"¿Y mi recompensa?"
Por esos días Bigtán y Teres, que eran eunucos del rey y guardianes de la puerta, se enojaron contra el rey Asuero y comenzaron a hacer planes contra él. Como Mardoqueo estaba sentado a la puerta del rey, se enteró de esos planes y se lo hizo saber a la reina Ester. Ella, a su vez, le comunicó al rey lo que Mardoqueo le había dicho. Al investigarse el asunto y encontrarse que era cierto, los dos eunucos fueron mandados a la horca. Y el caso quedó registrado en el libro de las crónicas del rey (Ester 2:21-23).
En este punto de la historia de Ester ella ya ha sido elegida reina de Persia y Mardoqueo, su tío quien la había criado como su hija, estaba sentado en la puerta del rey, lo que significa que desempeñaba un papel importante en el gobierno.
Mardoqueo descubrió un plan para matar al rey pero, aparentemente, nadie lo recompensó. ¿Te ha pasado lo mismo? ¡Hacemos algo muy bueno y nadie lo ve! Solo se informa lo malo. A veces no podemos evitar pensar: ¿Y mi recompensa? ¿Acaso a nadie le importa lo bueno que hice?
Cuando la situación de los judíos era muy difícil, esa buena acción de Mardoqueo fue crucial para que las cosas que parecían no estar relacionadas se conectaran y formaran parte del plan de Dios para salvar a su pueblo.
Aunque puede ser desalentador sentir que nuestro trabajo no es reconocido o recompensado, podemos recordar que nuestra fe y nuestra relación con Dios no dependen de las recompensas terrenales. Nuestra recompensa es el amor y la gracia de Dios, que se nos da libremente y sin merecimiento.
Señor, muchas veces nos desanimamos al no ser reconocidos o recompensados por las cosas buenas que hacemos. Perdónanos por nuestra falta de gratitud y concédenos un deseo ferviente de servirte sin esperar nada a cambio. Amén.
Para reflexionar:
* Piensa en esto: merecemos el castigo de Dios por quebrantar su ley, pero recibimos su gracia por Cristo.
* ¿Qué puedes hacer hoy para el bien de otros sin esperar nada a cambio?
Diaconisa Noemí Guerra
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