Para El Camino
"Conocer a fondo"
Presentado el 22 de febrero
Rev. Dr. Hector Hoppe, Predicador invitado
© 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
TEXTO: Marcos 1:40-45
Un hombre que tenía lepra se le acercó, y de rodillas le suplicó: -Si quieres, puedes limpiarme. Movido a compasión, Jesús extendió la mano y tocó al hombre, diciéndole: -Sí quiero. ¡Queda limpio! Al instante se le quitó la lepra y quedó sano. Jesús lo despidió enseguida con una fuerte advertencia: -Mira, no se lo digas a nadie; sólo ve, preséntate al sacerdote y lleva por tu purificación lo que ordenó Moisés, para que sirva de testimonio. Pero él salió y comenzó a hablar sin reserva, divulgando lo sucedido. Como resultado, Jesús ya no podía entrar en ningún pueblo abiertamente, sino que se quedaba afuera, en lugares solitarios. Aun así, gente de todas partes seguía acudiendo a él.
Algunas revistas y periódicos populares tienen una sección titulada: Ricos y famosos. Allí se presentan célebres personajes de la farándula, los últimos chismes del ambiente artístico, las novedades, la moda, los logros, las adquisiciones más extravagantes, y un sinnúmero de trivialidades. ¡Ricos y famosos! Cuánto esfuerzo hacen algunos para lograr riqueza y popularidad, para que todo el mundo los reconozca, para que hablen de ellos, para que la gente los envidie, los imite, y los admire. ¿Se imagina usted si en las revistas y periódicos populares hubiera una sección que se llamara: "Pobres y famosos"? ¿A quién le importaría? ¿Usted la leería?
Si en la época de Jesús hubiera habido fotógrafos y periodistas, seguramente hubieran estado muy ocupados siguiéndolo a todas partes y haciéndolo famoso con sus notas. Tal vez algunos capítulos del Evangelio de Marcos se podrían titular: "Los pobres y famosos", aunque en realidad el único protagonista sería Jesús.
En un tiempo en que no había radio ni televisión, teléfonos, Internet, periódicos, o aun libros, la fama de Jesús crecía día a día. Todo el mundo hablaba de él, aún aquéllos a los que Jesús les pedía que no le dijeran a nadie que él estaba allí o que había hecho un milagro.
Las personas lo esperaban a la vuelta de la esquina. Lo espiaban y seguían para ver adónde iba. Lo esperaban en la ladera de los montes, a la vera del camino, a la orilla del mar, en el templo de Jerusalén, en las sinagogas, en las casas, y aun arriba de los árboles, como lo hizo Zaqueo.
Cuando el evangelista Mateo cuenta esta misma historia del hombre enfermo de lepra, la sitúa justo después de que Jesús terminara su conocido Sermón del Monte. En su relato, Mateo dice: "Cuando Jesús bajó de la ladera de la montaña... un hombre que tenía lepra se le acercó y se arrodilló delante de él" (Mateo 8:1-2).
Ninguno de los evangelistas da mayores detalles de este hombre, por lo que no sabemos cuántos años tenía, si era casado, si tenía hijos, o si tenía otros familiares. Tampoco sabemos cuánto tiempo hacía que había estado sufriendo con esa afección en la piel. Lo que sí sabemos es que estaba enfermo, y que por causa de esa enfermedad estaba limitado en todos los aspectos de su vida. No podía trabajar, no podía estar ni con su familia ni con sus amigos. No podía juntarse con otros. Estaba totalmente apartado y alejado de la sociedad y de todo contacto humano. Es en medio de esa triste realidad que Jesús aparece como su única esperanza.
El relato nos dice que se pone de rodillas ante Jesús. Podríamos decir que, literalmente, el pobre hombre está por el piso. No se anima a estar a la misma altura que Jesús. No se atreve ni puede. Al hablar va directamente al punto. No necesita gastar tiempo en decirle lo que le pasa... Jesús ya lo sabe. Sin preámbulos le dice lo que quiere.
Pareciera que este encuentro del hombre enfermo de lepra con Jesús ocurre en forma acelerada. El enfermo fue curado. En un abrir y cerrar de ojos toda su vida cambió en forma radical. ¡Está sano! Puede integrarse nuevamente a la sociedad, puede reunirse con sus amigos, puede trabajar, puede sostenerse por sí mismo sin tener que depender de la caridad de otros. En un minuto, toda su perspectiva de vida cambió en forma milagrosa. Porque, bueno, fue un milagro de Dios lo que produjo semejante cambio. Un milagro tan increíble, que el hombre ya no escuchó más. El evangelista Marcos dice que Jesús le advirtió fuertemente que no dijera a nadie lo que había sucedido. Pero el hombre ya no escuchaba a Jesús, porque "salió y comenzó a hablar sin reserva, divulgando lo sucedido".
A la lista de cosas que sabemos de este hombre podemos agregar que era desobediente. ¡Qué pena! ¡Qué lástima que se dejó llevar por su alegría del momento, y no pudo escuchar más a Jesús! Quizás pensaba que le estaba haciendo un favor a Jesús al hacerlo famoso en toda la región, pero el resultado no fue bueno, porque ahora todos buscaban a Jesús. Habían hecho a Jesús tan famoso que ahora él ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo. La alegría y desobediencia de este hombre le arruinó el plan a Jesús. El punto triste en esta historia es que "el recién sanado" perdió la oportunidad de conocer a fondo a Jesús. Sólo conoció de él algo muy superficial. Aunque el ser curado de la lepra le significó un cambio radical en su vida, el alcance de ese cambio no fue ni espiritual ni eterno... las dos cosas más importantes de la vida.
Sabemos que muchas personas piensan que Dios es insensible y que hasta lo acusan de no hacer nada por impedir el dolor y el sufrimiento de los que están, literalmente, tirados por el piso. Quizá usted también pensó eso alguna vez, o lo está pensando en este momento, porque cree que Dios no está viendo su sufrimiento, o no está haciendo nada para mejorarle su situación. Pero, en vez de concentrarnos en lo que pensamos con respecto a Dios, veamos lo que podemos aprender de él en esta historia.
Cuando Jesús ve a este hombre que, con su cuerpo lleno de llagas, se pone de rodillas frente a él y le pide ayuda, la Biblia dice que "es movido a compasión". ¡Qué hermosa descripción de Dios! En esas pocas palabras se nos demuestra que Dios es sensible a las necesidades de sus criaturas. Por eso es que Jesús extendió su mano para tocar al leproso. Para hacernos una imagen más entendible, podemos pensar que Jesús abrazó a este hombre, así como él estaba, sucio, infectado, lastimado, contagioso.
Pero aún hay más. La sensibilidad y compasión de Jesús también están reflejadas en la respuesta que le da: "Sí quiero. Queda limpio." Dios quiere, y Dios puede. Y Dios manifestó ese querer y poder en forma inmediata. El evangelista nos dice que: "Al instante se le quitó la lepra y quedó sano."
Con nosotros es diferente. Por un lado, estamos dispuestos a hacer cualquier cosa para cambiar nuestras situaciones y las de las personas que amamos, pero nos damos cuenta que no tenemos el poder suficiente para lograrlo. Cuando nos pasan cosas que nos dejan "por el piso", ponemos toda nuestra fuerza y energía para levantarnos y salir adelante, pero aún así muchas veces no lo logramos. Por más buena voluntad que tengamos, nos falta poder. Seguramente usted sabe muy bien de qué estoy hablando. Seguramente muchas veces ha tratado, y no ha podido. Cuando esto le sucede, ¿qué hace? ¿Se desespera? ¿Se frustra? ¿Se enoja con la vida o con Dios?
La Biblia dice que "el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad", es decir que, cuanto menos capaces somos de solucionar un problema o cambiar una situación, más espacio le damos a Dios para que se haga cargo de él. El leproso sabía que no podía hacer absolutamente nada para curarse. Por eso es que fue a pedirle ayuda y misericordia al único que podía dárselas, y no salió decepcionado. Con nosotros es igual. Al reconocer nuestras limitaciones aumentamos nuestra dependencia de Dios, el único todopoderoso que nunca nos va a decepcionar.
Esta historia de la curación del leproso tiene un final feliz parcial, o podríamos decir un final con una mezcla de alegría y de frustración. Por un lado, el que antes estaba aislado por su enfermedad infecciosa, está sano y libre para andar pública y abiertamente entre la gente. Pero por otro lado Jesús, que es libre y está sano, queda aislado y recluido a lugares solitarios. En cierta manera, la desobediencia del leproso frustró el plan de Dios.
El evangelista Marcos registra estas palabras de Jesús justo antes de esta historia que estamos analizando: "Vámonos de aquí - dijo Jesús - a otras aldeas cercanas donde también pueda predicar; para esto he venido. Así que recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando demonios" (Marcos 1:38-39). Ése era el plan de Jesús: predicar por todas partes, abiertamente. La actitud desobediente del recién curado restringió el ministerio de Jesús.
Más importante que contar lo que le había sucedido, hubiera sido obedecer, y cerrar la boca. Tal vez así hubiera aprendido mucho más de Jesús. El ex leproso, al menos hasta ese momento, perdió la oportunidad de conocer a Jesús a fondo.
Pero la reacción del leproso no debería llamarnos la atención. Después de todo, fue una reacción muy humana. Lo más probable es que usted y yo hubiéramos reaccionado de la misma manera. Nosotros también, de una u otra forma, estamos infectados de culpas, de malas actitudes, de malas reacciones, de cosas que nos aíslan y nos mantienen separados de los demás. Es que el pecado afectó profundamente nuestra vida, contaminando nuestros pensamientos, nuestras palabras, y nuestras acciones. Por nuestro pecado nos herimos a nosotros mismos y a los demás. El pecado nos mantiene alejados de Dios, y con nuestro espíritu "por el piso".
Pero Dios sigue viniendo. Está en la ladera de la montaña para encontrarse con nosotros, para sensibilizarse ante nuestras situaciones, y para abrazarnos, sin importarle nuestra suciedad mental y espiritual, nuestras emociones quebrantadas y afligidas.
Desde la cruz Dios extendió sus brazos para abrazarnos, tocarnos, y sanarnos. En la cruz Dios nos perdonó todos los pecados para que podamos levantarnos y serle obedientes. Dios tiene aún mucho más que decirnos. Tiene muchas cosas importantes, espirituales y eternas que quiere compartir con nosotros, a su tiempo.
La historia que sigue inmediatamente a ésta en el Evangelio de Marcos dice que Jesús estaba en una casa y unos hombres llevaron a un paralítico al que bajaron por un agujero hecho en el techo para que Jesús lo curara, y Jesús así lo hizo. Esta historia sucedió al día siguiente de la curación del leproso. Aunque el ex leproso le había frustrado los planes a Jesús, Jesús no se desanimó, y siguió predicando, siguió sintiendo compasión, siguió obrando con poder, y siguió curando.
Aunque nuestra desobediencia puede frustrar los planes de Dios, él no se desanima. Dios sigue obrando en su vida y la mía. La desobediencia nuestra no desanima a Jesús. Él sigue viniendo a nosotros para abrazarnos y limpiarnos, y para hablarnos de las maravillas del Padre que tenemos en los cielos. Sigamos escuchando a Jesús. Él tiene todavía grandes cosas para decirnos. Él quiere permanecer más tiempo con nosotros para cambiar nuestra desobediencia en obediencia, para que también otros puedan ser abiertamente bendecidos.
Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén