo algo en la mano que quizás le ayude a cambiar de idea, y a poner las cosas en perspectiva. ¿Sabe qué es? Es una copia de mi historia clínica que me dio mi doctor. Puede que usted haya tenido un mal año, pero déjeme preguntarle lo que el doctor me preguntó a mí. ¿Tiene presión alta, problemas del hígado, corazón, riñones, estómago o páncreas? ¿Padece de indigestión, hepatitis o úlceras? ¿Tiene tendencia a hemorragias o sufre frecuentes hematomas? ¿Se le paraliza o se le duerme alguna parte del cuerpo? ¿Ha sufrido fracturas en huesos de la cara, cuello, mandíbula o espalda? Y esa no era más que la primer columna de un formulario de cuatro páginas con 12 columnas de ancho. Quizás usted sufra de algunas de las cosas que acabo de nombrar, pero no de TODAS ellas. Lo que significa que, si no puede estar agradecido por lo que tiene, al menos puede estar agradecido por lo que no tiene.
Es una lástima que para muchos de nosotros no sea fácil ser agradecidos. Veamos la historia de los Hijos de Israel. En el capítulo 14 del libro de Éxodo se nos cuenta cómo, a través de actos milagrosos, Dios los liberó de la esclavitud de Egipto, y destruyó al ejército del Faraón con sus carros, jinetes, y caballos. Semejante intervención divina debería haber provocado gratitud en el pueblo de Dios. Debería, pero apenas un capítulo más adelante, en Éxodo 15:24, se nos dice que "Comenzaron entonces a murmurar en contra de Moisés, y preguntaban: '¿qué vamos a beber?'" Dios respondió solucionando el problema, por lo que el pueblo lo dejó tranquilo... pero sólo hasta el capítulo siguiente, el capítulo 16, donde se nos dice que: "Toda la comunidad murmuró contra Moisés y Aarón: ... ¡Ustedes han traído a nuestra comunidad a este desierto para matarnos de hambre a todos!" Una vez más Dios se encargó del problema y el pueblo estuvo complacido... hasta el capítulo 17, donde se nos dice que: "... los israelitas estaban sedientos, y murmuraron contra Moisés. -¿Para qué nos sacaste de Egipto? ¿Sólo para matarnos de sed...?"
¿Se dan cuenta de lo que hacían? Se acercaban a Dios cuando querían algo; se quejaban cuando no tenían lo que querían, y luego lo ignoraban hasta que otra vez querían algo de él.
Si quiere saber más acerca del espíritu desagradecido del hombre, lea el capítulo 17 del Evangelio de Lucas, donde se nos narra la historia de diez hombres que sufrían de lepra. Hoy en día esa enfermedad es curable, pero en tiempos de Jesús sólo una "cura milagrosa" podía salvar a quienes la sufrían.
Cuando alguien sospechaba que tenía lepra, tenía que presentarse ante un sacerdote. Si el sacerdote decía que no tenía lepra, la persona podía suspirar de alegría y alivio, y volver a vivir. Pero si el sacerdote lo examinaba y decía: "impuro", su futuro se rompía en pedazos. "Impuro". Desde ese segundo, la persona era evitada, rechazada, apartada, y odiada. Sin ni siquiera poder despedirse de sus seres queridos, era enviada al exilio. Ni pensar en exponer a nadie a tan terrible enfermedad al tratar de recoger alguna ropa o recuerdos para llevar al exilio. Si necesitaba algo podría solicitar que se lo llevaran... siempre y cuando encontrara a alguien suficientemente valiente como para tocar sus pertenencias, que podían estar ya contaminadas.
Y mejor que se acostumbrara al hecho de ser "impuro", porque tendría que vivir el resto de su vida como un leproso impuro. Las reglas que regularían su vida serían simples: su apariencia física sería lo menos atractiva posible; su pelo estaría sucio y desgreñado; la barba estaría enmarañada; la ropa sucia y hecha jirones. Y como si eso no fuera suficiente como para mantener alejada a la gente, estaba obligado a gritar "impuro" a todo aquél que se acercara. Es claro que, a medida que la enfermedad progresaba y sus orejas, nariz y dedos se caían a pedazos, nadie osaría estar muy cerca. La compañía y amistades de un "impuro" no eran más que otros de su misma condición: personas enfermas, desoladas, y desahuciadas.
Y así fue el día en que los diez leprosos escucharon que Jesús iba a pasar por donde ellos estaban. Puede que hayan sido parias de la sociedad, pero aún así se enteraban de los rumores, y sabían de las curaciones hechas por el Rabí. Sabían que Jesús hacía milagros, y también sabían que, por más que era arriesgado acercarse para pedirle ayuda a Jesús, no tenían nada que perder, y sí todo por ganar.
Seguramente estuvieron vigilando desde lejos para no perder la llegada de Jesús, y cuando lo vieron venir se juntaron rápidamente. Si la lepra estaba avanzada, tenían que unir sus voces para ser escuchados a pesar de la distancia que debían mantener por causa de su enfermedad. Finalmente, en una sola y desesperada súplica, gritaron: "Jesús, Maestro, ¡ten compasión de nosotros!"
Lucas cuenta que Jesús vio a los diez leprosos y les ordenó: "Vayan a presentarse a los sacerdotes." Algunos estudiosos dicen que esos diez hombres mostraron gran fe al hacer lo que Jesús les ordenó. Otros dicen que, siendo que su condición era tan desesperada, sus acciones no demandaron una gran fe, pues no tenían nada más qué perder. Si bien es cierto que nadie sabe exactamente qué es lo que había en los corazones y mentes de estos hombres, sí sabemos lo que pasó con sus pies: comenzaron a caminar. Sin tener ninguna promesa absoluta de que serían curados, los diez leprosos fueron a ver a los sacerdotes, que eran los únicos que podían declararlos curados y devolverles sus vidas.
Me pregunto cuánto tiempo pasó antes de que se dieran cuenta de lo que les estaba pasando. ¿Se habrán dado cuenta del cambio en la apariencia de los otros, o cada uno percibió los cambios en su propio cuerpo? ¿Será que se les regeneraron las partes del cuerpo que ya habían perdido por causa de la enfermedad? La Biblia no nos da respuesta a estas preguntas. Pero sí sabemos que no pasó mucho tiempo hasta que los ex-leprosos supieron que Jesús había hecho lo imposible: los había curado. Ellos lo sabían, los sacerdotes lo comprobarían, y el mundo se sorprendería por el gran milagro misericordioso del Salvador.
Las vidas de diez leprosos fueron cambiadas ese día, pero sólo uno se detuvo en su camino y regresó para agradecer. Si se les preguntara, seguramente los otros nueve tendrían buenas razones por las que no fueron. Jesús había dicho: "Vayan a presentarse a los sacerdotes", y eso es lo que ellos estaban haciendo. Ninguno de ellos quería malograr las cosas al hacerlas de forma diferente. ¿Otras razones? Quizás otros querían asegurarse que estaban realmente curados. Quizás estaban ansiosos por volver a sus hogares. Quizás se imaginaron que Jesús ya sabía que estaban agradecidos.
Las cosas no han cambiado. La próxima vez que usted vaya a la iglesia, cuente la cantidad de pedidos de oraciones que hay por los que están enfermos o recuperándose de una cirugía o un accidente. Tras esa lista encontrará otra donde se pide por trabajo, prosperidad, ayuda, o quizá por un hijo o hija militar que está destacado en el extranjero. Por temor a ser malentendido, permítanme explicarles que estas oraciones y peticiones son cosas buenas y aprobadas por Dios. Todos estos son pedidos que deben ser presentados al Señor, quien ha prometido escuchar. El problema no está en lo que se pide, sino en lo que no se pide. ¿Dónde están las oraciones de agradecimiento por las cosas buenas que recibimos de Dios, como la salud, la restauración, la guía? Si no puede darle gracias a Dios por cosas que le han ocurrido, ¿puede al menos agradecerle por las cosas que no le han ocurrido, por las tragedias que no le sucedieron y las penas que nunca llegaron? ¿Dónde está la oración que dice: "Estoy agradecido por la misericordia de Dios que ha sido mostrada a mí y a aquéllos que están cerca de mí"? ¿Dónde están las oraciones de gratitud?
¿Aún no encuentra nada por lo que puede estar agradecido? Entonces, déjeme contarle esta historia. Hace siglos, el ejército moro tenía asediada la capital de España. La ciudad había sido fielmente defendida por el Rey Alfonso pero, por alguna desafortunada circunstancia, el enemigo logró capturar al hijo del rey. Sabiendo que el monarca amaba a su pequeño, los atacantes construyeron una horca a plena vista del gobernante, quien observaba desde la muralla de su castillo. El príncipe fue forzado a pararse bajo la horca con un cartel que decía: "¡Alfonso, la ciudad o tu hijo!" ¡Qué decisión tan angustiante para un padre! Los consejeros y oficiales de Alfonso observaban con ansiedad la cara del Rey. ¿Entregaría la ciudad, dejando que el enemigo los esclavizara, o permitiría que su hijo muriera para que ellos sobrevivan? No tuvieron que esperar mucho. Alfonso envió la siguiente respuesta: "Dejen que mi hijo muera, para que mi pueblo pueda vivir." ¿Cómo podía el pueblo contener su gratitud?
De la misma manera, ¿cómo podemos no dar gracias y expresar nuestra alegría ante la inmensa misericordia de Dios? "Dejen que mi Hijo muera para que mi pueblo pueda vivir." Esa es la promesa que el Señor hizo a Adán y Eva cuando se escondían atemorizados, y esa es la promesa que se cumplió en el sacrificio de Cristo en la cruz.
¿No tiene nada por lo cual estar agradecido? Si eso es lo que cree, escuche lo que dice el Padre: "Dejen que mi Hijo inocente cargue con las faltas del mundo, para que los pecadores puedan ser perdonados." ¿Todavía sigue sin tener nada por lo cual estar agradecido? Escuche lo que Dios dice: "Dejen que mi Hijo, que no cometió ningún pecado, resista las tentaciones de Satanás, para que la humanidad pueda ser restaurada. Dejen que mi Hijo muera, para que el mundo sepa que la muerte ya no será el fin. Dejen que mi Hijo muera para que el mundo pueda vivir."
Ese es el jubiloso mensaje que proclamamos esta semana y que tenemos la bendición de compartir con usted. Si quiere saber más acerca de la misericordia de Dios, y si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.