Para El Camino
"Sin tener a dónde ir"
Presentado el 16 de agosto
AUTOR: Rev. Dr. Ken Klaus, Orador Emérito, The Lutheran Hour
Rev. Héctor Hoppe
© 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
TEXTO: Juan 6:66-69
Desde entonces, muchos de sus discípulos le volvieron la espalda y ya no andaban con él. Así que Jesús les preguntó a los doce: '¿También ustedes quieren marcharse?' 'Señor -contestó Simón Pedro-, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios.'
Era una mañana de crudo invierno en Chicago. Las veredas y las entradas de las casas estaban cubiertas por una capa de más de seis pulgadas de nieve que había caído durante la noche. Mientras limpiaba la vereda de su casa, un joven vio que el vecino de enfrente de pronto dejó la pala a un lado, y se recostó contra la pared. Viendo que algo no estaba bien, el joven fue a decirle a sus padres, quienes inmediatamente llamaron una ambulancia. Los paramédicos confirmaron que había sufrido un ataque al corazón, y lo transportaron al hospital más cercano.
A pesar del intenso dolor que sentía, el paciente le pidió a la enfermera que buscara en su billetera un pequeño trozo de papel donde estaba escrito el número de teléfono de su hija, y le pidió que la llamara para avisarle lo que había sucedido.
Tan pronto como pudo, la enfermera hizo lo que el paciente le había pedido. En cuanto se enteró de la noticia, la hija se puso a llorar desconsoladamente, y le dijo a la enfermera: "¡Por favor, no lo dejen morir! ¡Díganle que estoy en camino!" Luego, en voz baja, agregó: "Hace más de un año mi padre y yo tuvimos una discusión. Varias veces él ha tratado de comunicarse conmigo, pero cada vez me he negado a recibirlo. Por favor, no lo dejen morir. Ya estoy saliendo. Estaré ahí en menos de media hora." Mientras iba de camino, no podía dejar de pensar que las últimas palabras que le había dicho a su padre habían sido: "Te odio."
El padre no alcanzó a oír que su hija estaba en camino, pues sufrió un paro cardíaco. Los médicos lograron revivirlo, pero a los pocos minutos sufrió otro más. La enfermera, que sabía de la situación familiar del paciente, empezó a orar: "Señor, la hija de este hombre está en camino. No dejes que muera antes que ella llegue." A pesar de haberle llevado sólo 20 minutos, cuando la hija llegó al hospital ya era demasiado tarde. Uno de los doctores le dijo que habían tratado de revivirlo, pero que su corazón no había reaccionado. La enfermera vio la pena y la tristeza que invadieron a la mujer, quien jamás podría disculparse por las palabras que le había dicho a su padre.
Es una historia triste, y, lamentablemente, una historia que Dios conoce demasiado bien, ya que desde que la humanidad cayó en pecado, el Señor la ha revivido muchas veces. En muchas partes de la Biblia se nos dice cómo el pueblo elegido de Dios le demostró con gestos y palabras que lo odiaban, e incluso cómo ignoraron y resistieron las constantes muestras de amor e intentos del Señor de acercarse a ellos y salvarlos.
La Biblia está llena de estas historias, pero pocas son tan tristes y conmovedoras como la que es narrada en el capítulo seis del Evangelio de Juan, que comienza con el júbilo que experimentan Jesús y sus discípulos ante la adoración, admiración y adulación de todo el pueblo. Tanta admiración no es difícil de entender, ya que en aquellos días -en que no existían ni la radio, ni la televisión, ni el Internet- Jesús llamó grandemente la atención del pueblo al vencer a los pomposos fariseos, por lo que la mayoría de las personas, que estaban cansadas de la altanería de los fariseos, sintieron que Jesús los defendía. Pero Jesús hizo mucho más que defenderlos de los fariseos. Él también hizo milagros. Y porque hizo milagros, la gente comenzó a decir: 'Escuchemos a Jesús, nunca se sabe lo que será capaz de hacer."
Es por eso que el capítulo seis del Evangelio de Juan empieza con Jesús y sus discípulos en el mar de Galilea, rodeado por miles de personas que los habían seguido. El texto dice que había cinco mil hombres... pero esa cifra podría ser fácilmente el doble si se incluye a las mujeres y a los niños que estaban presentes. Ese fue un día increíble. Ese día Jesús le habló a la gente, y la gente lo escuchó. Jesús les pidió a sus discípulos que alimentaran a la multitud, pero como ellos le dijeron que no podían porque no tenían con qué, él lo hizo. Y no hablamos de que les haya dado un poco de comida como para entretener el estómago. No, el Salvador les dio una comida completa, y cuando ya no pudieron comer más, recolectaron los sobrantes... y llenaron con ellos canastas.
Algunos de la multitud, los más conscientes del aspecto espiritual del evento, dijeron: 'Este es el profeta del que se había dicho que iba a venir'. Pero la mayoría pensaba: 'Si Jesús puede alimentar a miles con el almuerzo de un niño, imaginen lo que podría hacer con un par de gallinas'. Esto último es un poco exagerado, pero lo que sí pensaron fue: 'Si logramos que Jesús acepte, o mejor dicho, si hacemos que Jesús acepte ser nuestro rey, si podemos controlar el poder que acabamos de presenciar y que nunca antes hemos visto, nunca más tendremos que trabajar o preocuparnos por nada. Los hombres no tendrían que trabajar más para poner comida sobre la mesa; las mujeres no tendrían que pasar los días recolectando madera, acarreando agua del pozo, cocinando paradas junto al fuego caliente... si Jesús se convierte en nuestro rey, no tendremos que preocuparnos más de los abusos de los soldados romanos, de las enfermedades, de la misma muerte. Jesús puede ocuparse de todos y cada uno de nuestros problemas.' Sin lugar a dudas, Jesús reunía todas las cualidades que ellos buscaban, por lo que se prepararon para convertirlo en su rey.
Antes de que usted los critique, déjeme decirle que ellos hicieron lo que la mayoría de las personas haría, esto es, darle poder a los líderes que prometen darles lo que ellos quieren. Los candidatos que se eligen son los que prometen poner una gallina en cada olla y una casa para cada familia. Las iglesias crecen cuando los pastores dicen a sus fieles que Dios les proveerá todo lo que ellos quieran a cambio de tal o cual cosa. En contraste con todas esas falsas promesas, Jesús demostró que Él tenía el poder de satisfacer las necesidades de sus seguidores incluso antes de ser nominado.
Es por ello que los discípulos deben haberse sorprendido cuando Jesús se negó a ser aclamado como rey. Más aún, se deben haber quedado realmente impresionados cuando, al día siguiente, Jesús dijo a las multitudes que Él no era lo que ellos pensaban. Hablando con toda honestidad, les dijo que él no había venido para ser un rey en este mundo y darles desayunos, almuerzos, o cenas gratis. Más aún, les dijo que, si verdaderamente querían ser su pueblo, debían comer su cuerpo y beber su sangre.
Esto último los desconcertó totalmente. Antes que el Sacramento de la Comunión fuera instituido, esas palabras sonaban a canibalismo. Las multitudes estaban confundidas y enojadas. '¿Será que realmente dijo lo que creemos que ha dicho?' se preguntaban. Se podían ver las miradas de asombro y cómo, lentamente, uno a uno se iban levantando y comenzaban a marcharse, hasta que todos desaparecieron. Al igual que la hija que se alejó de su padre en nuestra historia de apertura, así las multitudes se alejaron de Jesús; y al hacerlo, se alejaron de su misión, de su ministerio, de su propósito, y de su deseo de salvarlos.
Jesús vino a este mundo a salvarlos a ellos y a nosotros. Mucho tiempo atrás, en el Jardín del Edén, el hombre eligió ceder a las tentaciones de Satanás, alejándose así del camino de armonía celestial designado por el Señor. A partir de ese momento, nuestro destino fue de temor, frustración, maldición y muerte. En respuesta a nuestra necesidad de ayuda y esperanza, el Padre celestial prometió enviar un Salvador. Pero el pecado se había adueñado de nuestros corazones, y estábamos seguros que no necesitábamos la salvación de Dios, por lo que le dimos la espalda a Dios.
Una y otra vez Dios se acercó a su pueblo, y una y otra vez su pueblo lo rechazó. Es por ello que ni siquiera cuando el Padre cumplió su promesa y envió a su Hijo, las personas cambiaron. Jesús, el hijo de Dios, el Redentor del mundo, había venido a ofrecerse a sí mismo como rescate para liberar nuestras almas del pecado; para vivir su vida cumpliendo con las demandas de la ley; para morir en la cruz, y así vencer la muerte y ganar la salvación para todos los que tienen fe. Su multitud de milagros habían dado prueba de quién era; sus mensajes habían reflejado con fidelidad la invitación y la misericordia que el Padre había estado ofreciendo desde que el hombre había pecado. Las palabras de Jesús proveyeron esperanza y perdón para todos los que le escuchaban. Pero, trágicamente, la mayoría prefirió no escuchar, sino darle la espalda al Salvador, y buscar a un dios que hiciera lo que ellos dijeran, y que obedeciera sus demandas.
Cuando la multitud desilusionada hubo partido, la orilla del mar quedó vacía. Miles se habían ido; sólo permanecían Jesús con sus doce discípulos. La tristeza en su voz fue evidente cuando les dijo a sus discípulos: "¿Ustedes también quieren irse?" Y aun cuando Judas, uno de ellos, pronto lo haría, ese día Pedro respondió por todos: "¿Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios." Pedro estaba en lo correcto.
Es mi oración que el mundo entero se vuelva a la fe y diga: 'Jesús, y sólo Jesús, tiene las palabras de vida eterna'. Es mi oración que cada uno de los que escuchan este mensaje llegue a creer que Jesús es el Salvador de sus almas. Esa es mi oración, aun cuando sé que algunos optan por no creer porque de alguna forma, en algún momento de sus vidas ha sucedido algo que los ha apartado de Dios.
Quizás usted sea uno de ellos. Quizás usted culpe a Dios por la maldad, la tristeza, o la injusticia que hay en el mundo. Quizás esté enojado con Dios porque ha perdido a alguien a quien amaba mucho. Quizás se sienta decepcionado porque Dios no le da la ayuda que le pide. ¿Qué puedo decir para ayudarle a cambiar de opinión acerca de Dios? ¿Qué puedo decir para ayudarle a ver que Dios sabe lo que hace y por qué lo hace, y que nuestros juicios y conclusiones no son siempre correctos? ¿Qué puedo decir para ayudarle a entender que Dios le ama con un amor incondicional, más allá de lo que usted haga o haya hecho? ¿Qué puedo decir para motivarlo a que le dé a Dios otra oportunidad, permitiendo que el Espíritu Santo le ayude a ver cuán profundo e intenso es su amor?
Voy a decirle dos cosas. Primero, fíjese en la cruz. Si alguna vez se le ocurrió pensar que Dios nos vigila para ver cómo nos comportamos, fíjese en la cruz, donde el Hijo inocente de Dios fue colgado para morir por su perdón y salvación. No me importa si usted ha llegado a la conclusión de que Dios no lo ama, que Dios es cruel y caprichoso, malo e injusto. Fíjese en la cruz, y se dará cuenta que está equivocado. Fíjese en la cruz, y verá el sacrificio que fue hecho para que usted pueda tener vida eterna.
Lo segundo que le quiero decir es algo muy simple: Dios es Dios... y usted no lo es. Dios, y no usted, es quien está en control. Puede que usted quisiera estarlo, pero en verdad no lo está. Dios es quien hace las reglas, no usted. Aun cuando usted piense lo contrario, la realidad es que Dios es quien un día va a ser su Juez. Usted puede creerse sabio, pero Dios es mucho más sabio aún. Usted puede estar convencido de que no lo necesita, pero está equivocado. Para ser salvo, deberá oírlo y recibir su perdón.
No permita que le suceda lo que le sucedió a la hija en la historia al comienzo de este mensaje, que no llegó a tiempo a pedirle perdón a su padre. Le invito a que se acerque al Señor y confiese: "Señor, hemos estado separados por una discusión sin sentido. Sé de tus intentos por acercarte a mí. Perdóname por ser tan testarudo y no verte ni hablarte en tanto tiempo."
Antes de terminar este mensaje, debo confesar que nunca conté el fin de la historia que dije al comienzo. Cuando la enfermera abrió la cortina de la habitación donde estaba el paciente, la hija se acercó a su padre y se puso a llorar apoyada sobre las sábanas de la cama. Luego comenzó a despedirse, disculpándose por su falta. La enfermera alejó la vista para no interferir, y al hacerlo notó que sobre la mesa había un trozo de papel en el que decía: "Querida hija, te perdono, sé que me amas, y quiero que sepas cuánto te amo yo. Papá."
Ese es el resto de esa historia, pero ¿es el resto de su historia? El Salvador murió para que usted viva, para que le escuche decir al Señor: "Querido hijo, te perdono, y quiero que sepas cuánto te amo." Eso es exactamente lo que el Señor le dice hoy a usted. No le dé la espalda. Escuche su invitación, crea en su amor. Arrepiéntase, crea, sea salvo.
Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.